Oscar Wilde (16 de
octubre de 1854, Dublín-Irlanda, Reino Unido entonces – París,
Francia, 30 de noviembre de 1900) fue un genio aclamado y admirado,
que consiguió la gloria y el reconocimiento de sus contemporáneos
con sus ensayos, conferencias, cuentos y su novela El retrato de
Dorian Gray y, sobre todo, con sus obras de teatro, las cuales
criticaban con ingenio y de forma sutil la misma alta sociedad que
le aplaudía. La aristocracia le abría la puerta de sus casas de par
en par, el público le adoraba, hasta el punto de que se agolpaban
multitudes para recibirlo en las estaciones de trenes allá donde
iba, y los teatros se llenaban hasta colgar el cartel de "No hay
entradas"; y, sin embargo, salvo honrosas excepciones, las mismas
personas que se disputaban su compañía en fiestas y reuniones
sociales para poder escuchar sus ingeniosas paradojas, serían las
que hipócritamente aplaudirían su condena a prisión cuando quedó
al descubierto su condición de homosexual y le convertirían en un
paria social, rechazado, humillado y exiliado. Oscar Wilde hizo de su
vida una obra de arte y, por eso, en él Vida y Obra son inseparables.
Su vida al igual que su obra se rigió por la Estética y, por eso,
aquella siempre fue una constante representación; esa fue la razón
por la que Wilde le dijo a Gide en una visita a Argelia: “¿Quiere
usted saber cuál es el gran drama de mi vida? Que he puesto mi genio
en mi vida, y nada más que mi talento en mis obras”.
Para entender la vida y la obra de Oscar Wilde debemos primero adentrarnos en la consideración de la homosexualidad en la Inglaterra victoriana y, también, de cómo se llegó hasta esa concepción, cómo era la sociedad, las leyes, las costumbres y cómo vivían los homosexuales en ese momento.
Introducción: La
homosexualidad en el siglo XIX.
En el mundo pagano
pre-cristiano una clasificación de las personas por su orientación
sexual sería absurda, de hecho no existe en las lenguas latina o griega una
palabra que pudiera equivaler a nuestra "homosexualidad" porque en la
Antigüedad las categorías sexuales eran diferentes a las actuales.
Es decir, que la sociedad greco-romana no dividía a las personas
según el sexo de las dos personas implicadas en una relación, y por
lo tanto no existía la clasificación de las personas en
heterosexuales, bisexuales y homosexuales, eran mucho más
importantes otros factores como la edad, la clase social o las
prácticas sexuales y, sobre todas ellas el concepto de
sumisión-dominación, y así el hecho de que un hombre tuviera
relaciones sexuales con otro hombre, en sí no era algo importante,
sino qué tipo de relaciones (activo-pasivo), qué clase social
(libre-esclavo, alta-baja), y qué edad (joven-mayor) tenían los
integrantes de dicha relación. Muestra literaria de este último tipo de relación es la Antología Palatina que, alrededor del año 900, recopiló un profesor de escuela bizantino llamado Constantino Céfalas, ampliada por un erudito copista conocido como Constantino el Rodio, en el que se recogen unos 3.700 epigramas de la Antigüedad, divididos en 15 libros, de los cuales dos son eróticos, el libro 5 sobre amor heterosexual y el 12 sobre amor homosexual, del que seleccionamos como ejemplo el siguiente de Alfeo de Mitilene:
"Desdichados los que pasan la vida sin amor, pues nada es
fácil de hacer, ni de decir sin pasión. Incluso yo ahora
me siento en exceso indolente, pero si divisara a Jenófilo,
volaría más rápido que los relámpagos. Es por eso
que yo recomiendo a todo el mundo no huir del dulce Deseo,
sino perseguirlo: Eros es la piedra en la que se afila el alma."
Oscar Wilde preconizaba una vuelta al paganismo y, de hecho, estos versos los podría haber firmado perfectamente y, algunas de sus cartas a su amante Lord Alfred Douglas (Bosie), en ocasiones no se alejan mucho de esta visión. De hecho, uno de los problemas que tuvo fue el chantaje que le hicieron por unas cartas que le robaron a Bosie y que fueron utilizadas en los procesos contra Wilde, el cual alegó que se trataban de poemas en prosa, es decir de literatura.
