Toda historia guarda una memoria que puede justificar las acciones de sus personajes, y es posible que no acabemos de entenderlas, pero, de algún modo, humanizan. En el fondo, una vez más, la intrahistoria -tal y como la entendió Miguel de Unamuno- sugiere valores que nacen de una ética individual que, sin apenas gritar, susurra palabras duraderas y que la sociedad no acaba de conocer y compartir. En esta obra, los personajes, bajo nombres ficticios, proponen preguntas al lector que no le van a dejar indiferente: ¿acaso podemos hipotecar la vida de un tercero por salvar nuestra memoria dañada?
Es imaginable que, en la vida de Simon Wiesenthal, los acontecimientos que vivieron Max y Helen no le fueran chocantes; de hecho todo su archivo estaba plagado de experiencias atroces que fue recopilando pacientemente con el fin de llevar ante la justicia a los responsables del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo, una vez conocidas las biografías y los personajes, no le pareció un caso como otro cualquiera, ya que, por medio, había un secreto que trascendía la pétrea voluntad de justicia que lo caracterizó hasta el final de sus días. Todo empieza, como casi siempre, con un hecho banal: un viaje y un diálogo insustancial que lleva a una historia prodigiosa.
Como afirma Hans Weigel en el Prólogo, escrito en la primavera de 1981:
Hay que leerla sólo como pudo haber sido escrita, así y no de otro modo. Como un informe sobre hechos asombrosos y estremecedores, que es forzoso comunicar. Detalles de las pasiones de la humanidad en este siglo, destinos que han sucedido de tal manera que no hay que agregarles nada ni darles forma. Pasiones que, en su decurso, reclaman el tratamiento de la novela (p. 11).
En el fondo, este libro no es una novela como tal, si nos ceñimos a criterios de narrativa y estructura literaria, ya que una novela siempre está atravesada por una ficción que más allá de lo que puramente acontece, del fenómeno. Simon Wiesenthal lo narra como si hubiese estado presente en medio de ella: es la relación de un testigo que ha prestado juramento ante el tribunal. El lector, conforme va avanzando en la lectura de la obra, comprende que, en este caso, el escritor no es el que da forma de novela, sino que la misma historia va tomando esa forma. Y, teniendo en cuenta estos parámetros, nuestro autor propone un excurso ético que, descargando la importancia de lo jurídico, trasmite una profunda humanidad de los personajes, redimidos del mayor averno que aconteció durante la Segunda Guerra Mundial. Una redención que no está completa y que se muestra en muchos momentos de los diálogos y las confesiones que articulan.
Simon Wiesenthal en 1982 |
Además, la historia en sí no tiene mayor complicación, es una de tantas que sucedió en Europa durante la primera parte del siglo XX: una pareja de judíos se enamoran. Sus proyectos vitales son truncados por la persecución nazi y acaban uniéndose en un horrendo campo de trabajo en la zona de Zoclow -población de la actual Ucrania-, cuyos prisioneros fueron utilizados en la construcción de carreteras que favorecieron, en un momento dado, el avance del ejército alemán hacia Moscú. El deseo de huida ante la aniquilación final de los supervivientes de ese campo produce la separación de la pareja que, tras unas décadas, se acabara encontrando, por empeño de él, en una ciudad alemana. Ese tiempo produjo algo más que un mero paso del tiempo, entre medio había un secreto que, tras el conocimiento directo de Simon Wiesenthal, trastoca las intenciones, los deseos y los anhelos de los personajes de esta novela. ¡Nada va a ser igual! De tal manera queda dislocada la percepción de los personajes que los valores se invierten: lo jurídico, la finalidad última del autor, pasa a un segundo plano y da lugar al propósito de humanizar y salvar lo que resulta ser la verdadera tragedia de la historia. Max entiende, por el amor que sigue profesando hacia Helen, que no merece la pena remover el pasado porque el daño será mayor.
Lo único que le importaba era que permaneciéramos juntos. Todo lo que ella decía era razonable aceptable. Pero no lograba convencerme. Durante casi veinte años, la Helen distante había sido la única mujer de mi vida. Ahora que la tenía ante mí, nos separaba una barrera invisible (…) Por fin le dije que siguiera viviendo como si yo estuviera realmente muerto, como si ya no existiera. Para mí, ella continuaría viva en la fotografía que había logrado salvar a través de todos esos años. La dejé en libertad, para siempre. Me dejó partir. Lloraba. Se había convencido de que no podría retenerme (pp. 139-140).
