Oscar Wilde: Auge y caída de un mártir homosexual (Segunda parte) - Sebastián Fontana (Arden)

 
Oscar Wilde en 1899

Oscar Fingal O'Flaghertie Wills Wilde nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín (Irlanda, entonces parte del Reino Unido), y con un nombre repleto de personajes heroicos del mundo céltico, reyes y héroes de Irlanda, excepto el Wills que provenía del padre, parecía ya estar predestinado a no ser una persona corriente. ¿Qué puede tener esa pequeña isla en el confín de Europa con menos de 5 millones de habitantes para haber dado tantos y tan buenos escritores? Además de Wilde, Irlanda ha dado autores de la talla de Samuel Beckett, Jonathan Swift, James Joyce, Seamus Heaney, William Butler Yeats, Bram Stoker, George Bernard Shaw, y un largo etc..., que incluye varios Premios Nobel de literatura. Quizás su espíritu celta, tan imaginativo, del que tanto alardeaba Wilde en sus cartas, combinado con el espíritu de contradicción inherente a una isla con gran influencia católica y sin embargo también heredera de ese espíritu celta pagano, sumado a la rebelión contra la dominación inglesa con la conservación de sus tradiciones y su propia y antigua lengua.

Oscar Wilde, quizás, encarnaba más que ningún otro ese espíritu contradictorio irlandés. Hijo de Sir William Wills Wilde, médico de profesión y título honorífico de Médico de la reina, y de Lady Wilde, de soltera Jane Francesca Elgee, una activa patriota irlandesa, extravagante y amante de las letras, y con un gusto desmesurado por lo noble y distinguido, un afan snob que heredaría Wilde. De hecho Wilde encarnaba esa contradicción al ser al mismo tiempo protestante y patriota irlandés, aunque siempre coqueteó con el catolicismo, más que nada porque su sentido del espectáculo no podía dejar de verse subyugado por el aparatoso ritual católico, con sus mitras, santos, oraciones en latín, capelos, colores estridentes como el rojo cardenalicio, tejidos suntuosos y boato escénico.

Wilde estudió primero en el Trinity College de Dublín, la Universidad protestante irlandesa por excelencia, donde destacó en lenguas clásicas y literatura, y de ahí pasó a Oxford, que es donde de verdad comienza a forjarse su personalidad, ajena al deporte y a la vulgaridad y amante de la belleza, el arte y la literatura. Allí recibiría sus influencias más importantes: John Ruskin y Walter Pater.

Cuando pensamos en Oscar Wilde inmediatamente nos viene a la cabeza la imagen del dandi, el caballero snob de maneras afectadas, el homosexual esteticista imbuido del lujo y la frivolidad, y, sin embargo, la influencia de John Ruskin, cuya concepción ética del arte lo hacen padre de un socialismo esteticista, y para el cual el arte solo podía provenir de un hombre bueno, preconizando un resurgimiento de la artesanía y las artes decorativas que influiría en el bienestar del hombre no solo de forma material sino también moral, hacen que Wilde se preocupara por la desigualdad y la miseria de las clases más desfavorecidas. De hecho uno de sus ensayos más olvidados es “El alma del hombre bajo el socialismo” (1891). Wilde en este ensayo abominaba del altruismo y la filantropía, la cual solo prolonga el círculo de la pobreza sin alterar los mecanismos que causan las desigualdades. Para Wilde, “la única finalidad justa debe ser la reconstrucción de la sociedad sobre unos cimientos tales que la pobreza resulte imposible”. Wilde deplora que en la sociedad solo unos pocos hombres puedan elegir libremente su estilo de vida, con unas desigualdades tales que solo una minoría puede dedicarse a la poesía, la filosofía o el arte, y los demás vivan esclavizados en un trabajo degradante e ingrato con un grave deterioro de su racionalidad y sensibilidad. Wilde preconizaba, en sus primeras obras sobre todo, el arte por el arte pero con una clara tendencia moral.

La otra gran influencia en Wilde fue Walter Horatio Pater, un profesor de Oxford que proponía una teoría de las sensaciones, por la cual hay que vivir el momento, atrapar el mayor número posible de esas sensaciones fugaces y difrutarlas, desde luego las mejores y las más bellas. La finalidad no es el fruto de la experiencia sino la experiencia misma, lo que entroncaría con el hedonismo pagano, y por supuesto esto acarreaba la condena de los puritanos que veían en esa entronización de las sensaciones una invitación al libertinaje, a la inmoralidad. Y esta era la base del decadentismo finisecular decimonónico: Paganismo, arte por el arte, búsqueda de la intensidad del momento, de las pasiones y de los pecados exquisitos.

En el propio Oxford y bajo estas influencias nace el personaje de Oscar Wilde, el dandi esteta y decandente, con la singularidad y la extravagancia en las formas, la ropa, las poses, los objetos bellos y raros, como las porcelanas orientales, los brocados, las sedas, o el uso de las flores, como los lirios, azucenas o heliotropos, como parte del atuendo. También es en Oxford donde, probablemente, descubre el gusto por la belleza adolescente que ya no le abandonará. En un ambiente de camaradería únicamente masculina, con jóvenes atletas de rubios cabellos remando o ejercitándose al sol, él ejercerá de voyeur, ya que no era deportista, disfrutando de la camaradería masculina.

