Libros que hablan de
libros, bonito tema para escribir un artículo aunque la dificultad estriba en
la manera de enfocarlo, ¿de qué manera plantearse su realización? En mi caso, decidí centrarme en tres aspectos distintos y complementarios. Por un lado, quería leer alguna obra que nos mostrara el amor de los personajes hacia la
literatura y relacionarlo con la vida real, y para ello que mejor que La librería ambulante de Christopher Morley relacionándola sucintamente con el mester de juglaría
medieval.
Por otro lado, me atraía la idea de leer alguna novela que tratara a modo
de enciclopedia de otros libros; rápidamente me acordé de uno de mis escritores
preferidos: Roberto Bolaño y su obra La literatura nazi en
América y de uno de sus
maestros Jorge Luis Borges con dos textos incluidos en su obra Ficciones,
`Pierre Menard, autor del Quijote´ y
`Examen de la obra de Herbert Quain´. Y
por último, buscaba el punto de vista del libro, y eso me parecía técnicamente
imposible a no ser que descubriese alguna novela cuyo protagonista fuese ella.
Y la descubrí en la novela de Paul Desalmand, Las aventuras de un libro
vagabundo, que nos
descubrirá la visión que podría tener un libro sobre el mundo editorial, los
autores, los lectores y sus propios compañeros.
Una vez definidos los libros sobre los que recaería el peso del artículo, solo faltaba comenzar la lectura y ordenar mis ideas.
Podríamos decir que de las manifestaciones artísticas del ser humano, la
literatura fue la última en ser descubierta, no en balde tanto la música como
la pintura o la escultura ya eran utilizadas hace más de 40.000 años, mientras
que el Poema de Gilgamesh data del s.XXVII a.C. –según
los últimos estudios-.
A
partir de estos momentos aparecen obras como
El Libro de los Muertos en la civilización egipcia; La Odisea y La
Iliada en la cultura
griega; La Eneida en la romana y así hasta que llegamos a la Edad Media europea momento en el que
la literatura –como la cultura en
general- queda en manos de la Iglesia y de las pocas personas capaces de poder
leer y escribir. Parece que la literatura queda arrinconada en lejanos
monasterios –como aquel que nos
describe Umberto Eco en El Nombre de la Rosa-
dispuesta a sufrir una lenta y corta agonía hasta su desaparición…
Pero he ahí que surge o mejor dicho renace la cultura de lo oral; el ser
humano es consciente que una manifestación artística que es capaz de hacer
viajar a personas a miles de kilómetros –leguas
en aquella época- del lugar en el que residen cuando en muchas ocasiones no
conocen ningún lugar que se sitúe más allá del manso o la aldea en la que
viven; que les hace sentir emociones que si no es por las historias que relatan
esos juglares nunca llegarían a hallar: que les hace vivir por unas horas unas
sensaciones que los alejan de la pesadumbre de sus duras condiciones de
vida; no puede dejarse morir.
El
juglar de la Edad Media no es un creador de literatura sino más bien un mero
reproductor de unas historias que había aprendido hacía tiempo y que había ido modificando a medida
que recitaba estas narraciones ante un público muy variado (reyes, nobles o
pueblo llano) en busca de la consecución del éxito propio. Por ello no debe
extrañarnos que estos juglares además de recitar poemas y narraciones
extraordinarias se dedicaran también a hacer malabarismos, bailar o contar
chistes un poco subidos de tono –todo
sea por congregar a la mayor audiencia posible-.
El
caso es que estos juglares llevaron la cultura a todos los rincones posibles de
la Europa occidental y permitieron que narraciones tan fascinantes como El Poema del Mío Cid o El Cantar de Roldán hayan llegado hasta nuestros días.
Y
todo esto que describo tiene una razón de ser: la literatura necesita siempre de
personas que disfruten exportando la cultura porque sin ellas podríamos volver
a caer en el error de dejar a esa parte de la población -que es analfabeta, o
que no tiene recursos económicos para permitirse la compra de un libro o que
incluso vive alejada de una biblioteca- distanciadas de un mundo mejor. Y precisamente de este tema trata la novela
de Christopher Morley La Librería ambulante,
bueno de éste y otros muchos temas como la liberación de la mujer o la vida en el
mundo rural de los Estados Unidos de los que aquí no vamos a tratar.
Los personajes de la novela son entrañables: Hellen McGill y Roger
Mifflin –el auténtico
protagonista de la novela- se embarcan en la aventura de llevar mediante una
librería ambulante la cultura a cualquier rincón por escondido que esté de los
Estados Unidos. El librero Roger vende
sus libros teniendo en cuenta siempre la capacidad cognitiva de sus clientes de
manera que para él prima el trato personal con ellos sobre el nivel literario
de las novelas que vende; de tal forma que en algún momento de la novela nos
encontramos con un agricultor que desea comprar las obras completas de
Shakespeare aún sin haber leído ninguna
novela, fuera del tipo que fuera. Nuestro protagonista se niega a venderle esas
obras y le recomienda otro tipo de novelas que seguro aprovechará mejor
consiguiendo de este modo promover el interés por la lectura y por otro
garantizarse una fiel clientela.