En definitiva, se plantea, más allá del hecho moral del Holocausto, un dilema ético donde, como siempre, las decisiones tienen una repercusión hacia un tercero inocente, puro y ajeno, por su voluntad, a la historia pasada de esa pareja. El autor, al final de la obra, acaba concediendo, después de vislumbrar el martirio pretérito y las consecuencias que pueden venir en el futuro, que:
Comprendí que tenía razón. ¿Quién era yo para arruinar la vida de aquel magnífico muchacho, en nombre de los muertos? Los argumentos de Max y Helen eran irrebatibles. Ambos decían la verdad. Yo no podía aducir nada tan valioso como la vida de aquel joven. No me quedaba más remedio que enfrentar la realidad.
- Helen: ese Schulze tendrá la inmerecida suerte de ser el único criminal a quien yo dejo voluntariamente en libertad. Tranquilízate. Te prometo no presentar la acusación (p. 163).
Hasta aquí, el lector puede entender la profundidad del dilema dentro de una intrahistoria que va más allá de cualquier libro de Historia, porque fundamenta el relato general y lo justifica. Simon Wiesenthal, que dedicó sus años posteriores a la captura de los genocidas nazis, se ve desbordado por un hecho donde se juega el futuro de más inocentes que los que habitan esta narración. Rescata del olvido esa historia, vivida durante treinta años, y que permanecía escondida en la memoria de aquella pareja de enamorados como un tesoro que no merece la pena enseñarlo. Por medio, el lector encontrará los elementos característicos de una obra que se basa en el Holocausto: las torturas sangrientas, las vejaciones inmorales, los jefes bárbaros del campo de concentración y la desesperación por una huída que se ve como única salida. Sin embargo, todos los personajes de esta novela nos envían una pregunta fundamental: ¿cabe el olvido, si con ello conseguimos la redención y la humanización de los supervivientes de esta historia de amor?
En un primer momento, la narración, desde el punto de vista del autor, parece intrascendente, es decir, tiene visos de presentarse como una investigación más sobre el paradero de un criminal nazi que, andando el tiempo y como tantos otros, lleva una vida normal y exitosa como gerente de una fábrica. Este genocida resulta ser jefe de un campo de trabajo que, por referencias y otros expedientes, conoce. El contacto que localiza a Max en París le previene que éste no va a ser testigo de un posible juicio: Simon Wiesenthal comprenderá la situación de aquél cuando conozca la historia completa de los hechos. A partir de aquí, empieza una abrumadora y agobiante sesión de logoterapia al uso y el deseo de Viktor Frankl. Nada quedará en el tintero, porque Max compartirá con el autor todo su pasado espantoso y también el contradictorio encuentro con Helen, su prometida, veinte años después. En esos momentos, sabrá la vida que ha llevado y el autor entenderá la justificación de la actitud de Max, aparentemente ilógica. En este punto del relato, conviene subrayar la apuesta narrativa de Simon Wiesenthal: sin quitar ni un dato de los hechos reales, por el bien de los personajes, incluso del genocida, inventa nombres y lugares. El autor nos previene de esta circunstancia en la nota inicial de la novela:
Éste es el relato de un suceso real, en el cual se han cambiado los nombres de personas y lugares, en resguardo de sus protagonistas.
Buchenwald, 11 Abril 1945 b |
Y, como acabo de indicar, ante la narración de la historia completa con sus justificaciones y sus opciones éticas, el autor retrocede de sus planes iniciales, porque nada puede ser igual. Es decir, ¿para qué plantear otro juicio en busca de un criminal, si vamos a perjudicar a personas verdaderamente inocentes?, ¿no han pagado con un silencio, semejante a un viacrucis, el dolor que han llevado marcado a sangre y fuego? Es evidente que la historia narrada, desde una visión ética, debe tener otro final. En juego, se encuentra la necesidad de pasar página, de superar el dolor con un olvido cómplice y compasivo que no reclame actitudes heroicas. Simon Wiesenthal, como Max y Helen, concibe que llevar esta investigación hasta sus últimas consecuencias supondría, sin la menor duda, una catarata de vicisitudes que recaerían sobre la memoria accidentada de esa persona inocente que figura como un tercero, así como de la propia Helen que, en palabras y sentimientos de Max, no merece volver a recordar su tortuoso pasado. Y, sin quererlo y de una manera involuntaria, el genocida se beneficia por esta inesperada carambola. A su vez, Helen entiende que no se vería tan perjudicado en un primer momento del juicio. Ella sabe quién es. De alguna manera, piensa que sigue teniendo esa capacidad de retorcer y manipular a las personas y los hechos. Dicho de otra manera, sigue teniendo miedo y los recuerdos se despiertan. Ante estas circunstancias, Simon Wiesenthal tendrá que optar por la mejor solución, aquella que no contradiga sus principios, pero consiga salvar a los personajes principales de esta narración.
