Veniss Soterrada. El cielo y el Infierno de Jeff Vandermeer - Ciro



“Veniss soterrada” es el título de una novela de Jeff Vandermeer, a medio camino entre la ciencia ficción y la fantasía, lo que los cultos llaman “new weird”. Veniss es también el nombre que le da el autor a la ciudad que sirve de marco a la acción de la novela. Veniss no se llama Veniss, sino Dayton Central, pero el susurro de una serpiente o su parecido con Venecia, determinan su nombre.


Y es que Veniss es una ciudad de canales, de aguas poco puras, con su canal principal, donde comen los peces gordos y están las mejores tiendas flotando en el agua y con unas vistas estupendas. Veniss pertenece al siglo XXVII, tras un mundo post-apocalíptico, en que ciudades-estado están aisladas. Se sitúa  en medio de un desierto, rodeadas de una muralla de más de sesenta metros de altura y dos kilómetros de profundidad y tiene unos dirigibles sujetos por cables que ensombrecen el paisaje. Pero, también Venecia, tiene un Gran Canal de las mismas características; Venecia fue una ciudad -estado alguna vez; Venecia alguna vez, quizá ahora, era o es post-apocalíptica; Venecia tiene un muro natural, el mar y Venecia tiene sus góndolas sujetas por cuerdas a los amarraderos.



Veniss es una ciudad superviviente a un desastre ecológico: a la contaminación con su capa de niebla, a los desechos químicos o a las trampas de los canallas biónicos que uno se encuentra cuando quiere viajar a otras ciudades en un autotren. La ciudad tiene sus distritos de lujo, pero también distritos como Tolstoi, “mugrientos, enfermos, defectuosos”, de callejones estrechos, edificios achaparrados, anacrónicos, con basuras y periódicos que indican la falta de limpieza, con marcas de armas y con animales callejeros que salen de las sombras cuando uno se va o aparecen muertos por niños callejeros, con tendales de ropa al viento, al lado de rascacielos de vidrio y cristal de las clases gobernantes o paredes llenas de graffitis ilegibles. Tolstoi es Nápoles, Palermo o México D.F. o los suburbios de París. Tolstoi es un barrio peligroso y, a la vez, un barrio más de los que pueblan las ciudades de nuestro entorno. La policía suele ser corrupta y el olor alquitranado de las drogas impregna a uno las fosas nasales, quizá, también, nos suene.

Veniss fue un tiempo otra más de las ciudades, que tras un rebelión contra un gobierno central dominado por una solimente, tras un proceso en el que “ciudades se alejan de las ciudades, que se devoran. Gobiernos se fragmentan en fragmentos de fragmentos” , tiene hoy un control laxo: numerosos gobiernos por zonas, ladrones, drogas, callejones, basureros, etc. Pero Veniss ha sufrido un cambio fundamental: el arte muerto de los hologramas, los carteles de neón, los edificios de muchas plantas, los medios de comunicación insípidos, los mimos callejeros, los aereodeslizadores, el “Agujero de una Puta” que describe uno de sus protagonistas, se han transformado en el arte vivo. El transformador es un creador de vida, un semidiós, llamado Quin quien, lejos de estar en los cielos, se esconde en el subsuelo, fuera del control de cualquier gobierno terrenal o terrestre, viviendo, cual Jonás o cual personaje de un cuadro de El Bosco, entre las mandíbulas de un leviatán gigantesco.


Quin experimenta artísticamente con la biogenética, creando seres increíbles: hombres con cabeza de elefante como el dios hindú Ganesha que sirven de policías, suricatos, que son una especie de simios para servir a los humanos, pseudoballenas, tiburones de nueva genética, su propio hogar. Pero también creaciones vivientes amorfas, dismorfas, horripilantes, porque no siempre el Dios creador produce criaturas perfectas. Quin, cual Dios caprichoso es tremendamente imperfecto y castiga sin remordimientos. Por eso, otro de los protagonistas, Shadrach, va en su búsqueda, para vengar sus castigos injustos y para redimir su origen. Shadrach rememorará el mito de Orfeo y Eurídice y bajará a los infiernos, como también hizo Dante en su “Divina Comedia”, para rescatar a su amada y vengar su daño en Quin.

