Viaje a Rusia de Joseph Roth - Aben Razín







Hacía nueve años de la Revolución de Octubre y dos escasos desde el fallecimiento de Lenin, cuando el Frankfurter Zeitung propuso a Joseph Roth ir a la Unión Soviética a relatar su experiencia. Sin dudarlo, aceptó de buen grado este encargo periodístico para conocer de cerca la realidad de un país por el que sentía atracción. Conociendo la personalidad de este escritor, en esta obra nos encontramos con unas pinceladas críticas de lo que pudo observar durante su estancia, asumiendo a su regreso que fuera calificado por la prensa rusa de “enemigo” burgués de la “República Soviética”.




            Esa función del periodismo, que va más allá de un relato aséptico de los acontecimientos, ha quedado por desgracia en desuso a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y los comienzos de éste, amén de contadas y magníficas excepciones y, sin embargo, pasa por ser uno de los elementos distintivos de este oficio. Con esa intención, también, intelectuales y escritores de toda Europa acudieron a la Unión Soviética, allá por los años 20 del siglo pasado, con el deseo de conocer in situ los cambios sociales y políticos que se estaban produciendo tras la Revolución de Octubre en 1917. Dentro de este grupo tan amplio, se encontraba Joseph Roth que fue por encargo del periódico alemán Frankfurter Zeitung para escribir sobre la realidad de ese momento histórico y ofrecer al lector unos retratos de las transformaciones que estaban sucediendo. Bien es cierto, como muchos de ellos, que la simpatía que a priori mostraban por la Revolución bolchevique era evidente, incluso porque estaban afiliados al Partido Comunista de su país de origen, sin embargo, en el caso de nuestro escritor, no fue en absoluto tan determinante. Aun cuando, según escribe Klaus Westermann en el Posfacio, Roth, que se había alejado anteriormente de su postura vagamente socialista, contó a Walter Benjamin que había llegado a Rusia casi como un bolchevique convencido. Sin embargo, la situación cambió conforme iban pasando los meses, probando lo que el pensador alemán comentaba en su diario con su tradicional ironía:


            Como siempre, el país ha de cargar con las consecuencias del cambio de color producido en el pensamiento de aquellos que viajan aquí como políticos con irisaciones rojizo-rosadas (bajo el signo de una oposición de izquierdas y de un tonto optimismo) (p. 229)


            Con este presupuesto ideológico, Joseph Roth dirigió sus pasos en el verano de 1926 hacia este país, por el cual tenía especial cariño, con el deseo de profundizar en el conocimiento de estos hechos que se estaban desplegando y que tanta expectación producían en la intelectualidad europea. Por otra parte, no hay que olvidar que Joseph Roth tenía un cierto bagaje cultural en las disciplinas de economía y sociología, además de la experiencia directa de estar viviendo el colapso de la República de Weimar. Por estas razones, pudo afrontar esta empresa periodística, no sin aportar su inestimable cosecha narrativa.Y, aunque pudiera parecer todo lo contrario, este viaje para nuestro escritor tuvo más de iniciático y catártico que de puro ejercicio periodístico como confesaría tiempo después, porque pulió sus opiniones políticas, tanto las referidas a la Revolución de Octubre como las que tenía tan pesimistas en relación al futuro de Europa con el advenimiento de los fascismos del primer tercio del siglo XX, e incluso las personales.


            Centrándome en esta obra, desde mi punto de vista, conviene destacar dos aspectos por encima de otros más estilísticos que van apareciendo en los artículos de periódico que se pueden leer. Quizás fueron sus primeras motivaciones a la hora de enviar estas notas, pero, de alguna manera, permanecen en todos ellos con diversa intensidad narrativa. En primer lugar, existe el deseo de afrontar sin miedo la comprensión de aquellos procesos de la sociedad rusa que fueron profundamente modificados tras las primeras reformas revolucionarias y que fueron analizados por Joseph Roth después de nueve años. Así tenemos, los artículos sobre la situación de los judíos en la Rusia soviética; la mujer, la nueva moral sexual y la prostitución; la Iglesia, el ateísmo y la política religiosa; la relación entre la ciudad y la aldea; la opinión pública, los periódicos y la censura y, finalmente, la escuela y la juventud. En definitiva, todos aquellos elementos que fueron trastocados o que sufrieron profundos cambios tras la llegada de los bolcheviques al poder.


