La
Historia de Genji (Genji monogatari) nos cuenta, al igual que lo
haría siglos después Marcel Proust en su monumental obra “En busca del tiempo
perdido”, la historia de un mundo desaparecido, el de la era Heian
o era de la paz de los siglos IX al XII, y del que nos han quedado
escasos testimonios, entre los que se encuentra, además de esta
inmensa obra, otras contemporáneas también importantes como El
libro de la almohada de Sei Shonagon y el diario de la Dama
Sarashina.
Todos
estos testimonios literarios fueron escritos por mujeres en alfabeto
japonés kana, ya
que los ideogramas chinos se utilizaban por los hombres
exclusivamente siendo un idioma impropio de una dama. Los hombres,
exceptuando a los monjes, eran funcionarios que estudiaban filosofía,
historia, leyes y otras materias en chino y utilizaban este idioma
como se utilizaba el latín por las personas cultas en la Edad Media.
Las mujeres, sin embargo, leían este tipo de novelas en japonés
como distracción, mientras que los hombres consideraban estas
historias como algo propio “de mujeres”, lo que hizo que la
primera copia conservada sea del S. XIII y que no existan ilustraciones de la época.
Se
tienen pocos datos de Murasaki Shikibu, su autora. Se desconoce su nombre verdadero, Murasaki es simplemente como se conoce a la protagonista femenina
principal de la obra, y Shikibu es el cargo que ostentaba su padre en
la corte. Tan solo conocemos que nació en los años 70 del S. X, en
el seno de una rama menor, pero muy literaria, de la familia
Fujiwara, que controló la sociedad y la política de la época a
través de un sistema curioso de matriarcado por el que se nombraba
Emperador a un miembro masculino muy joven de la familia imperial, un
niño normalmente, se le casaba con una mujer de la familia Fujiwara
y se nombraba regente al jefe de dicha familia, con lo que el clan
seguía con su dominación en una especie de dictadura perpetua en la
sombra, y cuando el Emperador se hacía lo suficientemente mayor como
para gobernar por sí mismo, se retiraba convenientemente de forma
“voluntaria” con todos los honores y se nombraba a otro joven
miembro de la familia imperial y se volvía a empezar con el sistema,
convirtiéndose el Emperador más bien en una figura decorativa
honoraria. De hecho, el Emperador y la Corte permanecieron en Kyoto en
los siguientes mil años, como una especie de fotografía fija y
anquilosada del pasado, con sus ritos religiosos y su status
simbólico respetados, aunque el poder político real lo ejercieran
los shogunes, o señores feudales, en los siguientes períodos de la
historia del Japón, hasta que volvió en el siglo XIX al Emperador
con el advenimiento de la Era Meiji.
Murasaki
tuvo la suerte de pertenecer a una familia con una larga tradición
de intereses eruditos y artísticos, por lo que estaba familiarizada
con los clásicos chinos y budistas, además de con los clásicos del
propio país, especialmente respecto de obras como los Cuentos de
Ise, el Kokinshu, y otras recopilaciones de poesía japonesa, que se
aprendían de memoria en los ambientes de la aristocracia como un
signo de distinción.
Japón
recibió en un primer momento la influencia de la civilización
china, que traería el budismo, el confucianismo, y la escritura y
organización chinas, las cuales fueron adaptadas rápidamente a la
idiosincrasia japonesa. Con el traslado de la capital a Heian-Kyo (la
actual Kyoto) se inauguraría una época de paz y aislamiento, con
una rígida estructura social con el Emperador en la cumbre, la
familia imperial, y a partir de ahí, los nobles y funcionarios,
divididos estrictamente en rangos del Primero al Séptimo, y dentro
de cada uno de ellos en categorías y subcategorías, delimitadas
incluso por el color de las vestimentas. Esta clase social
aristocrática vivía en una burbuja, aislada del resto de la
población, subsistiendo de las rentas que se les asignaba según su
categoría social, y excepto los monjes budistas apenas se nombra en
el libro a otras personas del pueblo.
Este
período Heian se caracterizó por una estabilidad que daría lugar
al esplendor artístico del período clásico japonés, y esto es lo
que realmente nos muestra la novela, la vida de una clase
aristocrática que pasa su vida admirando el paisaje, componiendo
poemas en chino o japonés, escuchando o tocando música,
planificando jardines, y realizando visitas de cortesía y ritos
budistas, o teniendo aventuras amorosas.
Para
un lector occidental actual, la novela está llena de curiosidades,
como el hecho de que un hombre y una mujer nunca estaban solos y no
se veían, e incluso podían no llegar a hablarse nunca en su vida.
