Un repaso al género
de humor contemporáneo obliga a detenerse en la figura de Eduardo Mendoza. En
concreto, la saga iniciada por El Misterio De La Cripta Embrujada a
finales de los setenta y extendida por otros tres tomos que llegan hasta
nuestros días, se erige como uno de los baluartes de la polifacética y dilatada
carrera del escritor catalán. Su combinación entre novela negra y surrealismo,
la genuina naturaleza de sus protagonistas, además de su lenguaje directo
salpicado con desternillantes salidas de tono lo convierten no solo en un
símbolo de la novela humorística, sino en una obra fundamental de la literatura
hispánica.
Recién licenciado en
derecho, Mendoza emprende una serie de viajes por Europa donde germina su
afición por la escritura. Tras ejercer como abogado para el Banco Condal,
Mendoza parte a Nueva York para trabajar como traductor de la ONU. Durante este
periplo publica su primera obra, La Verdad Sobre El Caso Savolta
(1975), premiada con el Premio de la Crítica. Mendoza exhibe en ésta un
desbordante arsenal de recursos narrativos, dejando tenues matices de su
particular acidez. Con rigor, la novela recrea una investigación ambientada en
la Barcelona de las revueltas sindicales de comienzos de siglo.
La biografía de
Mendoza crece con obras de un heterogéneo carácter y una dispar aceptación. Así
pues, con una impronta más sobria destacan La Ciudad De Los Prodigios (1986)
–una de sus tentativas más ambiciosas–, El
Año Del Diluvio (1992), la controvertida Mauricio o Las Elecciones Primarias (2006), o Riña De Gatos (2010) –con
la que se alzaría con el Premio Planeta–. En su vertiente cómica, además de la
saga que destriparemos a continuación, sobresalen Sin noticias de Gurb (1991) –una de sus obras más exitosas–, El último trayecto de Horacio Dos
(2002) –ambas publicadas por entregas en El País– o El Asombroso Viaje De Pomponio Flato (2008) –una irreverente
parodia de la vida de Jesús de Nazaret–.
La Verdad Sobre El Caso Savolta
vislumbra el nacimiento literario de Nemesio Cabra, de cuyo exceso de personalidad
comienza a formarse lo que sería el gran delirio de Mendoza. Dicho personaje,
basado en el Licenciado Cabra del Burlón
de Quevedo, es privado de su identidad para encarnar al protagonista y narrador
de El
Misterio De La Cripta Embrujada (1978). En este tomo, el Comisario
Flores –inspirado en el Comisario Vázquez de LVSES– le ofrece salir del manicomio a cambio de resolver la
desaparición de una de las niñas del internado de las madres lazaristas. Entretanto,
se suceden las absurdas desventuras que forjan la singular imagen del anónimo
detective: adicto a la Pepsi Cola, higiene dudosa, un asombroso ingenio para encontrar
y escapar de los peligros y su predilección por los sujetos pintorescos que
pueblan los bajos y altos fondos. Una narrativa excelsa –en ciertas fases
bordeando la altivez– y un talento innato para conjugar diferenciados registros
marcan la personalidad del escritor. Como resulta habitual en la saga, la obra
transcurre por conocidos enclaves de su Barcelona natal y se aprecia la crítica
a los estamentos del poder.
Como muestra, un botón:
“No tiene nada que temer de mí. Soy un ex delincuente, libre sólo desde
ayer. Me busca la policía para encerrarme otra vez en el manicomio, porque
creen que estoy envuelto en la muerte de un hombre o quizá de dos, según si los
de la metralleta acertaron o no al jardinero. También ando metido en asunto de
drogas: cocaína, anfetaminas y ácido. Y mi pobre hermana, que es puta, está en
chirona por mi culpa. Ya ve usted en qué dramática tesitura me hallo. Repito
que no tiene nada que temer: ni estoy loco como pretenden ni soy un criminal.
Cierto es que huelo un poco a sobaco y a vino y a basura, pero todo ello tiene
una explicación muy sencilla que le daría de mil amores si dispusiera de un
tiempo del que por desgracia no dispongo. ¿Me sigue usted?”
La segunda parte de
la saga es El laberinto de las aceitunas (1982), con el que continúan las
andanzas del anónimo que “me dicta los
libros”, confesaba Mendoza. “Hacía
tiempo que había terminado la
cripta y el tío que no se iba... y sigue sin irse". En
esta ocasión, el demente detective es secuestrado del manicomio para ejecutar
la entrega de un maletín lleno del dinero, por encargo de un ministro. Entremedias,
una retahíla de sucesos disparatados enreda la misión. Se aprecia una tenue
intención más experimental que deriva en momentos forzados y pérdida de
espontaneidad. Incluso, los personajes parecen algo desnaturalizados con
respecto a la primera parte con un protagonista algo más sobrio y un Comisario
Flores más demencial. Aun así, la novela es un seguro de carcajada:
“–Señor comisario, ¿está usted seguro de que efectivamente se trataba de
un Ministro?
–Hombre, no sé qué decirte. A mí me llama un fulano diciendo
que es un Ministro y que quiere verme en un hotel y qué coño voy a hacer yo: no
puedo pedirle el carnet de identidad, hazte cargo”.
