Supongamos
que un escritor no ha estado en una o dos guerras, no ha participado en
conspiraciones políticas, ni ha descubierto la cura de varias
enfermedades. Tampoco ha rodado gloriosas películas, no ha escrito La
ciudad y los perros. Que se sepa, no ha asesinado a nadie, no ha robado
bancos. No ha sido encarcelado por su orientación sexual, pero tampoco
se ha cepillado a veinte grupies en celo entre bastidores, siempre en
permanente fuga por la Ruta 66. Qué se yo, supongamos -en definitiva-
que no ha tenido una vida mucho más arriesgada, interesante, rica,
peligrosa o apasionada que la suya y la mía, pobres ratas de despacho o
trabajadores manuales, hombres y mujeres de traje gris y paraguas bajo
la lluvia.
Supongamos que ese mismo escritor se sienta ante el
teclado, dispuesto a contar su vida a unos potenciales lectores, que se
encontrarán con lo vivido por otra persona, y tendrán que interesarse
por ello. Y el escritor, egocéntrico como debe ser todo escritor
(incluso yo mismo, que me atrevo a pensar que estas líneas interesarán a
alguien), cree que su vida es especial.
Claro que,
reconozcámoslo, es difícil decir qué hace especial la vida de alguien,
ya que cada lector tiene su propia caja de resonancia emocional hacia lo
que le cuentan, ese filtro propio que hace que a veces oigamos ese
buscado “clic” mental, como decía David Foster Wallace, y en otras
ocasiones la obra pase por nuestro cerebro sin dejar poso alguno. Esa
caja de resonancia se construye con los ladrillos de las grandes
admiraciones hacia otras personas, de lo que uno mismo no tuvo valor de
hacer, de las pequeñas decepciones con uno mismo y nuestras propias
limitaciones. Vamos, digo yo, que no soy psicólogo, pero sí lector. Y no
deja de ser un insondable misterio, una de esas cosas inexplicables que
hacen tan maravillosa la literatura en general y el género
autobiográfico en particular, que a una misma persona (a mí) le interese
tanto la épica autobiografía de John Huston (que se peleó a puñetazo
limpio con Humphrey Bogart, cazó elefantes en África, engendró hijos,
hizo películas maravillosas) como la pequeña narración de la infancia de
J. R. Moehringer (que básicamente pasó sus años mozos intentando
sustituir a su padre perdido por un bar lleno de borrachos y se hizo
escritor). Que cito a Huston y Moehringer por hablar de extremos que se
tocan, pero habría otros.
Y aquí voy con el libro en cuestión,
no se me despisten. Y es que resulta que Luisgé Martín es un escritor de
56 años –vamos, que tampoco es un anciano- con varias novelas
publicadas, ninguna de las cuales he leído. Es homosexual “de
provincias” (así se autocalifica), vive su juventud en el Madrid en los
años ochenta. Y uno podría pensar que aquí viene lo bueno: el
reconocimiento de su identidad sexual y personal, el desenfreno creativo
y orgiástico de la Movida madrileña, su itinerario personal para
convertirse en escritor. Pues no, nada de eso: el autor opta por
contarnos su lucha contra la culpa, sus enamoramientos de varios chicos
con los que nunca llega a ligar, y nos va enumerando sus relaciones con
varios novios que le duran poco tiempo y cuyas personalidades o rasgos
distintivos ni siquiera intenta perfilar, de forma que no son más que
nombres que desfilan por las páginas, intercambiables unos con otros.
Tampoco vive un tremebundo enfrentamiento con sus progenitores ni su
entorno más cercano, pues básicamente van asumiendo su orientación
sexual poco a poco, a base de evidencias y palabras no dichas. Para
completar el gris panorama, el autor no pasa por muchas peripecias para
ganarse el pan, básicamente porque papá y mamá tienen pasta, y le
financian. En definitiva, el autor explica cómo va asumiendo su
orientación sexual desde su niñez, adolescencia y juventud, pero no se
desata. Él es una cucaracha (qué abuso constante de la metáfora
entomológico-kafkiana a lo largo de todo el libro), aplastada por el
secreto de su homosexualidad, de la culpa católica, del qué dirán, de su
pulsión sexual adolescente (“me masturbaba hasta diez veces al día”,
página 44). Y sí, hay visitas a saunas, baños públicos y magreos, pero
contados como si hubieran sido filtrados por la censura franquista.