En
resumen Roger Mifflin, a su manera, era un juglar que se había trasladado desde
la Edad Media hasta principios del siglo XX con el único fin de transmitir
cultura.
Otra manera de mostrarnos el amor a la literatura –y
por tanto a los libros- es la que nos muestran autores como Jorge Luis Borges –
Pierre
Menard, autor del Quijote y Examen
de la obra de Herbert Quain-
y Roberto Bolaño – La literatura nazi en
América y que a
continuación analizamos.
Estas obras resultan interesantes porque de manera ficticia nos muestran
como si de una antología enciclopédica se tratara la obra de varios autores que
pudieron haber triunfado en el mundo editorial por su posición social y su
calidad artística y que sin embargo acabaron en su mayoría fracasando.
Pierre Menard, autor del
Quijote es un relato, texto o como quieran llamarlo
complicado. A primera vista Menard se propone escribir el Quijote exactamente
igual a como lo había hecho Cervantes algo que de por si resulta hilarante. El
hecho de que un autor poco considerado por la crítica –por
no decir mediocre- se plantee reescribir el Quijote de Cervantes resulta cómico
y para acentuar esta impresión Borges se vale de la figura del narrador para
comparar la obra de Cervantes y la de Menard:
“El estilo arcaizante de Menard –extranjero al fin- adolece
de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el
español corriente de su época”.
Es
decir, según el narrador, lo genial de la obra de Menard es el hecho de poder
escribir una obra en el siglo XX como si hubiese sido escrita en el XVII. Este
mérito por supuesto no lo tiene Cervantes… Lo que es cierto es que no podemos decir que
este relato no sea transgresor.
El
texto Examen
de la obra de Herbert Quain también de Borges podría haberlo escrito perfectamente Bolaño y haberlo incluido en La Literatura Nazi en
América. En ella Borges nos desglosa la obra del
escritor ficticio Herbert Quain, un autor que en sus primeras obras escribe lo
que quiere y fracasa ante el público y que decide traicionarse a sí mismo y
escribir algo que cale entre los potenciales lectores consiguiendo un éxito
inmediato. Este hecho podría llevar al autor a plantearse ¿debo escribir lo que
quiero aunque no consiga vender los ejemplares que me gustaría o me prostituyo
y escribo lo que no me gusta con tal de alcanzar el éxito?
Lo
que resulta evidente es que en esta ocasión Borges consigue que por un momento
el lector se ponga en la piel del escritor; sienta, dude, e incluso se pregunte
como llevar a cabo la creación de la obra.
Roberto Bolaño y La Literatura nazi en
América nos plantea una
especie de juego, de la misma manera que antes lo hiciera Borges. El título de
la novela –si así podemos
encuadrarla- nos lleva a pensar en un primer momento que nos encontramos ante
una suerte de ensayo que describiría el pensamiento y obra de los escritores
americanos más conocidos por su defensa de los valores totalitarios; pero nada
de ello ocurre, Bolaño nos sorprende con una antología ficticia –que
bien podría haber sido real- de escritores que muestran un ideario diverso no
solo en lo conceptual sino también en lo temporal (pues abarca todo el siglo XX
y el primer tercio del siglo XXI) en la que aprovecha para atizar –de
manera irónica- a otros escritores esta vez tan reales como Borges, Cortázar,
Sábato o Bioy Casares que curiosamente influyeron tanto en su prosa.
A
través de la vida de estos personajes viajaremos por Argentina, Colombia,
Brasil, Chile, Alemania, Cuba, México, Perú, Venezuela, Estados Unidos,
Guatemala, Uruguay, Francia, Haití, Uganda y España; conoceremos retazos de las
vidas de Hitler, Allende o Pinochet; nos aterraremos con los secuestros y
asesinatos cometidos en las distintas dictaduras que dominaron América Latina
en el último tercio del siglo XX; disfrutaremos como si de un hincha de Boca
Junior fuésemos del espectáculo futbolístico con los hermanos Schiaffino…
y por supuesto crítica, y mucha, a los defensores de esos totalitarismos. El
mejor ejemplo lo tenemos en el capítulo primero dedicado a `Los Mendiluce´, en
concreto en el tercer apartado cuya protagonista es Luz Mendiluce, una
ferviente defensora del dictador Videla, que descubre que su amante (una joven
comunista) ha sido asesinada por los golpistas. El lector puede creer que este
hecho servirá para que Luz dedicara duros ataques en sus escritos contra el
gobierno ilegalmente establecido y que incluso se planteara el variar su
ideología, pero nada de esto ocurre. Luz decide suicidarse. Eligió el camino
más fácil y que menos aportaría a la sociedad argentina.
