Esas viejas novelas de espías - Velajada



Cuando pienso en Best Sellers, lo primero que me viene siempre a la cabeza son esas novelas de espías que tanto éxito tuvieron en los años 50, 60 y 70, novelas sobre la guerra fría, en las que la información es moneda de cambio; novelas de conspiraciones políticas, de bandos confusos, en las que la línea entre lo correcto y lo necesario se difumina, y que tantas y tantas veces fueron llevadas al cine por directores de la talla de Oliver Reed, Joseph Mankiewicz o Alfred Hitchcock. No sé muy bien por qué pienso en esas novelas cuando pienso en best sellers, supongo que es porque cuando le pedía consejo a mi padre sobre qué leer, él se levantaba, se ponía a rebuscar en la estantería, barajaba tres o cuatro posibilidades y con un "este te va a encantar, en su época fue un best seller" me alargaba uno de estos libros de estética pulp, con hombres en gabardina y sombrero de fieltro, de portadas en blanco y negro, gris, sepia y camel. Yo no sabía a lo que se refería con eso de best seller, pero lo cierto es que me gustaban. Las historias que en ellos se contaban han quedado ya en el olvido, pero lo que no he podido olvidar nunca son las sensaciones que me produjeron ni las horas que pasé en compañía de esos personajes en la sombra.



En esto fue en lo que pensé cuando me propusieron escribir este artículo. Creo que me reí de mi propuesta y que llegué a calificarla de barbaridad, ya que no sé si se ajusta mucho a la idea que tenemos hoy en día sobre lo que es un best seller, pero me animaron a desarrollar mi idea y de inmediato me puse a trabajar en ella. Leí algunas de esas novelas, y releí otras tantas. Algunas me maravillaron por segunda vez, otras me parecieron demasiado ligeras, pusilánimes y un tanto inocentes en su planteamiento y otras me parecieron descaradamente moralistas y aleccionadoras; pero un best seller no deja de ser eso, el reflejo de una sociedad y de un tiempo, que puede (o no) quedar obsoleto una vez superado el momento histórico en el que fueron escritos.

Las novelas de espionaje constituyen un género relativamente moderno que surge a raíz de la Gran Guerra. A caballo entre las novelas detectivescas y los thriller policíacos, encuentran sus predecesores en las novelas de Edgar Allan Poe, Conan Doyle o Agatha Christie, en las que los detectives son sustituidos por agentes secretos. En esas primeras novelas, los espías son gente común que es reclutada por los Servicios Secretos y en las que la revolución y el anarquismo político están muy presentes. Sin embargo, no es hasta terminada la segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Fría y con los bloques soviético y americano como telón de fondo cuando la novela de espionaje no alcanzará su máximo esplendor. El miedo a un ataque enemigo alimentará la imaginación de numerosos autores y provocará el interés de una sociedad convulsa, invadida por el temor a ser ocupados. Aparecen así las primeras agencias de inteligencia y los agentes de la CIA, el KGB, el Mossad o el SDECE pasan a ser protagonistas absolutos de unas novelas y unas guerras que se libran lejos del campo de batalla. Numerosos han sido los autores que han tratado el tema, numerosos los éxitos cosechados y muchas las listas que se pueden encontrar sobre un hipotético top 10 de las novelas de espionaje.

39 escalones de John Buchan (1915) es a menudo considerada como el primer gran éxito de este nuevo género literario. Con una prosa fluida y elegante, Buchan sumerge sin preámbulos al lector en una conspiración para asesinar al primer ministro griego. ¿El objetivo? Provocar un enfrentamiento entre rusos y alemanes del que un grupo de anarquistas llamado «Piedra Negra» cree poder sacar provecho. Richard Hannay, el protagonista de esta historia, es un súbdito británico recién llegado a Londres después de una larga estancia en Sudáfrica. Aburrido de la cómoda vida que lleva en la City, una noche conoce a Scudder, su extraño vecino, –Perdone, esta noche estoy un poco nervioso. Verá, da la casualidad de que en este momento estoy muerto– . Dice ser un corresponsal de guerra que ha descubierto un plan para asesinar al primer ministro griego, Constantine Karolides, pero al día siguiente aparece apuñalado en el apartamento de Hannay. Empieza así su huída. Perseguido a la vez por los enemigos de Scudder y por la policía británica que lo cree un asesino, deberá mantenerse con vida el tiempo suficiente hasta encontrar la forma de desbaratar el maléfico plan de los anarquistas que pondría en jaque a media Europa. Aclamada por la crítica, fue llevada al cine por Alfred Hitchcock (1935), no sin antes realizar múltiples modificaciones e incluyendo en el argumento una trama amorosa no presente en la novela original.

