Nada volvió a ser igual, el mundo se derrumbó. Llevaba tiempo haciéndolo, pero la caída de los zares y la revolución rusa, puso en la conciencia de occidente, y mucho más allá, la evidencia la fuerza de los miserables sobre unas élites insensibles.
Era una avalancha imparable, cuando los oprimidos se instalaron en el poder, ya no hubo marcha atrás.
El tiempo de los siervos acabó con la elegante corte de los salones dorados y la nobleza adormecida que se regodeaba en sí misma, con aquellos "padrecitos" benévolos que mantenían a su prole en la ignorancia y la devoción y en la miseria opresiva. El tiempo de los soviets fue una bonita ilusión mientras duró. El paraíso comunista se impuso al final a sangre y fuego, tal vez los líderes, aún idealizados no estuvieron a la altura, tal vez la naturaleza humana es demasiado mezquina para convertir la utopía en realidad, tal vez el hombre no nace sabio, ni bueno, ni justo, premisa tan necesaria como la ira de las infamias soportadas.
El resto del mundo miró con horror el asesinato despiadado de aquellas niñas rubias, de aquel niño enfermo y del zar y la zarina, hoy elevados a la categoría de santos por la iglesia ortodoxa tras encontrar sus restos. Fue tan solo una medida quirúrgica para evitar la esperanza de aquellos a los que les arrebataron el poder. La injusticia no acabó, simplemente se sustituyó: los míos por los tuyos. El miedo y la desconfianza sustituyeron a la ilusión de los más preparados que apoyaron la revolución y que poco a poco su “así no” los condenó al exilio o a la muerte por traidores a la revolución.
Una teoría rota y dividida, el zar aristócrata mutó en zar rojo, al final el mismo control del disidente, las mismas prisiones, las mismas represiones. El experimento fracasó, tal vez por esa idea que dice que el alma rusa necesita un zar que los guíe y los proteja, una mano fuerte que les defienda y les haga sentirse una nación poderosa.
Y, sin embargo, la esperanza de una sociedad en la que todos seamos iguales y tengamos la misma dignidad y derechos, permanece y sigue siendo bandera que hace avanzar a la humanidad. Pueblos oprimidos, campesinos y obreros desharrapados e intelectuales que claman por la justicia como abanderados armados con la palabra, siguen mirándose en el espejo de lo que pudo haber sido, y que en el fondo sí fue, un marxismo que sí cambió el mundo, que lo llenó de ideas solidarias, y que de alguna manera fue la correa de transmisión de un concepto de justicia social que permanece, más o menos agazapado, detrás de cada mensaje que nos llega ansiando que la sociedad avance y se depure. Fracasó la sociedad que nació de la revolución, pero sus ideas se adaptaron, moldeando un mundo sin vuelta atrás.
En este Cien Aniversario de aquella revolución de Octubre, queremos pararnos a recordar su triunfo, su fracaso y a la vez su presencia en nuestras vidas.
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