Desde su nacimiento el
cine se ha nutrido de la literatura siendo numerosas las adaptaciones al cine de novelas y obras de teatro, tantas que en los
premios de las academias cinematográficas siempre hay uno al mejor
guión adaptado. También el cine, con su éxito de masas, ha
influido enormemente en la literatura, en la forma de escribir y concebir las novelas, e
incluso se ha convertido en parte de aquella a través de libros cuyo
argumento gira en torno al cine, los cineastas o los actores. El
cine, además, ha convertido algunos personajes literarios en mitos
contemporáneos, llevándolos más allá de sus orígenes literarios,
hasta el punto de generar una impronta indeleble en el imaginario
popular. Este es el caso del monstruo de Frankenstein, cuya silueta
es tan característica y reconocible como la de Charlot, el vagabundo
que encarnaba Charles Chaplin, y que, en ocasiones, ha pasado a
representar al cine mismo, dando lugar a numerosas obras, tanto
literarias como cinematográficas, entre las que se encuentra la
novela El padre de Frankenstein de Christopher Bram, adaptada al cine
por Bill Condon con el nombre de Dioses y monstruos (Gods and
monsters, 1988), la cual fabula sobre los últimos días de James
Whale, el director de dos películas míticas: El doctor Frankenstein
(Frankenstein, 1931) y La novia de Frankenstein (Bride of
Frankenstein, 1935).
Introducción: El
monstruo de Frankenstein.
Dice un viejo proverbio
chino que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo, es
lo que conocemos como efecto mariposa, cuanto más si en vez del
simple aleteo de una mariposa nos encontramos con la tremenda
erupción de un volcán. Todo empezó hace ahora justo 200 años. El
año 1816 es conocido como el año sin verano porque entre los días
5 y 10 de abril de 1815 un volcán situado en Sumbawa (Indonesia)
entró repentinamente en erupción arrojando inmensas nubes de polvo
y cenizas a la atmósfera, las cuales fueron diseminándose por todo
el mundo a través de la atmósfera llevando el hambre y la miseria
allá por donde se extendían, volviéndose el tiempo tremendamente
frío y malogrando las cosechas.
En el mes de junio de
1816, el poeta romántico inglés Lord Byron pasaba el verano en la
Villa Diodati, a orillas del lago Lemán en Ginebra (Suiza), junto a
su médico personal, John William Polidori, su íntimo amigo el poeta
Percy B. Shelley, y su encantadora esposa, la escritora y feminista
Mary Shelley (de soltera Wolltonescraft). El tiempo era frío y
húmedo no el propio del verano, y en la noche del 16 de junio de
1816, entre lluvias y cielos plomizos, decidieron que cada uno
escribiría una historia de terror, y de ahí nacieron dos de los
mitos de la literatura y del cine de terror, el vampiro de Polidori y
el monstruo de Frankenstein de Mary Shelley. Dicha reunión ha dado
lugar a diversas obras literarias, como El año del verano que nunca
llegó de William Ospina, 2015, y también cinematográficas, como la
película española Remando al viento de Gonzalo Suárez, 1987.
Dando un salto en el
tiempo nos situamos en octubre de 1929 en los Estados Unidos, donde
la población vivía en una burbuja de bienestar y crecimiento. La
Bolsa de Nueva York subía espectacularmente, había dinero en los
bolsillos, trabajo para todos, y una sociedad de consumo capitalista
que llevaba la felicidad a todos los hogares norteamericanos. Hasta
que llegó el 24 de octubre de 1929, el llamado jueves negro, y
sobre todo los lunes y martes negros, el 28 y 29 de octubre, con un
desplome abismal de la bolsa y el pánico que ello generó,
magistralmente analizado por el economista John Kenneth Galbraith en
su libro El crash del 29 (The great crash, 1929, 1954), y que dio
lugar a la Gran Depresión. Desempleo y miseria se extendieron por
todo el mundo, sobre todo en los, hasta ese momento ricos, Estados
Unidos. Sin embargo, esta circunstancia, en principio trágica, dio
lugar a la mejor época del cine de terror, posiblemente porque las
películas ofrecían una huida de la catastrófica realidad. El cine
ofrecía un entretenimiento barato y accesible, en el cine se estaba
caliente en invierno y fresco en verano, y las películas de terror
enfrentaban al público a otra realidad aún más terrorífica que la
que les aguardaba fuera de la sala de cine. Esta circunstancia no
solamente ocurrió en los Estados Unidos, ya fue una constante
después de la Primera Guerra Mundial en Alemania donde la terrible
situación económica propició la creación de las grandes películas
de terror expresionista (El gabinete del Doctor Caligari de Robert
Wiene, 1919; El Golem de Paul Wegener y Carl Boese, 1920, o
Nosferatu, el vampiro de F. W. Murnau, 1922).
