EL PENTATEUCO DE ISAAC (2008)
ADIÓS, SHANGHAI (2009)
LEJOS DE TOLEDO (2010)
En una entrevista, el autor comenta, a propósito del tono satírico, irónico o humorístico con que está salpicada su obra: “Un periodista italiano me preguntó cómo podía escribir sobre temas tan trágicos como el Holocausto, la muerte o la guerra con una sonrisa. Y contesté: «Pregúntele a Charlie Chaplin, porque él lo consiguió. Pero la idea profunda de estas tres novelas no es la risa, sino la solidaridad con la gente de otras razas, religiones y creencias. ¡Y las risas son las puertas que se abren en los muros que nos separan!”. Angel Wagenstein, (Plovdiv,
Bulgaria, 1922), nacido en una familia sefardí búlgara, pasó su infancia
exiliado en París.
Regresó a su país siendo un adolescente, Durante la segunda guerra mundial, fue internado en un campo de trabajo, del que se evadió para integrarse en las filas de los partisanos. Arrestado y condenado a muerte en 1944, logró salvarse al entrar el Ejército Rojo en Bulgaria. Finalizada la guerra, cursó estudios cinematográficos en Moscú y empezó una larga y reconocida carrera como guionista y realizador. Su carrera literaria comenzó tardíamente con la publicación de la novela El Pentateuco de Isaac (1998), que fue el inicio de una ambiciosa trilogía dedicada al destino de los judíos en la Europa del siglo XX que completaría más tarde con Lejos de Toledo (2002) y Adiós, Shangai (2004). Actualmente vive en Sofia.
En El Pentateuco de Isaac, Isaac Blumenfeld
nos narra su vida, en primera y segunda personas, dirigiéndose al lector como
si hablase con su cuñado, el rabino Bendavid, leit motiv de toda la narración, o con un amigo cualquiera en una
de las tertulias de su sastrería. Dividida
en cinco partes, obviamente, en las que va contando las diversas patrias a las que el protagonista se ve
forzado a pertenecer, el autor nos narra el pasado reciente y revuelto de la
primera mitad del siglo XX. En tono muy ingenioso, intercalando chistes y
tomándose la vida como un hombre sencillo de pueblo, el hijo de un sastre que
es; su pericia en darle la vuelta a los abrigos para poder seguir utilizándolos
unos cuantos años más como nuevos, refleja parabólicamente cómo los habitantes
del pequeño pueblito de Kolodetz
(Galitzia) han ido pasando, sin moverse de sitio, del Imperio
Austrohúngaro a Polonia, de Polonia a la URSS, de la URSS al Tercer Reich y
finalmente a Austria, como si le dieran vueltas y más vueltas a sus chaquetas.
Su mirada hacia el mundo que le rodea es limpia, inocente, aunque no exenta de
preguntas, preguntas que no tienen respuesta, o cuya respuesta mejor es
ignorarla. Su calvario personal, a
través de dos guerras mundiales, campos de concentración alemanes y posteriormente
soviéticos, el absurdo de su situación, es rememorado por un viejo Isaac
finalmente afincado en Viena, que va rememorando y conversando mentalmente con
sus recuerdos y sus seres queridos, todos muertos, amados en sus sueños,
mientra valora si debe tomar la decisión de acompañarlos o seguir viviendo
hasta que le llegue su momento.
Lejos de Toledo es una novela
que se desmarca más de las otras dos: fuertemente autobiográfica, el autor,
convertido en el profesor Cohen, viaja a su pueblo natal y se ve sumergido en
los recuerdos e imágenes de su infancia, que él contrasta con el panorama
actual. Es un libro entrañable, pausado, una bella remembranza a sus ancestros,
que, procedentes de Toledo, España, (Sefarad, para ellos) fueron obligados a
exiliarse por las normativas impuestas por
los Reyes Católicos para “limpiar” el país ideológicamente. Y así como
su abuela sigue asando los pimientos y las berenjenas como lo hacemos aún hoy
en las tierras que ellos abandonaron, y cantando canciones en ladino (español viejo), el niño que fue
el autor, conoció las diversas culturas del Libro desde su infancia, jugando
con cristianos, judíos y musulmanes, del mismo modo que su abuelo El Borrachón (sic) se reunía por las
noches a pimplar con el rabino, el pope ortodoxo Isaías y el hodja Ibrahim, los
cuales, a pesar de sus discrepancias ideológicas, acababan hermanados en la
borrachera, y en su atracción por la exhuberante viuda Zülfiye, cuyo gusto por
el anís y las almendras garrapiñadas es conocido de todos.
