Yukio Mishima: El camaleón que escribía con letras orientales - Miguel Ángel Maroto (topito)



El fluir de la vida se asemeja al caudal de un río. En ocasiones fluye de una forma vertiginosa, sorteando grandes obstáculos y formando remolinos que engullen nuestra voluntad. En otras, las más escasas, sosegada, sin apenas escollos que esquivar, permitiendo seguir las decisiones tomadas. Pero al final, sea corto o largo su recorrido, más dificultoso o sencillo, más reconocido o ignorado… desemboca, tan mansa como las aguas de un delta, en lo inevitable: la muerte. Así, de esta manera, fluyen millones de vidas. En gran medida anónimas. Sólo reconocidas por familiares y amigos. Pero...
si el azar o el interés lo suscitan, pueden llegar a obtener un reconocimiento local, regional o hasta nacional. Por otro lado, existen esas otras vidas con un fluir turbulento, cuyo reconocimiento no se estanca en un ámbito local, regional o nacional, sino que fluye libres por cada rincón del planeta, llamando nuestra atención por su inteligencia, su carisma o su genialidad. Y, si a eso añadimos que el caudal que mueve su vida no desemboca formando un delta sino una impresionante cascada, consiguen perturbar nuestros sentidos y excitar nuestra aberrante morbosidad. Entonces, en ese preciso momento, al genio lo convertimos en mito.


Cuando un genio se convierte en mito


El escritor Yukio Mishima se convirtió en mito la mañana del 25 de noviembre de 1970, tras acometer —con algún que otro problema técnico— seppuku, frente a los ojos de un atónito y amordazado general en jefe de las Fuerzas de Autodefensa Japonesas. 

Esa mañana, el escritor deja sobre la mesa del recibidor el manuscrito El deterioro del ángel, con él cierra la tetralogía iniciada en 1966. Una vez comprueba que todo está en orden, se viste con el inmaculado traje militar —que él mismo diseñó— del Tate-no-kai (Sociedad del Escudo), su ejército privado. En la calle, impacientes, le esperan cuatro de sus «soldados» en el interior de un vehículo. Una vez aparece el maestro, le saludan con respeto y parten hacia el cuartel. 

Durante el trayecto, pasan frente al colegio donde estudia la hija del escritor. Cualquier otra persona  hubiera girado la cabeza, anhelando ver por última vez el rostro de su hija tras el cristal de una de las ventanas, pero Yukio Mishima, ese genio que en breve se convertirá en mito, no lo hace. 

Cuando llegan a su destino, se les permite la entrada sin problemas. No podía ser de otra manera: es Yukio Mishima, uno de los hombres más celebres del país; además, tiene cita con el general. Una vez se encuentra en la intimidad del despacho, frente al general Mashita y rodeado de sus cuatro «soldados», se inicia una charla plácida y amistosa. Todo parece transcurrir de una forma sumamente normal. El general se interesa por la espada japonesa que porta al cinto Mishima; forjada en 1620, toda una reliquia. El escritor la desenvaina, extiende los brazos y se la ofrece. Los minutos pasan y la adrenalina comienza a actuar en los cuerpos de los «soldados», pues faltan escasos segundos para que inicien el «Incidente». 

La normalidad que se respira en aquel cuarto, la misma que inhalan la gran mayoría de los seres humanos, no es la misma que oxigena la mente del escritor; nunca lo ha sido. Su oxígeno proviene de un tiempo pasado, enrarecido y anacrónico.

