Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Antonio Machado
Al sur de Francia, en el litoral mediterráneo, solo a unos pocos kilómetros de la frontera con España, se encuentra una pequeña localidad costera llamada Colliure. Se trata de un pueblecito con mucho encanto, acogedor, lleno de luz, bañado por el mar Mediterráneo. El pueblo, como todos los pueblos, tiene un cementerio. Un cementerio pequeño, como no puede ser de otra manera, bastante corriente también, tranquilo, silencioso, apenas concurrido. Dentro del mismo, justo al entrar, hay una sencilla tumba en el suelo. Sobre la losa, alguien ha dejado algunas flores, y en su cabezal, adherido, tiene un curioso buzón, repleto de cartas.
Y es allí, en ese austero sepulcro,
donde, un día, un caminante detuvo sus pasos. Y allí, el poeta que soñaba
caminos, ya desterrado de su hogar, ya lejos de sus campos de Castilla;
exiliado y enfermo, fue a acometer su último viaje.“¡Ah, volver a nacer, y andar camino, Ya recobrada la perdida senda!”
El
exilio del poeta, Madrid
“Quien oyó los primeros cañonazos disparados sobre Madrid, por las baterías facciosas, emplazadas en la Casa de Campo, conservará para siempre en la memoria una de las emociones más antipáticas, más angustiosas y perfectamente demoníacas que pueda el hombre experimentar en su vida. Allí estaba la guerra, embistiendo testaruda y bestial […] Los asesinos de Madrid, asesinos de España, estaban allí, crueles, implacables…Pero no entraban. ¡Ah! No podían entrar”
Juan de Mairena
(Antonio Machado) Valencia, 7 de Noviembre de 1937
En el otoño del año 1936, con la Guerra
Civil ya iniciada, Antonio Machado y familia se encontraban aún en su domicilio
madrileño del Barrio de Chamberí. No sería hasta la madrugada del 24 de
Noviembre, cuando la familia Machado abandonara Madrid, una ciudad ya caótica
y bombardeada.
La posición del poeta respecto el
conflicto era clara, su educación a cargo de la Institución Libre de Enseñanza y las influencias ideológicas que recibió por parte de su padre y abuelo eran
totalmente progresistas:
“Yo soy un viejo republicano para quien la voluntad del pueblo es sagrada. Toda mi vida estuve frente a los gobiernos que, a mi juicio, no lo representaban”
No fue fácil convencer a Machado para
que dejase Madrid, dos visitas de León Felipe y Rafael Alberti fueron necesarias
para que el poeta se resignase a abandonarla.Cuenta Alberti, a propósito de
esas visitas:
“Machado nos escuchó, concentrado y triste: –No creía él- dijo al fin- que había llegado el momento de abandonar la capital. ¿Escasez crudeza del invierno que se avecinaba? Tan malos los había sufrido toda su vida en Soria u otras ciudades y pueblos de Castilla. Se resistía a marchar. Hubo que hacerle una segunda visita. Y ésta con apremio. Se luchaba ya en las calles de Madrid y no queríamos –pues todo podía esperarse de ellos- exponerlo a la misma suerte de Federico.Después de insistirle aceptó. Pero insinuando, casi rozado de pudor, con aquella dignidad tan suya, salir también con sus hermanos Joaquín y José…”
Y llegó la última noche del poeta en la
capital. La despedida: una sencilla cena, organizada por el quinto regimiento,
donde se encontraron profesores, intelectuales, gente de las artes, etc. Dicen,
que en aquella reunión, Antonio, en un conmovedor discurso, ofreció sus brazos, -para
la defensa de la ciudad- ya que sus piernas enfermas no podían.
Madrid, 1937
¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Antonio Machado
De
Valencia a Barcelona
Durante su estancia en Valencia, Machado
acudió a diversos actos públicos, donde pronunció varios discursos; muy
recordado sería el que tuvo lugar en la sesión inaugural de Juventudes
Socialistas Unificadas,también en la inauguración de la plaza Emilio Castelar,
donde el poeta recitó “El crimen fue en Granada”. Pero sobre todo, se dedicó a colaborar en varios diarios y publicaciones,
especialmente con “Hora de España”. Su compromiso con la república fue firme, su
arma: su pluma.
"Si mi pluma valiera tu pistola de capitán, contento moriría".
A finales de 1937 se publicó el que sería
su último libro “La guerra”, que incluía artículos, textos en prosa y algún
poema. Pero el ritmo de trabajo del poeta era demasiado frenético para su
estado de salud. Esto, unido a la preocupación e incertidumbre por el destino
del país, repercutió notablemente en su estado físico, empeorándolo de manera
considerable. En una carta a David
Vigodsky, afirmaba:
“En efecto, soy viejo y enfermo, aunque usted por su mucha bondad no quiera creerlo: viejo porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español; enfermo, porque las vísceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su función. Pienso, sin embargo, que hay algo en mí todavía poco solidario con mi ruina fisiológica, y que parece implicar salud y juventud de espíritu…”
Había pasado ya un año desde que Machado
comenzase su penoso caminar, y de nuevo llegó el momento de emprender un nuevo
peregrinaje, esta vez hacia Barcelona. El gobierno de la república había
abandonado ya Valencia, ante el avance de la ofensiva franquista. El poeta no
tardó en seguirles.