El autor se
reencuentra con la que fue su amor adolescente, la armenia Araxi Vartanian,
ahora una madura mujer que sigue mirándole con los mismos tiernos ojos de su
infancia. Y juntos buscan, entre las fotos que el viejo fotógrafo del pueblo,
Kostaki el Eterno, les va mostrando,
momentos del pasado común, conservados por las placas fotográficas para la
eternidad, como reza el nombre del taller. Momentos felices y momentos tristes:
el protagonista conoce ahora por boca de su querida amiga Araxi la historia de
su separación y el confinamiento de su familia, la muerte de su padre,
considerados como burgueses, enemigos del poder soviético. Y ella conoce la
tristeza que inunda la vida de él, cuya esposa e hija han muerto en un atentado
en Israel. Y ambos ven cómo el mundo de su infancia desaparece entre las
llamas.
De las dos partes en que está dividida Adiós, Shanghai, la primera presenta
la situación europea a partir de la noche de los cuchillos largos, con un
concierto de Haydn, en el cual, conforme los músicos de la Filarmónica de
Dresde van apagando sus velas en la sinfonía Los Adioses y saliendo de escena,
van siendo detenidos todos aquellos –y eran muchos- de raza judía. Es
1938. Es un comienzo increíblemente simbólico e impactante.
La segunda parte
trata de lo que los emigrantes forzosos encuentran al llegar a la aún ciudad
internacional de Shanghai, en plena guerra chino-japonesa, con la ciudad
dividida en zonas por naciones, donde cada uno de los personajes trata de salir
adelante en condiciones penosísimas y cómo todos van a relacionarse entre sí,
van a formar parte de una fina malla sin saberlo. Una malla que acabará por
romperse. La última parte mantiene una fuerte tensión y dramatismo, que nos
deja un sabor de boca amargo, porque aunque sabemos que la guerra ha terminado,
sabemos también que hay cosas que no pueden restituirse. Dresde arrasada hasta
sus cimientos, Hiroshima y Nagasaki arrasados también. Y los supervivientes sin
saber qué hacer con su vida y con su historia.
Wagenstein, con una
amarga sonrisa en los labios, nos traza un paisaje desolador en Europa:
desolador para los judíos, acosados, marginados, humillados y ofendidos. Y
desolador para la humanidad, que juega un papel tan deshonroso al consentir tal
infamia, durante esos años previos a la guerra, en los que el pacifismo y la
política de apaciguamiento primaba. Sin embargo, el autor lo traza sin odio,
incluso con cierta indulgencia, con esa mirada que acepta el destino, tan
propia del pensamiento judeocristiano: la resignación.
Si establecemos una
comparación entre las tres novelas, salta a la vista que se produce un decrescendo: la primera, El Pentateuco de Isaac, es con mucho, la
mejor de las tres. La mejor literariamente hablando, la mejor tratada, en
cuanto a la técnica narrativa y en cuanto al contenido. Una magnífica novela.
La segunda, Lejos de Toledo, escrita
como una mezcla de memorias y diario periodístico, es un texto lleno de
nostalgia, y las partes mejor tratadas literariamente son las de su infancia.
La tercera, Adiós Shanghai, es una
obra francamente descompensada, en la que la parte narrativa mezcla el tono de
humor con el de novela de espionaje, y la parte en que se nos cuenta la
historia de entreguerras parece un ensayo histórico añadido. No es que no tenga
interés, pero el engarce de ambas partes resulta algo fallido.
Aun así, y vistas
como conjunto, la trilogía se nos muestra como una muy lúcida mirada sobre la
historia reciente de los judíos de Centroeuropa
y de su eterno errar. Una pintura que nos evoca constantemente a
Chagall, el pintor ingenuo cuyos personajes flotaban sobre unos deliciosos
paisajes como flotan los recuerdos de Wagenstein sobre los paisajes de una
Europa dividida y rota, pero evocada con cariño, con humor y sin odio.
Interesante Ariodante. No conocía la obra de este hombre. Muy bueno el apunte sobre la resignación cristiana. Y también muy bien la ilustración con los cuadros de Chagall, que me cuesta entenderlos, pero a los que poco a poco me voy aproximando con esto de la cultura judía a veces tan confusa. Que “ladino” sea sinónimo de “sefardí”, la lengua, tiene su cosa.
ResponderEliminarGracias, jumareva
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