Mishima pronuncia las palabras convenidas, y los «soldados» actúan sin demora. En segundos, un aturdido general se encuentra atado y amordazado. Acto seguido comienzan a bloquear las puertas. Sin embargo, al planear el «Incidente», el escritor no ha tenido en cuenta la deferencia de los militares hacia su persona. En ese preciso instante, un militar mira por el ojo de la cerradura: debe cerciorarse si es el momento idóneo para ofrecer un refrigerio. El militar se turba al observar la sorprendente escena. Por un instante, se queda inmóvil, sin saber cómo actuar. Cuando por fin reacciona, va al encuentro de varios oficiales y narra la escena. Los oyentes no dan crédito a sus palabras. Se encaminan al despacho y una vez allí, varios de ellos, miran a través de la cerradura. Sí, es cierto: el general Mashita está cautivo. El desconcierto va en aumento. Un oficial aferra el picaporte. Lo gira. Empuja la puerta. Pero no consigue abrirla. Comienzan los gritos desde el pasillo. Varios de los oficiales empujan la puerta al unísono y ésta cede. Entran desarmados, pues la ley prohíbe al ejército disparar contra civiles. Mishima y su «soldado» Morita, sable en mano, comienzan a repeler el ataque. El resultado: siete heridos leves. Los militares desisten y aceptan las peticiones de Mishima. El escritor cree haber conseguido su propósito: pronunciar su proclama frente al regimiento desde el balcón del despacho. Sin embargo, no todo saldrá como fue planeado.


Morita y Ogawa abren la puerta del balcón y sin demora cuelgan los carteles  que resumen la proclama. Cuando finalizan,  arrogan al aire las copias a papel del manifiesto. Las hojas, suspendidas en el aire, danzan con majestuosidad. Entonces, una vez finaliza la coreografía, se precipitan hacia los soldados en formación que observan con desconcierto a Morita y Ogawa.

Cuando por fin sale Mishima al balcón, observa una multitud de periodistas junto al regimiento formado. Mishima, el día anterior, sólo había citado a dos, pero los militares, ante el desbordamiento de los acontecimientos, solicitan la ayuda de la policía municipal. Esto provoca que la noticia se propague tan veloz como el fuego lo hace sobre la pólvora por las redacciones de los medios de comunicación.  Y, naturalmente, cada uno de ellos manda a sus redactores y fotógrafos a cubrir la noticia. 

Mishima inicia su discurso: «Nuestra Sociedad de los Escudos creció gracias al Ejército de Defensa nacional; por tanto, se podría decir que el Ejército de Defensa nacional es nuestro padre y nuestro hermano mayor. Entonces, ¿por qué lo recompensamos de los favores que nos ha otorgado actuando con tanta ingratitud?...»

Apenas han trascurrido siete minutos de discurso y Mishima comprende que no le escuchan. Por los altavoces, cuando convocaron a los soldados frente al balcón, se había indicado que debían guardar silencio. Sin embargo, el rapto del general ya se había propagado entre ellos y, tras unos segundos de discurso, habían comenzado a gritar al escritor. Mishima les observa con semblante serio y desiste en su empeño, entrando en el despacho.

«Creo que no me han entendido bien», dice. Lo cierto es que nadie le comprendio ni en ese momento ni a lo largo de su vida. Pero ya es tarde para hacerse comprender, por lo que debe finalizar el último acto de su vida. 

Se despoja de su chaqueta y se arrodilla ante el general. Morita se coloca tras él, elevando la katana sobre su cabeza. Entonces el general comprende que va a ocurrir. «No, ¡No haga ese disparate, por favor, No!», le grita. Pero Mishima ya no escucha, pues está concentrado como todo buen samurái antes de cometer seppuku.
 
Aferra con fuerza la espada corta y acomete la acción que anhelaba desde hacía cuatro años atrás. El mismo acto que escribió en Patriotas y que representó ante las cámaras en su adaptación al cine. 

Su cuerpo cae y la posición para su decapitación no es correcta, por lo que Morita no la corta en un solo movimiento. Se ve incapaz. Furu Koga —experto esgrimidor— debe ayudarlo. Otro golpe más y la cabeza de Mishima rueda sobre el suelo del despacho. Tras él, Morita le sigue en la muerte.
 
El «Incidente» ha terminado.
Yukio Mishima en el balcón del despacho del general.

