Pierre Boulle: El puente sobre el rio Kwai y El planeta de los simios - Juan Manuel Arévalo (jumareva)



Caso pintoresco el de Pierre Boulle. Un escritor conocido por un par de novelas del montón, que quizá estuvieran olvidadas si no fuese por dos de las mejores películas de la Historia, El puente sobre el río Kwai (1957) y El planeta de los simios (1968). Posiblemente los guiones superan a los libros originales, suponiendo que sea correcto comparar ambos géneros literarios.


Boulle nació en Aviñón en 1912, hijo de un abogado aficionado a escribir artículos sobre teatro en la prensa local. Tras titularse como ingeniero eléctrico, trabajó en una plantación de caucho en Malasia entre 1936 y 1939. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial se alistó en el ejército francés en Indochina. Posteriormente se pasó a la Francia Libre de De Gaulle, ya en la colonia británica de Singapur. Allí se unió a la Force 136, una rama de la Dirección de Operaciones Especiales creada por Churchill dedicada a sabotajes en el sudeste asiático. Combatió en China y Birmania a los invasores japoneses y fue capturado por colaboracionistas galos. Condenado a trabajos forzados, a los dos años escapó de un campo de prisioneros en Hanoi.

Tras la guerra retornó una temporada a la industria del caucho, recibió la Legión de Honor (1)   y finalmente se instaló en París con la que en adelante sería toda su familia: su hermana viuda y una sobrina. En esta relativa soledad comenzó su carrera literaria.

Publicados en años consecutivos, los primeros libros evocan sus peripecias en Asia al tiempo que rinden tributo a sus dos escritores favoritos, Joseph Conrad y Somerset Maugham. William Conrad (1950) trata de un espía alemán infiltrado en Gran Bretaña durante la guerra. Homenajea a Joseph Conrad en el título, y a Maugham con un argumento próximo a su clásico del espionaje Ashenden o el agente secreto (Ashenden: Or the British Agent, 1928) (2). La segunda novela de Boulle, El sacrilegio malayo (Le Sacrilège malais, 1951), describe a modo de alter ego a un ingeniero imponiendo su racionalidad en una plantación. El título es una referencia a Le Sortilège malais, que es como se conoció en francés una de las colecciones de cuentos de Maugham, The Casuarina Tree (1926).

El puente sobre el río Kwai (Le Pont de la rivière Kwaï, 1952), se inspira vagamente en los días de cautiverio, si bien Boulle no participó en la construcción del ferrocarril de Birmania. El éxito editorial se aprovechó para trasladarlo al cine y el estreno en 1958 fue otro triunfo. El premio al Mejor Guion Adaptado fue uno de los siete que obtuvo de la Academia de Hollywood. Como los guionistas Carl Foreman y Michael Wilson no pudieron figurar en los créditos al estar represaliados por su ideología de izquierdas, el Óscar se otorgó a Boulle (3), ausente en la ceremonia de entrega. En realidad no había participado como guionista, no hablaba inglés y encima protestó por la adaptación. Cierto es que no renunciaría al cobro de derechos.

Sobre Oriente y el ambiente colonial escribiría más textos, En las fuentes del Kwai (Aux sources de la rivière Kwaï, 1966), donde narra sus acciones de comando con los británicos en la Force 136, Oidos en la jungla (Les Oreilles de jungle, 1972), o El verdugo (Le Bourreau, 1954).

Considerando lo anterior, desconcierta que la ciencia ficción abarque buena parte de su obra. En 1952, año de publicación de El puente sobre el río Kwai, el escritor debutaría en el género con la recopilación de tres relatos E=mc2, erigiéndose como uno de los pioneros de la moderna ciencia ficción francesa. (4)

  El planeta de los simios (La planète des singes, 1963), como todos los escritos futuristas de Boulle, plantea una crítica irónica a la sociedad. Que dicha crítica esté demasiado ligada a las expectativas en los sesenta hace que el libro quede un poco trasnochado. El tirón de las versiones cinematográficas ha motivado multitud de reediciones. Michael Wilson, uno de los guionistas que adaptaron El puente sobre el río Kwai, volvería diez años después a trabajar sobre otra creación de Boulle. Ya olvidada la “caza de brujas”, ahora sí figuraría Wilson en la pantalla. Sin apenas fidelidad al texto original, la película constituyó un nuevo éxito de crítica y público en 1968.