En 1876, aún en Oxford, muere su padre. Esto le permite, gastando su pequeña herencia, viajar a Grecia y Roma reafirmándose en su idea de la vuelta al paganismo y el hedonismo, con una vida que debía dedicarse al placer, la belleza y al disfrute de las sensaciones, corporales e intelectuales, siendo el Arte la principal finalidad de su vida. Pero, al terminar sus estudios, debe enfrentarse a la vida real. ¿Cómo ganar dinero con la belleza? A partir de este momento Oscar Wilde debe trabajar su personaje, y para cumplir su objetivo se instala en Londres y empieza a tratar a la mejor sociedad, Wilde debe estar en todas partes donde esté el dinero, y él debe ser la salsa de todos los platos. Gran conversador, cualidad que había heredado de su madre, sus paradojas, su ingenio irlandés mordaz, su agudeza, y la originalidad de sus formas, sus gustos y su vestimenta, lo hacen imprescindible en cualquier velada que se precie de estar a la última, aún no es nadie pero ya va camino de serlo. Como cuenta Luis Antonio de Villena en su obra Conocer Oscar Wilde y su obra, Wilde empezó a usar el “traje estético”: Chaqueta de terciopelo ribeteada, calzón corto, medias altas de seda negra, camisa sin almidonar de cuello ancho y una corbata muy llamativa, con una flor, un lirio o un girasol, en el ojal, y si es muy grande en la mano, es decir que ya está siendo un actor siendo el teatro los salones sociales y el público la alta sociedad. Esto le permitirá conocer a fondo esta sociedad que después ridiculizará de una forma crítica y amable en sus obras de teatro de alta comedia. Oscar Wilde en este momento no era original pero sabía hacer suyas las ideas de los demás y llegó a encarnar de tal forma el movimiento esteticista inglés que la revista satírica Punch cuando quiso satirizar esta moda caricaturizó su imagen, siendo indirectamente el protagonista (un Wilde satirizado) de la opereta Patience de Gilbert y Sullivan, compositores de moda en aquel momento, lo que le dio mayor celebridad.

Oscar Wilde en 1882 con la estética dandi

Así, a finales de 1881, Wilde era popular, pero aún no había hecho nada destacado, era lo que ahora diríamos un personaje mediático, alguien que en la actualidad estaría en programas de televisión opinando y marcando tendencias pero sin haber hecho nada destacado para ser recordado. En junio de 1881 publica su primer libro de poemas, Poems, una recopilación de poemas diversos que había escrito hasta el momento, que tampoco son una cumbre de la poesía. En esa misma época escribe su primera obra de teatro, Vera o los nihilistas, curioso drama con anarquistas (nihilistas) de protagonistas, donde aún se ve al autor primerizo pero que ya apunta maneras. Wilde en esa época se da cuenta de que ser un personaje público no le da de comer, y menos con el tren de vida que le gusta a él, y que el teatro puede ser su gran oportunidad.

En estos momentos Wilde recibe una oferta para dar conferencias en los Estados Unidos, en realidad la idea de quienes promovieron esta tournée era que en este país se conociera a los esteticistas para poder estrenar la opereta Patience y que el público pudiera entender qué se parodiaba, si no se conocía lo parodiado la obra no tenía gracia. Pero Wilde aprovecha la oportunidad no solo para ganar dinero sino para conocer a grandes escritores como Walt Whitman, la cultura de los Estados Unidos y a los norteamericanos, a los cuales parodiará en su famoso y divertidísimo relato El fantasma de Canterville (1887), donde una familia norteamericana se enfrenta de una forma práctica a un fantasma aristocrático inglés que ha estado aterrorizando durante siglos a la gente que vivía en su antigua casa. La gira de Wilde fue un éxito total, fuera entre la alta sociedad de Nueva Inglaterra como entre los rudos mineros del medio Oeste o la gente de San Francisco, y el Wilde que vuelve a Londres es ya diferente al que partió, ha encontrado una voz propia, dando por terminada la fase dandi esteta.

Durante su año en Norteamérica Wilde dio casi 150 conferencias y ganado unos 6.000 dólares, así que invirtió el dinero en vivir tres meses en París, donde conoció a Verlaine, Víctor Hugo, Mallarmé, Zola, Alphonse Daudet, a Degas, en fin a la flor y la nata de las artes y la literatura de Francia. Son momentos en los que se da cuenta de lo endeble de su obra, por lo que termina su segunda obra teatral, La Duquesa de Padua, una tragedia en verso libre ambientada en la Italia medieval, interesante pero a la que le falta ese algo para ser una obra redonda, y, además, compone dos de sus más célebres poemas: The harlot's house (La casa de la cortesana) y The Sphinx (La esfinge), iniciando una nueva tanda de conferencias, esta vez por Inglaterra, con títulos como "La casa bella", "Las artes decorativas", y "Mis impresiones personales de América".

En noviembre de 1883 su agenda le lleva a Dublín, donde se reinicia su íntima amistad con Constance Mary Lloyd, y a los cuatro días del reencuentro estaban comprometidos, casándose el 29 de mayo de 1884. En estos momentos ya como hombre casado necesita unos ingresos estables, y como, habiendo ya agotado el repertorio seguía apurado de dinero, lo que sería la tónica habitual durante toda su vida,  Wilde intenta dedicarse al periodismo como crítico. Se conserva una carta de 1885, en la que él mismo aconseja a un corresponsal del que desconocemos su identidad sobre las dificultades económicas de ser escritor, diciendo que:

“En lo que respecta a su porvenir en el mundo literario, créame cuando le digo que es imposible vivir de la literatura. Con el periodismo se pueden conseguir ingresos decentes, pero con el trabajo puramente literario solo en muy contadas ocasiones”

