La zona de interés
Martin Amis
Anagrama
Traducción de Jesús Zulaika
ISBN 978-84-339-7936-0
Llegó acompañada de alboroto, con tintes de novela provocadora y casi ofensiva a la memoria del Holocausto. Martin Amis es, a estas alturas, uno de los autores más valorados de su generación, y sin embargo, sus editores franceses y alemanes se negaron a publicar The Zone of Interest con excusas que sonaban inverosímiles. Pero cada país tiene sus tabúes culturales que son difíciles de entender, o tal vez se trate simplemente de una campaña de publicidad.
No hay nada en la novela que no se haya dicho ya, que testimonios en los juicios, documentales, memorias, ensayos sobre el nazismo no hayan desvelado desde el principio de la caída del régimen nazi. Empezando por el convencimiento de la sociedad alemana de lo justo de las leyes y de las medidas antijudías, sea o no cierto que no se conocía en toda su dimensión la realidad de la maquinaria del exterminio, el funcionamiento de los campos, la participación de la industria alemana en la gestión del genocidio.
Resulta pues sorprendente el revuelo para una novela que posee una mirada irónica, pero desde luego, en la que nada es banal, que analiza con una crudeza sin tapujos lo que fue la vida desde el punto de vista de los verdugos en un Auschwitz, apenas disfrazado, y en las que el respeto a las víctimas está ahí desde el principio.
Puerta de Auschwitz |
El enfoque de la historia, con varias voces narradoras, se aleja de los testimonios directos de las primeras evocaciones literarias del horror de lo que fue aquel infierno, de las gestas heroicas o de la mirada melancólica de las generaciones posteriores. Pero también del esperpento o de la burla. No hay mofa hacia las víctimas ni hacia la tragedia. La ironía se guarda para los verdugos, para la derrota de los mediocres. En sus palabras la cosificación de las víctimas transmiten con más fuerza la desintegración de los culpables que la mirada indiferente o la asesina. El humor y la sátira en The Zone of Interest tiene como objeto remarcar lo irracional y ridículo del nazismo, lo absurdo de unas acciones que en el fondo nadie sabe de dónde vienen y que unos prejuicios no terminan de justificar pero de los que están convencidos.
La zona de interés del título es Kat Zet, como se llama el campo de concentración de la novela (KZ es la abreviatura de Konzentrationslager). Asistimos al desarrollo de la vida cuartelaria de los responsables del campo de exterminio: a las rutinas burocráticas, a los objetivos impuestos por los superiores en lo económico y en la limpieza étnica, que con frecuencia se enfrentan y se oponen. Las relaciones y ambiciones de los diferentes personajes y su día a día, son incompatibles con frecuencia, lo que da pie a conversaciones que revelan el absurdo de lo que están haciendo.
Hay tres voces narrativas que se van sucediendo:
El joven oficial Angelus Thomson (Golo), pragmático, con intenciones confusas, sobrino del Martín Bormann real, relación que nos permite entrever los devenires y el frágil sustento ideológico de los gestores del aquel sin sentido, las enajenadas ideas sobre la raza y las relaciones cainitas entre los diferentes gestores de aquel crimen.
Rudolf Höss y su familia |
El director del campo, un ser mezquino, alcoholizado con una vida familiar fracasada al que odia su mujer, pero que es un burócrata que gestiona bajo presión. Paul Doll es el alter ego de Rudolf Höss, el auténtico comandante de Auschwitz. Poco tiene su mujer, Hannah Doll con la verdadera esposa de Höss, que cuando abandonó Auschwitz a finales de 1944, lo hizo acompañada de cuatro camiones llenos de bienes robados a los prisioneros, actividad de rapiña que fue una constante en sus días en el campo. Höss es fácilmente reconocible en los hechos que rememora en la novela.
El tercer narrador es uno de los prisioneros, no un Kapo, esos prisioneros con una vena sádica que campaban a sus anchas sembrando el terror, es un Sonderkommando. Dentro de los campos, los Sondekommando eran presos de "confianza", (confianza que podía durar apenas unos meses y que tras ser ejecutados era sustituidos por sus verdugos, los prisioneros que los sustituían en sus funciones), eran quienes limpiaban las cámaras de gas y los hornos, acompañaban a los condenados y vivían aislados del resto de los prisioneros, Es en realidad, el "Sonderkommandoführer," el responsable de todos ellos, marcado por la extraña capacidad de supervivencia.