Y será en este viaje hacia el subsuelo de Veniss, cuando descubriremos la otra Veniss, la Veniss soterrada, porque “la ciudad es áspera, la ciudad es un cliché realizado con cartón y colores chispeantes para disfrazar un centro vacío, el agujero”. En realidad ese subsuelo no está vacío, sino dividido en niveles, como el Infierno de Dante o como cualquier catacumba paleocristiana , ajena al control del imperio, y según profundizamos los horrores, entre huecos de rocas, son mayores. Como Alicia entramos a ese mundo a través de una especie de espejo, que en este caso es una pared negra, oxidada, que se disuelve al atravesarla. Aquí el sol desaparece y una artificial luna da un brillo plateado. En los primeros niveles tenemos lo mejor que el genio creador de Quin ha logrado, los suricatos, los simios con dedos oponibles que viven en un idílico bosque y que están programados para sustituir a los hombres, como raza imperfecta que somos.

Más abajo, en el quinto nivel, Quin tiene un suministrador de órganos, el Banco de órganos Slade, que semeja una catedral gótica pero construida de huesos, restos orgánicos, con columnas huecas y llenas de sangre o vidrieras que son contenedores de hígados amarillos, corazones rojos, ojos blancos y brazos color carne. Son las catedrales de los cadáveres, cuyas gárgolas son cabezas humanas pegadas al mármol y en vez de olor a incienso hay olor a matadero. Es el gótico orgánico, arte que no hemos estudiado, pero que Vandermeer sí tiene en su imaginación. Seres sin brazos, sin ojos, sin nariz, todos contribuyen al banco de órganos.

Comunicados por ascensores poco seguros o por trenes casi más difíciles de coger que un AVE en Navidades, podemos trasladarnos a otros niveles. Uno con su maquinaria minera, su color negro, como un templo del dios del metal, con sus obreros sudorosos de piel endurecida y vista avezada a la oscuridad, incultos por la destrucción del sistema educativo. Puede recordarnos a las minas subterráneas de nuestra Asturias, de la Gran Bretaña, de la explotación minera o cualquier mina de Polonia. Y sus trabajadores poco se diferencian de los reales. También hay niveles semiabandonados de negocios clausurados y fábricas cerradas, que la guerra con la superficie ha devaluado..


El décimo nivel, es un simple basurero. Antaño había sido una inteligencia artificial, pero hoy en día es una bestia lenta, vieja, que traga en orden rotatorio, desechos, comida podrida, plásticos usados y que posee unas mandíbulas de metal oxidado. La IA traga sin parar para quemar, para reciclar, “para comerse a sí misma y para comer al mundo para siempre”. La basura en el décimo nivel es oro puro. Sus habitantes la protegen como un tesoro, viven de ella. En Mali, por poner solo un ejemplo que conocemos, cientos de niños y adultos revuelven entre la basura tecnológica para encontrar sustento. Entre montañas y montañas de basura. Mali también es Veniss.



En un tren de velocidades temerarias, que algunos utilizan como mero medio de suicidio, Shadrach llega al nivel inferior. Aquel en el que habita el Dios creador. Aquel en el que habita Quin. Es el nivel treinta, el infierno en la tierra. Atravesando un mar inmenso guiño a la laguna Estigia, como Jonás, busca a su Dios, y lo encuentra en el vientre del leviatán moribundo que mantienen seres parásitos. El leviatán está en plena descomposición, mantenido por parásitos que limpian sus podredumbres, pero alberga unos edificios de laboratorios para los experimentos de Quin y su cabaña, a la que se accede por un calvario de seres crucificados. ¿Jerusalén esta vez? ¿La Roma de Nerón? Quin vive en el aislamiento de la belleza, un bonito bosque, un puente que recuerda a los de las ciudades japonesas con sus jardines zen. Pero como buen infierno sus habitantes están en plena guerra, a la que Quin es indiferente, y solo se preocupa de su subsistencia, la cual será segada por Shadrach.

A todo esto, por parte de la novela, discurre la cabeza de San Juan Bautista en una bandeja, bien es verdad que no es más que un suricato asesino y malintencionado …

3 comentarios:

  1. No sé si me atrevería a viajar a esa Venecia post-apocalíptica, eso sí el artículo me ha encantado.

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    1. Gracias. En lo viajar, todo es ponerse, en peores garitas hemos hecho guardia, ja,ja...

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  2. No lo había leído hasta ahora, y aunque coincido en que no es una ciudad muy atractiva, el artículo es muy bueno.

    Un saludo,

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