Logo histórico de la productora Universal |
En 1931, en Hollywood, la
productora cinematográfica Universal, regida por el judío alemán
Carl Laemmle, Jr., compró un lote de éxitos teatrales de Broadway,
entre los que se encontraban Drácula y Frankenstein. En esa época
regía el sistema de Estudios, un sistema de producción masiva de
películas que dio lugar a las películas de género, con
intérpretes, técnicos y directores al servicio de una productora en
exclusiva, tal y como ocurre ahora con los equipos de fútbol, y el
estreno de Drácula de Tod Browning, con Bela Lugosi como
protagonista, con su inmenso éxito, dio paso a una nueva
producción: Frankenstein.
Como cuenta Juan A.
Pedrero Santos en su magnífica biografía James Whale, el padre
de Frankenstein (2011), la película tiene como base, más que la
obra de Mary Shelley, la adaptación que John L. Balderston hizo para
el público americano de la obra de teatro de Peggy Webling Frankenstein: An adventure in the macabre (1927), que realmente
está muy alejada de la obra original de Mary Shelley. Y realmente,
lo que queda en el imaginario popular es la atmósfera que la
dirección de James Whale consiguió darle con los ángulos y
decorados expresionistas y sobre todo la encarnación que del
monstruo hicieron dos genios de la época: el maquillador Jack
Pierce, bajo indicaciones de Whale, y el actor Boris Karloff, los
cuales crearon la imagen mítica del monstruo de Frankenstein, hasta
el punto de que el público ha olvidado al científico que jugó a
ser Dios y ha identificado al monstruo con su creador, pasando el
monstruo a llamarse simplemente Frankenstein.
Cartel original de Frankenstein (1931) |
La película empezaba con
una advertencia al público, lo que iba a ver podía horrorizarlo. Un maestro de ceremonias preparaba al público sobre la película que se iba a proyectar, diciéndole que quien se quedara en la sala lo hacía bajo su
responsabilidad, y los títulos de crédito ayudaban a crear esa atmósfera de terror al poner un interrogante
en el papel del monstruo en vez del nombre de un actor en el listado del casting de la película. Las primeras
imágenes son las de un cementerio totalmente expresionista, con
cielos plomizos, cruces torcidas y ángeles de piedra, que van a
influir claramente en películas como El séptimo sello de Ingmar
Bergman (1957). Vemos al doctor Frankenstein y a su ayudante jorobado
robar cuerpos y un cerebro para conseguir insuflar vida a un cuerpo
muerto en una torre medieval en la que se ha recluido, y en esos
decorados se ve, más que nunca, la influencia expresionista, y se
nos muestra la primera aparición del monstruo y como Víctor Frankenstein pronuncia una de las fases más famosas del cine: It's alive!! (¡¡Está vivo!!). Whale concibió al
monstruo como un ser inocente, un gran bebé, enormemente fuerte,
pero tan aterrador que va sembrando la destrucción allá por donde
va. No obstante, los que mueren en sus manos son o personas malvadas,
como el jorobado, que disfruta torturándolo con el fuego, algún
aldeano que lo que pretende es cazarlo y matarle, o su más famosa
víctima: la niña del lago. Esta escena fue censurada en muchos
países porque en los pases previos de la película, había personas
que caían desmayadas ante el horror de la muerte de la niña, pero
en realidad dicha muerte es involuntaria, él juega con la niña a
tirar flores al río, y cuando se acaban, tira a la niña que es la
flor más bella, lo que no sabe es que la niña va a ahogarse, para él formaba parte del juego, y
cuando ve el resultado huye de allí horrorizado. El pueblo arma
varias partidas de aldeanos para dar caza al monstruo, el cual acaba
perseguido por la turbamulta en una escena que influirá también en
la excelente película de Fritz Lang, Furia (Fury, 1936), y se supone
que acaba pereciendo quemado bajo los escombros del molino. La
película tiene una moraleja reaccionaria, el doctor Frankenstein que
se había salido de la norma y la sociedad al crear al monstruo y
jugar a ser Dios, vuelve al redil para casarse y establecerse de
forma burguesa con su prometida.