«Tras meditarlo concienzudamente durante cuatro años, he decidido sacrificarme por las viejas y hermosas tradiciones del Japón, que desaparecen velozmente, día a día. Ésta es mi última carta. Le deseo una vida muy feliz.»
  Últimas líneas de la carta enviada a Iván Morris, traductor de su obra al inglés.


Al día siguiente, los periódicos de todo el mundo anuncian el incidente. Hasta ese momento muchos occidentales desconocen el talento del escritor, y aún menos su obra, pero se sobrecogen al leer el suceso. Los medios de comunicación —como no podía ser de otra forma— publican extensos artículos, alimentando la morbosidad que suscita su dramática muerte. Toda esta publicidad, que tanto hubiera agradado a Mishima, junto a las biografías y ensayos que aparecieron los años posteriores a su muerte, lo convierte en una figura mítica para el gran público. Un hecho que en Japón ya había sucedido por su prolífero trabajo como novelista, ensayista, poeta, dramaturgo, actor y director. Eso sí, como todo genio, amado y odiado a partes iguales. 

Por aquel entonces, la obra de Yukio Mishima no había sido traducida al castellano, por lo que era un total desconocido en España. La noticia de su muerte fue tratada en los medios de comunicación patrios de forma anecdótica y un tanto exótica, pues eso del seppuku era cosa de samuráis. Sólo en diversos círculos literarios impactó la noticia, entendiendo la trágica perdida que suponía para el mundo literario. Años más tarde, el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera, motivado por su profesión,  inicia una investigación para analizar los estímulos que llevaron a Mishima a acometer aquel suicidio ritual. En 1978 se publica su ensayo Mishima o el placer de morir. Una de las obras ensayísticas indispensables para entender la obra y vida del autor japonés. Sin embargo, y a pesar del magnífico ensayo de Vallejo-Nágera, aún tardaría décadas en aflorar el interés del público español por la literatura oriental en general, y por la de Mishima en particular; por lo que no se les puede quitar la razón a los amigos de Vallejo-Nágera cuando le instaron a abandonar su proyecto.¿Quién se iba a interesar por un ensayo de un autor desconocido en España?


«En 1970 tenía obras traducidas en quince países, ninguna al español. Hoy hay cuatro que han pasado casi inadvertidas. Por supuesto en el mundo literario se conoce a Mishima y su obra, pero sigue siendo un autor inexistente para el público. Claro está que también continúa en esta situación Kawabata, pese al premio Nobel; [...] con estos precedentes es lógico que mis amigos hayan estado intentando disuadirme del esfuerzo y riesgo de presentar el exponente de un tipo de literatura que parece no atraer a nuestros compatriotas.»
Mishima o el placer de morir, pág 14

 
Mishima posando al más puro estilo occidental.

Aíres de Occidente para un camaleón que escribía letras orientales.

Yukio Mishima fue un camaleón de las letras, pues supo adaptar con maestría el estilo de sus escritos según las circunstancias lo exigían: en sus obras menores, dirigidas al gran público, un lenguaje llano y accesible, empleando una narrativa ágil, propia de occidente, aunque llena de matices orientales; y en las mayores, dirigidas a un público más exquisito, un lenguaje culto y refinado, donde apreciamos una narrativa más compleja, influencia directa de la literatura tradicional japonesa y de la literatura de vanguardia occidental. Y aunque usemos esta adjetivación, la calidad de todas ellas es excepcional y no desmerecen las unas sobre las otras, puesto que Yukio Mishima fue uno de esos genios literarios que la humanidad produce cada dos o tres siglos.

Sin embargo, no centraré mi atención en las obras maestras del autor, sino en una de las tantas obras menores que escribía a lo largo de varios días encerrado en una habitación del Hotel Imperial de Tokio. La obra que le dio gran popularidad en América y la más reconocida en Europa. Me refiero, claro está, a El marino que perdió la gracia del mar.

Portada del libro El marino que perdió la gracia del mar.