"Somos del Sonderkommando, el SK, la Brigada Especial y somos los hombres más tristes del campo. De hecho somos los hombres más tristes de la historia del mundo. Y de todos estos hombres tristísimos yo soy el más triste. (…) Además (…)somos también los más repulsivos. Y sin embargo, nuestra situación es paradójica. Cuesta entender por qué somos tan repulsivos siendo como somos seres que no hacemos ningún daño. La cuestión es que podría argüirse que, en contrapartida, tampoco hacemos ningún bien. "
Pero ¿qué es Szmul?: ¿un colaborador, el instinto de supervivencia, una víctima? En la concepción del personaje, Amis lo construye desde la perspectiva de ser una víctima. Doll lo cosifica, lo desprecia por no revelarse, por tener esperanza y a la vez le resulta imprescindible. También él se desprecia a sí mismo cuando se coloca frente al espejo, y busca lo que no existe entre su iguales, un hálito de humanidad, de solidaridad, algo inexistente entre tanto horror, al que desde fuera parece indiferente. Quiere sobrevivir porque es quien puede dar testimonio. Alguien tiene que darlo.
Es muy diferente el Szmul que nos habla del que ven los oficiales alemanes: un ser degradado, colaboracionista que no pierde la esperanza de sobrevivir ante la sabida sentencia de muerte postergada, el "buitre del crematorio".
"Un vez perdido el honor, el animal - o incluso el mineral - desea subsistir. Existir es un hábito, un hábito que no pueden transgredir."Piensa Doll cuando le mira.
Hace poco se logró restaurar la carta de uno de estos hombres que consiguió sobrevivir, su testimonio lo sitúa muy cerca de Szmul. Como nuestro protagonista, Marcel Nadjari, un judío de origen griego, era un Sonderkommando, el cual enterró una carta en un bosque cerca del campo de concentración dando testimonio de lo vivido.*
En el fondo no hay acción, no sucede nada, las conversaciones giran en torno a los afanes de seducción, a las dificultades de las misiones que gestionan, que entran en contradicciones unas, que buscan la eficacia de la aniquilación, y otras, que buscan la rentabilidad económica de una mano de obra esclava. Los chismes sobre los gerifaltes se concentran, se acumulan, trufando la historia de la infamia, complots para apartar a las personalidades críticas o que hacen la competencia a los oportunistas más voraces, las anécdotas groseras, las tramas más disparatadas que sustentan la ideología de la infamia, trufadas con un erotismo casposo y vulgar, entre las juergas y borracheras en los momentos de ocio del personal del campo.
Auxiliares de las SS posan en un complejo para el personal de Auschwitz, 1942 |
Las obsesiones por las molestias e incomodidades de la vida en el campo. Pequeños y mezquinos dramas cotidianos que resultan grotescos en un escenario en el que el horror se filtra entre la melancolía de las borracheras de los verdugos y la insatisfacción, con la guerra de telón de fondo y el durísimo frente ruso en el horizonte. En medio de toda esta "cotidianidad" surge la duda de lo que se esta haciendo, el sin sentido, no se oculta la brutalidad. Y cuando crees que atisbas un instante de cordura vuelve la crudeza de ver solo "judíos", seres despreciables que no son verdaderamente humanos, de sentir que lo malo es el desperdicio de recursos que se deberían dedicar a ganar la guerra y no el genocidio que están cometiendo, el comercio de los condenados con las empresas que se benefician de la mano de obra desechable. Si se plantea alimentar mejor a los esclavos no es por piedad o por humanidad, es por conseguir de ellos una mayor rentabilidad en el trabajo frente al verdadero objetivo para los otros: el exterminio. Todo ello con el trasfondo de una guerra que se esta perdiendo.
"Tenemos el fanatismo y la voluntad. No pueden competir con nosotros en crueldad despiadada", "Las privaciones no suponen ningún obstáculo para los hombres de la Wehrmacht"
Por mucho que parezca casi una caricatura hay en toda la novela un alto grado de verosimilitud. Las memorias de Höss lo revelan con una personalidad muy cercana al personaje, un ser despiadado y mezquino que siempre intenta cargar a otros las responsabilidad de sus errores. La alcoholización de los guardianes, y la permisividad para robar lo expoliado a las víctimas, fue una realidad, tal y como el mismo Doll confiesa cuando ve situación tambalearse. Tanto los oficiales nazis, como los prisioneros encargados de revisar y de clasificar las pertenencias tomaban lo que les interesaba. Doll es alcohólico y abusa de los barbitúricos, con una imagen de sí mismo que no soporta su propia mirada objetiva, muy cercano a la locura, sin embargo, la conciencia de su propia incapacidad lo hace aun más temible, reacciona con crueldad extrema, para tapar sus debilidades.