Foto de familia con Cyril

El 5 de junio de 1885 nace su hijo Cyril y el 3 de noviembre de 1886 su hijo Vyvyan. Así pues convertido en un padre de familia, dedicado al periodismo con ingresos estables, Wilde comienza su período más creativo, que abarcará desde 1887 a 1895, que marca su ingreso en prisión. En 1887 se hace cargo de la revista Lady's World, de la que consigue el cambio al nombre, más democrático, de Woman's World, una revista para mujeres (modas, arte y decoración, pero también reportajes y literatura). Es el período más estable de su vida. Escribe los relatos de El fantasma de Canterville, El crimen de Lord Arthur Saville, y sobre todo su primera colección de cuentos, El príncipe feliz y otros cuentos. Wilde disfrutaba con los niños, tenía un carácter muy infantil, y sus hijos eran su vida, y estos relatos tienen ese carácter de fantasía propios de la infancia, pero también un carácter social. El príncipe feliz cuenta la historia de la estatua de un príncipe que llora porque ve la miseria que le rodea, algo que no veía cuando estaba vivo, y pretende paliarla aún a costa de desmantelarse a sí mismo y a su belleza, lo que recuerda el idea del arte social que había aprendido de su maestro Ruskin. Los protagonistas son una golondrina (macho), con lo que se puede realizar una doble lectura, la infantil y la homosexual, que se siente atraída por el príncipe, ambos se sacrifican por mejorar el bienestar de los pobres, y los políticos y los ricos solo ven en ellos la fealdad y la muerte cuando ya han dado todo lo que tenían.

Robbie Ross joven

Es en esa época cuando Wilde conoció a Robert Ross, que tenía 17 años en 1886, parece que primero fueron amigos, después amantes, y volvieron a ser nuevamente amigos. Ross será una de las personas fundamentales de su vida, probablemente su amigo más fiel, quien le asistirá en la salud en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte los separó. En su larguísima carta escrita desde la prisión a Bosie (Lord Alfred Douglas), conocida como De profundis, Wilde cuenta un detalle de Ross para mí muy conmovedor:

(...)Cuando yo fui conducido entre dos guardias desde la cárcel hasta el Tribunal de quiebras, Robbie me esperaba en el largo y siniestro pasillo para, con asombro de la muchedumbre, que enmudeció al presentar escena tan tierna y tan sencilla, descubrirse gravemente mientras yo pasaba ante él con las manos esposadas y la cabeza baja. Los hay que han logrado el cielo por cosas menos importantes. (…)

Jamás le he dicho a Robbie una sola palabra respecto a esto. Ni siquiera sé todavía si sospecha que yo reparé en su manera de obrar. No es ello cosa que se puede agradecer ceremoniosamente con cumplidos. Conservo este recuerdo en el relicario de mi corazón. Allí lo conservo cual deuda secreta que, para mi dicha, sin duda nunca me será dado pagar. (…) el recuerdo de este delicioso y silencioso gestecito de amor hizo brotar de nuevo en mí todas las fuentes de la piedad, florecer mi páramo como una rosa y me salvó de la solitaria amargura del destierro, armonizándome con el amplio, exhausto y herido corazón del mundo.”

Pero también es en esa época cuando su homosexualidad, que parecía dormida, vuelve a la luz. Empieza a cartearse con chicos que conoce esporádicamente, aunque parece que solo se trataba de algo platónico. Y también es cuando empieza su época más fecunda. En 1888 escribe Pluma, lápiz y veneno, el primero de los ensayos que después incluirá en su recopilación de ensayos, Intenciones, y en él habla de la importancia de la máscara en el arte. El arte es más importante que la vida, y así el artista perfecto será el personaje artístico que hace de su vida un arte y en el que actúa teatralizando su vida. Lo realmente artístico no está en la naturaleza, de ahí después la utilización del clavel verde del que ya hemos hablado, es decir lo antinatural por excelencia. En sus posteriores ensayos, La verdad de las máscaras, El crítico artista y La decadencia de la mentira, Wilde ampliará todas estas ideas del decadentismo, y abogará por una vuelta a la fantasía dejando atrás el realismo imperante hasta ese momento.

Escribe también un ensayo sobre los Sonetos de Shakespeare y su tiempo, El Retrato de Mr. W. H., que lleva implícita la alabanza a la homosexualidad, no olvidemos que en algunos de sus sonetos Shakespeare se dirige como objeto de su amor a un joven de forma inequívoca, lo cual asustó a los editores de Wilde, y de hecho el ensayo no se publicó completo hasta 1921. La doble vida de Wilde es ya desenfrenada. Se ve atraído por chicos de los bajos fondos, lacayos, criados, es el rey de la alta sociedad, el artista genial de la paradoja, como después lo sería otro gran escritor homosexual en el que vida y obra van engarzadas, Truman Capote, y al mismo tiempo almuerza, regala pitilleras de oro y se codea con jóvenes guapos de baja nivel social o directamente delincuentes.


Esa doble vida se puede ver en cierta forma reflejada en su única novela, El retrato de Dorian Gray (The picture of Dorian Gray). Publicada en trece capítulos en una revista mensual de literatura, Lippincott's Monthly, y después ampliada en forma de libro en 1891. En esta novela, un pintor se ve irremisiblemente atraído por un joven que es la Belleza personificada, y del que pinta un retrato, con la consecuencia de que en el retrato se reflejará la miseria, el vicio, el pecado, los excesos y pasiones de todo tipo, incluida la maldad, de Dorian, mientras que el rostro de este seguirá siendo bello, puro e inocente. Ya Robert Louis Stevenson en 1886 había publicado la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en el que se trataba del tema de la doble personalidad. Wilde va más allá del planteamiento Stevensoniano, porque en este caso Dorian solo posee una personalidad, pero que no se refleja en su rostro, en realidad este es una máscara estando el verdadero rostro reflejado en el retrato escondido de Dorian, por lo que conduce al engaño en los demás. En esta novela están todas las ideas wildeanas: el hedonismo como meta en la vida, el culto apasionado a la Belleza y a la Juventud, donde vida y arte se confunden, y además es el compendio de la estética decadente. Por supuesto la obra fue un escándalo, y por lo tanto un tremendo éxito, y fue acusada de inmoral. Wilde en una carta de 25 de junio de 1890 al editor de la St. Jame's gazette escribiría que “soy del todo incapaz de comprender cómo puede criticarse una obra de arte desde una perspectiva moral. La esfera del arte y la esfera de la ética son completamente distintas y están bien delimitadas”, y en otra carta del día siguiente al mismo corresponsal dice:

“El arte romántico trata de la excepción y del individuo. La buena gente, que en general se identifica con una tipología normal y por lo tanto ordinaria, carece de interés artístico. La mala gente es, desde el punto de vista del arte, un tema fascinante. Representan el color, la variedad, lo extraño. (...)los malos estimulan la imaginación. Su crítico, si es que he de darle tan honorable título, declara que las personas de mi narración no tienen contrapartida en la vida (…). Exacto. Si existieran no merecería la pena escribir sobre ellas. La función del escritor es inventar no hacer reportaje. No hay personas así. Si las hubiera, no escribiría sobre ellas. La vida con su realismo siempre echa a perder el tema del arte. El supremo placer de la literartura es hacer realidad lo que no existe.”

En una carta del 9 de julio de 1890 al director del Scots Observer dice:

“Cada hombre ve en Dorian Gray su propio pecado. Nadie sabe cuáles son los pecados de Dorian Gray. El que los encuentra los pone de su parte.”

No obstante, varias revistas cristianas vieron moralidad en su final, y Wilde en otra carta al director del periódico referido de fecha 23 de julio de 1890, dice refiriéndose al libro:

“Será para cada uno lo que ve en sí mismo. En realidad el arte es el espejo del espectador no de la vida.”

El retrato de Dorian Gray fue ampliamente utilizado en los procesos de Oscar Wilde, para hacer ver que constituía un alegato inmoral y que se utilizaban personajes y expresiones que indicaban la homosexualidad de sus personajes, y que serían un reflejo de él mismo y de sus preferencias, y Wilde tuvo que defenderse de estas acusaciones:

Carson (abogado defensor del Marqués de Queensberry): Esta es su introducción a Dorian Gray:”No existe cosa tal como un libro moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos.” ¿Eso expresa su punto de vista?
Wilde: Mi punto de vista sobre el arte sí.
Carson: ¿Entonces debo deducir que, en su opinión por inmoral que sea un libro, si está bien escrito es un buen libro?.
Wilde: Sí, si estuviera tan bien escrito como para dar una sensación de belleza, que es la sensación más elevada de la que es capaz el ser humano. Si estuviera mal escrito produciría una sensación de desagrado.

(…) Carson: Debo pensar que usted, como artista, no ha conocido nunca los sentimientos descritos en esta obra?.
Wilde: Nucna he permitido a ninguna personalidad dominar mi arte.
Carson: Entonces ¿No ha experimentado nunca los sentimientos que describe?.
Wilde: No. Es una obra de ficción.
Carson: En lo que concierne a usted...¿No tiene experiencia de ello como un sentimiento natural?
Wilde: Me parece que es perfectamente natural para cualquier artista admirar intensamente y amar a un joven. Es un episodio de la vida de casi todo artista.”


En 1891 aparece un nuevo volúmen de cuentos: A house of pomegranates (Una casa de granadas), con cuatro magníficos cuentos: El joven rey, El cumpleaños de la infanta, El pescador y su alma y El niño-astro. Es el mismo Wilde fantasioso de El Príncipe feliz pero evolucionado, menos infantil, mucho más decadente, con predominio de la estética y del simbolismo, tendencia que culminará con su obra teatral Salomé.

Lord Alfred Douglas "Bosie"
En el verano de 1891 se produce el encuentro que marcará su vida, conoce a Lord Alfred Douglas, en el que la Naturaleza imitó al Arte, puesto que aquel se convertirá en su propio Dorian Gray. Douglas era el hijo menor del tercer Marqués de Queensberry, tenía 21 años cuando se conocieron, aunque aparentaba menos, era estudiante de Oxford, culto y educado, con cierto talento para la poesía. Ambos se encontraron varias veces y trabaron amistad, hasta que Lord Alfred se dirigió a Wilde para que le ayudara a salir de un aprieto en Oxford, un chantaje por una carta indiscreta, situación que se repetirá, para desgracia de Wilde posteriormente y que le llevará a la ruina.


En febrero de 1892 se estrena Lady's Windermere's Fan (El abanico de Lady Windermere), una obra de alta comedia, que supondrá la apoteosis de Wilde. A partir de este momento no es que Wilde fuera popular es que se había convertido en un ídolo para el todo Londres y podía hacer lo que quisiera. La alta sociedad le adoraba, era el autor de moda, los aristócratas se peleaban por tenerle en sus salones, ganaba dinero a espuertas, y continuaba estrenando comedias donde, al mismo tiempo que se reía de esa sociedad, con diálogos ingeniosos, paradojas, y personajes en cierta forma amables, con tramas melodramáticas que desembocaban en un final feliz, les mostraba otra cara de la misma que les divertía. Sucesivamente estrenará el 19 de abril de 1893, A Woman of No Importance (Una mujer sin importancia), el 3 de enero de 1895, An Ideal Husband (Un marido ideal), y el 14 de febrero de 1895, The Importance of Being Ernest (La importancia de llamarse Ernesto), posiblemente su mejor obra teatral, donde deja atrás el melodrama para centrarse en la alta comedia.