La famosa escena de la niña con el monstruo |
Cartel de La novia de Frankenstein (1935) |
Frankenstein fue un
completo éxito, lo que llevó a la Universal a proponerle a Whale
que dirigiera otras películas de terror. Y, así, filmó a
continuación El caserón de las sombras (The old dark house, 1932),
y El hombre invisible (The invisible man, 1933), para terminar
instándole a que hiciera una continuación de Frankenstein, la que
es considerada su obra maestra: La novia de Frankenstein (Bride
of Frankenstein, 1935), donde Whale ya no está ante un encargo si no
que se le da plena libertad creativa, contratando al equipo que
quisiera, entre ellos a viejos amigos de su época inglesa, como Elsa
Lanchester, en el papel de la novia, y Ernest Thesiger, como el
siniestro y loco Dr. Pretorius. En esta película vemos no solo al
mejor Whale sino al más libre, introduce mensajes subliminales, como
algunos toques gays, de hecho pactó con Thesiger que su personaje fuera muy
amanerado, e incluso en la famosa escena de Frankesntein con el ciego
parece por el ángulo en que se filmó que está teniendo sexo oral
con él. La homosexualidad estaba totalmente vetada en el cine, por
lo que guionistas, directores y actores, la colaban de mil formas
subliminales teniendo que leerse entre líneas, como cuenta el
interesantísimo documental El celuloide oculto (The celluloid
closet, 1995). También se incluyeron escenas que afectaban a la religión, como el derribo de la estatua de un obispo, o la más recordada, cuando atan a un palo a Frankenstein, que es claramente un remedo de la crucifixión de Cristo, hay que tener en cuenta que el monstruo es hijo de un Dios que le ha dado vida, su padre. En realidad, el monstruo es tratado por Whale como un inocente incomprendido, forma parte de los perseguidos y marginados, como los homosexuales (como Whale), los judíos (como Carl Laemmle), etc...Curiosamente, la censura no se dio cuenta de nada de todo esto.
La "crucifixión" del monstruo |
Elsa Lanchester como la novia de Frankenstein |
Versión Barbie Frankenstein y su novia, todo un icono del siglo XX |
La novia de Frankenstein,
también consiguió algunas de las imágenes icónicas del siglo XX,
como la novia con su peinado a lo Nefertiti, y fue un tremendo éxito,
el último de Whale, el cual por discrepancias con los estudios, fue
apagando su estrella, con encargos cada vez peores, hasta retirarse
cuando su película The road back, 1937, que iba a ser su obra
maestra, fue masacrada por la productora, lo que la llevó a ser un
absoluto fracaso. La película era una adaptación de la continuación
de la novela de Erich Maria Remarque Sin novedad en el frente (All quiet on the Western Front, 1930). Trataba de la vuelta a casa de
los soldados al terminar la guerra, una película totalmente
antibelicista que molestó al régimen alemán nazi, el cual presionó
a los estudios para que realizara cambios, bajo amenaza de no dejar
estrenar ninguna película de la productora en Alemania, lo cual
sería una catástrofe para el estudio. Asqueado por la falta de proyectos
interesantes y de que se le culpara de un fracaso en el que no intervino, se retiró de Hollywood en 1940, aunque también se rumoreó
sobre la teoría homófoba, ya que Whale convivía maritalmente con
el productor David Lewis, lo cual era considerado un escándalo.