Valga aquí un pequeño, pero interesante receso, cuando Joseph Roth considera la situación de la Iglesia Ortodoxa rusa, del ateísmo que supuestamente arrasó, no tanto, la vida espiritual del pueblo ruso y la política religiosa que se propagó desde el poder revolucionario. Creo que mucho se ha escrito al respecto y seguro que mejor documentado e informado que lo que se pueda aportar en este breve artículo, pero sorprende la visión que nos ofrece al lector, porque, en un primer instante, la memoria nos trae una radical aniquilación de todo lo religioso durante los años siguientes a la Revolución de Octubre, pero Roth nos previene de este inconsciente colectivo que ha quedado en nuestro recuerdo de la Revolución rusa y, más bien, refuerza una evolución pacífica donde la educación alternativa produjo una serie de transformaciones intelectuales que estaban bastante alejadas de lo violento. No obstante, todo este modo de proceder quedó truncado con la llegada al poder de Stalin y su dictadura férrea donde la mayoría de teólogos ortodoxos rusos tuvieron que emigran -aquellos que se salvaron- hacia París donde encontraron un refugio personal y religioso.


Pues bien, en todos los elementos citados anteriormente a este excurso, como si fuera una línea de pensamiento transversal que aletea sobre esta obra, nuestro escritor pugna por realizar una crítica imparcial y profunda de todos estos temas y de cómo fueron transformados. Muestra la evolución positiva en alguno de ellos, pero igualmente aporta análisis con ácida carga para aquellos que se van quedando atrás. Valga citar Una conferencia y apuntes del diario: Sobre el aburguesamiento de la Revolución rusa (pp. 165 y siguientes) donde expresa su descontento ante el giro que están dando los cambios producidos o, sencillamente, la ausencia de ellos. Por todo ello, esta obra tiene esa fuerza expresiva del buen periodismo que, en nuestro país, tuvo a gala trabajar, por ejemplo, Manuel Chaves Nogales y que nos debería recordar cuán bajo ha caído el oficio del periodista, como analista social y político, que no paga con palabras, los dineros y las subvenciones de las que se beneficia de una u otra manera.


            Y, en segundo lugar, quizás por la forma de ser de Joseph Roth, que se sentía más cercano a los ciudadanos anónimos, se encuentran artículos donde considera, con igual intensidad y profundidad, las situaciones propias de los hombres y mujeres que están al pie de las páginas de los libros de historia. Es decir, valora aquello que Miguel de Unamuno denominaba la intrahistoria, porque aquél era de escribir y evocar la vida y los milagros de esos seres minúsculos que han poblado los acontecimientos históricos en los momentos de la Historia Universal, al igual que el pensador salmantino, reconociéndoles el lugar y el puesto merecido que deben ocupar y que, a menudo, tan vilmente se ha borrado. De tal manera que, ahora, no iba a ser de otra manera, porque también en la Revolución Rusa hubo muchos de ellos que sufrieron y aportaron algo, sin apenas reconocimiento alguno, incluso antes de la dictadura de Stalin. En este segundo apartado, tenemos los artículos relacionados con los emigrantes zaristas; la vida de los comerciantes del Volga; el concepto del bourgeois resucitado o el Yevgraf como heroísmo liquidado.


          
  Hasta aquí, digamos, la parte formal de la visión de esta obra que podemos entresacar de una lectura atenta: el escritor trabajó desde esta peculiar manera de hacer Literatura a través de los artículos de un periódico y que, igualmente, le sirvió para tener ingresos económicos suficientes y llevar una cierta vida acomodada como explicaba recientemente Antonio Muñoz Molina en un artículo. En este sentido, Joseph Roth nunca declinó estas colaboraciones periodísticas que le sirvieron para conocer de primera mano las transformaciones sociales y políticas que se estaban dando durante el primer tercio del siglo XX. Desdichadamente, toda esta carrera quedó eliminada después de aquel fatídico 1933, año en el que se le prohibió la publicación de sus artículos en Alemania, pero no es necesario adelantar acontecimientos biográficos. Más bien, quiero volver a reincidir en una hipótesis previa que indujo a Joseph Roth a trasladarse a Rusia para conocer este país. No era una visión romántico-política de lo que estaba aconteciendo, como otros muchos intelectuales de aquella época tuvieron, sino un deseo de comprender cómo había quedado un país por el cual, teniendo en cuenta su procedencia, mantenía una cierta relación afectiva, porque no debemos olvidar que había nacido en los confines del imperio austrohúngaro.