Toda esta concepción
de la sexualidad cambió con el triunfo del cristianismo en el Imperio Romano. La ley
canónica pasó a ser ley civil y las prohibiciones sexuales de la
moral judeo-cristiana pasaron a ser herejías que los tribunales
eclesiásticos condenaban y, en la mayoría del mundo cristiano,
también se convirtieron en delitos que los tribunales penales ejecutaban, inventándose una nueva palabra para este delito, “sodomía”,
proveniente del pasaje bíblico sobre Sodoma y Gomorra, para
describir las relaciones sexuales prohibidas, que incluían no solo
las relaciones entre hombres o entre mujeres sino también las de
hombres y mujeres que no fueran dirigidas a la procreación. Así,
cualquier actividad sexual cuya finalidad no fuera la procreación
era considerada ilegítima y antinatural y, por lo tanto, pecaminosa.
Incluso en la Edad Media fue ampliándose hasta considerar sodomía
las relaciones entre personas y animale o entre personas de diferente
religión, por considerar que los musulmanes o los judíos eran como
animales. Pero no se clasificaba a los actores sexuales sino los
actos que se realizan. Y estos podían ser severamente castigados: la
muerte, la castración, la hoguera por herejía, etc...
En Inglaterra, la
sodomía, entendida ampliamente, se volvió un crimen civil en 1533
y se aplicó la pena de muerte a los culpables de sodomía en
Inglaterra y Gales hasta 1835, cuando se ajustició a la última
persona por actos de sodomía, aunque la pena de muerte no se abolió
formalmente hasta 1861 (en Escocia hasta 1889), cuando se aprobó
una ley que condenaba a una pena de 10 años a cadena perpetua, la
cual fue reformada a su vez por la Enmienda Labouchere, bajo la cual
se condenó a Oscar Wilde (Sección XI de la Criminal Law Amendent
Act, 1885) que entró en vigor en 1866 y que declaraba ilegales,
aunque ya lo eran, todos los actos homosexuales entre hombres en
público o en privado. Sin embargo, en lugares como Francia el Código
Penal revolucionario de 1791 había despenalizado las relaciones
sexuales entre varones al omitirlas deliberadamente, aunque después
las condenas a los homosexuales se producían encubiertas bajo otros
delitos como indecencia pública, corrupción de menores, vagancia,
etc...
El siglo XIX en el Reino
Unido es fundamentalmente conocido como época victoriana, en honor a
la reina Victoria I, la cual reinó entre 1837 y 1901. Es una época
caracterizada por una fuerte represión sexual, baja tolerancia al
delito y un estricto código de conducta social, donde reinaba la
hipocresía más absoluta en los temas de moral sexual, por lo que
independientemente de la posibilidad de una condena penal, lo cual no
era frecuente en personas de posición social acomodada, dado que era
un tema muy incómodo para la sociedad y para el propio Estado, tanto
que no se podía ni nombrar con palabras de forma directa, quedaba la
vergüenza y el temor a perder a los amigos, la familia, la
reputación, el aislamiento social y mental y, de hecho, se podía
producir una muerte social en vida, existiendo una especie de
hipocresía legal y social al respecto, ya que, en numerosas ocasiones,
se permitía que las personas de alto nivel social que podían ser
acusadas de sodomitas dejaran el país y así se evitara un juicio
vergonzoso para la propia sociedad. De hecho fue una salida posible
que Oscar Wilde, al contrario que otras personas reputadas en sus
mismas circunstancias, pudo tomar pero que acabó rechazando.
Es en el siglo XIX
cuando, además, la homosexualidad nace como concepto, la
transexualidad o el travestismo era considerada una parte de la
homosexualidad no una categoría separada. Por lo tanto, ya no estamos
ante la consideración de la existencia de actos sodomitas considerados de forma individual sino ante
la figura de “el homosexual”, tanto desde el punto de vista
médico como social, comenzando una búsqueda científica del origen
de lo que se consideró una enfermedad, una patología o “inversión
sexual”, lo que llevaría, en consecuencia, a la búsqueda de un
tratamiento para su curación. Así pues, ya no estamos ante la
consideración de actos aislados e independientes, sino ante personas
que se sienten atraídas sexualmente por personas de su mismo sexo,
violando, según estas teorías, el orden sexual natural y fisiológico.