El padre de
Frankenstein de Christopher Bram.
La novela empieza en
1957, 17 años después del retiro definitivo de Whale. Como Norma
Desmond en El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder (Sunset
Boulevard, 1957), Whale vive retirado en su mansión de Santa Mónica,
tiene 67 años y ha sufrido recientemente un derrame cerebral que le
ha tenido hospitalizado, pero ya está en casa, aunque su mente no es
la misma. Ha ido a visitarle su expareja, David Lewis, productor
cinematográfico y diez años menor que él, del cual se separó
amistosamente cuatro años antes, después de veinte años de
convivencia. Su relación había sido un escándalo, en el Hollywood
de los años 30, donde cada uno podía tener la sexualidad que
quisiera siempre que no fuera público, y él, además del
amaneramiento que le caracterizaba, vivía con David maritalmente en
la misma casa. De hecho una sexualidad no normativa era la causa del
hundimiento de muchas carreras, estuvo a punto de pasarles a Cary
Grant y a Randolph Scott, que también vivieron juntos, y a muchos
otros, como cuenta el cineasta underground Kenneth Anger en su libro
Hollywood, Babilonia (1959), o Scotty Bowers en sus memorias,
Servicio completo (Full service, 2012).
Cary Grant y Randolph Scott en la piscina de su casa |
Whale lo explica así en la novela:
“No hay que olvidar cómo era Hollywood hace veinte años. A la gente le importaba un bledo quién se acostaba con quién, regía para las estrellas. ¿Un actor secundario? ¿Un guionista? ¿Un director? Preocuparse por nuestra conducta habría sido como preocuparse por la moral de un fontanero antes de dejarlo que te arregle las cañerías. (…) ahora las cosas son diferentes, desde la guerra las actitudes han cambiado. Junto con McCarthy y el Peligro Rojo, hace unos años hubo también una especie de Peligro Lavanda.” (Lavanda era el color atribuido a los homosexuales).
La acción comienza con
el encuentro entre Whale y su nuevo jardinero, Clayton Boone, un
exmarine fracasado, el típico looser norteamericano, de familia
desestructurada, que vive en una caravana, rodeado de otras igual a
la suya, y cuya máxima aspiración es cortar el césped a alguna
estrella que quiera tener sexo con él, con lo que fantasea, siendo
sus relaciones desastrosas. Su máxima ilusión había sido ir a la Guerra de Corea, y ni siquiera eso había podido conseguirlo por culpa de una apendicitis.
Eso sí, físicamente es una montaña de músculos, guapo y enorme.
El libro cuenta la
relación de amistad que se entabla entre estas dos personas tan
dispares: un viejo director gay del Hollywood clásico y de terror,
completamente olvidado y con un pie en la tumba, y su guapo jardinero
heterosexual fracasado, y, además, con la intervención de un tercer vértice en la historia,
María, la criada, que en el libro es una vieja mexicana católica que
lleva al servicio de Whale 15 años, y del que está secretamente enamorado.
La relación entre Whale
y Boone empieza cuando aquel, más por intentar seducir a su
jardinero que por un verdadero interés artístico, le propone posar
para dibujarlo, concretamente la cabeza, a lo que Boone accede. Lo
que no espera Whale es que esto dará pie a una sesiones
freudianas donde los antiguos recuerdos se agolpan en el pobre
cerebro de Whale y pugnan por salir dejando atrás la falsa historia
de su vida creada por él mismo.