Según Jean Loriot, viudo de la sobrina de Boulle y fundador de la Association des amis de l´oeuvre de Pierre Boulle, la formación ingenieril del escritor marcó su singular sistema de trabajo:
“escribía la última página primero y después trabajaba hacia atrás para   construir el camino hacia esa conclusión".(5)

Una técnica estrafalaria que explica sus dos obras más conocidas. Ambas tienen una escena final impactante, muy desarrollada en el caso de El puente sobre el río Kwai y con una idea feliz en El planeta de los simios, ésta última superada en el cine. Asimismo el método aclara por qué los libros son tediosos en muchas páginas aparentemente de relleno.

Entre su narrativa de ciencia ficción está El jardín de Kanashima (Le jardín de Kanashima, 1964), publicada un año después de El planeta, planteando la posibilidad de que técnicos nazis ayudaran a Japón a competir como tercera potencia en la carrera espacial. Miroitements (1982), propone cubrir buena parte de Francia con paneles solares para no depender de la energía atómica ni del petróleo. Este ecologismo ingenuo de Boulle ya aparecía en El buen Leviatán (Le Bon léviathan, 1977), centrada en un gigantesco petrolero con propulsión nuclear.

Manteniendo cierta aura de popularidad en su país, Pierre Boulle falleció con 81 años en París, el 30 de enero de 1994.

El puente sobre el río Kwai


La breve novela -unas 170 páginas-, arranca con la llegada de un contingente de soldados a un campo japonés de prisioneros en la selva, tras la rendición de la colonia británica de Singapur. Son mano de obra esclava para construir un puente en la línea del Ferrocarril de Birmania entre Bangkok y Rangún, destinado al transporte de tropas niponas hacia el golfo de Bengala.

Los cautivos son comandados por el coronel Nicholson. Éste se niega a que los oficiales sean obligados a hacer trabajos físicos, ateniéndose a los Convenios de Ginebra relativos a prisioneros de guerra. Por ello se enfrenta a su homólogo, el coronel Saito, que dirige el campo e intentará por la fuerza doblegar su actitud. Los retrasos y el sabotaje continuado por la tropa hacen que Saito no sólo admita las peticiones del tozudo Nicholson, sino que hasta le ceda el proyecto y dirigir la construcción. El británico mantiene así la moral alta de sus hombres y alivia las condiciones de reclusión. Tremendamente puntilloso, llega a sacar soldados de la enfermería para cumplir la fecha.

En paralelo se desarrolla otra historia. Tres comandos ingleses organizan una incursión en territorio enemigo para volar el puente al paso del primer convoy. Al fin, una y otra acción convergen el día del golpe de mano. Sorprendentemente, Nicholson da la voz de alarma y provoca el fracaso de la acción, que se salda con unos daños menores en el puente y el descarrilamiento de algunos coches del tren. Warden, el comando que estaba a resguardo, con unos disparos de mortero acaba con Nicholson y sacrifica a sus dos compañeros de sabotaje, Shears y Joyce, atrapados por los japoneses al desbaratarse la acción.

La base de la película está en las dos narraciones de la novela. Una con los personajes que construyen el puente, otra con los que lo quieren destruir. Las historias se desenvuelven en universos masculinos indicándose únicamente apellidos, Nicholson, Warden, Shears, o Saito. No sólo no aparecen mujeres, sino que los prisioneros del campo y el trío de comandos omiten mencionar esposas, novias o hermanas. Durante su etapa en Malasia, Boulle se enamoró de una francesa divorciada, pero ella retornó con su marido militar. Este fracaso marcaría al escritor que indirectamente evitó tratar acerca del universo femenino y como se vio, nunca formó una familia.

David Lean dirigió la cinta con maestría. Es curioso constatar cómo su siguiente producción, Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), también carece de féminas.