Por razón de su trabajo como buscador de esos criminales nazis, Simon Wiesenthal se percata, tras un diálogo profundo e intenso con Max, que no se encuentra frente a un caso como otros tantos. En éste, prevalece una historia de amor en medio de la atrocidad del Holocausto y aparecen otros valores fundamentales como la reciprocidad hacia el otro según el pensamiento de Emmanuel Lévinas, la memoria dañada y dolida a la manera que lo acabo comprendiendo Walter Benjamin y el amor más allá del odio, la muerte y la venganza como fue descrito, en su famoso soneto, por Francisco de Quevedo y Villegas. Por lo tanto, un hecho singular y simple, una intrahistoria, ramifica sus tentáculos hacia otras esferas, sociales y jurídicas, donde nunca pensó llegar. En este trípode tan cardinal, se basa esta novela que nos lleva hacia un ensayo ético y antropológico, porque los personajes, Max -en un primer momento- y Helen -tras la visita que le rinde Simon Wiesenthal-, deciden renunciar a una recompensa jurídica en bien de un futuro más prometedor y un olvido que también humaniza. Es aquí, desde mi punto de vista, donde radica la singularidad de la historia, ya que, a menudo, se entiende que la memoria es la que nos debe construir, la que puede salvarnos de repetir historias detestables y proyectar nuestra existencia hacia un futuro más humano. Sin embargo, parece que esa desmemoria puede impulsar a un camino más pleno. Mirar atrás no compensa el dolor vivido, es necesario dirigir la esperanza hacia un lugar donde el espíritu no tenga que examinarse en cada recuerdo.
Bien pudiera parecer que, por mor del que escribe, la historia está minuciosamente desmembrada, en tanto en cuanto se ha podido dilucidar los aspectos más esenciales de la narración, pero es una ilusión que no debe albergar el lector de este artículo: lo espléndido de esta obra es la similitud con una novela policíaca donde se conocen muchos ingredientes, pero se desconoce el final y, tras varios avatares, comprende que, aunque no guste el desenlace, ha merecido la pena ese viaje, el camino, ya que el que queda transformado es el mismo lector de la obra. Con Max, Helen y el autor, aquél coincide: el final tiene que ser así, aunque cabe el resquemor ante la conclusión y la falta de decisión de los personajes principales ante la injusticia. No obstante, tozudamente, uno se debe preguntar: ¿qué se gana con destapar el pasado y empeñar el futuro en una situación como ésta, incluso sabiendo que uno de los beneficiados es el verdugo?
Si bueno es el camino, mejor es la fotografía en la que se enmarca los caracteres principales de la novela. Simon Wiesenthal no les da más cualidad moral por tener el status de supervivientes del Holocausto, siendo como fue él uno de ellos, sino por aquilatar una espantosa y retorcida vida llena de momentos agobiantes y estremecedores hasta la confesión final. Ese viacrucis interminable que nuestros personajes llevan a sus espaldas doloridas y que sólo la confesión y la palabra comunicada pueden amortiguar. Max y Helen toman esa decisión, como una piedra más en la pendiente inclinada de Sísifo, porque ven que es la única salida ante tanto sufrimiento: ¡no pueden seguir almacenando más dolor y se merecen un aliento ante un ambiente irrespirable! Como respuesta a esta situación, el autor comprende que la actitud compasiva tiene que ser la vía ética que solucione este dilema. También está vacilando. Acabada la guerra, se ha jurado llevar al máximo número de criminales de guerra, pero, por una vez, divisa que no siempre se puede terminar esta tarea, porque, en medio de este proceso, son las personas y sus sentimientos lo que está dilucidándose.
