Desde el éxito desmedido que obtuviera con
la publicación en 2009 de La cena, el
escritor holandés Herman Koch ha hecho del cinismo satírico la marca de la casa
de sus novelas. Pero como les suele ocurrir a los autores de
éxito, el reconocimiento literario de su obra brilla por su ausencia. Y como igualmente suele ocurrir en estos
casos, el autor responde con una mezcla de desprecio y resentimiento hacia
quienes según él se niegan a aceptar la valía de su obra por una mera cuestión de
cifras de ventas.
En esta situación no es de extrañar que Geachte Heer M. (Estimado señor M.), la nueva novela del holandés publicada este año y que aún no se ha traducido al español, dirija sus sátiras más cínicas hacia el mundillo literario de Amsterdam, que ya apareciera de pasada en Casa de verano con piscina pero que en esta ocasión tiene un papel protagonista. El señor M. del título, con su carácter insoportable y su ego del tamaño de una catedral un típico protagonista de Koch, es un escritor que alcanzó su fama con una novela basada en hechos reales sobre la posible implicación de dos adolescentes en la desaparición de su profesor, pero que nunca ha podido llegar a repetir el éxito de aquel libro y que empieza a ser considerado como una gloria pasada (las malas lenguas lo identifican con Harry Mulisch mientras que su rival N. sería Cees Nooteboom). La nota sorprendente la va a introducir el personaje de Herman que abre la narración en primera persona, el inquietante nuevo vecino de arriba del escritor hacia el que no siente simpatía alguna pero a quien somete a una vigilancia extrema que raya en lo patológico. Pronto descubriremos que se trata del chico que protagonizó en la vida real los hechos de la novela que llevara a la fama a M. y que ahora busca introducirse en su vida del escritor que lo convirtió en un personaje de ficción para hacerle pagar por lo que Herman considera como una usurpación de su vida y de su memoria.
Un escritor
real ficcionado perseguido por un personaje novelesco que sacó de la vida real,
el planteamiento de la novela puede hacer las delicias de todo buen amante de
la metaliteratura. Lástima que el libro
después no vaya a estar a la altura de las expectativas, en gran parte por culpa
del autor que parece querer demostrar a sus detractores que es capaz de
escribir Literatura con mayúscula e introduce por ello en la novela una
estructura tan compleja, con tantos saltos en el tiempo, tramas paralelas e
hilos narrativos divergentes que finalmente el conjunto se le acaba yendo de
las manos y el cierre del libro, sorprendente y espectacular sin duda alguna,
resulta poco satisfactorio y un tanto simplista: hay demasiados callejones sin salida en la
trama, temas muy prometedores que no acaban conduciendo a ninguna parte y una
gran parte de las interrogantes planteadas que no encontrarán respuesta
alguna. Ya sabemos por sus novelas
anteriores que el talento de Herman Koch reside bastante más en hacer preguntas
incómodas que en buscar posibles respuestas, pero en esta ocasión el lector se
queda con la impresión de que autor ha lanzado demasiadas pelotas al aire y
finalmente no le queda más remedio que dejar caer gran parte de ellas y
centrarse en las pocas que todavía puede dominar.
A pesar de
todo esto, Herman Koch ha recibido unas reseñas gloriosas en los medios de
comunicación y su libro lleva ya semanas en los puestos más altos de las listas
de ventas de los Países Bajos y Flandes.
El autor ha conseguido poner en el centro de la atención pública un
libro suyo que ridiculiza y pone en evidencia la profunda crisis de identidad y
la falta de talento que dominan el mundillo literario holandés que se niega a
aceptarlo como uno de los suyos: será
una victoria pírrica para Herman Koch, pero es una victoria sin duda alguna.
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