Hay en nuestra sociedad un culto a la belleza y la juventud
que convierte el amor y, sobre todo, el sexo en la edad madura en algo sospechoso y en la vejez en una evocación directamente sucia y obscena. Pero la belleza y el amor, digan lo que digan las convenciones sociales, son dos realidades transgresoras y
atraviesan todas las edades. Con diferentes percepciones y
consecuencias, están ahí a lo largo de
toda la vida.
Me duele encontrar en las valoraciones de dos novelas como Memorias de mis putas tristes y La casa de las bellas durmientes (La bella durmiente, en su traducción literal) solamente los prejuicios y obviar las más de las veces la parte
espiritual de lo que tienen, la estética y la belleza del sentimiento romántico
o cruel según el caso. Ambas comparten
argumento y situaciones en gran medida, al menos superficialmente, y la del premio Nobel colombiano se inspira sin ocultarlo en la del japonés:
“No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido”
El mismo comienzo para las dos novelas, el mismo punto de partida para dos historias radicalmente diferentes. Dos autores contemplan la pasión desde la decadencia de
la edad por adolescentes dormidas. Pero
el camino es divergente, opuesto desde un comienzo idéntico:
Egochi, un hombre
mayor, con una experiencia de amores diversos: maritales, filiales, pasiones ilícitas y mercenarias, acude a un extraño burdel donde ancianos duermen con
jóvenes vírgenes narcotizadas, convertidas en compañeras silenciosas. El protagonista de Memorias de mis putas
tristes solo ha conocido el sexo del
amor mercenario, una vez estuvo a punto
de un matrimonio del que huyó y, a sus
90 años, el hombre, que tiene un concepto de sí mismo algo triste, solo desea una
virgen para festejar su cambio de década, una relación que, como la de Egochi, será tan solo con una mujer dormida a la que jamás
tocará poco más allá de unos besos, pese a la insistencia con la que lo empujan a consumar el sexo comprado.
Son dos historias hermosas y evocadoras, son recorridos por
la vida de dos hombres que sienten que el tiempo se les acaba, pero, mientras
uno se dirige de forma inexorable a la
muerte, el otro empieza a vivir de verdad y se enamora por primera ver con el alma porque:
“sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor.”
La novela de Kawabata es delicada y esteticista, tremendamente sensual y triste. Casi tocamos texturas y colores, percibimos la luz, el olor, sentimos la brisa, el sonido de las olas. Pero también palpamos de forma nítida el miedo a la vejez, la
decrepitud que conduce a un cierto
rencor hacia la juventud dormida, la crueldad soterrada y la violencia.
Cada mujer le evoca episodios de su vida. Y sin embargo,
desde el sueño, las jóvenes sumisas,
objeto de deseos primarios y violentos, con sus muertes transitorias, son
las que dominan al viejo crápula. Desde
la melancolía, la soledad y el miedo a
la vejez, se evoca un erotismo en
esfumato, doloroso y triste, con la muerte siempre rondando. Kawabata se demora en las descripciones de las
muchachas, en las pieles diferentes,
en sus gestos dormidos, en sus olores personales, sus cabellos, en el aliento que las dota de personalidades muy distintas que consiguen transmitirle desde el sueño. Cada una es
diferente e inspiran reacciones y recuerdos en diferentes etapas de su vida, que nos permiten construir la
personalidad del frío protagonista. No hay ternura. Es un ejercicio de
autocompasión, de egoísmo solitario,
doblegado por la presencia de esas adolescentes bellas durmientes. Es imposible, pese a la belleza de lo evocado, la sutileza de las imágenes que nos muestra, sentir simpatía por este anciano que no ama a nadie y los recuerdos de las mujeres con las que ha
estado tampoco son amables. En medio de esas evocaciones veladas, surgen pinceladas de sordidez y
de violencia: la idea de ser inspirador de fantasías a una mujer de edad
madura cuando era un hombre joven, le resulta desagradable:
“El hecho de ser utilizado a sus espaldas por la mente de una mujer de edad mediana resultaba bochornoso”
No siente el erotismo que le transmite esa mujer que yace indefensa a su lado en la noche, siente la solitaria pasión destructiva de poseerla desde la indefensión, de apropiarse de su virginidade, de apropiarse de sus vidas.
Los recuerdos de sus
antiguas amantes, etéreos entre arco iris, el sonido de la lluvia,
entre los cerezos en flor y los crisantemos, o violentos y temperamentales, tienen siempre un algo de oscuro presagio, de morbosa melancolía, de pesadumbre y violencia, hasta la última mujer recordada, su madre en la agonía de la muerte. Tal vez sea por el momento vital en el que se
encuentra, en ese umbral en el que aún se cree ser un hombre pero está a punto de ser un desecho de virilidad, en el
que siente que todo se está terminando y la muerte le ronda tan cerca, en esa vejez tan fea y decrépita, que siente en el alma algo vergonzoso:
“Como ella no se despertaría, los viejos huéspedes no tenían que sentir la vergüenza de sus años”
La idea de la vergüenza que le produce no tanto la situación, como la misma vejez fea y solitaria, se repite constantemente. Y morir junto a la doncella dormida, contaminando su juventud y su vitalidad aun sin que ella llegue jamás a saberlo, pero proporcionándole a él el gozo de hacerlo en la compañía de una vida que empieza se le hace cada vez más atractiva.