En estas obras destacan sus paradojas, que eran la clave de su triunfo en las reuniones de la sociedad, de las que son muestra las reseñadas a continuación:

"La gente de hoy se comporta con perfecta monstruosidad: habla mal de uno y a sus espaldas, diciendo cosas que son completa y absolutamente ciertas" (de Una mujer sin importancia).
"Puedo resistirlo todo excepto la tentación" (de El abanico de lady Windermere).
"Nada es tan peligroso como ser muy moderno. Uno es propenso a pasar de moda repentinamente" (de Un marido ideal).
"Treinta y cinco años es una edad muy atractiva. La sociedad londinense está repleta de mujeres de la más alta cuna que, durante años y por propia voluntad, se han quedado en los treinta y cinco" (de La importancia de llamarse Ernesto).


Alla Nazimova como Salomé
El único tropiezo en esa época de esplendor lo tuvo con Salomé. Drama bíblico de aire sensual, erótico y decadente, escrito en francés y pensado para el lucimiento de la gran actriz Sarah Bernhart. Fue publicada en 1891 pero, cuando los ensayos de la obra ya estaban avanzados, se le denegó el permiso para llevarla a los escenarios por la estúpida prohibición de realizar obras de teatro con personajes bíblicos, aunque en realidad fue por lo escabroso y escandaloso para la moral victoriana del tema y de cómo estaba tratado por Wilde, una mezcla de Eros y Thánatos, Amor y Muerte, con una Salomé enamorada del profeta Juan el Bautista que al verse rechazada pide su cabeza a Herodes después de bailar para él. En Francia sí fue estrenada en 1896, estando Wilde en prisión, con un programa diseñado por Toulouse-Lautrec, aunque no tuvo el éxito esperado. En Londres no se estrenaría hasta 1931. Salomé fue la base de la ópera de Richard Strauss estrenada en 1905 y también fue adaptada al cine, en una memorable película que calca el original, dirigida según créditos por Charles Bryant, pero en realidad por su esposa nominal la inmensa actriz Alla Nazimova, lesbiana reconocida, que fue, según se comenta, amante de Natacha Rambova, segunda esposa de Rodolfo Valentino, y la encargada de realizar el guión y los espectaculares vestuario y escenografía de la película, basados en los dibujos que Aubrey Beardsley hizo para la publicación de la obra teatral. Una película de culto LGTB.

Oscar y Bosie

En 1892, Wilde disfrutaba del éxito y de libertad total, hacía una vida bastante independiente de su esposa e hijos, y empezó su idilio con Lord Alfred Douglas (Bosie). La primera carta que se conserva entre ellos es del mes de noviembre de ese año. Bosie era la encarnación de la bella Juventud por la que se sentía atraído Wilde, era como un niño grande, guapo, irresponsable y caprichoso y Wilde estuvo muy enamorado de él. Wilde era mucho más mayor, gordo y poco agraciado, pero encantador, culto, educado y con dinero, posiblemente Bosie no estuvo enamorado de él, o puede que lo estuviera en algún momento pero no duró mucho tiempo. A ambos les gustaba el mismo tipo de hombre, los chicos jóvenes y de baja extracción, y se convirtieron en amantes-amigos. Bosie era un derrochador nato y la asignación que tenía era ínfima en comparación con sus gastos, con lo que vio en Wilde alguien que se los sufragara. Tenía, además, un temperamento terrible, al igual que su padre con el que había entrado en una guerra abierta y pública, siendo propenso a rabietas donde podía decir o escribir verdaderas barbaridades y ser tremendamente cruel. Wilde le dirigió una carta a principios de marzo de 1893, que empieza “Amadísimo entre todos los muchachos”, pero que continúa diciendo:

(...)estoy triste y alicaído – Bosie – tienes que dejar de hacerme escenas – me matan – destrozan la belleza de la vida – no puedo verte, tú que eres tan griego, tan elegante, deformado así por la pasión; no puedo escuchar tus labios carnosos diciendo cosas desagradables – no lo hagas – me partes del corazón – preferiría sufrir todo lo el día que ser víctima de tu injusticia, de tu amargura y terrible.”

Wilde intentó escapar de esa relación tóxica, marchándose al extranjero, incluso dejando una dirección falsa para no poder ser encontrado por Bosie, y  también convenciendo a la madre de aquel para que lo enviara a El Cairo, porque no podía trabajar con él en todo momento revoloteando a su alrededor, exigiéndole salir, comer, cenar, divertirse, y gastando todo su dinero y endeudándose, deudas de las que después se hacía cargo Wilde. Pero Bosie siempre conseguía que volvieran a verse y Wilde volvía a caer en sus redes. Por otro lado, Wilde seguía con su doble vida, con Bosie o sin él, y de forma abierta ante todo el mundo, en restaurantes, en hoteles como el Savoy donde hubo un gran escándalo, o visitando un conocido prostíbulo masculino, todo lo cual fue utilizado en sus procesos por sodomía. El escándalo aumentó con la publicación del roman à clef El clavel verde, de forma anónima, del que ya hemos hablado en la primera parte de este artículo.

Wilde se creía intocable porque estaba en todo lo alto de su popularidad, o quizás no fuera consciente del peligro que corría. El padre de Bosie estaba enfurecido y le armó un escándalo en su propia casa, intentándolo también en el estreno de La importancia de llamarse Ernesto queriendo tirarle un ramo de hortalizas (símbolos fálicos) cuando saliera al escenario a saludar, pero le fue impedida la entrada por la policía. Y entonces llegó el fatídico día 8 de febrero de 1895 en el que el portero del club Albermale, le da a Wilde una tarjeta (eso significa que era algo abierto y que podía leer el portero o cualquiera que la hubiera visto) en la que se decía: “For Oscar Wilde posing Sondomite”(sic), “Para Oscar Wilde que alardea de sondomita”, literalmente, con falta de ortografía incluída, así era el nivel literario del Marqués.