En resumen, delante del lector, se abre un abanico de posibilidades éticas que se traslucen detrás del espejo de la intrahistoria de Max y Helen. A priori, la solución es evidente, pero, como casi siempre en esta vida, los medios que nos llevan a ésta implican daños colaterales a terceros, los que sufren sin ser agentes activos de esa historia. Las disyuntivas morales no pueden ser obviadas sin comprender que las consecuencias también lo son. En este caso, como en otros, lo justo y lo ético no van de la mano, porque pueden tener caminos desiguales. Aquí, en el fragor del recuerdo de una de las mayores atrocidades de la historia de la Humanidad, vuelve a plantearse este dilema que desde la época griega sigue sin resolverse. Sólo Max y Helen supieron, de primera mano y como otros muchos, donde llega el sufrimiento y donde comienza la humanización, y ellos convinieron en que su solución, aquella que tomaron tras ríos de lágrimas y noches de insomnio, era la más adecuada, es decir, había que salvar a un bien mayor, su más preciado, hacia un proyecto de futuro que, seguramente, hubieran querido construir en un momento pasado de sus existencias, antes de que la barbarie hubiera aparecido en sus vidas y le cambiaran para siempre su forma de comprender al otro, al mundo y a la realidad.
Por último, el uso de la narrativa, por parte de Simon Wiesenthal, para hacernos llegar esta intrahistoria, como si fuera una novela de intriga, se ve finalmente mitigado por un epílogo donde el futuro se abre con una sinfonía de esperanza que justifica el sacrificio para proyectar una vida nueva que se atisba. Sólo son 173 cuartillas, pero, detrás de ellas y más allá de sus páginas, nos encontramos con un discurso ético y antropológico que nos puede despertar de este mundo adormecido ante el sufrimiento humano.
FICHA TÉCNICA DE LA OBRA:
Simon Wiesenthal, Max y Helen: el Holocausto y una historia de amor, Barcelona, Editorial Gedisa, 2009. Traducido por Nélida M. de Machain. Serie: Biografías. Tiene 173 páginas. El ISBN es 978 84-9784-393-5.
FICHA TÉCNICA DEL AUTOR:
Simon Wiesenthal nació en la actual Buchach -Ucrania- el 31 de diciembre de 1908. De profesión arquitecto y contable, fue un investigador que, tras haber estado prisionero en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen durante la Segunda Guerra Mundial, dedicó la mayor parte de su vida a localizar e identificar a 1.100 criminales de guerra nazis que se encontraban fugitivos para llevarlos ante la justicia. Murió en Viena el 20 de septiembre de 2005 a la edad de 96 años.
Entre los criminales de guerra que fueron capturados, gracias a sus investigaciones, se encuentran Adolf Eichmann, el principal promotor de la Solución Final; Karl Silberbauer, el oficial de la Gestapo que fue responsable del arresto de Ana Frank y su familia; Franz Stangl, comandante de los campos de concentración de Treblinka y Sobibor; Josef Schwammberger, comandante del gueto de Przemysl y Hermine Braunsteiner, la “yegua de Majdanek”, así llamada porque pateaba a las reclusas hasta matarlas. También estuvo detrás de Josef Mengele, pero se escapó al momento de encontrar en Buenos Aires a Adolf Eichmann en 1959.
"¿Qué se gana con destapar el pasado y empeñar el futuro en una situación como ésta, incluso sabiendo que uno de los beneficiados es el verdugo?"
ResponderEliminarEsta es una reflexión muy interesante que nos haces como conclusión de este libro. Sin olvidar que este libro está escrito por un implacable perseguidor de los ejecutores del holocausto nazi. Es el ejemplo de que no todo vale con tal de que se haga justicia, que los daños a terceros son importantes y, sobre todo, las heridas incurables en una sociedad. El ser humano, por lo general, es más vengativo que justiciero, y, sin meternos en políticas concretas, hay que plantearse qué se gana y que se pierde con determinadas venganzas. Magnífico artículo, Aben.
Me ha gustado mucho el artículo.
ResponderEliminarA veces, la realidad nos trae dilemas más horribles de los que la literatura podría imaginar y presentar como creíble. Y esa realidad también merece ser contada.
Estoy de acuerdo con tu comentario. Cuando me acerqué a esta historia, vi como la realidad se impone y la Literatura tiene que estar para guardar memoria de los hechos.
ResponderEliminarUn saludo,
Gracias por tu comentario. Cuando encontré esta obra, sentí la necesidad de introducirme en esta historia y contarla, es decir, rescatarla del olvido de la Historia.
ResponderEliminarUn saludo,
Gracias por tu comentario. Cuando encontré esta historia, intenté situarme en este dilema. Tras el Holocausto, le seguía el sufrimiento.
ResponderEliminarUn saludo,
Gracias por tu comentario. Cuando encontré esta historia, intenté situarme en este dilema. Tras el Holocausto, le seguía el sufrimiento.
ResponderEliminarUn saludo,