“Enviadme libros, libros, muchos libros, para que mi alma no muera.”
Así imploraba Dostoievski -en una carta a su hermano desde su prisión en Siberia-, alimento para su alma. ¡Libros, libros! enviadme libros: que ellos son mi aliento, mi vida y mi futuro. ¿Se puede acaso imaginar un mundo sin ellos? ¿Qué sería de nosotros sin esos maravillosos mundos que encierran un par de cubiertas y un lomo?... ¡Libros! No importa si viejos o nuevos, encuadernados en piel, de bolsillo, o como quiera que sean, pero ¡Dadme libros! Dejadme abrir su tapa y oler ese aroma a tinta recién imprimida o a humedad añeja; tocar luego sus páginas, y leer ese primer párrafo… ¡Ah, libros!
Si hay un personaje en la literatura que pueda representar tan fielmente el amor por los libros, -ya no solo en su contenido, sino en todo lo que son materialmente, como objetos en sí mismos-, sin lugar a dudas tendría que ser Mendel, ese viejo librero, al que llamaban el de los libros. El mismo que pasaba eternas horas sentado en una mesa del café Gluck, en Viena. Ajeno a todo lo que no fueran sus libracos, impasible ante un mundo cambiante. Mendel, el de la memoria prodigiosa, el mago de los libros. Conocedor de todo texto habido y por haber. Entrañable personaje creado por Stefan Zweig.
“¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?”
Mendel, el de los libros, es una novela corta de extensión, que no de contenido, narrada en primera persona y escrita en 1929. En sus apenas sesenta páginas, y en un canto al universo de los libros en todas sus dimensiones (materiales y espirituales), Zweig, con su habitual sensibilidad, narra la historia de Jakob Mendel, un anciano librero judío, de origen ruso, afincado en Viena. Un singular personaje, que vive abstraído en su particular mundo bibliófilo, pero que nada sabe del mundo “real” pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras. Fuera de aquellas amadas letras, para Mendel, lo que llamamos realidad, se diluía en un mar de símbolos, títulos, encuadernaciones y páginas impresas.
“Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano. En Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia, contemplé, por primera vez, siendo joven, el vasto misterio de la concentración absoluta, que hace tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate, esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa.”
A Mendel acuden toda clase de personas, en busca de libros imposibles o rarezas, y así es como el narrador, del que apenas conocemos nada, nos explica a través de sus recuerdos, la historia de este adorable personaje. De cómo la realidad, en forma de guerra, choca inexorablemente contra la amable rutina libresca de Mendel. Que en su inocencia hacia todo lo que está fuera de su universo particular, y no estando preparado para enfrentar cara a cara la aterradora realidad de la Europa en guerra, se ve arrojado al mundo cruel, experiencia que marcará un antes y un después en su vida: Mendel ya no era Mendel, como el mundo ya no era mundo.
La guerra como aniquiladora de la cultura. La reivindicación de esos viejos libreros, ya casi extinguidos, de extraordinaria memoria. El amor por los libros, por el querer saber más, del que tiene esa curiosidad insaciable nunca satisfecha.La brillante y sencilla prosa del autor, su humanidad; la total ausencia de lo superfluo. Todo eso y más, mucho más, encierran las páginas de esta conmovedora novelita de Stefan Zweig.
“Gracias a él me había acercado por vez primera al enorme misterio de que todo lo que de extraordinario y más poderoso que se produce en nuestra existencia, se logra sólo a través de la concentración interior, a través de una monomanía sublime, sagradamente emparentada con la locura.”
Stefan Zweig, que aborrecía la violencia y era un pacifista confeso, tuvo que sufrir, en tan solo una vida, nada menos que dos guerras mundiales. Demasiada guerra para esa sensibilidad suya. Como a Mendel, también a Zweig le sorprendió esa triste realidad en forma de guerra, y tuvo que ser testigo de cómo Europa sucumbía a sus instintos, lo que él consideraba una pérdida irreparable para la cultura y la civilización europea.
¡Qué articulo tan precioso, Eliena!
ResponderEliminarSeguro que intentaré leer esta novela de mi querido y admirado Stefan Zweig. Gracias por descubrirme esta obra.
Un saludo,
Gracias a ti, Aben!! Se lee en un ratito y merece mucho la pena conocer a Mendel. Un abrazo. Eliena.
ResponderEliminarSe lee de un tirón. Hermoso relato del buenazo Stefan Sweig. Me gusta mas la traducción de Acantilado. Es una historia triste... muy recomendable.
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