Pero antes de la publicación de 39 escalones, autores como Joseph Conrad con su Agente secreto (1907) o G. K. Chesterton con El hombre que fue Jueves (1908) sentaron las bases del género. En ambas se describe la amenaza del terrorismo anarquista, pero el enfoque de una y otra novela son muy distintos. En El hombre que fue jueves, Chesterton utiliza la ironía para caricaturizar a esos grupos revolucionarios que lanzan bombas para dar visibilidad a su discurso, mientras que Conrad utiliza un planteamiento mucho más realista y describe con mayor verosimilitud el trabajo que realiza un agente secreto, examinando a lo largo de toda su novela las ideas del anarquismo así como las del terrorismo a partir de unos personajes muy bien construidos.

Finalizada ya la Primera Guerra Mundial, W. Somerset Maugham publica Ashenden o el agente secreto (1928), una serie de relatos encadenados en los que aprovecha sus vivencias como agente del Servicio de Inteligencia Británico durante la Revolución Rusa. Presenta en sus relatos a Ashenden, un personaje de una potencia narrativa y un carisma que nada tiene que ver con sus predecesores, dando así visos de realidad al género. Una década más tarde, y mientras los demás autores continuaban escribiendo sobre espías profesionales, otro autor, Eric Ambler, introdujo la idea del hombre común que se ve involucrado de forma accidental en una trama de espionaje, mensajes cifrados, agentes dobles e identidades falsas; características que encontramos en obras como Epitafio para un espía (1938), La máscara de Dimitrios (1939) o Viaje al miedo (1940), novela, esta última, que fue llevada al cine por Norman Foster y Orson Welles en 1944 bajo el título Estambul.

En sus novelas, Ambler conjuga la intriga con el análisis psicológico de sus personajes, situándose así, con un estilo propio, entre los grandes del género junto a autores como John Le Carré o Graham Greene. Declararon ambos ser admiradores de su obra y mientras Le Carré reconoció en él su mayor influencia, Greene lo calificó como "el mejor escritor del thriller moderno". En La máscara de Dimitrios, su novela más célebre, Ambler narra las vicisitudes de Charles Latimer, un escritor británico que se encuentra en la ciudad de Estambul terminando su última novela y dónde conoce al coronel Haki, el jefe de la policía secreta turca. Éste, con la excusa de mostrarle sus apuntes para un libro que está escribiendo, pondrá a mister Latimer sobre la pista de Dimitrios, un peligroso criminal que ha aparecido ahogado en aguas del Bósforo. Las circunstancias en las que ha sido encontrado son confusas y sugieren que pueda no ser ese el cuerpo de Dimitrios. Arrastrado por su curiosidad, se convierte así en investigador necesario de un caso que la policía no ha podido resolver.


"Lo lógico era que todas aquellas investigaciones rutinarias, que había organizado tan fácilmente en sus novelas, fueran llevadas a la práctica, al menos una vez, por él mismo"

Es ésta una obra inquietante y oscura, en la que Ambler nos muestra la parte más sórdida del ser humano. Tráfico de armas, secuestro y trata de blancas, asesinato o espionaje internacional son algunas de las actividades que desarrolla el criminal Dimitrios con total impunidad en una Europa de entreguerras desorganizada y corrupta. La labor detectivesca de Latimer lo llevará a recorrer los bajos fondos de Turquía, Grecia, Bulgaria, Suiza o Francia, convirtiéndose éstos en los escenarios de una persecución en pos de una sombra que sabe esconder muy bien su rastro. Pero no es así toda la obra de Ambler y en contraposición a esta prosa cínica y desalmada, encontramos en Epitafio para un espía un tono más brillante, más luminoso, vital y desenfadado. En la novela, Josef Vadassy, un profesor de idiomas húngaro que está pasando unos días de vacaciones en la costa mediterránea francesa se verá involucrado en una trama de espionaje en la que él será el principal sospechoso cuando aparecen entre sus fotografías unas imágenes de unas instalaciones militares que él no ha tomado. Se verá obligado así a descubrir entre los huéspedes del hotel donde se aloja al verdadero culpable. Es, pues, Epitafio para un espía una novela amable, de personajes entrañables, en apariencia desvalidos, abrumados por unas circunstancias que no comprenden y que no saben cómo resolver y con los que el lector conecta rápidamente.

Pero no es hasta terminada la Segunda Guerra Mundial que la novela de espionaje no conseguirá un mayor reconocimiento. En la década de los 50, sin duda su mayor exponente fue Graham Greene, sin el que no se entendería el éxito de este género. Títulos como El agente confidencial (1939), El tercer hombre (1950), El americano impasible (1955) o Nuestro hombre en la Habana (1958) deslumbraron a un público ávido de aventuras. Greene calificó a sus novelas de espías como "entretenimientos", sin ser por este motivo de una menor calidad a las que él consideraba "novelas literarias", novelas "serias" en las que basaba su reputación y en las que su fuerte convicción católica estaba mucho más presente.