Cuando nos acercamos a estas páginas de Viaje a Rusia, observamos que Joseph Roth conocía bastante la realidad económica y social desde la última época zarista así como la posterior evolución histórica, ya que encontramos en estas reseñas magníficos tratados sociales del mundo rural ruso y críticas acerca de las dificultades de introducir verdaderas reformas en él -son encomiables y dignos de mención los artículos titulados El laberinto de pueblos del Cáucaso, aquí se adelanta a la panorámica multicultural y religiosa que vive Rusia en la actualidad, y La ciudad se adentra en la aldea-, de tal manera que para el lector que pudiera esperar otro mensaje más bucólico se puede encontrar una crítica selectiva y severa de la incapacidad de los gobernantes en mejorar esas condiciones, ya maltrechas, del campesino ruso.Y es aquí, desde mi modo de ver, donde tiene prestigio el oficio del periodista que, como se dice vulgarmente, no se acaba casando con nadie a un sabiendo que críticas y silencios le pueden llegar por el mero hecho de contar aquello que está viendo. Tras descubrir la falta de progreso de una parte importantísima de la población -al menos, en número de habitantes- como era del campesinado ruso, se enfrenta, con una acervada crítica, a la Nueva Economía (NEP) que, violentamente, arrasaría el mismo Stalin o pone el acento en descubrir una soterrada eliminación de ciertos estratos sociales. En este sentido, cabe referir el artículo La escuela y la juventud, como prueba de ese perfil tan valiente de entender el periodismo, donde, aunque valora ciertas mejoras en el nivel de analfabetismo que tenía la sociedad rusa, también critica la situación de nivel universitario, el cual sigue dejando mucho que desear en los finales de 1926.


En todos estos artículos de carácter general, aquellos que figuran en el primer listado que he propuesto, Joseph Roth no escribe gracias a fuentes secundarias, sino que analiza, desde la experiencia directa y el estudio contrastado que debió aquilatar a lo largo de esos meses de estancia, los hechos sobre los cuales tiene que comentar, de ahí que entendamos, bajo este método utilizado, la importancia y la hondura de esta obra. De otro lado, obvia comentar las fuentes de aquellos artículos del segundo listado donde la vecindad directa es elemento básico en la confección de las reseñas periodísticas que fue escribiendo. Por ejemplo, en algún momento, narra su asistencia a conciertos, obras de teatro, museos y restaurantes, lugares donde la trasmisión oral le permitía añadir datos y opiniones para sus crónicas.


Es evidente que la reacción de los intelectuales europeos ante el proceso revolucionario en la Unión Soviética fue muy dispar, incluso después de la llegada de Stalin al poder -cabe recordar los Congresos de Intelectuales Antifascistas que se sucedieron en varias ocasiones sobre la década de los años 30-, pero la originalidad de esta obra, suma de artículos para un periódico alemán, radica en el momento de su llegada a Rusia, apenas nueve años tras la revolución de los bolcheviques, y con el duelo reciente de uno de sus mayores ideólogos, es decir, cuando esos procesos estaban conformándose y donde la crítica, como siempre, no era aplaudida desde el mismo poder revolucionario, ya que se entendía que debía dejarse una cierta permisividad en esos primeros instantes revolucionarios. Pero la intención de Joseph Roth fue distinta: ofrecer una visión diferente, presionado por su imparcialidad manifiesta, y que, desde sus comienzos, contó con la complicidad de autores posteriormente prohibidos como el cineasta Sergei Eisenstein o el escritor Isaak Bábel para explicar al resto de Europa un hecho social y político que, sin duda, cambió la realidad de un país y de todo un continente, de tal forma que los trabajadores y los campesinos tuvieron la posibilidad de alcanzar, en algún momento de la Historia, sus derechos sociales y laborales.