Por ello, en primer lugar, se empieza por buscar una causa
fisiológica, a veces con teorías tan absurdas que suenan increíbles
a nuestros oídos. Por ejemplo, la incapacidad para orinar en línea
recta se consideraba como signo de homosexualidad, o las mujeres que
fumaban o que podían silbar, si eran puros se consideraba un caso
extremo, o bien los hombres que no fumaban o eran incapaces de silbar
o escupir, con lo que se daba la paradoja de que los homosexuales se
convirtieron en fumadores empedernidos, como Oscar Wilde, para evitar
suspicacias. Esta concepción fisiológica se ve reflejada en la
novela Maurice de E. M. Forster, en la que Maurice, angustiado al
sentir que le atraen los hombres, acude al Dr. Barry, un médico
vecino, el cual piensa que Maurice le va a consultar porque ha
contraído una enfermedad venérea o padece de impotencia, pero al
examinarlo físicamente le dice que está perfectamente y le aconseja
casarse, a lo que Maurice le dice que él es como Oscar Wilde, y el
Dr. Barry le dice que son bobadas y se niega a escuchar una palabra
más. Si fisiológicamente está bien lo demás son tonterías,
porque, además, Maurice es una persona cabal y responsable por lo que
no puede ser un pervertido o un enfermo mental.
En 1886, el neurólogo
alemán Richard von Krafft-Ebing marcaría el paso de la causa de la
homosexualidad de la fisiología a la mente, aunque aquella
concepción nunca se abandonó, pasando a ser una mezcolanza de
ambas. Krafft-Ebing en su libro Psycopathia sexualis, con doce
ediciones entre 1886 y 1903 en las cuales progresivamente iba
adicionando casos, realizó un compendio de más de 200 historiales
de individuos con manifestaciones psicopatológicas de la vida
sexual, dedicándole unas 100 páginas a los casos de homosexualidad
que, entendía, provenían de un signo funcional de degeneración, de
un sistema nervioso defectuoso o de una mente neurasténica. Estos
historiales provenían de registros policiales y de manicomios, lo
que respaldaba su tesis de la degeneración de las personas
homosexuales, es decir, que tomó como objeto de estudio a asesinos,
psicópatas, psicóticos, esquizófrenicos, etc..., que a su vez eran
homosexuales o transexuales, con lo que difícimente podría obtener
otro resultado que llegar a la conclusión de que los sujetos de
estudios tenían una o varias patologías. Sus tesis fueron
tremendamente populares, sobre todo a causa de sus morbosas
historias, por lo que, en definitiva, la medicina se utilizó para
justificar la moral y confirmar, además, las creencias religiosas de
la época. Y este libro y autor, entre otros, fueron la base
científica para considerar a la homosexualidad una enfermedad
durante los siguientes casi cien años. De hecho, el propio Oscar
Wilde, en fecha 2 de julio de 1896, estando en prisión, dirigió una
angustiosa carta al Ministro del Interior en la que dice:
“La petición del
sobrescrito prisionero muestra humildemente que no desea intentar
paliar en ningún modo las terribles ofensas de las que fue
rectamente considerado culpable, sino señalar que tales ofensas son
modalidades de demencia sexual y son reconocidas como tales no solo
por la ciencia patológica moderna sino también por la legislación
moderna...”
Tan descabelladas como
las teorías sobre el origen de la homosexualidad fueron las
propuestas sobre los tratamientos a llevar a cabo para su curación.
Millones de homosexuales han sufrido desde esa época tratamientos
espantosos que los han destrozado física y psicológicamente, en
aras de una cura de una enfermedad imaginaria, y se siguen
practicando muchas de ellas en gran parte del mundo en la actualidad.