Graham Greene pasó la II Guerra Mundial en Sierra Leona, dónde trabajó como informador del MI6, el célebre servicio de inteligencia británico, actuando bajo las órdenes de Kim Philby, personaje que se hizo famoso por su traición a Inglaterra cuando, tras la guerra, pasó a operar para el servicio de espionaje ruso. Es de su experiencia como agente secreto de dónde Greene obtendrá el conocimiento y la inspiración para sus próximas novelas.

Viajero incansable, recorrió sobretodo África, Asia y América Latina. Estuvo en Liberia y Vietnam, en Kenia durante el conflicto Mau Mau y en el Congo. En Asia, visitó en numerosas ocasiones Saigón y Hanói, entonces colonias francesas en conflicto con la guerrilla comunista. Un profundo conocimiento de la zona y el conflicto –pues cubrió el enfrentamiento entre las tropas francesas y el Vietminh como reportero de la revista LIFE– fueron claves para la concepción y el desarrollo de una de sus obras más exitosas, El americano impasible, novela ambientada en la Indochina de los años 50 y en la que Thomas Fowler, un corresponsal de un diario londinense en Saigón, Alden Pyle, un agente de los servicios secretos norteamericanos y Fuong, una muchacha vietnamita, protagonizarán una relación a tres que irá más allá del amor. Fowler y Fuong son pareja y se compenetran a la perfección. En un clima de violencia y confusión, han sabido crear una relación a su medida. Fowler es un personaje desencantado, ácido en sus apreciaciones, a veces irrespetuoso, que ha visto y vivido demasiada guerra como para esperar nada de la vida. Fuong es pragmática y realista, toma las cosas tal y como vienen e intenta sacar el mayor provecho de cada situación. Es feliz a su manera, a la manera vietnamita. Vendrá a perturbar su paz Alden Pyle, joven, ingenuo, idealista y plagado de buenas intenciones que todavía confía en la bondad del ser humano. Son éstos unos personajes que aparecen desdibujados a ojos del lector, que necesitará de toda la novela para conocerlos y comprenderlos.


Los atentados en las calles de Hanói y Saigón, la batalla de Fat Diem, el bombardeo de las aldeas del norte o las emboscadas en los arrozales del delta del Mekong son el marco elegido por Greene para narrar una historia que no versa sobre la guerra. Tampoco el tema principal es el espionaje aunque Pyle sea un espía. Es un libro, pues que relata pasiones, que trata sobre las relaciones humanas, sobre sentimientos encontrados, sobre personas en conflicto, sobre la capacidad de amar y odiar a la vez; pero también trata sobre cómo la vida de tres personas puede verse afectada por estrategias políticas que nada tiene que ver con ellas, sobre los intereses que esconden las grandes potencias que desde la lejanía hacen y deshacen a voluntad. Marionetas al fin y al cabo al servicio de un interés mayor.

Es una novela salpicada de momentos memorables, de conversaciones inolvidables, de sentimientos a flor de piel... Un cruce de miradas, un roce o una huida a medianoche entre arrozales se convierten en genialidad. Es una novela que transmite tensión al lector, se palpa en el ambiente, pero también entre los protagonistas; y es también una novela que destila tristeza y desesperanza por la pérdida de la inocencia, de la tranquilidad de conciencia y de la imparcialidad en una guerra que no les concierne.

Pero no solo novelas escribió Greene. Creador también de guiones cinematográficos, es quizás El tercer hombre del que se sienta más satisfecho. Fue éste un encargo de Carol Reed, concebido desde el principio para ser llevado a la gran pantalla y del que el propio autor dijo «El tercer hombre no fue escrito para ser leído, sino para ser visto». Ciertamente es un libro muy visual, en el que personajes, paisajes y situaciones están descritos hasta el más mínimo detalle, con escenas muy cinematográficas, como cuando Ana se separa de Rollo tras su primer encuentro «Desde lejos él la vio tomar el tranvía bajando la cabeza para luchar contra el viento, minúsculo punto oscuro de interrogación que destacaba sobre la nieve». Uno puede llegar a imaginarse la secuencia, fotograma a fotograma. Con una pluma magistral, de la mano de un narrador omnisciente, el lector se sumergirá en una historia de asesinato e intriga ambientada en una Viena de posguerra ocupada por las cuatro potencias vencedoras.