Blandito, soso.
Es cierto que, para ser justos, el libro tiene
algunas virtudes, entre las que destaca la honradez del autor al
mostrarnos claramente su personalidad obsesiva (ay, esas cartas eternas
que escribe a los hombres de los que se ha enamorado), su carácter con
tendencia al melodrama, y se revela un tanto snob sin muchos pudores,
como cuando nos revela que odia Viena (que uno no puede sino preguntarse
¿toda Viena?, ¿en cualquier época del año y en cualquier compañía?).
Además, lo que antes he citado como un defecto, su moderación vital,
tiene también su cara positiva: no mitifica el Madrid ochentero, no
trata de deslumbrarnos con orgías de sexo, drogas y rock & roll. Eso
habría sonado a ya visto, y tiene un punto curioso leer a alguien que
nos cuenta que pasó por todo eso de puntillas, sin exprimir la vida.
También es verdad que, como apunta varias veces a lo largo del texto,
"si en ese tiempo hubiera sido feliz, como quería, hoy estaría muerto".
Para luego añadir: "Y nunca tengo la certeza de qué prefiero".
Pero resulta chocante que el autor que dice "tengo la convicción de que el pensamiento de los hombres varones ha sido forjado en muchos momentos de su vida con la sustancia del semen" (página 64) sea el mismo que se muestra mojigato hacia la narración del sexo, y que no nos revela nada de sus relaciones más largas. Y eso, creo, lastra el libro y lo hace un tanto intrascendente. Parece que un extraño pudor de última hora le hubiera hecho salvaguardar la historia de amor con su actual marido, del que no sabemos nada. Tampoco nos cuenta su camino para convertirse en escritor, y eso sí que es imperdonable. Tenemos entre manos las memorias de un escritor, qué menos que dar cuenta de cómo consiguió, entre tanta culpa y deseo reprimido, ser un autor publicado y de cierto prestigio.
Pero resulta chocante que el autor que dice "tengo la convicción de que el pensamiento de los hombres varones ha sido forjado en muchos momentos de su vida con la sustancia del semen" (página 64) sea el mismo que se muestra mojigato hacia la narración del sexo, y que no nos revela nada de sus relaciones más largas. Y eso, creo, lastra el libro y lo hace un tanto intrascendente. Parece que un extraño pudor de última hora le hubiera hecho salvaguardar la historia de amor con su actual marido, del que no sabemos nada. Tampoco nos cuenta su camino para convertirse en escritor, y eso sí que es imperdonable. Tenemos entre manos las memorias de un escritor, qué menos que dar cuenta de cómo consiguió, entre tanta culpa y deseo reprimido, ser un autor publicado y de cierto prestigio.
Podría
ser que mi escasa vinculación emocional con lo que cuenta el autor sea
la causa principal por la que no me ha gustado el libro. No soy
homosexual y, por lo tanto, podría pensarse que me cuesta ponerme en su
piel. No viví ese Madrid loco, nunca he intentado ser escritor. Pero no
creo que sea esa la razón de mi distanciamiento del libro, sino la
decisión consciente del autor de guardarse para sí cuestiones que
podrían ser muy interesantes. Además, no ayuda a la hora de entrar en la
historia un estilo de escritura que no puedo describir de otra forma
que antiguo, que hace que uno tenga la constante sensación de leer un
libro escrito en los años cuarenta del siglo pasado.
El autor se
pregunta cuánto duraría la película que reflejara su vida ("¿días,
horas, minutos?") si se editara con criterios puramente
cinematográficos, "eligiendo aquellos fragmentos de mayor intensidad y
significación". Yo me quedo con la sensación de que si Luisgé Martín
fuera el guionista que escoge hurtarnos sus viajes y empleos, la
historia de su amor actual y la lucha por convertirse en escritor, la
película duraría, con suerte, dos o tres minutos. Algo imperdonable, en
un autor que nos cuenta que "escribo regularmente en algunos de los
mejores periódicos del país (...). He publicado una decena de libros
(...). He viajado por todo el mundo: alrededor de cuarenta países en
cuatro continentes (...). He trabajado para grandes ejecutivos de
empresas, para ministros y para presidentes del Gobierno". Vaya, Luisgé,
pues cuéntanoslo, por favor, porque tal vez compre una segunda entrega,
cuando rondes los 80 años y te atrevas a contar esa vida apasionante
que has vivido.