Publicada en 1963, y alabada por crítica y público, es una novela brillante, con un lenguaje sencillo y una de las más cercanas al esquema narrativo occidental. Por todo ello, su traducción conserva la primigenia del escrito y el lector puede saborear la auténtica esencia de las obras de Mishima. No obstante, el mayor interés de la novela radica en la perfecta parábola trazada entre la línea argumental, el temple de los personajes y las acciones que motivan sus actos con la visión tan particular que tenía el escritor sobre la occidentalizada sociedad nipona y su pérdida de los valores tradicionales. Aunque para comprender esta parábola, debomos hablar primero del libro que encauzó el destino de Mishima. Un escrito del siglo XVIII que aúna el código del samurái ideal, el Hagakure.

«La mayoría de los escritores son normales y actúan como perturbados, yo actúo normalmente pero estoy enfermo del alma.»
Yukio mishima
 

La utópica revolución política y social de finales de los años sesenta, que nos resulta tan familiar a los occidentales, también sacudió al Japón milenario. Mishima, que en aquellos años sigue sin encontrar en la literatura esa cura para su enfermedad del alma, se convierte en un hombre de acción, por lo que incrementa su actividad política. El gran público comienza a conocer su escala de valores e idearios a través de sus artículos, entrevistas y ensayos. Entre todos estos documentos, los ensayos escritos poco antes de su muerte: Introducción a Hagakure (1967) y Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis (1968), son los más significativos, pues con ellos podemos discernir con claridad la filosofía y moral que gobierna sus actos públicos y las motivaciones que le llevaron a cometer seppuku.

Introducción a Hagakure, o La ética del samurái en el Japón moderno, su título en castellano, es un juego de espejos entre los tradicionales valores perdidos de los jóvenes samuráis del siglo XVIII y la occidentalizada juventud nipona de su tiempo.

Pero ¿de dónde proviene Hagakure? Y lo más importante, ¿qué vio Mishima en él?

Yamamoto Tsunetomo, autor del Hagakure, fue un samurái vasallo del clan Nabeshima. Cuando falleció su señor, no pudo cometer seppuku, pues éste lo había prohibido en 1660, por lo que decidió retirarse a un monasterio cerca del castillo de Saga. Allí, años después, ya siendo monje budista, mantendría largas conversaciones con Tashiro Tsuramoto, un joven samurái, sobre la ética que todo bushi debía seguir. Los nuevos aires de comienzos del siglo XVIII habían oxigenado los hábitos de los jóvenes guerreros, como los aires de occidente lo habían hecho con la juventud japonesa de postguerra. Los tradicionales valores de los viejos samuráis quedaban atrás, brotando nuevas actitudes ante el dinero, el amor o la moral; actitudes, por otro lado, que reprobaba Yamamoto. Tashiro transcribe aquellas conversaciones, unificando por primera vez los valores tradicionales de los samuráis (el código bushidō) en un escrito, y lo distribuye entre  los samuráis del clan Nabeshima. No obstante, hasta la era Meiji (1866-1912), no se publicó, pues el escrito estaba celosamente guardado por el clan. Y en apenas varias décadas se convirtió en uno de los libros más populares del Japón hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

«El significado de esta obra descansa en la visión que me ha dado del mundo», dijo Mishima. No podemos olvidar que el escritor pertenece a una generación de postguerra despojada de su identidad y sumamente occidentalizada. Un pueblo que ha perdido los valores tradicionales y que forjan desde su derrota una nueva escala de valores ante el dinero, el amor o la moral. Como ven, no es difícil comprender que Mishima viera en Hagakure un reflejo de su sociedad, y lo utilizara  para proyectar su malestar, convirtiendo la obra en el pilar que sustentaría su escala de valores y el útero del que salió su literatura.

«El Hagakure es la matriz de mi literatura.» 
                                                                                                                                        Yukio Mishima

La visión tan peculiar que tiene de Japón la proyecta en los personajes de su novela El marino que perdió la gracia del mar.