Algunas realmente eran absurdas, por ejemplo el lavado de la vejiga y
el masaje rectal con la idea de matar las células homosexuales de
modo que las células normales pudieran reemplazarlas, otras
provocaban la infelicidad perpetua a través de la prescripción de
casarse, y no solo de la persona homosexual sino de quien sería su
pareja, o la llamada terapia de burdel, que trataba de promover el
arranque del instituto natural. La hipnosis también fue recurrente,
de hecho, también Maurice, en la novela de Forster referida, lo
intenta a través de este método. Poco a poco, al no dar con la
solución, se intentaron terapias más drásticas convirtiendo al
homosexual en un laboratorio ambulante, como con la brutal terapia de
aversión, induciendo al vómito mientras se presentaban hombres
desnudos, y después de una inyección de testosterona, los hombres
desnudos eran reemplazados por mujeres desnudas, o las curas por
cirugía, consistente en remover los ovarios o el clítoris de las
lesbianas, cauterizar la nuca de los pacientes, la castración, la
esterilización, la trepanación (desde finales del siglo XIX), la
lobotomía, o la castración química con hormonas.
En la literatura, Balzac
fue un precursor de esta concepción del homosexual determinado por
una mezcla de rasgos morales, mentales y físicos y así en la
primera parte de Las ilusiones perdidas hace una descripción del
joven poeta Lucien de Rubempré que así lo confirma:
“Su rostro tenía la
distinción de líneas de la belleza clásica; eran una frente y una
nariz griegas, la blancura aterciopelada de las mujeres(...)La
sonrisa de los ángeles tristes erraba en sus labios de coral,
realzados por bellos dientes. Tenía manos de hombres de encumbrado
linaje, manos elegantes, a cuyo simple ademán los hombres deberían
obedecer(...) Al ver sus pies, un hombre hubiese tenido la tentación
de tomarle por una muchacha disfrada, ya que, a semejanza de los
hombres agudos, por no decir asturots, sus caderas tenían la
conformación de las de una mujer. Este indicio, que engaña
raramente, era verdad en Lucien.”.
No obstante, mientras las conductas que podrían inducir a pensar que la persona era
homosexual se disculparan bajo una capa artística, se consideraban
una pose y, por lo tanto, no había peligro, no era una perversión
era Arte, por lo que las reacciones ante los excesos floridos de los
integrantes del Movimiento Estético de los setenta y ochenta del
siglo XIX, entre los que se encontraba Wilde, eran más bien
sarcásticas, pero no implicaban un peligro real, siendo los más
vociferantes y oponentes de los sodomitas, hombres que en muchos casos
eran homosexuales, como describió Proust en su novela Sodoma y
Gomorra, cuarto volumen de su heptalogía A la busca del tiempo
perdido. También es cierto que los signos de amistad tanto masculina
como femenina a finales del siglo XIX eran mucho más amplios que en
la actualidad, gestos como abrazos, besos, cogerse de la mano, vivir juntos, todo
ello era posible entre caballeros o damas ingleses sin problema. De
hecho, esto se puede observar en las novelas, películas y series de
televisión que reflejan el mundo de lugares como Oxford, Cambridge o
Eton entre finales del siglo XIX y los años 20, como Maurice de E.M.
Forster o Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh.
También ayudaba a ese
armario personal y literario el tener un código propio al escribir en novelas,
poemas, obras de teatro, incluso en las cartas privadas, por
precaución, ya que el peligro del chantaje o el descubrimiento por
error o descuido siempre era posible, y de hecho en el juicio contra
Oscar Wilde se esgrimieron cartas privadas del mismo e intentos de
chantaje hacia él, que rechazó diciendo que las consideraba obras
de arte. Anne Lister en sus diarios o Charlotte Brönte en sus cartas
utilizaron muchos subterfugios para ocultar sus sentimientos y sus
palabras a posibles lectores desconocidos, se utilizaban, además,
alusiones literarias y palabras solo aptas para “entendidos”.
Estos códigos secretos
se pueden ver en muchísimas obras literarias del siglo XIX, incluídas las de Oscar Wilde, el cual, por ejemplo, hace decir al personaje de
Mabel Chiltern, en su obra teatral Un marido ideal, sobre la estatua
de Aquiles en Hyde Park: “las cosas que suceden enfrente de esa
obra de arte son pasmosas”, obviamente era algo que solo entendían
los homosexuales que estaban al tanto de que ese era uno de los
lugares de encuentro para homosexuales en el Londres de la época.