En diversas
entrevistas, Mendoza confesó que tenía miedo de quedar encasillado y, de hecho,
su intención con ELDLA era “sacármelo de encima, o al menos aparcarle
una temporada”, en referencia a su protagonista. Una promesa que consiguió,
puesto que, inesperadamente, dos décadas después publicó la tercera parte, La aventura del tocador de señoras (2001). Fiel
al estilo de sus predecesoras, tras su salida a la calle, el interno del
manicomio se convierte en empleado del esperpéntico tocador de señoras de su
cuñado Viriato –personaje genuino a la par que repudiable– y peina los
submundos de la marginalidad y el delirio para ir atando cabos hasta la
resolución del asesinato del presidente de una empresa salpicada por sus
prácticas turbias. Despunta el papel del alcalde de Barcelona, perfecto
vehículo para perfilar la acidez en la censura hacia la farándula política. Si
bien es cierto que el comienzo de la obra resulta intrascendente para el
devenir de la trama principal, es en estas páginas donde se concentra más
intensamente el ritmo adictivo y las perlas irreverentes que son capaces de
hacer reír hasta la extenuación.
“–Está bien Jamín -le dije-, ahora escucha. Si sabes dónde vive Cándida,
dímelo y quizá algún día te pueda pagar este favor. Si no me lo dices, acudiré
a la policía y le diré que te he violado. A mí me dejarán en libertad y a ti te
encerrarán en un reformatorio”.
Influenciado por la
crisis económica, política, social y moral, El enredo de la bolsa y la vida
(2012) pone el punto y, quién sabe si final, a la saga. En esta tentativa, el
caso de la desaparición de un antiguo compañero del manicomio, Rómulo el Guapo,
pone al improvisado detective tras los pasos de una organización terrorista que
planea atentar contra Angela Merkel, en su visita a Barcelona. Para su misiva,
el protagonista forma un disparatado grupo de colaboradores, compuesto por dos
estatuas vivientes de la Rambla, una miembro de las juventudes estalinistas y
acordeonista callejera, un repartidor de pizzas, el baboso dueño de un centro de
yoga y el mísero regente del tugurio Se Vende Perro. Pero es el abuelo de la
familia Siau, propietaria del bazar situado en frente del tocador de señoras,
quien se manifiesta estrella de la obra, introduciendo reflexiones geniales
sobre la economía, desplegando la sátira característica del autor.
“Durante siglos tuvimos dominación extranjera y pasamos hambre que te
cagas. Ahora hemos aprendido lección, hemos sabido aprovechar oportunidad y nos
hemos hecho amos de medio mundo”.
Y también de un
calado más trascendental:
“–Haga como yo: aproveche ventajas ser viejo.
–Yo no soy viejo -protesté.
–Vaya practicando –respondió–. Secreto para llegar muy viejo
es envejecer muy pronto. Con vejez viene tranquilidad: no más tempura, no más
visitar casas de sombreros”.
A consecuencia, o no,
de su éxito comercial y la buena acogida recibida por la crítica y por el
público, la obra de Mendoza ha tenido un importante impacto en la literatura
tanto a nivel nacional, como internacional –especialmente en Francia–,
protagonizando desde libros de carácter divulgativos hasta estudios y tesis que
investigan su influencia en otros autores destacados y ponen en liza su valor
como cronista y regenerador de las obras de humor. En esta tesitura, destaca Mundo
Mendoza (2006) de Llátzer Moix. Por último, comentar que varias de sus
obras han dado el salto al cine, como La Cripta (1981), rodada por Cayetano
del Real, con José Sacristán encarnando al anónimo detective.
En definitiva, la
obra de Eduardo Mendoza, y en especial su saga fetiche, se erige como un
retrato imperecedero de la sociedad española de entresiglos, atizando con delicadeza a la hermética esfera de las
novelas policíacas. Y es que su protagonista eleva a maravilla dos valores
literarios que algún día se creyeron perdidos: la picaresca y el disparate.
Tengo pendiente de lectura, desde hace un tiempo, Sin noticias de Gurb. Y creo que la parodia sobre la vida de Jesucristo puede ser interesante también :).
ResponderEliminarPor la descripción que das del tal Nemesio, me ha recordado un poco a Torrente, ¿no?
Otra cosa que me choca son las portadas de los libros. La del gato chino en el barbero no tiene ningún sentido. Hay una corriente que no sé ni cómo llamar que pone unas portadas rarísimas, tanto en los libros como en otras esferas artísticas -en teatro, por ejemplo.
El artículo está muy bien y me ha enseñado algo de este autor que no conocía. Aunque me permito sugerirte algo para el próximo: no le des un enforque formal de artículo, que para eso ya andan por ahí los periodistas.
Un abrazo
Buenas Isma!
ResponderEliminarGracias por tu lectura. En cuanto a lo formal, estoy acostumbrado a este tipo de reseña en música y literatura (aunque no tengo ni idea de ninguna, por supuesto)
Sobre las portadas, verás, el anónimo detective trabaja en un tocador de señoras y el bazar chino de en frente, así como sus propietarios, juegan un papel importante en la historia como comento en la reseña y le da cierto trasfondo crítico a la historia... Eso sí, estilísticamente, la portada es un horror. Creo que se podría haber hecho mejor, parece un copia y pega de paint, pero la idea está clara.
Nemesio, que en realidad no es exactamente el detective anónimo, sino en quien está inspirado, es un personaje demencial de una historia de Mendoza, LVSECS, ambientada a principios de siglo XX. Sí que puede tener más relación con Torrente el anónimo detective, por aquello de su apego por los bajos fondos y la estridencia de sus esbirros, pero como narra de una forma tan fina y con tanto gusto... Cualquier parecido es casualidad. Además, quizá las situaciones de Torrente sean más grotesco, éstas son algo más surrealistas y exageradas. Es posible que Santiago Segura se haya podido inspirar en la obra de Mendoza, pero desde luego el corte es distinto.
Un placer Isma, como siempre!