«Sobre la naturaleza humana nos dice más una novela que la ciencia»
Noam Chomsky, Crónicas de la discrepancia
Noam Chomsky, Crónicas de la discrepancia
«La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza en lo que no sabemos, que es todo.»
Maurice Maeterlinck.
Maurice Maeterlinck.
Homo homini lupus. Como acertadamente recuerda Freud en El malestar de la cultura, “¿quién se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias de la vida y de la Historia?”. No podemos negar como ya anunció el padre del psicoanálisis cierta porción de agresividad en la naturaleza humana. Lejos de resolver el conflicto que subyace en tan polémica tesis, el artículo pretende indagar en las experiencias contadas en primera persona sobre una de las más desgarradoras y crueles pesadillas acaecidas en el siglo XX, el Holocausto.
Nacido el 26 de marzo de 1905 en Viena, Viktor Frankl, fue un neurólogo y psiquiatra reconocido por ser el fundador de la Logoterapia, la tercera escuela vienesa de psicoterapia, precedida por las de Sigmund Freud y Alfred Adler, y por su obra más emblemática, El hombre en busca de sentido, escrita en 1945 tras la experiencia como prisionero en diferentes campos de concentración nazi. Del testimonio de este gran acontecimiento trata el presente artículo.
Podemos considerar que Viktor Frankl tuvo una infancia feliz a pesar de haber vivido la Primera Guerra Mundial. Proveniente de una familia judía, desde muy joven se interesa por la psicología, y hoy es conocido por su trabajo en la búsqueda del significado de la existencia humana. En un principio y ante el gran apogeo de las ideas freudianas, Viktor Frankl ingresa en el movimiento psicoanalítico relacionándose por correspondencia con Sigmund Freud. Más tarde se inclina hacia la Psicología individual de Alfred Adler, con quien entablará amistad pero se distanciará para enfocarse en el estudio de los aspectos relativos a la responsabilidad personal.
Desde 1942 estuvo a cargo del departamento de neurología del Hospital Rothschild, la única institución de Austria donde se admitían judíos, y ciudad ya invadida por las tropas de Hitler. En aquel hospital, Frankl junto a su colega el Dr. Pötzl, se opusieron a la ley de eutanasia ordenada por los nazis, así que los médicos lograron salvar la vida de muchas personas al alterar los diagnósticos de los enfermos psiquiátricos.
En el diálogo platónico Gorgias, se dice que es mejor sufrir injusticias que cometerlas. Si bien Viktor Frankl podría estar de acuerdo con esta tesis de Sócrates, lo relevante respecto al sufrimiento es que tiene un sentido. ¿Somos dignos del sufrimiento? En esta obra publicada por primera vez bajo el título, Un psicólogo en un campo de concentración, y traducida a más de 20 idiomas, relata sus vivencias y la de sus compañeros prisioneros en el campo de concentración. Como el mismo autor dice:
"Este libro no pretende presentar un informe sobre hechos y acontecimientos históricos, sino un relato de vivencias personales, unas experiencias vividas por millones de personas. Es la historia de un campo de concentración vista desde dentro, contado por uno de sus supervivientes. No se detiene a detallar el interminable catálogo de las atrocidades cometidas, que han sido ya prolijamente descritas (aunque no todos las creyeran); más bien narra la otra lista interminable de los tormentos diarios. O para decirlo en otras palabras, intenta dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo afectaba el día a día en un campo de concentración en la mente, en la psicología, del prisionero medio?"
En la primera parte del libro, -en la segunda se expone los conceptos básicos de la teoría de la Logoterapia-, el autor describe tres fases en las reacciones mentales y psicológicos de los prisioneros: la fase que sigue a su internamiento, la de la auténtica vida en el campo, y la siguiente a su liberación. Los prisioneros, sometidos a múltiples tensiones físicas y psíquicas van destruyendo poco a poco su identidad. Es en esta “existencia desnuda” donde Frankl observó cómo los hombres son capaces de reaccionar de forma distinta frente a las situaciones a las que eran sometidos. Despojados de todo, desnudos, las personas dejan de ser algo para ser un insignificante número. El de Viktor Frankl, el 119.104. No importa la historia, el destino, ni siquiera el nombre.
"Este cuerpo, mi cuerpo, es ya un cadáver, ¿qué ha sido de mí? No soy más que una pequeña parte de una gran masa de carne humana...de una masa encerrada tras la alambrada de espinas, agolpada en unos cuantos barracones de tierra. Una masa de la cual día tras día va descomponiéndose un porcentaje porque ya no tiene vida."
Al principio se conmueven con el sufrimiento del otro: el asco, la piedad y horror son todavía emociones que se sienten para más adelante dar paso a un adormecimiento de los sentimientos: apatía, una especie de muerte emocional, propia de la segunda fase. Los que sufrían, los enfermos, los agonizantes y los muertos eran cosas tan comunes para él tras unas pocas semanas en el campo que no le conmovían en absoluto.
Observa impertérrito como tras la muerte de alguien, los demás agarran cada una de sus cosas, “sin conmoverme lo más mínimo”. Esta insensibilidad se hace necesaria para continuar, se convierte en un caparazón protector pero necesario. Pero, ¿no hubiéramos actuado, quizá, de la misma forma?
