Editorial: Los malditos - Julia Duce Gimeno


Diseño portada: Isabel Palacio


A veces me pregunto si todos los escritores no estarán tocados por una maldición, la de una cierta inadaptación a la vida que les corresponde en esa rueda que reparte nuestros lugares en el mundo a la hora de nacer. El don de la palabra, con frecuencia, no es suficiente para contener el alma atormentada y la imaginación desbordada de quienes viven entre una multitud de mundos y existencias paralelas. Pero aún dentro de lo evidente, dentro de ese estar tocado por los dioses, de sus alteradas tranquilidades emocionales, que les impulsa a necesitar crear y dar vida a esos sueños tan reales, a veces, con frecuencia, ellos mismos se convierten a su pesar en sus mejores obras. Sus excentricidades son la otra forma de manifestar su genio, que no puede contenerse sólo en el formato encorsetado de la palabra tejiendo una historia o un poema. La vida misma les desborda, y hace de esos personajes unos inadaptados frente a quienes saben equilibrar la imaginación con sus otras vidas. 


El concepto de escritor maldito va asociado a la bohemia, al romanticismo, y sobre todo a los Simbolistas franceses, quienes terminaron de acuñar el término, aplicándolo a quienes vivían fuera de los esquemas de una sociedad convencional en la que ni sus sueños ni sus vidas encuentran lugar. Su falta de adaptación a las normas, hechas para almas comunes y vulgares, es lo que los hace unos marginados. Pero, los demás, esos burgueses acomodados, sin duda, en el fondo esperan ávidas la transgresión de estos malditos bohemios. Solo a través de ellos pueden alzar el vuelo, al menos en el tiempo que dura la lectura de sus obras y la mirada que oscila entre el escándalo y la admiración que les provoca su libertad de conciencia. 


Somos animales de costumbres, pero nos gusta ser espectadores de cómo el otro, el que ya no tiene ataduras, se salta eso que nos proporciona la placidez de una vida sin estridencias. Ellos viven por nosotros esos sueños que compartimos y reprimimos. Almas hipersensibles que no se adaptan y terminan con frecuencia entre suicidios, alcoholismos, adicciones y diferentes grados de enfermedades mentales. Desde Larra y Poe a Sylvia Plath, hay una larguísima lista de poetas y escritores que eligieron una huida sin retorno: Alfonsina Storni, Nerval, Horacio Quiroga, Anne Sexton, Mishima... Tantos y tantos, que perdemos la cuenta. Vidas disolutas, atormentadas, incapaces de asumir las decepciones. Vidas que no encajaban. Pero escritores geniales, que perdieron la esperanza, la ganas de vivir, incapaces de enfrentarse a la enfermedad o simplemente se vieron abocados a la tragedia al perder la inspiración para crear. 


Y la otra cara del tema: aquellos poetas y escritores que rompían las normas y eran una ligera excentridad, en época de bonanza, se convierten en conciencia incómoda en momentos de crisis. Sus voces se muestran agresivas y peligrosas cuando el mundo cambia y se atreven a atravesar ciertas líneas que ponen en peligro la paz de un poder omnívoro y totalitario. Ellos nos echan en cara, con ira, con resentimiento, con violencia verbal, las incoherencias y las mentiras; rechazan la alienación. Su estética denuncia la represión y la intolerancia. No es raro que en sociedades pacatas y asustadas, el que antes era un genio se convierta en un proscrito, cuando las normas cambian, o cuando el mundo tiene normas diferentes y sus mensajes se vuelven peligrosos y van en contra de lo adecuado. Cuando la rigidez cambia las tornas y el mensaje de lo políticamente correcto vuelve a dar un giro de nuevo, aquellos abanderados son ahora adalides de conciencias pervertidas. 


¿Dónde está esa línea?, quemar libros, quemar ideas corruptoras de morales se convierte en una forma de control: la Inquisición, el nazismo, y lo que lo sustituye después, convierten las ideas y las palabras en instrumentos peligrosos. En banderas que repugnan porque representan lo que ya no está en el poder y ha sido condenado al infierno de las éticas superadas. Ya no son transgresiones de lo convencional: ahora es agitación, ahora es cuestionar la moral reestablecida. El bien que venció a la maldad domina el pensamiento para doblegarlo otra vez. Al final la misma moneda de cambio: quemar la palabra discordante. 


Ilustres intelectuales son condenados por un gesto a veces no entendido, como le pasó a P.G. Wodehouse aunque luego fuera rehabilitado. Premios nóbeles consagrados que coquetearon con el nazismo, son despojados de todos sus honores, sus méritos son degradados al margen de lo que les hizo merecedores de admiración de los mismos que luego se apresuraron a castigarlos. Un estigma paralelo a aquellas estrellas amarillas que obligaban a ponerse a los judíos sobre la ropa y rozan el olvido. Es el caso de Knut Hamsun, Mircea Eliade, o Céline, paradigma, y cuya repulsa es aun un tema candente en la sociedad francesa de hoy mismo. Intelectuales que apoyaron la Revolución bolchevique y que cuando empiezan a cuestionar el poder totalitario, son declarados enemigos del pueblo, estigmatizados y condenados al gulaj, cuando no a la muerte. 


Porque si la poesía era un arma cargada de futuro, la palabra es también un instrumento con poder de agitar conciencias y remover heridas, y el arte una bomba de agitación masiva. 


Volvamos la mirada a los maldecidos por sus propias conciencias y a los condenados por sus batallas militantes en bandos perdedores, a los transgresores de la moral burguesa, a los adictos al alcohol y a drogas más duras, a los que adoran el sexo marginal, a los vagabundos de ellos mismos que ejercen de clochards bajo los puentes de la imaginación oscura.


Philip K. Dick, un escritor maldito - Sabino Fernández Alonso (ciro)

Manuel Chaves Nogales, el olvidado - Cuscurro

De Profundis, de Oscar Wilde - Tuto

Diarios: Vida y muerte de Joe Orton - Arden

Otro escritor maldito: B. Traven - Ariodante

Ramón J. Sender, denostado por ambos bandos - Ana Espinosa

Colette, la mujer libre - Sue_Storm

Una mujer infortunada, Richard Brautigan - Camino Huarte

Céline, el hombre que odiaba - Julia Duce Gimeno

El ansia de perfección. Sylvia Plath - Ginazul

Rudolf Ditzen/Hans Fallada - Raquel Sáez (Eyre)









4 comentarios:

  1. Me gusta este número de la Revista: los malditos. Me ha hecho pensar la editorial, julia, en el fondo, la Literatura surge de un desajuste en nuestro interior y en el exterior.

    Lo seguiré atentamente. Se me propuso la participación, pero tengo poco tiempo para pergeñar un artículo mínimamente decente.

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  2. Si te sientes con fuerza, creo que este sera otra vez un número con muchas aportaciones. Sabes que siempre nos encanta contar contigo.

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  3. Gracias Julia por abrirnos este camino, tan atractivo, pues casi no hay escritor que no sea maldito, si quiere ser original. Se dice que el hombre ha evolucionado de lo heterodoxo y nunca de lo ortodoxo, por eso es tan importante en la literatura, el raro, el rechazado, el incomprendido...Además que que nos permite a los acomodados burqueses el experimentar mediante sus libros lo que cobardemente evitamos.

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