Una de las obras más conocidas de Wilde es The Importance of Being
Earnest, y de todos es conocido el juego de palabras con doble
sentido por el que se podría entender este título como La
importancia de llamarse Ernesto o también La importancia de ser
formal (serio o como es debido), ya que “Ernest” y “Earnest”
que significan “Ernesto” y “formal” respectivamente, son homófonos, es decir se
pronuncian de la misma forma, jugando, además, con el sentido de la
doble vida del protagonista y de uno de los pilares de la sociedad
victoriana, el ser serio o formal. Hasta ahí la historia conocida.
Pero lo que es más desconocido, según cuenta Luis Antonio de
Villena en su Conocer a Oscar Wilde y su obra, es que por esa época
el poeta John Gambril Nicholson había publicado de forma privada un
libro homoerótico, de amplia difusión entre los grupos de
homosexuales entre los que se movía Wilde, titulado Love in Earnest
(El amor formal) que homófonamente también se podría entender como
El amor por Ernesto, y que entre “entendidos” Earnest o Ernest
había pasado a significar el amor homosexual, por lo que el título
tenía un sentido extra solo asequible en su significado entre
aquellos, el cual pasaba a ser La importancia de ser homosexual.
Un ejemplo de código privado fue el famoso clavel verde inventado por Oscar Wilde. El 20 de febrero de 1892, en el Teatro Sain-James se estrenaba El abanico de lady Windermere, la primera de sus cuatro grandes comedias. El éxito fue apoteósico y Wilde fue llamado al escenario, apareció con un clavel verde en la solapa, auténtico símbolo de la supremacía del Arte sobre la Naturaleza, y con un cigarrillo humeando en la mano se inclinó ligeramente ante los espectadores diciendo "Señoras y señores: Celebro mucho que les haya gustado mi obra y los felicito por ese buen gusto. Estoy seguro de que aprecian ustedes sus méritos casi tanto como yo mismo. Realmente me he divertido esta noche una enormidad." Este clavel verde fue utilizado como santo y seña por determinados círculos homosexuales en la sociedad londinense.
De hecho, Robert Hichens publicó el 15 de septiembre de 1894, de forma anónima, El clavel verde, una roman à clef (novela en clave) paródica sobre Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas, su relación, su arte, y sus ideas. Una novela muy divertida y que contenía mucha de la esencia de sus epigramas, hasta el punto de que se acusó al propio Oscar Wilde de haberla escrito él mismo, lo cual este negó en una carta dirigida al editor de la Pall Mall Gazette el 1 de octubre de 1894. No obstante, Wilde y Douglas supieron enseguida quién era el autor y no le dieron mayor importancia, Douglas se sintió halagado y Wilde era de los que pensaba que ser el centro de atención y que hablaran de uno aunque fuera para criticarlo estaba bien. No obstante, este libro fue el principio del fin, mostraba a la sociedad inglesa el pensamiento antisocial (contra los parámetros morales y sociales de la época) de Wilde, además de su homosexualidad, y enfadó al padre de Douglas hasta el punto de maquinar contra Wilde para provocar su caída.
Obviamente, con el paso
del tiempo muchas de estas referencias para "entendidos" pasan desapercibidas por haber
perdido los códigos para descifrarlos. Nadie recuerda que el color que se asimilaba con la homosexualidad en el siglo XIX era el verde y no el lila o el rosa, por poner un ejemplo.
La hipocresía de la
sociedad europea de finales del siglo XIX era patente, había una
subcultura homosexual y los homosexuales tenían fiestas, bailes
semiprivados, bailes de máscaras, sobre todo durante el carnaval
donde la prohibición del travestismo desaparecía, de hecho August
Strindberg describe uno de esos bailes en su obra El claustro (1891), pero en la literatura todo debía quedar de una forma
bastante sutil e imperceptible, como demuestran varias novelas de
Balzac, donde hay personajes homosexuales, tanto hombres como
mujeres, pero que no cualquier lector puede detectar, o bien si se
trataban más abiertamente se hacía de una forma hostil, como el
personaje de Maxime en La curée (1871) o el de Hyacinthe en París
(1898), ambos de Zola, todo intentos de aplacar al censor o el
escándalo. Otra posibilidad era utilizar el cambio de sexo del
personaje, lo que posteriormente se llamaría la “estragegia
Albertine” por el personaje de Albertine, en realidad Albert, en A
la busca del tiempo perdido de Proust, utilizado ampliamente en el
siglo XIX. También la alegoría era muy utilizada, como en los
cuentos del notoriamente homosexual Hans Christian
Andersen, en los cuales el deseo anormal lleva a la muerte (el hombre
de nieve que se derrite, la mariposa solterona, la sirenita, o la
desgracia, hasta el patito feo tiene problemas por la confusión
sobre su género, aunque su diferencia acaba siendo su marca de
superioridad). Ambiguos, dadas las referencias para entendidos que
existen en sus textos, también son algunos de los detectives de la
literatura de la época, desde el detective de Los crímenes de la
Rue Morgue de Poe hasta el Sherlock Holmes de Conan Doyle o el
Vautrin de Balzac.
