Franz Grillparzer
(1791-1872) es considerado el dramaturgo austríaco más importante del siglo
XIX. Quizás no muy conocido en nuestro país, Grillparzer fue sin embargo un
gran admirador de la literatura del Siglo de Oro, especialmente de Lope de Vega
y Calderón de la Barca. No en vano, esta admiración llevó a Grillparzer a
aprender español y escribir varios ensayos sobre el teatro español, además de
influenciar su propia obra. La judía de Toledo es una adaptación de la obra
de Lope Las Paces del Rey y la judía de Toledo, obra que Grillparzer
consideraba una de las mejores del autor español.
“La judía de
Toledo” se basa en una vieja leyenda castellana del siglo XII cuyo argumento se
podría resumir de este modo: Alfonso VIII, recién casado con Leonor, hija del
rey inglés Enrique I, se enamora de una joven y bella judía, lo que le lleva a
descuidar el gobierno de su reino durante siete años. Lo cual provoca la
reacción de un grupo de nobles castellanos, que conspiran para asesinar a la
joven, restaurando la paz y el orden en el reino. Tras la obra de Lope de Vega
(1617), la leyenda ha dado lugar a un buen número de adaptaciones y versiones,
tanto en la novela con el teatro, antes y después de Grillparzer.
Para Grillparzer,
“La judía de Toledo” no fue una obra más, sino que se convirtió prácticamente
en una obsesión. Los primeros planes de la obra datan de 1813, pero fue en 1824
cuando por primera vez leyó posiblemente la obra del autor español. No
terminaría los dos primeros actos hasta 1848-49, y la obra no sería terminada
hasta 1855. Sin embargo, la obra no sería representada hasta después de la
muerte del autor, en 1872, a pesar de que Grillparzer había ordenado que la obra
fuera destruida junto a otras dos obras póstumas.
La obra de Lope de
Vega es, ante todo, un drama teológico-político y el romance entre Alfonso y
Raquel meramente una trama secundaria, o más bien un instrumento mediante el
cual ese sentido se refuerza. La dualidad entre la monarquía, personificada en
la figura de Alfonso, y la fe católica no es solo evidente por el hecho que
entre el primer acto y el segundo acto transcurran varios años -durante los
cuales, se nos dice, el Rey combatió en Tierra Santa- o las numerosas
referencias al desastroso efecto del ensimismamiento amoroso de Alfonso en la
guerra contra los musulmanes: el asesinato de la joven judía no es suficiente
para destruir los efectos de ese romance en Alfonso, y solo la intervención
divina al final de la obra será capaz de producir su sincero arrepentimiento y
restaurar el orden en el reino.
Sin embargo, la
dimensión religiosa no está completamente ausente en la adaptación de
Grillparzer. En el primer y segundo acto, así como en la intervención final de
Esther, la hermana de la hermosa Raquel, hay numerosas referencias a la
religión y en concreto a personajes del Antiguo Testamento que parecen trazar
una genealogía entre estos y los personajes de la obra, en especial aquellos de
ascendencia judía.
Pero la principal
diferencia entre la obra de Lope de Vega y la adaptación de Grillparzer es el
centro de gravedad a partir del cual se moverán los personajes y el propio
argumento. A pesar del título, Raquel, la joven judía, es un personaje
secundario en la obra del autor español, siendo el rey Alfonso y la reina
Leonor el verdadero centro de la obra. La Leonor de Lope de Vega es un
personaje mucho más complejo e interesante que en la versión de Grillparzer.
Dividida entre los celos y la traición de Alfonso, por un lado, y su deber como
reina consorte que lucha contra la usurpación del trono por Raquel (“¿Pensaréis
que hablo en la parte / que como a mujer me toca?”, Acto IV), es ella quién
realmente causa la conspiración que lleva al asesinato de Raquel. En cambio, en
la adaptación de Grillparzer, a la Reina se le destina un papel mucho más
secundario. Es cierto que es ella la que desencadena la conspiración, pero
carece de influencia en su preparación. El personaje de la Reina solo tendrá un
papel más destacado en el acto cuarto, cuando Grillparzer pone en su boca las
acusaciones de orden político-religioso contra la amante judía del rey y
desencadena su asesinato.
El personaje del
Rey, central en ambas obras, se muestra también diferente en la adaptación de
Grillparzer. En la obra de Lope de Vega, el primer acto muestra un modelo de
monarca ya desde su tierna infancia, de acuerdo a la concepción absolutista de
la monarquía de origen divino. El ideal monárquico de Grillparzer muestra, al
contrario, a un monarca en comunidad con su pueblo, una figura sabia y
paternalista, que protege a sus súbditos no solo de sus enemigos sino de sus
propios vicios. Pero la principal diferencia no es de orden política, sino de
la diferente concepción del amor que se desprende en las dos obras. En la obra
de Lope, el amor se presenta como un hechizo, un accidente si se quiere, que
recae sobre los enamorados sin que entre en juego la voluntad de éstos. Es un
amor platónico, sin lugar para la galantería o la seducción, que aparece tan pronto
se cruzan las miradas de Raquel y el Rey, y contra el que ellos no pueden
luchar.
