«No. No me pareció que eso fuera a aportarle nada al libro. Pero muchos de los diálogos son transcripciones literales de conversaciones que he tenido con mi hijo John. A eso me refiero cuando digo que él es el coautor de la novela. Muchas de las cosas que dice el chico en el libro son frases dichas por John. Un día me preguntó: “Papá, ¿qué harías si me muriera?”. Y le dije: “Yo también me querría morir”. Y él dijo: “¿Para poder estar conmigo?”. “Sí, para poder estar contigo”. Sencillamente una conversación entre hombres.»
Extracto de la entrevista
a Cormac McCarthy por motivo de la adaptación de su novela La carretera a la
gran pantalla, y publicada en The Wall Street Journal el 20 de noviembre del 2009.
Un escritor que se
precie siempre escribe con el alma, volcando en su escrito parte de ella; si
así lo hace, logrará que su obra permanezca en el recuerdo del lector para
siempre, que no muera tras ser leída. Cormac McCarthy, por ejemplo, es uno de
ellos. Aunque no nos debe de extrañar, ya que los grandes autores americanos
así lo hacen. Pero lo cierto es que no todos los escritores tienen esta premisa.
Algunos lo hacen por motivos económicos; otros, por carecer de espíritu escritor.
Obras sin alma que mueren al poco tiempo de ser publicadas, sin conquistar la
gloria y olvidadas en el tiempo, o en el mejor de los casos tras un fugaz éxito de público y hasta de crítica.
Luego está el tema de
las adaptaciones cinematográficas, motivo de este artículo, donde las grandes
productoras adaptan a la gran pantalla tanto los libros con alma de autor como
los que carecen de ella, según el número de ejemplares vendidos en las
librerías y ofreciendo al espectador un producto de dudosa calidad en la mayoría
de los casos, aunque existen excepciones. Estas últimas suelen provenir de
directores independientes, o de aquellos a sueldo de las productoras con
suficiente poder para imponer su criterio, donde el lector sale ganando, pues
la producción puede llegar a igualar la calidad de aquellas obras que aún
perduran en el recuerdo del lector, como a superar aquellas que obtuvieron gran
éxito de público pero que hubieran sido olvidadas con el tiempo sino fuera por
su adaptación a la gran pantalla.
Una de estas
excepciones es la película La carretera, adaptación de la novela escrita por Cormac
McCarthy y galardonada con el premio Pulitzer en el 2007, dirigida con gran
acierto por John Hillocat.
Cualquier director que
comienza a erigir una adaptación debe tener en cuenta los tres pilares que
sostienen el escrito —la ambientación, el diálogo y la acción—, y rodearse de
un equipo que sepa adaptarla con maestría al lenguaje cinematográfico. John
Hillocat supo hacerlo así, ofreciendo una de las mejores adaptaciones cinematográficas
del siglo XXI.
El primer pilar, la
ambientación, primordial en una novela, pues sin ella los protagonistas
camparían por un mundo aséptico y frío, como un páramo cubierto por un manto de
nieve, recae sobre los hombros del director de fotografía; en caso que nos
atañe sobre Javier Aguirresarobe, magnífico profesional. Cierto es que McCarthy
no se lo dejó fácil, ya que es un escritor con oficio y nos brinda brillantes
detalles descriptivos en su narración, permitiendo al lector engullirse en un
paraje apocalíptico donde el fuego ha teñido de gris los vivos colores que
antaño alumbraban los amplios valles, las altas montañas y los inmensos lagos del
territorio americano. No obstante, al igual que McCarthy es ducho en su oficio,
Aguirresarobe lo es en el suyo, por lo que la fotografía de La carretera no
desluce las imágenes que nacen en la mente del lector. El director guipuzcoano creo
tal color del desastre que la luz que tiñó la película se asemejó tanto a la de
mi imaginación que me sobrecogió al visionar la película.
«Me pareció siempre un reto singular, acaso el más duro que puede recibir un director de fotografía, porque el paisaje que propone la novela es el de la devastación absoluta, y la devastación absoluta requiere el color del desastre.»
Extracto del artículo publicado
en El País en su edición impresa del 28 de diciembre de 2007.
Fotograma de la película La carretera. |
El segundo
pilar, los diálogos, el guion en el cine, recae sobre los actores. Huelga decir
que sin un buen guion y una excelente interpretación la producción acabará
siendo mediocre; y en la literatura ocurre lo mismo, si un escritor no vuelca
su alma sobre los personajes y construye unos diálogos banales acabará creando
una novela nimia, insignificante, abocada a morir tras ser leída.
En la
literatura, los rasgos, gestos y voces de los personajes van esbozándose página
tras páginas en la cabeza del lector, quedando como único vínculo entre todos
ellos la psiquis de los protagonistas. En el cine esto no ocurre, pues las imágenes
no dejan cabida a la imaginación. La fisonomía del personaje será el físico del
actor; y la psiquis, su interpretación. Por ello, cuando se adapta una novela es
sumamente importante encontrar a los actores más capacitados, aquellos que
sabrán interpretar la psiquis de los personajes tal cual como el autor la
construyó en su obra.