La famosísima tarjeta insultante del Marqués a Wilde
Wilde podía haber ignorado la tarjeta, el portero dijo que no la había entendido, pero Bosie estaba rabioso y lo vio como un arma para atacar a su padre y sacar todo el odio que le tenía, y machacó a Wilde para que denunciara a su padre por libelo, diciendo que su familia, su madre y sus hermanos pagarían los gastos astronómicos de la demanda, y es cierto que lo prometieron convirtiéndose en una deuda de honor que nunca fue satisfecha y que llevó a la ruina a Wilde. El juicio comenzó el 3 de abril y en un primer momento Wilde fue el brillante dandi que contestaba ingeniosamente y con paradojas a las preguntas del abogado contrario provocando las risas del público presente:

Carson (abogado de Queensberry): Escuche señor. Aquí está una de las Frases y citas filosóficas para el uso de los jóvenes que usted escribió: “La maldad es un mito inventado por la gente buena para dar un fundamento a la curiosa fuerza atractiva de los otros” ¿Usted cree que eso es cierto?.
Wilde: Raramente pienso que lo que escribo sea cierto”

Pero después la cosa se puso más seria, salió a la luz el chantaje que le realizaron unos chaperos por dos cartas que le robaron a Bosie. La primera era una carta de amor que Wilde intentó camuflar como un soneto en prosa, es decir una obra de arte, pero es obvio que frases como “No puedo vivir sin ti”, no ayudaron mucho, y el pago que hizo Wilde para recuperar la carta que envió desde el Hotel Savoy de Londres a principios de marzo de 1893, y que, además de lo extractado anteriormente, le dice “Tengo que verte pronto – tú eres el ser divino que quiero – el genio y el ser adorable (…) ¿por qué no estás aquí tú, muchado hermoso, amado?, pues tampoco ayudó.

Carson le preguntó si esta era una carta común, a lo que Wilde le contestó: “Todo lo que yo escribo está fuera de lo común ¡Yo no alardeo de ser común, gracias a Dios!

Pero después del desfile de testimonios de chaperos, muchachos guapos de baja extracción social, chantajistas, el abogado de Wilde retiró la acusación y el Marqués de Queensberry fue declarado “No culpable” y que era cierto que el demandante había alardeado de sodomita, y que la sentencia se publicaba como de beneficio público, entre los aplausos del populacho presente.

Al terminar el juicio los amigos de Wilde le tenían preparada la huida a Francia y le instaron a marcharse al extranjero, pero Wilde estaba en shock y no accedió. Aquella misma tarde del 5 de abril de 1895 Wilde es detenido y llevado a la comisaría de Bow Street donde pasó la noche, denegándosele la posibilidad de salir bajo fianza, algo totalmente desacostumbrado, e ingresando al día siguiente en la prisión de Holloway. A partir de este momento empezó la cacería, tan alto había subido que el público y los periódicos olieron la sangre y obraron para hacerlo caer hasta lo más profundo, ya había sido prejuzgado por todos. Se desató la histeria colectiva, los trenes y barcos tuvieron que hacer frente a una repentina fiebre colectiva de viajes de vacaciones al extranjero, el que tenía cartas de Wilde se apresuró a quemarlas, el populacho gritaba chistes obscenos por la calle, todo aquel que fuera demasiado atildado o elegante o tuviera algún amaneramiento tenía el riesgo de que le gritaran “Oscar” en la calle, lo que equivalía a que le llamaran “maricón”. Tal era la locura que los hijos de Wilde tuvieron que abandonar el colegio por temor que había de que pudieran contagiar a los demás alumnos. Los acreedores se lanzaron a por sus bienes, los cuales fueron subastados para pagar las deudas, su casa fue literalmente saqueada, sus muebles, porcelanas, sus libros dedicados, todo fue vendido a bajo precio o destruído, algo perfectamente evitable y de lo que se lamentará profundamente y acusará a Bosie en De profundis.

Dibujo del proceso contra Oscar Wilde
En este ambiente el proceso contra Oscar Wilde por sodomía y asociación criminal empezó el día 26 de abril. No obstante todo esto, el abogado de Wilde, el Sr. Clarke, consiguió desvirtuar la mayoría de testimonios por perjuros, consiguió la absolución del cargo de asociación ilícita, y sembró la duda sobre el de sodomía, lo que llevó a que al terminó del primer juicio, el 1 de mayo, se llegara a un veredicto no concluyente con lo que tenía que realizarse un nuevo juicio.

Quizás el momento más interesante de este juicio fue cuando le preguntaron a Wilde por un soneto de Lord Alfred Douglas que terminaba con un verso prohibido: “Yo soy el amor que no osa decir su nombre”.

Gill (abogado contrario): ¿Cuál es “el amor que no osa decir su nombre”?
Wilde: el amor que no osa decir su nombre, en este siglo, es el amor de un hombre maduro y un hombre joven, como el que existía entre David y Jonatán, tal como aquel que Platón usó como la verdadera base de su filosofía, y tal y como el que se encuentra en los sonetos de Miguel Ángel y Shakespeare. Es un afecto hondo y espiritual, tan puro como perfecto. Inspira y colma grandes obras de arte, como son las de Shakespeare y Miguel Ángel, y las dos cartas mías, tal como son. En este siglo hay un concepto tan erróneo de él que se puede definir como “el amor que no osa decir su nombre”, y que, por esa razón, estoy colocado donde estoy ahora. Es la más hermosa, la más final, la más noble forma de afecto. No hay nada contra la naturaleza en ello. Es intelectual y existe repetidamente entre los hombres madurso y los jóvenes, cuando el hombre tiene inteligencia y el joven tiene toda la alegría, la esperanza y el encanto de la vida delante de él. Que deba ser así, el mundo no lo comprende. El mundo se burla y algunas veces lo pone en la picota por él.
(Fuertes aplausos, que se mezclan con algunos silbidos).”