En el capítulo 3, Whale recibe la
visita de un joven amanerado entusiasta de las películas de
Frankenstein que quiere entrevistarle. El autor aprovecha este capítulo para contarnos la falsa historia de la vida de la infancia y juventud de Whale en Inglaterra, un Whale de
buena familia, que fue reclutado para la Primera Guerra Mundial ingresando allí en un club de teatro, y que al volver a Londres, se integró en la bohemia en contra de su
familia, pasando a los EE.UU después. Todo
mentira. Y cuando está con Boone, la inocencia de este y los recuerdos
de su infancia y juventud que acuden a su mente por su enfermedad, hacen que le cuente la verdad: en
realidad su familia era muy pobre, y él tenía talento pero lo
sacaron de la escuela a los 14 años para ponerlo a trabajar en la
fábrica, era como si su familia tuviera una jirafa y lo pusieran al
frente del arado porque no sabían qué hacer con ella. La clasista
sociedad inglesa te ponía en tu sitio en cuanto notaban tu acento.
Esto solo cambia cuando consigue ser oficial en el frente francés
durante la Primera Guerra Mundial, y adopta el nuevo acento debido a
su contacto con gente de clase más alta. Hay una escena en el libro
en el que él ya es un director de éxito en Hollywood y anima a Elsa
Lanchester y a su esposo, nada menos que Charles Laughton, un
matrimonio de conveniencia según cuenta, y les dice que uno se puede
reinventar en Hollywood y ser quién quiera ser, que el pasado no
existe.
El cerebro de Whale
siempre perturbado solo puede sosegarse si toma Luminal, con lo que
dormirá toda la noche y todo el día, pero será como si estuviera
muerto, y si no lo toma, puede estar un rato lúcido pero después
todo se vuelve un caos de recuerdos y dolor que creía dejado atrás
hacía muchos años. La relación entre Whale y Boone va haciéndose cada vez más dependiente, por un lado Whale espera con impaciencia sus sesiones con su jardinero, es lo único que le mantiene distraído, y por otro Boone está fascinado por la figura de Whale, por sus historias, que le hacen ver más allá de su miserable vida, superando, incluso, sus prejuicios contra los homosexuales. En una de las sesiones de dibujo con Boone, Whale le cuenta que
tuvo un amor en la Guerra, un chico que venía directo del colegio y
que mataron en las trincheras quedándose durante mucho tiempo
enganchado en las alambradas, es una escena tremenda y maravillosa
que me recuerda a otra escena similar de la película Dublineses de John
Huston (The dead, 1987), basada en el relato homónimo e incluido en el
libro de relatos Dubliners de James Joyce (1914), una joya tanto el
relato como la película.
A lo largo del libro
sobrevuelan varios temas, el de la guerra de trincheras en la Primera
Guerra Mundial, el de la homosexualidad en los años 20 y 30, el de la
sexualidad en Hollywood, el de la amistad, y todo ello con el monstruo de Frankenstein
de fondo. Uno de los mejores capítulos de la novela es el de la fiesta de
George Cukor con la Princesa Margarita de Inglaterra, en la que se
reúnen, tantos años después, Boris Karloff, Elsa Lanchester y
James Whale, es decir, el padre y sus monstruos, y Whale ve a Karloff, y de
fondo ve a Boone, tan grande y con la cabeza tan cuadrada, y en su
delirio Boone se superpone a Karloff y se convierte en Frankenstein. No voy a desverlar los
planes que Whale tiene para Boone, pero los capítulos finales son un crescendo donde no sabemos qué va a pasar y donde todo es posible, aunque es obvio
que, como en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1957), sabes que la novela y la
película acaba con la muerte del protagonista.
El torturado pasado de Whale vuelve continuamente a su atribulada cabeza, por lo que le dice a Boone:
“Es tan doloroso recordar un pasado feliz como un pasado horrible, más doloroso incluso, porque el recuerdo no trae el alivio de saber que ya no volverá.”
Boone le dice:
- “¿No ha sido divertido? - dice – Volver a ver a sus monstruos.
-¿Monstruos? - dice Whale con desdén – Esos no son monstruos. Los únicos monstruos – dice cerrando los ojos – están aquí.”
Dioses y monstruos
(Gods and monsters, Bill Condon, 1997).
La novela El padre de
Frankenstein de James Whale, fue adaptada por el que,
probablemente, es el mejor guionista y director gay de Hollywood,
Bill Condon, en 1997, ganando entre otros premios el Oscar al mejor
guión adaptado, y muchos otros para sus tres protagonistas, aunque
Brendan Fraser, posiblemente en su mejor interpretación en el cine,
fue el gran olvidado.