Una de las novelitas erótico-pornográficas que circulaban clandestinamente por la sociedad victoriana finisecular fue Teleny (1891), en esta se muestra la pasión entre Camille Des Grieux, un caballero joven inglés, y el joven pianista de origen húngaro Teleny. Esta obra se ha atribuido a Oscar Wilde, aunque lo más probable es que fuera un juego entre este y algunos discípulos, los cuales iban pasándose la obra y añadiendo y corrigiendo capítulos. En esta obra se contienen algunas de las ideas de la sociedad del momento respecto de la homosexualidad y también las objeciones que los homosexuales podían realizar:
"Lo que me divierte es comprobar que todos los escritores acusan a las naciones vecinas de esta abominación; solo la suya se ve libre de ella.
Los judíos reprochaban este vicio a los gentiles, y los gentiles a los judíos. Lo mismo pasó con la sífilis. Según los relatos de la época, todas las ovejas sarnosas contaminadas traían del extranjero esa perversión del gusto. ¿Y no leí en un libro médico moderno, que el pene de un sodomita se adelgazaba y afilaba como el de un perro, que la boca habituada a prácticas viles se deformaba?(...)
Debo confesar que, luego, la experiencia me demostró la falsedad de tales desatinos;"
"Aunque, según los fisiólogos, el cuerpo de un hombre cambia cada siete años, sus pasiones siguen siendo las mismas, y, aunque en estado latente, permanecen siempre en él. El hecho de no haber dejado libres sus riendas, no ha vuelto mejor su naturaleza. Se engaña a sí mismo y engaña a los demás mostrándose a una luz que no es la verdadera. Sé que nací sodomita; la falta está en mi constitución no en mí"
"(...)estaba predispuesto a amar a los hombres y no a las mujeres, y, sin darme cuenta, siempre había luchado contra las indicaciones de mi naturaleza."
"¿Había cometido acaso un crimen contra natura cuando mi propia naturaleza encontraba en él paz y felicidad? De ser así, sería culpa de mi sangre, de mi temperamento, y no mía."
Como se puede observar Wilde y sus discípulos refutaban la idea de que se estaba ante un comportamiento contra natura, pensaban pues que la sodomía en su caso era perfectamente natural y lo antinatural era seguir un comportamiento contrario a su naturaleza.
Hay, además, una amenaza de chantaje, reflexiones sobre el posible escándalo, e incluso una fiesta de amigos "alegres", es decir gays.
El libro termina denunciando la hipocresía de la sociedad:
"Porque si la sociedad no nos pide ser intrínsecamente virtuosos, sí nos exige que mantengamos las apariencias de la moralidad, y por encimca de todo que evitemos el ESCÁNDALO."
Y siendo premonitorio respecto al destino del propio Wilde al introducir en el último párrafo de la novela una cita del libro de Job:
"Mis parientes han huido de mí y mis amigos me han abandonado; quienes habitan bajo mi techo, mis servidores mismos, me miran como a un extranjero. Todos abominan de mí y aquellos a quienes yo amaba se vuelven contra mí; hasta los niños me desprecian."
Y este mundo hipócrita, reprimido y mojigato era del que se burló primero en sus obras y al que se tuvo que enfrentar posteriormente Wilde, como veremos a continuación.
Una de las novelitas erótico-pornográficas que circulaban clandestinamente por la sociedad victoriana finisecular fue Teleny (1891), en esta se muestra la pasión entre Camille Des Grieux, un caballero joven inglés, y el joven pianista de origen húngaro Teleny. Esta obra se ha atribuido a Oscar Wilde, aunque lo más probable es que fuera un juego entre este y algunos discípulos, los cuales iban pasándose la obra y añadiendo y corrigiendo capítulos. En esta obra se contienen algunas de las ideas de la sociedad del momento respecto de la homosexualidad y también las objeciones que los homosexuales podían realizar:
"Lo que me divierte es comprobar que todos los escritores acusan a las naciones vecinas de esta abominación; solo la suya se ve libre de ella.