El abogado de Wilde consiguió que saliera bajo fianza y el segundo juicio empezó el 25 de mayo, ¿Por qué Wilde no escapó como hubiera hecho cualquier otro en su lugar? No podía alojarse en ningún hotel, nadie le quería recibir. Primero acudió a casa de su madre, y tan solo unos amigos, los Leverson, le ofrecieron alojamiento, previamente avisaron a los criados de que si deseaban irse de casa se les daría un mes de sueldo; ninguno lo hizo y estuvieron “orgullosos de atender al pobre señor Wilde”, fue un consuelo recibir ese apoyo moral. 


En una carta del 20 de mayo a Bosie, quien sí estaba en el extranjero, le dice:

Ámame siempre, ámame siempre. Has sido el supremo amor de mi vida, el único perfecto; no puede haber otro.
Decidía que quedarme era más noble y más hermoso. No podríamos haber estado juntos. No quería que se me llamase cobarde o desertor. Un nombre falso, un disfraz, toda una vida perseguido, eso no es para mí, a quién tú has revelado en aquella elevada colina donde la hermosura se transfigura.”

En una carta de 12 de diciembre de 1885, diez años antes de todo, escribía:

Yo mismo lo sacrificaría todo por una nueva experiencia, y sé que no hay experiencias nuevas en absoluto. Creo que antes moriría por aquello en lo que no creo que por aquello que sé que es verdad. Iría a la hoguera por una sensación, y hasta el final sería un escéptico.”

Posteriormente, en otra carta de 4 de agosto de 1897, ya fuera de prisión, dijo:

¿Por qué uno corre a toda prisa hacia la propia ruina? ¿Por qué la destrucción resulta tan fascinante? ¿Por qué, cuando uno están en la cumbre, no puede sino saltar? Nadie lo sabe, pero así son las cosas.”

Quizás le pudo su pasión por las sensaciones, su sentido del espectáculo y ser el centro de atención, o puede que fuera por ese horror a ser un marginado y un perseguido, él que todo lo había sido. No lo sabremos nunca con exactitud.

El segundo juicio fue desastroso. Además de debatir sobre las cartas y las obras ya referidas, desfilaron testigos unos tras otro que desvelaron lo que todo el mundo sabía porque Wilde no se había preocupado de ocultarlo y fue condenado por el juez a dos años de trabajos forzados, diciendo, además, que era el peor caso que había tenido que juzgar, dado el horror de las acusaciones y acusó a Wilde de ser el centro de una corrupción de la peor especie entre hombres jóvenes.

Wilde ingresó en la cárcel de Reading bajo un estricto reglamento que solo le permitía escribir y recibir cuatro cartas personales al año, y una visita de 20 minutos cada tres meses. En una carta al Ministro del interior de 8 de junio de 1896 Wilde se quejaba precisamente de esto, no solamente recibía el castigo de la prisión, de los trabajos forzados, de la falta de visitas y las privaciones físicas, sino que además se le privaba por completo de la literatura, que era con lo único con lo que se podía mantener vivo. Posteriormente, la prisión cambió al alcaide por otro más comprensivo, el cual le permitió escribir a principios de 1897 la larga carta a Lord Alfred Douglas que conocemos como De profundis, probablemente su obra más sincera e importante. Un auténtico ajuste de cuentas con Bosie, un repaso a su amistad tóxica y a la desgracia en la que se veía sumido por su culpa, pero también un texto filosófico lleno de humanidad, un tratado sobre el arte y la religión, un repaso a la ética y a la estética de su vida y su tragedia. La conservamos gracias a Robert Ross, el mejor amigo de Wilde, a quien se la entregó para que la pasara a limpio y la entregara a Douglas, pero se guardó una copia, y en 1905 la depositó sellada en el Museo Británico, en consigna durante cincuenta años. Fue publicada completa en 1962.


Wilde salió de prisión el 14 de mayo de 1897 y se trasladó inmediatamente a Francia con un nombre falso, Sebastian Melmoth. Sebastian por su santo favorito, en la actualidad un icono gay al ser considerado el santo patrón, extraoficial naturalmente, de los homosexuales, y Melmoth por el protagonista de la novela gótica de su tatara-tío Charles Maturin, Melmoth the wanderer (Melmoth el errabundo). Una encarnación perfecta de lo que iba a ser su vida, un errante sin arraigo. A partir de ese momento, con alguna excepción de los amigos más cercanos, Wilde es un paria oficial, un apestado. Ya en una carta a Robbie Ross escrita en noviembre de 1896 desde la prisión, decía:

Mi tragedia ha durado demasiado: su climax ha terminado: su final es mezquino; y tengo la seguridad de que cuando llegue de verdad el final retornaré a un mundo que no me quiere, como un visitante no deseado; un revenant, como lo llaman en francés, como una persona con el rostro gris tras un largo encierro, y contorsionado por el dolor. Por horribles que sean los muertos cuando salen de sus tumbas, los vivos que salen de sus tumbas son aún más horribles.”