Desde el respeto a tu artículo, creo que tú mismo has diagnosticado lo que te ha pasado con este libro:
ResponderEliminar"Podría ser que mi escasa vinculación emocional con lo que cuenta el autor sea la causa principal por la que no me ha gustado el libro. No soy homosexual y, por lo tanto, podría pensarse que me cuesta ponerme en su piel."
Efectivamente, desde mi perspectiva de varón homosexual de 48 años, es decir que soy un poco más joven que el autor, yo diría que te ha faltado empatía, es decir saber por qué nos cuenta lo que nos cuenta. Al autor no le interesa contar su relación estable actual, ni los libros que ha publicado ni los viajes que ha hecho, puede que sea muy interesante pero es para otro libro, no para este. Lo que el autor, a mi entender ha querido contar es cómo una sociedad homófoba, avant la lettre, machista, ultracatólica, era capaz de castrar psicológicamente y hacer sufrir un auténtico calvario a las personas que eran "diferentes" en cuanto a la orientación sexual, porque no existía más que una y lo demás eran perversiones. Cómo un chico normal, niño bien, de colegio de curas, descubre qué es un monstruo, un pervertido, el monstruo del que le han hablado siempre como de la peste, el maricón, y lo que eso le hace sufrir, cómo intenta cambiar a través de las herramientas que tiene a mano, puesto que información no hay o la que hay es sesgada, a través de pedírselo a Dios, es lo que le han enseñado, sacrificios, etc..., cómo se descubre como una cucaracha, como Gregorio Samsa, solo que los demás no lo ven y es lo que tiene que ocultar, y como va desarrollando todos los síntomas que el psicólogo Gabriel J. Martin en su libro Quiérete mucho, maricón describe como síndrome de estrés postraumático. El autor, como tantos otros, se convierte en un ser incompleto, le roban la adolescencia, la juventud y la posibilidad del amor, que se convierte casi en un imposible. Los enamoramientos, de algún compañero, se convierten en una tortura, no solo tiene que ser hombre, tiene que ser homosexual, además escondido, con lo cual aumenta exponencialmente la dificultad, y esconderlo además de la sociedad, y eso en una sociedad tecnológicamente muy diferente, las pocas posibilidades pasaban por los urinarios, las cartas de sitios de contactos, con la complicación que implicaba todo y la suciedad que podría pensar ese niño bien. Y, todo ello, sin que, además, pueda contar con el apoyo de nadie a quién contárselo, aunque eso va cambiando a medida que transcurren los años. Evidentemente una persona heterosexual solo tenía que gustar a la persona adecuada y eso de por sí complicado ha dado lugar a miles de obras, sin embargo la vida de un homosexual en ese tardofranquismo, tan bien descrito y primeros momentos de la transición, tenía muchas más complicaciones. Se convierte en un ser herido y encerrado en su habitación, sus padres no saben qué hacer, no saben qué le pasa, y él, además, no puede contarlo.
Creo que es una muy buena obra donde el autor se desnuda por completo, contando ese proceso extraordinario en una época en que la homosexualidad era delito, se aplicaba la ley de vagos y maleantes y podías ir a la cárcel por el hecho de ser homosexual. Contar cómo pasa de ser la cucaracha de La metamorfosis a ser una persona "feliz" dentro de lo posible al haber sido mutilada parte de su alma durante gran parte de su vida, y seguramente nunca del todo recuperado. Y todas esas circunstancias son interesantísimas, pero evidentemente a ti no te han interesado nada desde tu punto de vista de hombre heterosexual del siglo XXI, y a ti lo que te podría haber interesado como muy bien dices son otras vivencias y otras cosas, pero eso sería otro libro, y completamente diferente a este excelente libro.
Un saludo, y espero que coincidamos más en la opinión respecto de otro libro.
Puede ser que tengas razón, claro está. Simplemente me parece que el libro no está equilibrado, que da muchas vueltas sobre sí mismo y su estilo narrativo no me gustó. Pero claro, tal vez me haya fallado el punto de vista, el saber meterme en su piel. Gracias, en cualquier caso, por la argumentada y educada crítica. M. Corleone
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