"Nadie puede juzgar, nadie, a menos que con toda honestidad pueda contestar que en una situación similar no hubiera hecho lo mismo. "
Decía Freud que el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad ante el sufrimiento por el mero hecho de hacer escapado a la desgracia. “Suerte es lo que a uno no le toca padecer”, dice Frankl. Especie de felicidad negativa, la “liberación del sufrimiento” como dijo Schopenhauer, pero solo de forma relativa. Varias veces son narradas en el libro escenas en las que uno se salva; así, en la primera selección, “el juego del dedo” es el primer veredicto sobre nuestra existencia o no existencia: a la izquierda (cámara de gas) o a la derecha (trabajos forzados). ¿No parece todo fortuito?
Además, uno desea no convertirse en un musulmán:
"¿Sabéis a quién llamamos aquí un “musulmán”? Al que tiene un aspecto miserable, por dentro y por fuera, enfermo y demacrado y es incapaz de realizar trabajos duros por más tiempo: ése es un “musulmán? "
El hombre en busca de sentido es un relato duro, estremecedor, cobra tintes dramáticos al penetrar en el eslabón más degradante de la condición humana, la animalidad. Una existencia infrahumana, hombres incapaces de pensar en otra cosa que no sea comida, tratando de pasar desapercibidos, no sobresalir: ”Los mejores de entre nosotros no regresaron”, dice.
Desde el principio existirán ciertos privilegios, por ejemplo fumar, destinado solo para los “capos” (seleccionados entre los prisioneros más brutos). Lo crucial es que, pronto, estos hombres se parecerían a los miembros de las ss y a los guardias de los campos. No hay escrúpulos por la lucha de la existencia.
"Influido por un entorno que no reconocía el valor de la vida y la dignidad humanas, que había desposeído al hombre de su voluntad y le había convertido en objeto de exterminio (no sin utilizarle antes al máximo y extraerle hasta el último gramo de sus recursos físicos) el yo personal acababa perdiendo sus principios morales."
Juzgar si la vida vale o no la pena vivirla no sólo es responder a la pregunta fundamental de la filosofía según Camus sino a la encrucijada diaria de todos los prisioneros. Ante el desolador panorama, resulta difícil no tomar la decisión de lanzarse contra la alambrada electrificada, el método de suicidio más popular en Auschwitz. Y aquí cobra protagonismo el poder del espíritu o libertad humana inherente a todo ser humano.
Se hace imprescindible tener un motivo para vivir a pesar de las circunstancias, buscar un sentido al sufrimiento, intensificar la vida interior para refugiarse contra el vacío, la desolación y la pobreza espiritual. “Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”, decía Nietzsche. Respecto al suicidio, Viktor Frankl tuvo la oportunidad de colaborar con la rabina Regina Jonas reconfortando a los prisioneros para prevenir suicidios. Relata que aquellas personas que tenían una vida interior más intensa encontraban mayores razones para vivir y, por ende, eran capaces de soportar mucho más un trato cruel. Es en ese mundo de tragedias y tormentos diarios donde Viktor Frankl pudo descubrir algo, una condición tan propia del hombre que no tiene ningún otro ser: “la dimensión espiritual”.
"Aún en un campo de concentración puede uno conservar su dignidad humana."
¿Cómo podemos aceptar que la vida es digna de ser vivida en esta situación? Resulta asombroso el análisis existencial de Viktor Frankl ante los hechos. No es pesimista ni antirreligioso. Cree en la capacidad humana de trascender a las dificultades, en “la última de las libertades humanas”, la capacidad de elegir la actitud personal ante las circunstancias. Una libertad admitida tanto por los antiguos estoicos como por los modernos existencialistas. La responsabilidad de vivir.
Todo lo anterior enlaza con la teoría de la logoterapia que propone la voluntad de sentido como la primera fuerza motivadora del hombre y cuyo imperativo categórico es: "Obra así, como si vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho tan desacertadamente como estás a punto de hacerlo ahora". Digamos que el sentido nos da no sólo el camino sino el soporte. Y en el amor podemos encontrar la salvación del hombre. El amor se presenta como la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Desde luego a Viktor Frankl la imagen de su amada le sirvió en más de una ocasión como alivio y calmante. Para el psiquiatra, el ser humano es completamente libre, tiene la capacidad de elegir. A pesar de las condiciones biológicas, psicológicas y/o sociales, el futuro de cada persona depende de sí mismo, de si permite que las circunstancias lo determinan o si se enfrenta a ellas; al estilo de la frase orteguiana, “yo soy yo y mi circunstancia, y no la salvo a ella no me salvo yo”. ¿Un excesivo optimismo? No lo creo. Un hacernos cada día más humanos.
La logoterapia como método psicológico será significativo tras su liberación |
Tras su liberación en 1945, Frankl permaneció en Munich investigando sobre sus familiares, también prisioneros durante el Holocausto, sin embargo ninguno logró sobrevivir. Hay que señalar que tras esta fase, la liberación, se produce una especie de “despersonalización” donde todo parece irreal, improbable, como un sueño.
Lo lamentable es saber que no lo ha sido.
Gracias por este profundo artículo que nos remite a una obra que no nos debe dejar indiferente com el hecho que nos relata, tambien debe sobrecogernos.
ResponderEliminarUn abrazo,
Un muy buen artículo. Tendré que leer el libro. Desde luego el punto de vista es completamente diferente al habitual entre los memorialistas porque no solo describe su punto de vista personal sino que, además, lo hace desde el punto de vista de la psicología.
ResponderEliminarGracias a los dos por vuestros comentarios. Realmente es un libro que conmueve, y que puede hacernos cambiar el planteamiento de importantes cuestiones.
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