Aparte de algunos cambios en el guion, el mayor contraste es el furibundo racismo latente en la novela que desapareció en pantalla. El coronel Saito se describe como un “simio amarillo” y su estancia como agregado militar en un país del Imperio Británico sólo le ha valido “para aficionarse al whisky y al coñac”. El texto está trufado de perlas como “Estos tipos, quiero decir, los japoneses, acaban de salir de su estado de salvajismo y lo han hecho con demasiada rapidez”, “lo más importante es que los muchachos sepan que están bajo nuestras órdenes y no bajo las de estos simios”, etc., etc.

No es admisible justificar a Boulle por mucho que hubiera conocido una época colonialista. La película se rodó sólo cinco años después de ser editada la novela y es absolutamente respetuosa con el enemigo. Saito pasa a ser un hombre culto que, sin hallarse beodo, ofrece cortésmente un vaso de Johnie Walker a Nicholson. Hay un detalle muy delicado que no está en el libro cuando tras acuchillar Warden a un japonés en la selva, se ve caída una foto de la novia que esperaba a ese soldado.

Las diferencias argumentales con la versión cinematográfica son pocas. Además de que el personaje de Shears pasa de ser inglés a estadounidense, lo que no afecta a la trama, es más dudoso cómo se modificó el final. Para evitar reacciones adversas del público británico, el coronel recupera la cordura en el último momento y azarosamente acciona el detonador. Una solución de compromiso muy ocurrente, aunque desmerece la original del libro en la que se revela la locura de Nicholson sin ambigüedades. En uno y otro caso, el atractivo que pueden despertar el militarismo del coronel y los saboteadores –todos son gente íntegra, la disciplina guía sus vidas, la guerra está idealizada- se desmorona tras la tragedia final. El resultado es desolador, lo más opuesto a un final feliz. Se destruye el puente, el tren, y muere hasta el apuntador. La película conserva el papel de observador juicioso de Clipton, el médico, que en la novela llega a desaparecer como tal. Su “¡qué locura!” es la última frase.

La película es una muestra de buena adaptación y sus detalles enriquecen la estructura original que hay en la novela. Constituye una cinta de aventuras en el sentido más noble. No ha envejecido en absoluto y abochorna a prácticamente todo el cine actual.

Una de las mejores escenas que se filmaron, sólo está en el guion. Nicholson camina por “su” puente, que está desierto. Se apoya en la baranda a contemplar la puesta de sol y al rato aparece Saito, también paseando. De espaldas, el coronel británico empieza a reflexionar sobre su vida. Accidentalmente, sale de su ensimismamiento y al percatarse de que el japonés ha sido testigo de su monólogo, Nicholson recupera su compostura, se alisa el uniforme y se marcha todo marcial como si tal cosa. El británico en un momento se ha metido en el bolsillo al espectador, que se queda tan sorprendido como Saito. La concepción de una escena tan intimista es un prodigio, los encuadres, el discurso, los actores, la luz del atardecer... Sin volverse a la cámara, Alec Guinness está impecable. Emociona el excelente doblaje en español.

Estas son las palabras:
“Ahora que lo pienso, mañana cumpliré 28 años de servicio activo. 28 años de paz y de guerra. No he pasado más de 10 meses en mi casa en todo ese tiempo. Y sin embargo, ha sido una vida agradable. La India me fascina. No me hubiese gustado vivir de otra manera. Pero hay ocasiones en que uno se da cuenta de que está más cerca del final que del principio. Y se para a reflexionar, y se pregunta lo que representa la suma total de su existencia. Qué influencia ha podido ejercer en un momento dado sobre esto o aquello, e incluso si ha ejercido influencia alguna. Particularmente, si uno compara su vida con la de otros hombres. Ignoro si estas reflexiones son deprimentes o no, pero tengo que confesar que a veces se me ocurren ideas así. Sobre todo últimamente.”(6)

El soliloquio es una de las pocas ocasiones en que se atisba el mundo interior de Nicholson. La novela no contiene nada remotamente parecido. Cuando Boulle se explaya con las reflexiones de Joyce ante el previsible fracaso de la misión, la redacción es plana, con abuso de frases larguísimas y explicaciones machaconas.