El amor en la obra
de Grillparzer aparece como un amor sensual, que nunca domina totalmente a
ninguno de los dos amantes. Es un amor igualmente premeditado y provocado, de
acto y palabra, por la joven sin la directa intervención del monarca. Hay
depredadora y hay presa. Sin embargo, el Alfonso de Grillparzer es siempre
consciente de su encantamiento, y es un alma dividida, atrapado por su pasión y
repugnado por la misma. Al final de la obra, tanto Alfonso y Raquel no dudarán,
antes del trágico desenlace, de expresar que su amor nunca fue tal. Es un amor
que nace de la carne y morirá con la carne: al ver el cadáver de Raquel,
Alfonso solo sentirá asco.
Pero mayor es la distancia
entre ambas obras en el personaje de Raquel y en el tratamiento de los otros
personajes judíos en general. En la obra de Lope de Vega, ni siquiera Raquel
era un personaje importante, más bien un personaje secundario y siempre pasivo.
Solo el amor correspondido del Rey, su propio trágico destino, y el simbolismo
que el autor hace recaer en ella -al que ella misma es ajena- le da cierta
importancia. Y un papel todavía más reducido es reservado al resto de miembros
de la familia.
Las dos hermanas
judías, Raquel y Esther, cobran una mayor importancia en la versión de
Grillparzer. Ambas son tesis y antítesis, noche y día. Raquel es una joven
hermosa, altiva y enérgica, casi siempre insolente, egoísta y algo ridícula.
Esther, en cambio, es prudente, modesta y virtuosa, y la única de los tres
personajes judíos -e incluso de la obra- que se muestra realmente dueña de sus
actos, lo que contrasta con la irracionalidad de su hermana, que se mueve de un
impulso a otro, a menudo contradictorios, y a pesar de ello -o precisamente por
ello- más auténtica que el resto de personajes:
“Ella, sin embargo,
era la verdad, aunque deformada,
todo lo que ella
hizo salió de sí misma,
de improviso,
inesperadamente y sin ejemplo.
Desde que la vi,
sentí que vivía
y en los días de triste
soledad
sólo ella fue mi
ser y figura”.
El personaje de
Raquel se cree basado en dos mujeres de la época, ambas cristianas: Lola
Montez, amante del rey de Baviera; y Marie von Smolenitz, una joven austríaca
que causó en el propio Grillparzer una atormentada atracción amorosa. Quizás de
ahí la larga y complicada relación del autor con su propia obra: una forma de
ahuyentar los propios fantasmas y, quizás, también una venganza personal.
Pero sin duda el
más problemático de los personajes es Isaac, el padre de Raquel y Esther. Isaac
es el personaje más antipático de la obra, que reúne todos los estereotipos
anti-judíos: mísero y avaro, que hace del dinero su religión, y es nombrado
consejero del rey -a diferencia de la versión de Lope de Vega-, beneficiándose
personalmente del romance de su hija con Alfonso a través de varias
corruptelas. Pero Isaac no es Shylock, es un personaje totalmente plano y
grotesco, que carece de toda dignidad y ambición que no sea la de aumentar su
fortuna incluso por un mísero pendiente de oro. Ni siquiera una vez asesinada
Raquel, Grillparzer considera oportuno dotar al personaje del padre con una
pizca de humanidad.
¿Es “La judía de
Toledo” de Grillparzer una obra antisemita? No parece que fuera la intención
del autor, pero hay cierta ambigüedad en el texto. Ya en su primera escena, el
fenómeno del antisemitismo aparece explícitamente, y los tres judíos encuentran
protección en el personaje del Rey. Las acusaciones de oscuras intenciones, e
incluso magia negra, por parte de Raquel son puestas en boca de la celosa
Reina, pero son rechazadas por Alfonso como mera e irracional superstición,
incluso una vez muerta Raquel y su hechizo sobre el rey extinguido. En el mejor
de los casos, si con el personaje de Isaac el autor pretendía crear un efecto
cómico o dramático, para enfatizar el perdón final de Esther, está claro que
ese intento es fallido. La conversación entre Rey y el joven noble Garcerán a
principios del acto segundo quizás son un ejemplo de esa ambigüedad de la obra
y quizás del propio autor:
“A mí mismo no me
gusta este pueblo, pero sé, sin embargo,
que lo que los
estropea es nuestro obrar;
los atemorizamos y
les guardamos rencor si cojean.
En ellos hay algo
grande, Garcerán...
...Tanto cristianos
como musulmanes remontan su árbol genealógico
hasta este pueblo,
el más antiguo, el primero,
de forma que ellos
dudan de nosotros, nosotros de ellos no...
...nosotros
crucificamos al Señor diez veces al día
con nuestros
pecados, nuestras malas acciones,
mientras ellos lo
hicieron una sola vez”.
El desenlace de “La
judía de Toledo” es quizás la parte más débil y a la vez de más complicada
interpretación de la obra. Es una escena cargada de simbolismo, especialmente
religioso, tanto a la culpa y al arrepentimiento como al sacrificio como
purificación. Pero cada uno de los personajes parece reaccionar de forma
diferente, contradictoria e inconsistente. Esta debilidad, sin embargo, quizás
no es ajena a la versión de Lope de Vega: lo que el autor español resuelve a
través de la intervención divina, Grillparzer lo hace desplazando tal
intervención al interior de la conciencia de cada personaje, así como a través
de sus propios actos.
A pesar de sus
limitaciones, “La judía de Toledo” es una obra que merece la pena visitar, a la
altura del mejor teatro de su época.
Un excelente articulo, mis felicitaciones. Como tengo ambas obras, tanto la de Grillparzer como la de Lope, espero leerlas próximamente.
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