Viggo
Mortensen, uno de los actores más camaleónicos de la cinematografía actual, que
interpreta al padre, así lo supo ver al leer el guion y después el libro: «Solo
le pedí a Jhon (Hillocat) que no tergiversara la novela ni que forzara un final distinto. También
hablamos de cómo rodarlo, y nos impusimos la fidelidad al texto.» Y así lo
hicieron.
McCarthy, en
su novela, construye unos diálogos potentes a la par de sencillos cargados de
un brutal simbolismo. Se desnuda ante el lector, pues muchos de los diálogos
son transcripciones de conversaciones con su propio hijo, y nos hace partícipe
de sus propias inquietudes. Lo cierto es que McCarthy hace nacer la empatía en
el lector por su magnífica construcción de los personajes, y lo hace hasta tal
punto que lo viste con la piel del protagonista, abrumándolo, haciéndole sentir
el temor a morir en aquel paraje post-apocalíptico donde el hombre ha regresado
a su estado primitivo, de cazador, y donde el hambre apremia a los «hombres
malos» a comer cualquier tipo de carne, aunque esta sea humana. En cierto modo
la novela es una guía de enseñanza y aprendizaje de la paternidad, del amor de
un padre y la confianza de un hijo, de anteponer nuestras necesidades a las
suyas, de transmitir valores y de que aprendan por sí mismos, pero también de
lo que un hijo puede enseñar a un padre, de la inocencia infantil ante la maldad.
En definitiva, del alma humana ante la vida y la muerte.
«Cuando volvió
el chico estaba despierto. Perdona, dijo.
No pasa nada.
Duerme.
Ojalá estuviera con mamá.
Él no dijo nada. Se sentó junto al pequeño
arropados en las colchas y las mantas. Al cabo de un rato dijo: Te refieres a
que te gustaría estar muerto.
Sí.
No debes decir eso.
Pero lo digo.
No lo hagas. No es bueno decir esas cosas.
No puedo evitarlo.
Lo sé. Pero procura no hacerlo.
¿Y cómo?
No lo sé.»
Por último,
está la acción, imprescindible en una narración literaria o cinematográfica. Conflictos
que los personajes deben resolver. Las acciones que nos muestra McCarthy de
forma cruda nos hacen reflexionar sobre el ser humano. ¿Qué estaríamos
dispuestos hacer para sobrevivir? El canibalismo es una excusa para hablar del
alma humana, de los «hombres buenos» y de los «hombres malos», de la existencia
de Dios, de la ética que guía el camino de la humanidad. Cuando esta crudeza se
nos muestra en imágenes en su adaptación, no nos revuelven aún más el estómago que
cuando las imaginábamos leyendo el libro, pues esa sensación proviene de la visión de los gestos y actitudes de los personajes, de nuestra
propia moral y de la empatía ante el sufrimiento humano. La razón es lo que nos
difiere del resto de animales, pero ¿ante un mundo post-apocalíptico cabe ya la razón?
En definitiva, las adaptaciones cinematográficas deben ser fieles a las obras originales, llevándolas a la gran pantalla con su propio lenguaje, pero conservando el espíritu del autor, el alma con la cual escribió la novela. Sin ella, la película nacerá como aquellos libros sin alma y quedaran sentenciadas a una vida corta y una muerte temprana y sin gloria.
En definitiva, las adaptaciones cinematográficas deben ser fieles a las obras originales, llevándolas a la gran pantalla con su propio lenguaje, pero conservando el espíritu del autor, el alma con la cual escribió la novela. Sin ella, la película nacerá como aquellos libros sin alma y quedaran sentenciadas a una vida corta y una muerte temprana y sin gloria.
Un gran artículo. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sebastián. He intentado transmitir lo que sentí al leer el libro y al visionar la película. Pocas veces una adaptación está al mismo nivel que el libro.
EliminarMuchas gracias; me ha hecho reflexionar. No he leído el libro, pero la película me impactó. Tanto que no me atrevo a volver a verla.
ResponderEliminarMe parece todo un acierto que la película no nos cuente a qué se debe el desastre en el que está envuelta la humanidad. ¿Una guerra nuclear? ¿Una catástrofe cósmica? No sé si el libro lo desvela..
Me impresionó mucho la huida de la madre enloquecida es dura, pero ¿quíen estaría seguro de poder enfrentarse a un mundo así?
Y, sobre todo, un tema que siempre me fascina: ¿Cuán profunda es la capa de civilización de la especie humana? ¿Es profunda hasta resistir un cataclimo? ¿O un barniz que salta a la primera dificultad?
El libro es impresionante. Te hace reflexionar sobre todas esas preguntas que indicas, al igual que la película. Gracias por comentar el artículo.
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