Bill Condon es un
aclamado director y guionista, entre sus éxitos, además de Gods and
monsters, encontramos el guión de Chicago (2002), por el que fue
nominado al Oscar, Kinsey, el científico del sexo (2004), y fue el
director de la aclamada Dreamgirls (2006) que fue nominada a 6
Oscars, ganando el Globo de oro a la mejor comedia o musical, y,
últimamente, dirigió la crepuscular Mr. Holmes (2015), en la que
volvió a dirigir a Ian McKellen, con cierto parecido a su personaje
en Dioses y monstruos.
La adaptación de la
novela El padre de Frankenstein es uno de los mejores ejemplos de
cómo se puede realizar una adaptación cinematográfica respetando
la esencia y el argumento del libro, y al mismo tiempo introduciendo
matices y cambios que mejoran, incluso, la propuesta de la novela,
por lo que la película no supone una mera traslación del libro a
otro medio artístico sin personalidad alguna sino que, al contrario,
aquella se convierte en una nueva obra, igual y al mismo tiempo
diferente de la novela.
Lynn Redgrave como Hanna |
La principal innovación
en la película está en el personaje de la empleada del hogar,
María, una mexicana en el libro, es transformada en una polaca
católica ferviente, Hanna, en la película, interpretada por Lynn
Redgrave, la cual fue nominada a la mejor actriz de reparto por este
papel. Esta diferencia se produce no solo en el cambio de
nacionalidad sino en el papel que tiene respecto a su relación con
Whale, lo cual se observa en dos escenas principalmente: la primera,
cuando Whale y Hanna están viendo La novia de Frankenstein en la TV,
en ese momento son como un viejo matrimonio viendo una película
antes de acostarse, y al final cuando encuentran a Whale en la
piscina, Hanna besa a Whale repetidamente recriminándole lo que ha
hecho, lo cual denota un enamoramiento de ella hacia él que no está
en el original, por lo menos no de una forma tan rotunda.
Brendan Fraser como Boone |
La segunda innovación
está en el epílogo de la película, que no está en el libro. Han
transcurrido unos años y se ha producido una transformación en
Boone, ya no es un perdedor, sino un feliz padre de familia, con un
hijo con el que está viendo La novia de Frankenstein, y al que le
muestra el boceto del monstruo que Whale le regaló. Boone está orgulloso de haber
conocido a Whale, se intuye que el contacto con él le hizo
reflexionar y le cambió la vida, le hizo pensar y tomar las riendas
de la misma. Antes de conocer a Whale Boone era un perdedor que probablemente viviría
toda la vida en una caravana cortando el césped de los jardines de
otros, y ahora lo vemos en un entorno completamente diferente y, en cierto modo, triunfante.
Ian McKellen como James Whale |
Por lo demás, la
película acumula aciertos: la interpretación de
Ian McKellen, nominado al Oscar como mejor actor, con una
mimetización incluso física respecto al Whale original, el acierto
de la elección de Brendan Fraser como Boone, la ambientación en los
años 50, con la culminación en la fiesta de la princesa, y sobre
todo, las escenas oníricas y los recuerdos de la guerra de Whale,
con las alambradas y la tierra de nadie en las trincheras de la
Primera Guerra Mundial, y la asimilación de Boone como el monstruo
en la mente de Whale.
Esta película refleja
como pocas la interrelación entre cine y literatura, no solo por
resultar una excelente adaptación al cine de una novela, sino por
mostrar, además, el mundo del cine clásico de los años 30 del
siglo XX, desde dentro. Con lo que pasen y lean, y vean también, y
disfruten de este mundo de dioses y monstruos.
Apasionante artículo.
ResponderEliminarLa mariposa aleteó bien fuerte esta vez - he disfrutado a fondo el viaje desde el volcán indonesio que explotó en 1816 hasta una oscarizada película de 1997 que nos cuenta la relación entre un viejo director de Hollywood y su jardinero.
Muchas gracias