La narración gira en torno a tres personajes: Fusako Kuroda, una viuda de apenas treinta años que conserva aún todo su esplendor; Noboru Kuroda, su hijo, de apenas trece años, inteligente y perteneciente a un clan formado por compañeros del colegio, y que se reúnen cada tarde para hablar de las acciones y la moral que rige el mundo adulto; y por último, Ryuji Tsukazaki, un marino de carácter distante, amante del mar y que perderá la gracia de Noboru Kuroda en el trascurso de la novela.

La base argumental es sencilla, pues Mishima crea un círculo sentimental entre los tres personajes, forjando un conflicto para mover el engranaje de la acción y  generar su amargo final. Sin embargo, a lo largo de todo este movimiento, la meditación de Noboru Kuroda sobre su madre y el marino, la actitud de ambos ante la vida y las decisiones que toman a lo largo de la narración, es el aceite que la hace fluir. Lo más curioso, si uno conoce las reflexiones de Mishima sobre el Hagureke, es que se asemejan a las de Noboru, y uno, mientras lee la novela, comprende lentamente que tras cada letra, palabra y frase se esconde el complejo ideario del autor. 


«Hemos vistos que, a causa de su obsesión por la prosperidad económica, el Japón de la posguerra ha renegado de sus propios orígenes, ha perdido el espíritu nacional, ha corrido hacia lo nuevo olvidando la tradición, ha caído en una hipocresía utilitarista y ha precipitado su alma hacia un terrible vacío.»
Extracto de la proclama de Mishima del 25 de noviembre de 1970.

La occidentalización del Japón y su nueva escala ante el dinero y el amor queda totalmente definido en el personaje de Fusako Kuroda; La pérdida de los valores tradicionales lo encontramos en el personaje del marino, Ryuji Tsukazaki, pues el ama la mar y detesta la tierra, sin embargo, el amor le despoja de su identidad, abandonando los valores que marcan su rumbo, como la sociedad japonesa hizo tras perder la guerra; y en el personaje de Noboru Kuroda, en un principio se contempla la admiración por un hombre de mar, después el pesar por el despojo de su identidad y por último el odio suscitado por alguien que abandona sus valores.  

«Los fantasmas del mar y de los barcos y de los viajes oceánicos existían tan sólo en aquel aliento fresco y rutilante. Pero, con el paso de los días, veía cómo se iba adhiriendo a Ryuji otro de los groseros olores de la rutina de tierra: el olor del hogar, el olor de los vecinos, el olor de la paz, de las frituras de pescado, de las bromas, del mobiliario que nunca cambia de lugar, de los libros del presupuesto familiar, de las excursiones de fin de semana… Todos los pútridos olores que despiden los hombres que habitan en tierra: el hedor de la muerte.»
 El marino que perdió la gracia del mar, pág 131

Cierto es que para comprender mis argumentos, y mi particular visión de la novela, debieran leer antes los ensayos citados en este artículo. Sin embargo, los escritos no son propiedad del autor, sino del lector. Y como tal, será éste y nadie más, en la soledad de su lectura, quien discierna su mensaje.

Hay lectores que han asemejado El marino que perdió la gracia del mar a El señor de las moscas; otros, lo han tachado de panfleto fascista e indigno de leer; los que admiramos a Mishima, sólo vemos el oculto reflejo de su semblante  bajo la capa de su excepcional prosa. 

Y ahora, mientras escribo las últimas líneas, y recordando las palabras que me escribió Julia Duce, «la novela la conozco y me encanta, creo que ofrece muchas lecturas», sólo me viene a la mente una pregunta:

¿Qué ven ustedes en El marino que perdió la gracia del mar?