Aunque su idea era no volver a ver a Bosie, acaba cayendo en la tentación, lo que le acarrearía nuevos problemas. En primer lugar, porque supondría la ruptura definitiva con Constance, que le retiraría su pequeña pensión y haría imposible que volviera a ver a sus hijos, y le alejaría también de los pocos amigos que seguía teniendo, y por otro lado porque volverían los gastos imposibles, que intentó sufragar con su última gran obra, su mejor poema, The ballad of Reading Gaol (La balada de la cárcel de Reading), que empezó a escribir en la primera semana de julio de 1897 y corrigió en Nápoles durante el otoño, publicándose con gran éxito en Londres a principios de 1898. Se trata de una descripción trágica de los sufrimientos de Wilde en prisión y de las vísperas, la muerte y el enterramiento de un condenado a muerte.

La sociedad estaba horrorizada por la vuelta de Wilde con Bosie, pero este, después de meses solitarios de desplantes, con apenas las visitas de alguno de los pocos amigos que tenía, ve que no puede dejar de amarlo y que es lo único que le queda, aunque siguiera siendo “ la misma persona cruel, fascinante, indignante, destructiva y deliciosa de antaño” (carta a Robert Ross de 8 de octubre de 1897). Decía además que el mundo estaba indignado porque su castigo no había surtido efecto, que lo habían tratado brutalmente pero no habían conseguido cambiarle (carta a Robert Ross de 25 de noviembre de 1897). No obstante, las continuas peleas y la falta de dinero hace que rompan definitivamente,  trasladándose Wilde a Francia, donde a finales de enero de 1898 escribe en una carta a Frank Harris que:

En cuanto a una comedia, querido Frank, he perdido la fuente de la vida y el arte, la joie de vivre; es terrible. Tengo placeres y pasiones, pero la alegría de vivir ha desaparecido. Me hundo: la morgue abre sus fauces para recibirme.(..) Pero después de todo, me ha tocado una vida maravillosa, que, me temo, ha terminado.”

Se traslada a vivir a Paris donde, sobreviviendo a base de sablazos, alcoholizado y enfermo, ya no escribió nada más, muriendo en la miseria, después de complicaciones surgidas en una operación de oído, solo y abandonado, en su habitación del Hotel d'Alsace. No hubo dinero para pagar una tumba en uno de los principales cementerios parisinos, hasta que en 1909 Robert Ross pudo comprar una concesión a perpetuidad en el cementerio Père Lachaise de Paris donde descansan bajo un monumento en el que están sus propios versos de La balada de la cárcel de Reading:

Y lágrimas ajenas por él llenarán
la urna largo tiempo rota de la piedad
pues llorarán su muerte los marginados,
y los marginados siempre lloran.

Tumba de Oscar Wilde en Paris
Hoy en día su tumba es monumento histórico francés y Wilde tiene una vidriera memorial en el Rincón de los Poetas de la abadía de Wstminster y una escultura erigida en Adelaide Street, Londres, sufragada con fondos públicos.

Wilde siempre abominó de la hipocresía, de los tartufos de la sociedad, veía lo mejor de las personas y entendió que era injusto que se le condenara por seguir su naturaleza. Sus cartas, sus poemas, sus grandes obras teatrales, sus cuentos y sus ensayos nos muestran no solo al gran escritor sino a la gran persona que había detrás del personaje, que vivió y murió conforme a su naturaleza y a pesar de la condena hipócrita de la sociedad en la que le tocó vivir. 

El mejor homenaje que le podemos hacer es seguir leyéndolo y disfrutando de sus obras.



4 comentarios:

  1. Sebas: ¡chapeau!
    Menudo trabajo nos regalas, tanto en esta segunda parte como en la primera. Enhorabuena, de verdad. :)

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  2. Gracias, Sebastián. Excelente trabajo.
    Mi obra preferida de Wilde es Salomé.y seguramente en esto tiene mucho que ver la ópera de Richard Strauss. La sensualidad del texto, tan orientalizante, encaja a la perfección con el colorido decadente y denso de Strauss.
    La moraleja del martirio de Wilde para muchos se queda, por desgracia, en ésta: "¡Qué fanáticos eran los bienpensantes del XIX -y qué tolerantes somos nosotros!" Debería, me parece, ser ésta: "¿Estaré siendo ahora mismo un fanático bienpensante sin darme cuenta, como les pasaba a los victorianos?"
    Como terapia práctica contra el fanatismo bienpensante hay que hacer, creo yo, lo siguiente: No leer periódicos. No ver la TV. No leer literatura basura. Si los victorianos sólo hubiesen leído a los clásicos, Wilde nunca habría sido condenado.
    Por cierto que creo haber leído en algún lugar que, contrariamente a lo que dice el tópico, la Edad Media fue bastante más tolerante en materia de sexo que la Edad Moderna -y no digamos que el siglo XIX. Concretamente, recuerdo el dato de que los manuales para confesores de la Edad Media dedicaban tres veces más páginas a los pecados económicos -como la usura- que a los sexuales. En el XIX los económicos casi desaparecen y los sexuales se convierten en los principales modos de ingresar en el Infierno.

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  3. Si quieres indagar más sobre el tema te recomiendo el libro Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad de John Boswell, una maravilla de erudición sin estar reñido con el tono divulgativo, y en el que se demuestra la tesis que estás comentando. Me alegro de que te haya gustado el artículo y gracias por el comentario.

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  4. Sebastían, tenía ganas de leer el artículo (las dos partes), pero quería hacerlo con tiempo y pausadamente. Es impresionante. Me ha encantado. Me alegra que lo escribieras, ya que mucha gente desconoce esa faceta suya, la personal. Creo que, una vez la conoces, comprendes mejor su obra. Gracias.

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