En las noches que pasa el anciano, (anciano, repetido una y otra vez, anciano peleando con la
juventud de cada una de las bellas durmientes, fantaseando con la violencia, con apropiarse de su juventud), Eguchi no da nada a cambio. El recuerdo de las
camelias se apodera del de la hija favorita y de la presencia de la joven que yace a su lado, porque es la sensualidad de las flores lo que evoca, siempre el momento estético del recuerdo, no la
intimidad de la relación con la mujer que en ese momento comparte su memoria,
sea esta hija, esposa, amante o madre.
No hay lascivia en
los recuerdos de sus amantes y memoria
de sentimientos hermosos, están estos siempre ligados a la tristeza, a la vejez o a la muerte:
“la felicidad de oírla decir que había dormido como si estuviera muerta perduro en él como una música nueva”
Las muchachas se suceden y, conforme la historia avanza, las imágenes que le inspiran al
anciano son cada vez más tétricas. La vejez y la decrepitud se convierten en una
obsesión y la idea de hacer daño a la joven que duerme a su lado se hace más violenta. Se sugiere una intuición de venganza,
por estar vivas en esas pequeñas muertes, por ser jóvenes y
poder volver a enamorarse, por ser
hermosas oponiéndose a la fealdad de
su odiada decadencia. Siente que:
“quizá la juventud sea terrible para un anciano”
El libro de Gabriel García Márquez es la otra cara de la moneda. El protagonista quiere celebrar
su noventa cumpleaños con una noche de amor iniciático, con una virgen, en un burdel. Pero
mientras las muchachas dormidas le inspiran al protagonista de Kawabata sentimientos sombríos, la de García Márquez, le inspira vida, le infunde ansia de
vivir. Los amores evocados en Memorias de mis putas tristes son luminosos, recordados con una dulce nostalgia
melancólica ya sea la criadita que le consuela en sus necesidades, las furcias que lo inician de niño aún en aquel desván, las putas que lo acompañan toda su vida o aquella novia a la que no pudo desposar. Y conforme la historia avanza, su protagonista se hace cada
vez más fuerte, más vital, de la misma manera que el de La casa de las bellas
durmientes muere cada noche un poco más.
El viejo nonagenario se enamora de la adolescente dormida, le construye un paraíso privado, le
lee libros, le pone música, la educa, se preocupa por ella y siente celos de
posibles historias paralelas. No
siente ansia de poseerla, ni de destrozarla, ni de vejarla, mientras la
tiene a su lado dormida, solo ama con una pasión adolescente, rejuvenece con ella y cae en la locura
depresiva cuando cree perderla. Da mucho más que recibe.
Mientras la novela japonesa es un canto a la muerte y al hastío de vivir, la del anciano colombiano es
una canto a la vida y a la posibilidad de
recobrar lo que nunca se tuvo: el amor.
Hay muchos paralelismos en las dos novelas, no solo los
protagonistas y la situación paralela: los amores evocados, la muerte
alrededor acechante, algunos fantasmas que rondan a los ancianos, la muerte de algún secundario, que los aleja de sus
bellas dormidas, y las 'madames', frías las
dos, materialistas y controladoras de la situación. Pero mientras en una novela domina la oscuridad y el tono sobrio rojizo filtrado por la textura de la decoración del cuarto, que recuerda a
la sangre latiendo, como si la vejez vampirizara a las muchachas, en la
otra la luz inunda la vida, las estancias, que cada vez personaliza con mas detalles personales el viejo caballero, intentando hacer un hogar cálido y hermoso para el y su doncella.
La poesía y la ensoñación predominan en la japonesa, el esteticismo estático, el frío. La luminosidad, la vida bulliciosa, la alegría y esperanza, impregna cada página de la novela americana.
La casa de las Bellas
Durmientes deja una sensación de tristeza morbosa; la de García Márquez, de
esperanza y una sonrisa
compresiva. La primera es una tragedia; la segunda, una historia de amor.
Tal vez no sean ninguna de las dos las mejores novelas de
sus autores, creo que con la excusa de pertenecer a una cultura diferente se perdona más a Kawabata, el
erotismo sugerido en su obra, que a mí personalmente me parece cruel y duro aunque nos lo envuelvan en un papel bellamente estilizado y
sensualmente perfumado. En mi opinión, la novela de García Márquez me parece mucho más hermosa, hay una sublimación más vital del planteamiento, aunque el papel sea mas chillón y el aroma más vulgar.
Qué bueno el análisis, y vaya filón que es la edad, cuando todos los recuerdos y pasiones vividas y no vividas cristalizan en una persona más consciente. Si encima tienes a un genio como García Márquez escribiendo sobre ello, el resultado puede ser algo digno de leer.
ResponderEliminarMuy interesante la relación entre dos autores y dos culturas tan distintas. Felicidades.
Interesantísimo artículo que nos revela paralelismos insospechados entre ambas novelas. Las leí las dos hace mucho tiempo y este artículo me ha hecho recordar las y ver las similitudes que no había captado. Un artículo muy inspirado.
ResponderEliminarBuen comentario, de verdad, cuando estudie letras en la universidad hice un trabajo donde presente este mismo punto de vista. Ahora estoy estudiando la recepcion que tuvo esta novela. Realmente muy pero muy polemica.
ResponderEliminarMuchas gracias a los tres. Sin ser como digo en el artículo las mejores de los dos autores, me parecen que merecen la pena ser leídas. A ser posible seguidas para apreciar los matices.
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