Una vez más Bolaño interactúa con el lector, nos llena la cabeza de
ideas que en muchas ocasiones son solo esbozos de ellas mismas para que seamos
nosotros los que libremente interpretemos lo que creamos más apropiado.
Paul Desalmand escribe una deliciosa novela que nos pone en la piel del
libro. Comienza la novela
mostrándonos los temores de un libro desde el momento de su encuadernación, hasta que acaba “muriendo”. De este modo descubriremos que pasan los meses de verano en naves industriales con temperaturas que superan los 50º C mientras no son enviados a las librerías; el terror que sufren al creer que van a morir roídos por los ratones sin haber sido leído por alguna persona o a la guillotina...
mostrándonos los temores de un libro desde el momento de su encuadernación, hasta que acaba “muriendo”. De este modo descubriremos que pasan los meses de verano en naves industriales con temperaturas que superan los 50º C mientras no son enviados a las librerías; el terror que sufren al creer que van a morir roídos por los ratones sin haber sido leído por alguna persona o a la guillotina...
Los libreros también reciben sus buenas
puyas, algunos venden sus libros por el hecho de demostrar su valía como
vendedores sin tener en cuenta los gustos de los lectores (al contrario de lo
que hacía Roger Mifflin en La
Librería ambulante); en cambio Desalmand alaba a esos otros
libreros que aman su oficio, de tal modo que suelen ser personas que han leído
gran parte de los fondos que tienen en su librería; este amor hacia la
literatura llegaba a ser tal que cuando les gusta una obra eran capaces de encargar cien ejemplares de
golpe.
Sus librerías se convierten en muchas
ocasiones en pequeños centros culturales en los que se discute de literatura
mientras se toman una copa de Borgoña, o una taza de café; es decir la librería
se convierte en un eje que vertebra a esas pequeñas poblaciones donde se sitúan
convirtiéndose en transmisoras de la cultura escrita.
¿Y el placer que sienten los escritores
cuando encuentran algún ejemplar de su novela expuesta en una pequeña librería? En muchas ocasiones creemos que los
escritores son personas que venden miles de obras que los enriquece y les hacen
obtener un cierto reconocimiento social, pero nos olvidamos de todos esos
autores que se ven obligados a autoeditarse
o que lanzan unos pocos ejemplares al mercado esperando con ansias un posible
éxito que en la mayor parte de las ocasiones no sucede. Por ello es interesante
la descripción que hace Desalmand de esos autores desconocidos y del orgullo
que sienten cuando en alguna pequeña librería encuentran una de sus obras
posiblemente ya olvidadas.
Desalmand también nos describe los distintos
tipos de lectores que existen: aquellos que leen compulsivamente sin detenerse
a pensar en lo que los personajes les susurran, los que prefieren releer las
grandes obras porque cada lectura que hacen de ella les aportan nuevas
interpretaciones; los que compran libros por el hecho de acumularlos como si el
hecho de poseer una gran cantidad de libros les permitiera recibir la cultura
que en ellos se encuentra sin la necesidad de leerlos...
En resumen “Las
aventuras de un libro vagabundo” nos aporta ese punto de vista del que por
regla general el lector no es consciente y que permite que veamos el acto de la
lectura de una manera más completa.
De manera que estas son las tres formas de
difundir la literatura que quería comentar:
1. Difusión
romántica tal y como hicieron los juglares medievales o como nos describe
Christopher Morley en su novela que hace hincapié en llevar la literatura al
mayor número de personas posibles sin renunciar a obtener unos beneficios
económicos que le permitan sobrevivir haciendo algo que les gusta.
2. Difusión
culta y metalingüística que acerca la literatura a un grupo minoritario de la
sociedad al contrario de lo que sucede con la descrita en el primer punto, con
las obras de Jorge Luis Borges y Roberto Bolaño como ejemplos.
3. Difusión
unitaria que trata de situar al lector en el centro de una serie de círculos
concéntricos para que entienda que leer una novela es más que eso, es además
tener en cuenta al escritor y al proceso de creación de la misma; entender las
dificultades que se encuentra el autor a la hora de editar su obra; la
importancia que tiene el librero que pone a la venta la novela y que debe ser
lo más cercano posible al cliente lejos de esa forma deshumanizada de venta de
libros que encontramos en grandes superficies especializadas en dicha venta; y
por su puesto la importancia de la propia novela que es lo realmente importante
del proceso.
Para terminar os dejo un
párrafo de “Las aventuras de un libro vagabundo”que
me gustó porque te hace pensar en todo lo escrito a lo largo del artículo:
“El relato de mis aventuras y desventuras demuestra que... he
sido amado, he amado, he encontrado libreros y lectores dichosos. Junto al
sinfín de fuerzas que tienden a convertir la humanidad en un hormiguero,
existen otras fuerzas de signo contrario que evitan la fuerza de la
inteligencia y lo imprevisible. El libro está de su parte.
Tanto da lo
que me ocurra; considero que mi vida ha sido plena porque he sido leído”.
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