Por la misma época, un coetáneo de Graham Greene, Ian Fleming, es encumbrado al estrellato en 1953 con la publicación de su primera novela, Casino Royale, de la que vendió medio millón de copias en un tiempo récord, agotándose la primera edición en el Reino Unido en menos de un mes. Nace así James Bond, el agente secreto más famoso del mundo, un personaje totalmente diferente a lo que se había escrito hasta el momento. Siempre rodeado de lujo, mujeriego, galán y conquistador algo canalla, seduce a hombres y mujeres por igual. Es pues Bond, un personaje brillante, una amalgama perfecta de astucia, insolencia y valor que deslumbra con su «licencia para matar». Poco más hay que añadir sobre unas novelas y un personaje que todo el mundo conoce y que tras más de 60 años después de su creación, sigue tan vigente como el primer día.

Diez años más tarde, en 1963, aparece la versión femenina de James Bond, Modesty Blaise, de la mano de Peter O´Donnell; una joven tan hermosa como letal, experta en la lucha y equipada con todo tipo de inventos y artilugios como pequeñas bombas escondidas en alfileres de corbata o letales armas camufladas en el cierre del bolso, en el uso de las cuales es experta y que la sacarán de cualquier atolladero en el que se encuentre. Fue tal el éxito de este personaje que tras su aparición en una tira cómica, fue primero novelado (1965) y posteriormente llevado a la gran pantalla (1966).

En un intento por retornar a los orígenes y humanizar de nuevo el género, Jonh Le Carré publica en 1963 la que tal vez sea la obra cumbre dentro de las novelas de espionaje. Tras su publicación, El espía que surgió del frío se mantuvo durante 34 semanas consecutivas como número 1 en la The New York Times Fiction Best Seller List de 1964. Fue galardonada en 1963 con el Premio Gold Dagger, en 1965 con el Premio Edgar y considerada como la mejor novela de espionaje de todos los tiempos por la revista Publishers Weekly en 2006.

Con El espía que surgió del frío, Le Carré muestra una visión mucho más realista del mundo del espionaje durante la Guerra Fría y plantea como nadie los dilemas morales a los que deben enfrentarse a diario los agentes de los Servicios Secretos. Es ésta una novela mucho más oscura, más madura, de personajes duros, profundos, curtidos, faltos de emociones y sentimentalismos. Argucias, espionaje, contraespionaje y contracontraespionaje, capa sobre capa de mentiras hasta el punto de no saber quién es quién ni para quién trabaja. Tramas y subtramas, juego sucio, juego inteligente, pasos planificados de antemano, perfectamente orquestados y perfectamente ejecutados, pensados para involucrar, para mentir, para engañar, para hacer parecer lo que no es y conseguir así la reacción deseada del bando contrario. Basada en la inteligencia de sus protagonistas, no habrá casualidades ni fuegos de artificio que salven al protagonista en la última página.

Esto y mucho más es El espía que surgió del frío, cuyo sorprendente final dejará al lector navegando entre el saber, el creer y el desear.

Escena inicial de The Spy Who Came in from the Cold, dirigida por Martin Ritt en 1965, y protagonizada por Richard Burton.

Posteriormente, ya en la década de los años 70, toma el testigo Frederick Forsyth con El día del Chacal (1971) primero y con Odessa (1972) después. Estas novelas tuvieron una gran repercusión, escalando ambas al primer puesto de la The New York Times Fiction Best Seller List de sus respectivos años de publicación. Novelas basadas en la investigación de un hecho criminal, parten ambas de un hecho real, ya sea el intento de asesinato de Charles de Gaulle en 1963 perpetrado por la OAS en El día del chacal o los crímenes cometidos por el capitán de la SS Eduard Roschmann en el campo de concentración de Riga en Odessa. Serán éstas la antesala del thriller moderno en el que el terrorismo yihadista, los cárteles de la droga, la amenaza biológica o los hackers informáticos se abrirán paso como los nuevos enemigos del estado una vez desaparecida la amenaza del bloque comunista.

No es casualidad que muchos de estos autores fueran agentes secretos a la vez que escribían sus novelas. Buchan, Greene o Le Carré son algunos ejemplos de este hecho y veracidad y ficción se entremezclan en sus libros con total naturalidad. No sé si a día de hoy, y dado el número de ventas alcanzado, podrían algunas de estas novelas continuar considerándose un best seller, lo que sí sé es que en su día lo fueron, y que algunas de ellas todavía hoy continúan siéndolo.

2 comentarios:

  1. Un artículo muy interesante y detallado, Velajada :D

    Me ha gustado mucho que nombraras a Modesty Blaise, suele ser la gran olvidada del genero :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sinkim, muchas gracias;). A mí el de Modesty Blaise me gustó mucho. Me recordó mucho a James Bond pero en chica y más fresco, supongo que por la novedad... He visto en su hilo que hicisteis mc hace un tiempo :D

      Eliminar

No hay comentarios