El planeta de los simios

El libro tiene la misma extensión que El puente sobre el río Kwai y un esquema similar, el argumento se estira en sus páginas, culmina con una escena sorprendente, asoman resabios racistas -“¿será una salvaje de alguna raza retrasada como las que se encuentran en Nueva Guinea o en nuestros bosques de África?”-, y aunque algo se enmienda en relación con la novela anterior, la redacción sigue resultando pesada. Una pareja en luna de miel vaga por el espacio en una nave impulsada por velas solares y encuentra un mensaje en una botella flotando en el éter. Resulta ser la narración de Ulises Mérou, un periodista que en 2500 acompañó en un viaje rumbo a la estrella Betelgeuse al profesor Antelle y a su ayudante, el joven Arturo Levain. Debido a la velocidad cercana a la de la luz, los dos años que transcurren para los exploradores equivalen a tres siglos y medio para la vida en la Tierra.

La expedición se posa sobre un planeta que bautizan como Soror -hermana en latín- por su semejanza con la Tierra, donde los papeles de humanos y simios se han invertido. En una cacería, Ulises es capturado y Levain muere de un disparo; el profesor desaparece, y se volverá salvaje como el resto de congéneres. Tras diversos avatares, Ulises demuestra su inteligencia gracias a Zira, una chimpancé doctora. Al descubrirse que los monos han evolucionado a partir del hombre, que un día tuvo una inteligencia superior, comienzan los recelos hacia Ulises. El periodista consigue huir con su compañera Nova y el hijo que han tenido, y al aterrizar en París son recibidos por un gorila en coche oficial. La pareja lectora del manuscrito opina que todo tiene que ser una fantasía, y entonces se descubre que son dos monos.

Ciñéndonos a la versión clásica de 1968, las escenas que rematan el libro -no están nada mal- difieren del final de la película con el astronauta frente a la Estatua de la Libertad en ruinas, todo un icono del siglo XX(7).Rod Serling, personaje fascinante, autor de casi cien historias para la serie La dimensión desconocida (The Twilight Zone 1959-1964), redactó el primer guion, que ya incluía ese final. La imagen –ojo, recreada- preside las ediciones en video doméstico destripando el desenlace. Es también la portada en reimpresiones de la novela, lo cual es absurdo ya que no está en sus páginas. La idea tiene tanta fuerza que el propio Boulle pergeñó un guion para rodar una segunda parte comenzando con la secuencia de la Estatua. Este trabajo fue desechado por la productora y se encontró en 2004 entre papeles del escritor.



Ahí reside el mayor contraste. En la novela se trata efectivamente de otro planeta, mientras que en la película gracias a la Estatua se descubre que la nave había retornado a la Tierra, devastada por una guerra nuclear. En la cinta desaparecen los tópicos a los que recurría Boulle como el mensaje en la botella tan poco creíble, o la profesión comodín de periodista aventurero en plan Tintín. ¿Dónde iba a enviar su crónica pasados varios siglos? Si bien los simios conservan el nombre y sus personalidades, el astronauta Taylor pasa a ser un americano rudo, descreído, de la vieja escuela, interpretado por un Charlton Heston cuarentón y con una forma física envidiable. Heston ya había trabajado a las órdenes del director Franklin J. Schaffner en la maravillosa El señor de la guerra (The War Lord, 1965)(8).

Tanto en la distopía escrita como en la filmada se exploran la indefensión y la soledad. Qué sucede si un hombre es tratado como un animal en cautividad sin ser comprendido, se prescinde de su pudor y se experimenta impunemente con él. La novela contiene lo anterior, la sorpresa final y en realidad, muy poco más. Para la película, al igual que ocurrió con El puente, esas ideas supusieron un punto de partida pero se llegó mucho más allá.

La puesta en imágenes, por ejemplo, aprovecha algo tan complicado como los silencios, ausentes en la novela. Deslumbran el paseo a caballo a la orilla del mar en la zona prohibida –qué bien suena- con Taylor y Nova como nuevos Adán y Eva, y los muchos minutos con los astronautas caminando por el desierto sin diálogos. La música, casi de vanguardia, aporta su granito de arena.