De mar a mar entre los dos la guerra, Más honda que la mar. En mi parterre, miro a la mar que el horizonte cierra.Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre, miras hacia otro mar, la mar de España que Camoens cantara, tenebrosa. Acaso a ti mi ausencia te acompaña.A mí me duele tu recuerdo, diosa. La guerra dio al amor el tajo fuerte. Y es total angustia de la muerte,con la sombra infecunda de tu llama y la soñada miel de amor tardío, y la flor imposible de la rama que ha sentido del hacha el corte frío.
El poeta añorando a su amor imposible, la misteriosa Guiomar, creyéndola en Portugal.
El poeta llegó a Barcelona en abril del
38, se alojó en “Torre Castanyer”, una casa deshabitada, con su familia. Allí
recibió numerosas visitas de amigos, y como no, continuó con su lucha a golpe
de pluma, escribiendo artículos para La Vanguardia, en la sección “Desde el
mirador de la guerra”. Escribía y leía hasta altas horas de la
madrugada; releía El Quijote, los autores catalanes, Dostoievski, Dickens, Rubén
Darío y Bécquer.
El periodista Lluís Capdevilla, nos dejó
un testimonio de una de sus visitas al poeta, durante su estancia en Torre
Castanyer:
“Don Antonio está flaco, macilento. Tiene el rostro descarnado, amarillento, anguloso. Está casi calvo, una pobre calva de maestro de escuela. Usa unas gafas que le comen la faz chupada, marchita. La boca, su boca de sensitivo, de hombre bueno, se quiebra en un pálida, en una tierna sonrisa. Ha enflaquecido mucho. ¡Qué cambiado está Antonio Machado! ¡Cómo ha envejecido! [...]Don Antonio Machado con su voz mate, grave, nos preguntaba tristemente:— ¿No cree Ud. que todo está perdido? Contestábamos tristemente: —Sí, don Antonio: todo está perdido. El poeta nos miraba, el ocaso nos ponía una chispa de luz en el cristal de sus gafas y decía: — ¡Hay que saber perder!”
Otro interesante testimonio, sobre esos últimos días del poeta en Barcelona, fue el que nos dejó el escritor ruso, Ilya Ehrenburg:
“Tenía 63 años; caminaba pesadamente. Sólo sus ojos estaban llenos de vida, brillantes…Me volví, y miré a ese hombre triste, encorvado, tan viejo como España, ese tierno poeta. Y vi sus ojos, tan profundos, que nunca respondían, que, al contrario, siempre preguntaban algo, sabe Dios qué… Lo vi por última vez. Aullaba una sirena, El bombardeo comenzaba de nuevo”
El 14 de Enero del 39, las tropas del
general Yagüe tomaban Tarragona, la aviación del bando franquista bombardeaba
de nuevo Barcelona. Era el fin, todo estaba perdido. La población civil, presa
del pánico, ya solo pensaba en huir hacia la frontera, como fuese. En la
medianoche del 22 de Enero, el poeta, su anciana madre, su hermano José y la
mujer de éste, partieron en un coche oficial, junto con un grupo de
intelectuales, hacia el exilio definitivo.
Otra vez en la
noche… Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
—Duerme, hijo
mío. —Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh, flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
la madre, junto al lecho. —¡Oh, flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
fuera, la oronda
luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
—¿Duermes, oh
dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
Antonio Machado
El
último viaje, Colliure
“Tengo la certeza de que el extranjero significaría para mí la muerte”
Declaraciones
del poeta a Pla y Beltrán en una entrevista en Barcelona.
Tras un aparatoso viaje, llegaron por fin
a Gerona. Se encontraron con una ciudad atestada de toda clase de vehículos,
que también se dirigían a la frontera. Después de la necesaria espera, se dirigieron
hacia una aldea próxima, Cervià de Ter. Allí tuvieron que pasar varios días
alojados en una masía, donde amablemente les acogieron, a causa de las bombas
que seguían cayendo.
“Don Antonio pasaba las horas al pie de la ventana contemplando el campo de Cataluña- recuerda Joaquín Xirau- Deseaba vivamente verlo para cantarlo. Esa contemplación del campo era su mayor placer, lo miraba, lo acariciaba con la mirada”
De allí viajaron a Viladasens, donde,
una vez más, pasaron la noche en otra masía catalana, sería ésta la última noche
del poeta en España. Enrique Rioja, que viajó en esa misma expedición, camino
del exilio, recuerda:
“En aquella masía, catalanes y castellanos comulgaban el mismo y común dolor. Allí, en un viejo diván, don Antonio conversaba, pausado y sereno, con Navarro Tomás, Corpus Barga y otros. En algún otro lugar Carles Riba hablaba, en un ambiente de tristeza, con un grupo de escritores. La luz mortecina, la desesperanza mucha y la fatiga que se apoderaba de nosotros, pese al inaudito y cordial esfuerzo de la familia Puche, que se desvivía por entibiar el trance tan amargo, creaban un ambiente que imagino es el de todas las retiradas ante el acoso de los vencedores que avanzan.”