Los judíos reprochaban este vicio a los gentiles, y los gentiles a los judíos. Lo mismo pasó con la sífilis. Según los relatos de la época, todas las ovejas sarnosas contaminadas traían del extranjero esa perversión del gusto. ¿Y no leí en un libro médico moderno, que el pene de un sodomita se adelgazaba y afilaba como el de un perro, que la boca habituada a prácticas viles se deformaba?(...)
Debo confesar que, luego, la experiencia me demostró la falsedad de tales desatinos;"
"Aunque, según los fisiólogos, el cuerpo de un hombre cambia cada siete años, sus pasiones siguen siendo las mismas, y, aunque en estado latente, permanecen siempre en él. El hecho de no haber dejado libres sus riendas, no ha vuelto mejor su naturaleza. Se engaña a sí mismo y engaña a los demás mostrándose a una luz que no es la verdadera. Sé que nací sodomita; la falta está en mi constitución no en mí"
"(...)estaba predispuesto a amar a los hombres y no a las mujeres, y, sin darme cuenta, siempre había luchado contra las indicaciones de mi naturaleza."
"¿Había cometido acaso un crimen contra natura cuando mi propia naturaleza encontraba en él paz y felicidad? De ser así, sería culpa de mi sangre, de mi temperamento, y no mía."
Como se puede observar Wilde y sus discípulos refutaban la idea de que se estaba ante un comportamiento contra natura, pensaban pues que la sodomía en su caso era perfectamente natural y lo antinatural era seguir un comportamiento contrario a su naturaleza.
Hay, además, una amenaza de chantaje, reflexiones sobre el posible escándalo, e incluso una fiesta de amigos "alegres", es decir gays.
El libro termina denunciando la hipocresía de la sociedad:
"Porque si la sociedad no nos pide ser intrínsecamente virtuosos, sí nos exige que mantengamos las apariencias de la moralidad, y por encimca de todo que evitemos el ESCÁNDALO."
Y siendo premonitorio respecto al destino del propio Wilde al introducir en el último párrafo de la novela una cita del libro de Job:
"Mis parientes han huido de mí y mis amigos me han abandonado; quienes habitan bajo mi techo, mis servidores mismos, me miran como a un extranjero. Todos abominan de mí y aquellos a quienes yo amaba se vuelven contra mí; hasta los niños me desprecian."
Y este mundo hipócrita, reprimido y mojigato era del que se burló primero en sus obras y al que se tuvo que enfrentar posteriormente Wilde, como veremos a continuación.
¿Qué puedo decirte Sebastian?, cuando un artículo, abre tantas perspectivas nuevas y te das cuenta que al disfrute como un simple lector puedes añadirle tantos matices, te sientes mucho más comprometida con la admiración que ya sientes por un autor como Wilde. Muchas gracias por este trabajo tan serio.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado. En realidad, este artículo es tan solo una introducción para poder entender la vida y obra de Wilde, y que comentaré más extensamente en la segunda parte de este artículo, que ya tratará sobre Wilde de forma extensa y directa.
ResponderEliminarMucha gracias por este artículo tan completo. Como dice Julia, abre muchas perspectivas. En el foro, hemos coincido en la importancia de interpretar y leer un autor y su obra desde su época, y no sólo desde el presente. Creo que sólo así se puede apreciar lo que significan. En el artículo nos das muchas claves para apreciar el mundo en el que se movía Wilde: su (pequeño) espacio de libertad, sus límites y las consecuencias de transgredirlos.
ResponderEliminarEsperamos impacientes la segunda parte.
Muy instructivo me ha gustado mucho
EliminarMuy instructivo me ha gustado mucho
EliminarMuchas gracias por el comentario, espero que la segunda parte, ya plenamente wildeana, te guste de igual modo.
EliminarEn realidad leí la segunda parte primero, me encanto de ahí que buscará la primera parte para leerla.
ResponderEliminar