Aún hoy sigue desbordando el potencial creativo de la película. La elegante tipografía con líneas verticales alargadas dio pie a lo mejor de la prescindible adaptación de Tim Burton de 2001, esto es, los títulos del comienzo. Se hicieron cuatro secuelas de la versión clásica -inferiores pero no carentes de interés-, unos imaginativos comics en Marvel no reeditados por oscuros problemas de derechos, y la imaginería de la cinta también originó Kamandi (1972), el memorable personaje de Jack Kirby.

Las vueltas que da la vida. Años después John Chambers, el maquillador que diseñó las caracterizaciones de los simios, contó con Jack Kirby para los dibujos con los que montó para la CIA el falso proyecto de Argo, una película de ciencia ficción, para el rescate en 1980 de seis compatriotas en Irán durante la crisis de los rehenes. Una historia pasmosa, bien rodada por Ben Affleck en 2012.



Asombra lo que ha sido capaz de generar una obra más bien anodina de Pierre Boulle.

El maquillador John Chambers con Maurice Evans como el Doctor Zaius


1 También le concedieron la Cruz de Guerra y la Medalla de la Resistencia. Boulle conservó la amistad de varios compañeros de armas.
2 James Bond en parte está basado en Ashenden, tal y como reconoció Ian Fleming. Boulle pertenecería al grupo que John Le Carré denominó “desertores literarios”, escritores como Somerset Maugham o Graham Greene, que un tiempo fueron agentes secretos.
3 Como desagravio, en 1984 se premió con el Óscar a ambos guionistas a título póstumo. Kim Novak fue la encargada de recogerlo. El libro se ha publicado en España por la editorial Celeste en 2001, traducido por Joaquín Moya.
4 Recoge Los lunienses, El amor y la gravedad, y E=mc2 o la novela de una idea. Se publicaron en España por Plaza y Janés en 1965 dentro de la colección Reno, en la recopilación Una noche interminable, título de otro de los cuentos. En Reno se publicaron El jardín de Kanashima, Historias caritativas e historias absurdas, El planeta de los simios, Las virtudes del infierno, y Oídos en la jungla.
5 The French spy who wrote The Planet of the Apes, artículo de Hugh Schofield, publicado con fecha 4 de agosto de 2014 en la página web de BBC News.
6 Su preocupación sobre qué va a dejar tras su paso por el mundo evoca el dato que en libro y película le obsesiona: los 600 años que resistieron los troncos de olmo soportando el Puente de Londres. 
7 El artículo se refiere a la película de 1968, no a la versión de 2001. Esta última es muy inferior y contiene un final más similar al de la novela.
En El señor de la guerra también coincidieron Maurice Evans (Zaius) interpretando al monje y el gran Leon Shamroy, que se encargó de la fotografía de ambas cintas.

5 comentarios:

  1. Pues ni le conocía, y me han entrado bastantes ganas de leer "El puente sobre el rio Kwai", gracias por el artículo, muy interesante. M. Corleone

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  2. Gracias, Michael. Ya ves que en mi opinión la novela no es gran cosa. Un superventas de hace más de medio siglo que ha envejecido regulín. Eso sí, la película luce como el primer día. Seguramente mejor, con la restauración de hace unos años.

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  3. Jumareva, no tengo perdón por haber tardado tanto en leerte. Espectacular el artículo. ¡He aprendido muchísimo! Un abrazo.

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  4. Vaya, pues he visto tu comentario por casualidad, Sue. Me alegra un montón que te gustara el artículo. Sobre todo considerando que tú eres cinéfila de pro y también teniendo en cuenta tu alias kirbyesco. :)

    Un abrazo y feliz 2017.

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  5. Palabra que te respondí, Sue, pero mi respuesta no debió ser autorizada o se ha perdido en el éter. A riesgo de repetirme, te ponía que me alegro de que te gustase el artículo, sobre todo considerando que tú eres cinéfila de pro y además, por tu alias “kirbyesco”. Aprovecho la fecha para desearte Feliz Año.

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