“No es que Kublai Kan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores.” [1]
Con este comienzo ya se pueden intuir los lugares por donde va a transitar la aventura a la que se enfrenta el lector, que sabe además que toda lectura es un viaje, una aventura. La obra se estructura como un diálogo a dos: Marco Polo y Kublai Kan. Este diálogo encorcheta diversos bloques de ciudades, sin nexo de unión entre ellas, donde el mercader de Venecia va describiendo para su señor la infinidad de lugares por los que va viajando en sus diversas embajadas, a lo ancho de todo el imperio. Para el Gran Kan conocer cada una de estas ciudades también es un viaje, imaginario. Viaja a través de las acertadas descripciones de Marco Polo:
"Sólo en los informes de Marco Polo, Kublai Kan conseguía discernir, a través de las murallas y las torres destinadas a desmoronarse, la filigrana de un diseño tan sutil que escapaba a la mordedura de las termitas.” [1]
Y a lo largo de este viaje compartimos la narración. Vamos descubriendo cada una de estas perlas dispersas a lo largo y ancho del territorio. Unas veces se dibujan ciudades, otras la forma de relacionarse entre sus habitantes, sus pensamientos, sus manera de ver la vida.
¿Podría pensarse que se establece un diálogo entre Oriente y Occidente? Es muy posible que así sea ya que con cada narración de Marco Polo de cada nueva ciudad no podemos mas que imaginarnos maravillosas ciudades del Oriente salidas de los cuentos de “Las mil y una noches” trufadas con toques, costumbres y formas de ser occidentales.
Según Italo Calvino “En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer; el libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general.” [2]
Ciertamente. Según vamos avanzando en la lectura nos daremos cuenta de que ninguna de las ciudades que se describe es una ciudad real que pueda visitarse. Sin embargo todas y cada una de ellas pueden ser reconocidas en alguna de las inventadas ciudades en las que vivimos: las ciudades son puros artificios y las nuestras no lo van a ser menos.
Todas son imaginarias que toman forma en el preciso instante en que son descritas por Marco a Kublai, o tal vez son ciudades reales cuyas maravillas llegan a los oídos del Gran Kan gracias a la sagaz palabrería del veneciano. Unas construidas de retazos de memorias, otras de deseos forjados por cada uno de sus habitantes proyectando su ciudad ideal, algunas simbólicas para sus lugareños y sus visitantes, aquellas otras en cambio perpetuo pero todas reales, todas inventadas. Todas soñadas, todas recordadas. Al fin y al cabo todas posibles.
“Así —dice alguien— se confirma la hipótesis de que cada hombre lleva en la mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin forma, y las ciudades particulares la rellenan.” [1]
Ciudades como Despina, la deseada, que adquiere forma de barco para el camellero que se acerca con su caravana tras cruzar el desierto o por el contrario, se asemeja a las dunas del desierto para el navegante que la otea mientras arriba a puerto. Isaura, la de los mil pozos, autocontenida sobre el perímetro del lago subterráneo del que liba el preciado líquido. Sofronia, partida en dos mitades: edificios, palacios, viviendas, sólidas construcciones de piedra en una de sus mitades y tómbolas, atracciones, puestos de golosinas en la otra, y que tras acabar la temporada ve recoger estas pétreas construcciones dejando la feria atrás, marchándose a tomar asiento en la siguiente ciudad feriada. Eutropia, ciudad de cambios, donde sus ciudadanos cada vez que se descubren cansados de sus trabajos, casas, vidas lo dejan todos a una cambiando juntos de trabajo, casa y vida para recomenzar de nuevo hasta el siguiente hartazgo. Eusapia, ciudad para gozar de la vida, donde sus moradores para hacer mas llevadero el tránsito a la muerte eligen la profesión que tendrán una vez fallecidos en una Eusapia subterránea copia de la vital. Con tanta elección y cambio en la ciudad subterránea ya no se sabe si la ciudad inanimada es la copia de viva o al revés.
Todas misteriosas como las mujeres de las que han recogido su nombre, de tal manera que el viajero siente al abandonarlas que deja una amante. Y en el oyente brotan deseos y envidias nada mas escuchar las maravillas. Desdichados todos: el que escucha y el que narra.