Bibliografía:


Ensayos



Vallejo-Nágera, Juan Antonio. Mishima o el placer de morir. Planeta, 1978

Mishima, Yukio. Lecciones espirituales para jóvenes samuráis. Palmyra, 2006
Mishima, Yukio. La ética del samurái en el Japón moderno. Alianza, 2013
Santibáñez, Rodrigo. Testimonio y replica: Representaciones de la ideología fascista en la literatura, ejemplificadas en El jorobadito de Robert  Arlt y El patriotismo de Yukio Mishima. Seminario de Grado, Univ. de Chile, 2011

Novelas

Mishima, Yukio. La perla y otros cuentos. Alianza,  2010
Mishima, Yukio. Confesiones de una máscara. Espasa, 2002
Mishima, Yukio. El marino que perdió la gracia del mar. Alianza, 2003

Videografía:

Mishima: Una vida en cuatro actos.  Schrader, Paul. 1985
Yukio Mishima. Informe Semanal, RTVE. 1985
Yûkoku (Patriotismo). Mishima, Yukio. 1966
Entrevistas de Yukio Mishima en 1969 para la televisión canadiense.

Artículos:

http://intersecciones.psi.uba.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=87:muerte-y-vida-de-yukio-mishima-parte-1&catid=16:invitados&Itemid=1

http://intersecciones.psi.uba.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=128:muerte-y-vida-de-yukio-mishima-ii&catid=16:invitados&Itemid=1
 


10 comentarios:

  1. Estupendo artículo Miguel Ángel, Gracias por citarme, y me alegro muchisimo de que seas tu quien la haya presentado,

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    1. Muchas gracias, Julia. Me ha costado no alargarme mucho. Se puede hablar tanto de Yukio Mishima. Espero que guste a los lectores el artículo.

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  2. Un artículo estupendo. Yo leí esta novela siendo adolescente, y evidentemente mi lectura en estos momentos sería muy muy diferente, y tu artículo me ha animado a ello. Gracias por recordarme que tengo que leer, y releer, a este gran autor.

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    1. Tienes mucha razón. Nuestra experiencia y los años nos hacen ver la vida de diferente manera. Además de leer puntos de vista diferentes sobre un mismo libro. En nuestro foro esto está a la orden del día.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Muy interesante y muy bien documentado como todo lo tuyo, Topito....

    Sólo he leído un libro suyo, El rumor del oleaje, que me encantó. Y me ha gustado saber más de su vida y de sus motivaciones.

    Excelente.

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    1. Te recomiendo El marino que perdió la gracia del mar. Se lee rápido y te va a dejar K.O. una vez lo acabes. te lo aseguro.

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  5. Enhorabuena por el artículo Topito. Yo llegué a Mishima por el libro de Vallejo-Nájera, que no sé la de veces que habré releído. En su día vi la película que hizo Paul Schrader –pirateada con descaro en el reportaje de Informe Semanal que citas-, que también me parece una aproximación muy interesante a este escritor. Por cierto, una película casi imposible de ver hoy por hoy.

    No recordaba que “El marino que perdió la gracia del mar” fue redactado en el Hotel Imperial. Este edificio fue una de las obras míticas de Frank Lloyd Wright, y se demolió en 1968, dos años antes del suicidio del escritor, por especulación inmobiliaria pura y dura. Y ojo, que se llamaba Imperial porque estaba junto al palacio del emperador, cuya familia tenía participaciones en el negocio. Para los arquitectos japoneses –y también para los no japoneses- fue una tragedia que aún perdura.

    Nunca lo había pensado, pero supongo que a Mishima le afectaría la destrucción de este símbolo de occidente que había en el centro de Tokio y en el que él se refugiaba para escribir. Todo debió sumar en el “incidente”.

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  6. Un artículo muy interesante.

    He leído varios libros de él, pero el que nombras es uno de los que tengo pendientes. El primero que leí fue "El pabellón de oro" y me enamoró (tanto me gustó que lo he releído varias veces). Sus historias tienen algo especial que no sabría explicar qué es pero que me fascina. Tengo claro que seguiré leyéndole; dudo que me decepcione.

    De nuevo gracias por el artículo. Me ha encantado.

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  7. Gracias por este Ilustrador artículo, estoy leyendo Lecciones espirituales para los jóvenes Samurai.

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