Es evidente que esa imparcialidad, a la postre, le costó algún disgusto y un intencionado olvido histórico. Tras su vuelta del encargo del Frankfurter Zeitung, nuestro escritor, desengañado de la Revolución rusa y de los fascismos europeos que tuvo que sufrir a partir de 1933, acabó sus días de una manera miserable en un París que estaba recogiendo escritores, dispares y solitarios, de diferentes partes de Europa e incluso del mundo cuando aún no había comenzado la II Guerra Mundial: uno de los hechos que, a buen seguro, hubiera cubierto de una forma singular y personal.


FICHA TÉCNICA DE LA OBRA:


Joseph Roth, Viaje a Rusia, Barcelona, Editorial Minúscula, 2008. Traducido por Pedro Madrigal. Edición y posfacio de Klaus Westermann. Colección: Paisajes narrados, 21. Tiene 231 páginas. El ISBN es 978 84-95587-37-4.


FICHA TÉCNICA DEL AUTOR:


Joseph Roth nació en Brody, Galizia oriental, en los confines del imperio austrohúngaro, hacia el 1894.Estudió filología alemana en Viena y en 1920 se trasladó a Berlín. Además de escribir numerosos relatos y novelas, llevó a cabo una intensa actividad periodística, en particular para el Frankfurter Zeitung, por encargo del cual, a partir de 1923, realizó reportajes sobre Albania, Polonia, la Unión Soviética y otros países. En 1933, sus obras dejaron de publicarse en Alemania, por razones evidentes, y se estableció en París. Allí murió sumido en la pobreza seis años más tarde.

6 comentarios:

  1. Como siempre un artículo magnífico, no podía ser de otro modo. Creo que Roth es un autor que debería leerse más en estos momentos y lo tenemos un poco olvidado, así que es una buena manera de continuar con sus lecturas. Espero leerme pronto el libro.

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  2. José Ignacio Ardid25 de octubre de 2017, 16:24

    Gracias por tu elogioso comentario respecto de este artículo. Coincido plenamente contigo, y más en estos momentos donde en Europa está perdiendo su propia esencia. Ha sido mi pequeña aportación a una parte muy importante de la Historia Universal.

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  3. No he leído, concretamente, este libro de Roth del que fantásticamente nos informa Aben. Sí, no obstante, nos puede servir de reflexión sobre las opiniones periodísticas de ciertos acontecimientos recientes. Como siempre, la Historia nos da lecciones. Hablo, por ejemplo de la ceguera de muchos periodistas ante la posible victoria de Donald Trump en EEUU que nace del profundo desconocimiento de la realidad estadounidense, o de la manipulación que sobre nuestro país estamos sufriendo por parte de "periodistas" que se informan "por alto" de las realidades sociales españoloas. Así vemos que alguna prensa internacional habla de "presos políticos" en lugar de "políticos presos", en un país que ha demostrado meridianamente la independencia judicial con medio PP en procesos o en la cárcel. Se necesitarían más Roths en el mundo periodístico y menos excursionista ocasional víctima propiciatoria de "vendemotos".

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  4. Gracias por tu comentario con el cual estoy completamente de acuerdo: ese periodismo tan independiente se está perdiendo y, creo, nos permitiría tener una visión más certera de los problemas, tanto nacionales como extranjeros, que vemos a diario.

    Por cierto, no dejes de leer la obra de Joseph Roth: ¡es de lo que se trata!

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  5. No he leído nada de Joseph Roth pero creo que este va a ser la primera obra por la que empiece. Por lo que veo, parece ser que este libro es un compendio de artículos periodísticos de un periodista que hace periodismo y no opinión disfrazada de artículo periodístico. Además, parece ser que el corte periodístico del autor se asemeja a Manuel Chaves Nogales, el gran y olvidado, quizás últimamente ya no tanto, periodista español. Gracias por el artículo y me lo apunto en pendientes.

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  6. Cuscurro,

    El periodismo de Joseph Roth tiene muchas reminiscencias del que pródigo Manuel Chaves Nogales. Así que no puedo por menos recomendar su lectura y, sobre todo, esta obra tan interesante.

    Saludos,

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