Can Santamaria, cerca de Cervià de Ter. De izquierda a Derecha: José Sacristán, Enrique Rioja, Juan Roura, Antonio y José Machado. |
“Don
Antonio, todavía, de vez en vez,- recuerda Enrique Rioja- hacía gala de un
humorismo que dejaba translucir su estoicismo y la serenidad plena de su
espíritu. La mayoría de nosotros estábamos despedazados. Era sin duda el que
más dominio tenía sobre sí.”
Y el fatídico día 26, llegó a nuestro
poeta la noticia de la caída de Barcelona, que causó una profunda depresión en
el grupo. Explica Tomás Navarro, que Antonio le confesó en aquellas dolorosas
horas
“Yo no debía salir de España. Sería mejor que me quedara a morir en una cuneta”
Pero el triste viaje siguió su curso, en
medio de un caos de maletas, baúles, y demás enseres abandonados, de gente que
también huían hacia la frontera y no encontraban ya las fuerzas necesarias para
arrastrar con sus pertenencias; de soldados derrotados y heridos...
El último tramo, lo tuvieron que hacer a
pie, bajo una copiosa lluvia. En esos últimos kilómetros, la familia Machado,
se deshizo de todas las maletas que llevaban, incluidos los libros y últimos
manuscritos del poeta… ¿Qué habrá sido de ellos?
“En aquella noche de horrible pesadilla- explica José Machado- parecía el poeta una verdadera alma en pena entre aquella desasosegada multitud.”
Se encontraron con una frontera
abarrotada de refugiados, muchos de ellos sin documentación y con miedo a un
ataque aéreo, un verdadero y terrible caos humano.Una vez allí, Corpus
Barga se encargó de los trámites; afortunadamente, el poeta disponía de
pasaporte, y pudo pasar la frontera en compañía de su anciana madre.
Refugiados camino de la frontera Francesa, Enero de 1939 |
Parece ser que un gendarme les acercó hasta Gerbère, tras previas explicaciones de Corpus Barga a éste, sobre quien era Antonio Machado. Se encontraban en una situación lamentable, sin dinero francés, agotados... La primera noche del poeta en suelo francés, la pasaron en un vagón de tren situado en una vía muerta. Al día siguiente, Corpus Barga marchó a Perpiñán,y regresó con la noticia de que la Embajada Española tomaba a su cargo los gastos de Machado y familia, acogiéndoles en Paris. Pero el poeta y su madre, se encontraban ya demasiado enfermos para emprender otro viaje, de manera que, acordaron quedarse en algún pueblo cercano; Corpus Barga les aconsejó Colliure. Y allí fueron.
El 29 de enero, sobre las cinco de la
tarde, bajo un cielo plomizo, se apearon de un atestado tren, en la estación de
Colliure, “cuatro personas vestidas de
negro”- según el testimonio de Jackes Baills, empleado de la estación-.
Eran el poeta y su familia, acompañados
de una quinta persona, el inestimable Corpus Barga. Llegaban con lo puesto, y
un paraguas para cuatro.
El poeta y su madre, Ana Ruiz, estaban
desfallecidos; Corpus Barga cogió entonces a la madre del poeta en brazos y la
llevó a una tienda donde pudieron descansar. Cuentan que Ana Ruiz, exhausta,
preguntaba:
¿Llegaremos pronto a Sevilla?
Finalmente llegaron a la que sería la
última residencia del poeta, el hotel Quintana. Atrás quedaba“la senda que nunca se ha de volver a
pisar”.
A las pocas semanas de su llegada a
Colliure, un triste 22 de Febrero, tras
complicársele gravemente la bronquitis que padecía, fallecía el poeta. Tres
días después, le seguiría su querida madre.
Tuvo un entierro sencillo, civil, acorde
con su personalidad, su hermano José rechazó la oferta recibida para enterrarlo
en Paris, con todos los honores y pompa. Un grupo de milicianos, retenidos en
el castillo de Colliure, llevaron su ataúd, cubierto por una bandera
republicana.
Unos días después, su hermano encontró
entre sus ropas un papel arrugado, con los últimos escritos del poeta: “Ser o
no ser” “Estos días azules y este sol de la infancia” Y una de las canciones
dedicadas a Guiomar.
Antonio Machado fue un hombre de
costumbres sencillas, fiel a sus ideales, tímido en el amor. Un hombre
melancólico, de alma limpia y profunda; misterioso y silencioso, según Rubén Darío, o como una tristeza que
caminara, que decía Rafael Alberti. Pero ante todo, y como el mismo se definía,“soy, en el buen sentido de la palabra,
bueno”.
Y
al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Antonio Machado
Bibliografía
Poesía completa, Antonio Machado
Juan de Mairena, Antonio Machado
Antonio Machado, Poeta en el exilio,
Monique Alonso
Ligero de equipaje, Ian Gipson
http://www.abelmartin.com/guia/guia.html
Muchísimas gracias, Eliena, por tan magnífica aportación sobre los últimos días de Antonio Machado. Excelente artículo.
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