“ … un libro (creo yo) es algo con un principio y un fin (aunque no sea una novela en sentido estricto), es un espacio donde el lector ha de entrar, dar vueltas, quizás perderse, pero encontrando en cierto momento una salida, o tal vez varias salidas, la posibilidad de dar con un camino para salir” [2]
Desde luego éste tiene una puerta de entrada, una visita guiada de la mano del famoso mercader y una, varias o ninguna salida. Cada uno puede diseñar su propio itinerario: saltando de una ciudad a otra al azar, yendo adelante y atrás o de atrás hacia delante a lo largo de sus páginas o siendo mas clásico: de principio a fin. Como dice el autor “debe leerse como se leen los libros de poemas o de ensayos o, como mucho, de cuentos.” [2]
“… a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí.” [1]
Además de que una ciudad no se conozca a si misma, desgraciadamente nos encontramos cada vez con más frecuencia que las ciudades se están volviendo invisibles para sus propios moradores. Invisibles no porque no se miran sino porque no se admiran y deben ser los visitantes que llegan quienes nos hacen descubrir toda su riqueza. El continuo ajetreo de la vida cotidiana, el ir y venir, las continuas prisas nos ocultan lo que tenemos delante y no vemos.
“—¿Viajas para revivir tu pasado? —era en ese momento la pregunta del Kan, que podía también formularse así: ¿Viajas para encontrar tu futuro? Y la respuesta de Marco: —El allá es un espejo en negativo. El viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y no tendrá.” [1]
Debemos empezar a convertirnos en verdaderos viajeros de nuestras vidas e ir exprimiendo cada momento para separar lo interesante de lo vacuo, el grano de la paja, lo que nos eleva de lo que nos destruye, tal como se lee en el último párrafo:
“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.” [1]
“ … un libro (creo yo) es algo con un principio y un fin (aunque no sea una novela en sentido estricto), es un espacio donde el lector ha de entrar, dar vueltas, quizás perderse, pero encontrando en cierto momento una salida, o tal vez varias salidas, la posibilidad de dar con un camino para salir” [2]
Desde luego éste tiene una puerta de entrada, una visita guiada de la mano del famoso mercader y una, varias o ninguna salida. Cada uno puede diseñar su propio itinerario: saltando de una ciudad a otra al azar, yendo adelante y atrás o de atrás hacia delante a lo largo de sus páginas o siendo mas clásico: de principio a fin. Como dice el autor “debe leerse como se leen los libros de poemas o de ensayos o, como mucho, de cuentos.” [2]
“… a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí.” [1]
Además de que una ciudad no se conozca a si misma, desgraciadamente nos encontramos cada vez con más frecuencia que las ciudades se están volviendo invisibles para sus propios moradores. Invisibles no porque no se miran sino porque no se admiran y deben ser los visitantes que llegan quienes nos hacen descubrir toda su riqueza. El continuo ajetreo de la vida cotidiana, el ir y venir, las continuas prisas nos ocultan lo que tenemos delante y no vemos.
“—¿Viajas para revivir tu pasado? —era en ese momento la pregunta del Kan, que podía también formularse así: ¿Viajas para encontrar tu futuro? Y la respuesta de Marco: —El allá es un espejo en negativo. El viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y no tendrá.” [1]
Debemos empezar a convertirnos en verdaderos viajeros de nuestras vidas e ir exprimiendo cada momento para separar lo interesante de lo vacuo, el grano de la paja, lo que nos eleva de lo que nos destruye, tal como se lee en el último párrafo:
“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.” [1]
[1] Las ciudades invisibles – Italo Calvino
[2] Conferencia pronunciada por Calvino en inglés, el 29 de marzo de 1983, para los estudiantes de la Graduate Writing División de la Columbio University de Nueva York
¡Italo Calvino, mi eterno pendiente...! Gracias a este artículo he perdido una de las excusas que solía ponerme a mí misma; ya sé por dónde empezar. Definitivamente, será este libro el primero suyo que lea.
ResponderEliminarLo mismo digo. Yo tampoco he leído nada de él, y creo que voy a empezar por este. Me ha encantado la última cita :).
ResponderEliminarSólo he leído El vizconde demediado, pero reconozco en cierta forma el ambiente fantástico y la cuestión moral -o didáctica- que se desprende de la obra.
ResponderEliminarMuy buena reseña, Cuscurro.
Un saludo.
Me pasa igual que a Sue, este autor es uno de mis pendientes y, con este espléndido artículo de Cuscurro, tengo la excusa perfecta para comenzar con su Literatura.
ResponderEliminarGracias,
Hace mucho tiempo que leí este maravilloso libro. A mí, me encantó. Nos adentra en una realidad que debemos reconocer y es que en cada ciudad encontramos lo que deseamos encontrar, casi independientemente de lo que se nos presenta. Nuestras espectativas son vitales a la hora de descubrir una ciudad. Otra realidad que señala muy bien Cuscurro es que apenas conocemos nuestras cuidades cotidianas, porque las usamos como meras vías del tren de nuestras vidas y no como el forastero que las descubre con fascinación. Hay que arreglar esa carencia, dándonos un tiempo en nuestra propias ciudades, propias regiones o propio país. Merece mucho la pena bajarnos del tren de la ajetreada vida para contemplar la estación por la que siempre pasamos.
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