Los hijos de la inmigración: entre la integración y la crisis de identidad - Arantxa Mantilla




Una de las razones que hicieron grande al Imperio Romano fue su capacidad para asimilar el sustrato cultural de los lugares por los que se expandía y hacerlo suyo. Aquí hay una creencia en un dios, la adoptamos. Ahí una costumbre ancestral, la absorbemos. Y crecemos. Anclarse en una roca no te deja moverte en ninguna dirección. Y si te mueves, te adaptas; hay que hacerlo para sobrevivir. Adaptarse no es perder raíces, ni olvidar el pasado, ni desprenderse de la esencia. Es vestir con nuevos ropajes el propio cuerpo, más flexible tras haberse acomodado al medio pero con el mismo corazón por dentro. Hace unos años, en un programa de televisión, realizaban una encuesta a extranjeros que residían en España y un joven chino, hijo de inmigrantes, se definió como “generación plátano: amarillo por fuera, blanco por dentro”. El comentario me resultó tan simpático como sugerente por su dualidad y reflejaba muy bien ese estar a caballo entre la cultura madre y la que te aloja, la memoria y la realidad.

Aunque sea necesaria, la adaptación no tiene por qué ser fácil y muchas veces no lo es, especialmente cuando la llegada a esa nueva vida tiene algo de forzada o porque se sabe temporal. ¿Para qué cambiar los hábitos si no es más que un hito pasajero, si volveremos a casa y a nuestras costumbres de siempre? Ese es uno de los problemas que se afronta en la inmigración. ¿Hasta qué punto se integran los inmigrantes en la sociedad que los acoge? En diferentes grados y según las circunstancias, supongo. Cabezotas aferrados a convicciones de plomo los hay en todas partes. ¿Y sus hijos? ¿Esa segunda generación que se ha criado en las enseñanzas de una tradición foránea mientras vive y convive con una sociedad de diferente pensamiento que, en muchas ocasiones, les resulta más libre y atractiva? Quizá ese caballo de la cultura los arrastre en dos direcciones incluso de forma dolorosa.




En otoño del año 2005, los suburbios de París se vieron envueltos en sucesivos disturbios protagonizados por los inmigrantes africanos (musulmanes norteafricanos en su mayor parte) que habitaban las barriadas. Originados por la muerte de dos adolescentes a quienes perseguía la policía y azuzados por las diferencias étnicas y religiosas (que alimentó el entonces Ministro del Interior Sarkozy, al calificar de “escoria” a los primeros manifestantes), los incidentes se extendieron a otras poblaciones francesas. La tensión palpitante entre las culturas de la inmigración y los problemas sociales que padecían eclosionaron con violencia.


Justo un año antes, en octubre del 2004, se había publicado una novela, que sorprendió en el panorama literario francés, firmada por una todavía adolescente escritora de origen argelino: Mañana será otro día. Faïza Guenè tenía entonces dieciocho años y narraba en primera persona, con la voz de una chica de quince años hija de inmigrantes marroquíes, una voz que no ahorraba en rudeza y acidez, la difícil vida en los suburbios parisinos. Los mismos que no tardarían en arder, figurada y literalmente, con la desesperación propia de quienes sienten que no tienen mucho que perder.
La novela de Guenè no es estilísticamente rompedora, no te deja sin aliento ni te hace exclamar: «¡Es impresionante!». Sin embargo, pone el dedo en la dolorosa llaga de un segmento social creciente a través de la visión cínica de su protagonista. Con un lenguaje directo propio de la juventud, se recubre de un caparazón de fingido desapego intentando poner distancia entre ella y la realidad del suburbio Du Paradis (irónico nombre para un barrio marginal, casi un gueto, de inmigrantes magrebíes) donde vive. Pobreza, fracaso y delincuencia; pero también amistad, sueños y posibilidades. Todo pasa por el tamiz del humor feroz de Doria. 
"Me he fijado en que siempre nos consolamos mirando a los que están peor que nosotros. Pues bien, yo esa noche me quedé más tranquila pensando en el pobre Nabil"  
Aunque hay momentos en los que la sordidez duele. Si la adolescencia es una crisis de identidad por sí misma, se multiplica con la sensación de un alma híbrida. 
"El futuro nos preocupa, pero no debería, ya que quizá ni siquiera tengamos futuro. […] A veces pienso en la muerte. Incluso he llegado a soñar con ella." 
Pero Doria no es victimista, no se muestra frágil sino furiosa ante un destino que se prevé estéril. Ella quiere luchar, mejorar, participar; sueña con una vaga idea de libertad. 
"Yo creo que tal vez sea ese el motivo por el que los suburbios están dejados de la mano de Dios, porque aquí hay poca gente que vote. Y si no votamos, no somos de ninguna utilidad pública. Yo, cuando cumpla los dieciocho, pienso ir a votar. Aquí nunca tenemos ni voz ni voto, así que cuando nos los ceden, hay que aprovechar."
Aprovechar las oportunidades, tan escasas cuando las metas son pequeñas. Volver al Magreb y a las antiguas tradiciones de matrimonios concertados y vidas sumisas. Avanzar hacia un futuro atado a la precariedad y a los deseos muchas veces insatisfechos. Libertad con límites impuestos. Como lo es siempre, en la práctica.

Sin ser una novela deslumbrante, resulta lúcida e, incluso, hasta cierto punto premonitoria: 
"Yo encabezaré la rebelión del suburbio Du Paradis. Los titulares de los periódicos rezarán: «Doria incendia el arrabal»; o incluso: «La Pasionaria de la periferia hace saltar el polvorín.» Pero la mía no será una rebelión violenta, como la de la película El odio, que no acaba demasiado bien que digamos. Será una rebelión inteligente, sin violencia, en la que nos alzaremos para que se nos reconozca a todos. En la vida no sólo están el rap y el fútbol. Al igual que Rimbaud, llevaremos dentro  «el grito de los Infames, el clamor de los Malditos.»” 
En esto último falló: la rebelión no fue pacífica. Pocas veces lo son. Y todavía esperamos el momento en que, de verdad, se nos reconozca a todos tal como somos, con nuestras diferencias pero sin distinciones. 


2 comentarios:

  1. Un muy interesante artículo. El tema de la inmigración de segunda y tercera generación en los países del primer mundo es muy interesante, porque a la adaptación al estilo de vida del lugar de acogida se oponen el racismo y también la presión familiar para seguir con las costumbres del país o cultura de procedencia, que muchas veces se contraponen a las del país de acogida. Un problema nada fácil de resolver.

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  2. Muy interesante, y un tema candente que tenemos muy cerca de nosotros y al que conviene ir buscándole soluciones entre todos.

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