Son los pequeños gestos, las confesiones intrascendentes en su marea de diálogo interior lo que nos revela la dimensión de su personalidad trastornada. Espía a su esposa que le niega el sexo y no desaprovecha ninguna oportunidad de ridiculizarlo. Vigila los gestos de su colaboradores creyendo adivinar traiciones, desprecios y burlas, que con frecuencia están en su imaginación. Y teme a Szmul: bajo imagen de un ser del inframundo, en su momentos más lúcidos que coinciden con sus borracheras, cree adivinar la intención asesina de judío y le repite una y otra vez:
"No me mates a mí, mata a otro - dice Doll, y cada día le hace más gracia repetirlo -. Yo no soy un monstruo, Sonderkommandoführer. Mata a Palitzsch. Mata a Brodniewitsch. Mata a un monstruo. (…) Mata a alguien poderoso. Yo no soy nada. No soy poderoso. ¿Yo… poderoso? No. Yo soy un pobre imbécil. Soy una mierda."
Es tal vez un destello de lucidez en la orgía asesina que los envuelve, el miedo de que lo hacen tendrá sin duda consecuencias.
Holl desprecia a Golo y a la vez lo envidia, y Golo desprecia a Doll, todos desprecian al "borracho" que les dirige de forma incompetente. Thomson es la aristocracia del partido, frente a quien se ha ganado los galones en su fidelidad a una ideología desde el principio. Es también un oportunista, pero esta vez, su oportunismo tiene un realismo y la conciencia del absurdo que están haciendo, aunque no condene su esencia, su opinión sobre la superioridad de la raza aria no está en cuestión, son los métodos lo que le repugnan.
Gerda Bormann con sus hijos |
La estancia en casa de sus tíos, el matrimonio Bormann, nos permite acceder a otro plano de la realidad del nazismo, el absurdo de la "Ahnenerbe" las teorías esotéricas para explicar el origen superior del pueblo alemán, la "Volksnotehe", la poligamia de los más aptos, las relaciones complicadas cargadas de desconfianza y malas intenciones entre los capitostes que dirigen el Reich. Goebels es "el lisiado" "der Krüppel", Göring "el travestí", der Transvestit", Rosenberg "el masturbador", "der Masturbator", Himmler, "el charlatan", "der Kurpfuscher". Bormann habla con desprecio de ellos, se siente como el sucesor natural de "El jefe". No hay admiración absoluta al líder, más bien una mirada llena de escepticismo y poco amable, a Bormann, le irrita esas tendencias místicas, los hábitos personales de un Hitler al nunca se nombra por su nombre, desprecia sus orígenes. Está al acecho, por eso encarga a su sobrino que se entere de lo que se busca con la Ahnenerbe, aunque les parezca a ambos una teoría descabellada, hay que aceptarla por pragmatismo, es lo que busca el líder, la justificación intelectual de sus tareas. En el fondo tiene su utilidad.
Golo, ama a Hannah, la mujer de Doll, con un amor contenido, es con ese flechazo donde empieza la novela. Tal vez al principio como una forma de robarle a Doll algo que no posee, luego si se intuye un sentimiento auténtico que ve reflejado en su tía Gerda, de características físicas similares. Ese amor es también el instrumento para acceder a la intimidad de Doll, de presentarlo como un ser enajenado en todos los aspectos de su vida. Los celos impulsan al comandante del campo a actuar de una forma descontrolada. Mientras, Golo, boicotea su trabajo en el campo, no se llega a saber muy bien por qué, para que todo acabe pronto, para que el ideólogo de esa industria que funciona con esclavos fracase y no se erija como artista de la victoria. Ese sabotaje a la factoría, será a la postre su salvación en el ocaso de la maquinaria monstruosa que tan bien dibuja la novela.
No es una novela que nos deje indiferentes, no deja un milímetro de duda, no es cruel con las víctimas. En su mirada es capaz de transmitir con eficacia la visión que de ellas tienen los culpables, la obsesión que todo el pueblo alemán tenía contra los condenados. La crueldad y el sadismo se filtra por cada página, en cada comentario, nadie se salva.
Al final, el sabor amargo de la derrota, porque los personajes que se salvan no recuperarán la normalidad.
Gracias, mamma... anotada en pendientes! Esto es un sinvivir!
ResponderEliminarUna pinta interesantísima. Me lo apunto. Un estupendo artículo. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias a los dos, creo que además una lectura fácil. Tiene sus puntos de dolor inmenso y su contrapuntos de sonrisa, por el ridículo de las situaciones que se plantean. Hay contrastes brutales, que al final convierten la novela en una crítica demoledora al sinsentido.
ResponderEliminarUn artículo muy interesante y una novela que tendré que leer.
ResponderEliminarGracias, julia.
Es un autor que sigo, un poco como Sofía Mazagatos a Vargas Llosa, sin leer ningún libro suyo aún, pero espero remediarlo con prontitud, bien con este libro que glosas de maravilla o con alguno de sus otros éxitos: Dinero, El libro de Rachel,...Es que tengo tanto que leer y tan poco tiempo...
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por el artículo. El estante de "pendientes" va a rebosar...
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