Siempre había gente alrededor, asistentes, damas de compañía, con
lo que el hombre hablaba a alguna de ellas y esta le transmitía el
mensaje a su señora, la cual hacía lo mismo, y entre ellos había
biombos, paneles correderos, cortinas movibles, y un sinfín de
obstáculos, por lo que un simple atisbo del perfil, y ya no digamos
de la mujer en sí, podía llevar a un enamoramiento y una pasión
que podía llegar a la locura. Un hombre se enamoraba de una mujer
por su caligrafía, por la calidad de su poesía, de las respuestas a
los mensajes amorosos, porque se comunicaban intercambiando mensajes
poéticos que aludían a los antiguos clásicos citándolos o
adaptándolos a las circunstancias del momento, y ello, junto a la
categoría de la dama, la hacía más o menos deseable,
independientemente de su físico, que podía no llegar a ver nunca, o
al sonido de su voz.
La
historia de Genji es el libro clásico por excelencia de Japón,
equivalente a nuestro Quijote. La
obra es un brillante retablo de las costumbres de la época.
Abundante en descripciones, recrea de manera fidelísima la forma de
vestir, los muebles y decoraciones de las estancias, las costumbres o
las ceremonias y tradiciones cortesanas en un fresco de la sociedad
de su tiempo. Esto supone para el lector actual, sobre todo para el
occidental, asomarse a un mundo de una riqueza cultural infinita y
sorprendente donde hasta el más mínimo acto, desde la indumentaria
a la comida, tenía una norma y su razón de ser, por lo que podemos
conocer, por tanto, además de la historia que se nos cuenta y de los
avatares de los personajes, cómo era el Japón del S. X, sus
costumbres, clases sociales, instrumentos, poesía, etc.... En la
novela tenemos todos los ingredientes que tiene que tener una gran
novela en el que lo importante son las relaciones personales de los
personajes, no es una novela de “acción”, pero sobre todo,
contiene la esencia del Japón de la época, su pasión por los
jardines, la importancia de la escritura, su estructura social, la
poesía como elemento fundamental en las relaciones sociales,
personales y amorosas, cómo eran las relaciones entre los hombres y
las mujeres, las relaciones sociales y familiares y las políticas,
la música y las artes en general. Directamente nos sumerge en el
mundo del Príncipe Resplandeciente, que es como se denomina a Genji
en la novela, y que por la gran importancia de ésta en la época y
por su capacidad para entender la misma, ha acabado denominando
también a este período Heian.
La
novela se puede dividir en dos partes, una primera que abarca la vida
de Genji, desde su nacimiento hasta su muerte, y una segunda parte
que sigue las vicisitudes de algunos de sus descendientes.
Genji
es hijo de una concubina imperial inferior en categoría, pero al
mismo tiempo muy apreciada por el Emperador, el cual tendrá, a pesar
de su amor, que respetar los convencionalismos sociales no pudiendo
favorecer a aquella como quisiera, aunque en compensación, hará lo
posible por ascender a Genji rápidamente en la escala administrativa
y social. Genji destaca por su gran belleza, encanto y saber. Le
vemos crecer, tener sus primeros escarceos amorosos, convertirse en
una especie de Casanova, a pesar de estar ya casado, lo que hace que
acabe construyendo su propia mansión con diferentes alas, e
instalando en las mismas a las mujeres a las que ha ido conociendo a
lo largo de su vida y a las que desea proteger, aunque su gran amor
será siempre Murasaki, a la que rapta siendo una niña para
convertirla cuando crezca en su esposa principal, a través de un
proceso parecido al de Pigmalión, educándola a su gusto, algo que
choca total y absolutamente con nuestras concepciones sociales, y
continuar viendo pasar su vida y la de sus descendientes hasta
convertirse en humo, que se refleja como destino común universal.
A mi
entender, la edición recomendable en español es la publicada por la
editorial Atalanta, a pesar de que tampoco es una edición traducida
directamente del japonés clásico original, sino del inglés, porque
además de la belleza de la edición, resulta muy práctica. En
primer lugar, porque al ser una novela muy compleja con decenas de
personajes principales es muy fácil perderse, ya que el nombre de
cada personaje cambia a lo largo de la historia, varias veces la
mayoría, porque se les conoce por sus títulos, con lo que un mismo
personaje, por ejemplo Genji empieza siendo Capitán de la Guardia de
Palacio, y acaba siendo Su gracia el Emperador honorario retirado,
aunque con él no hay problema porque siempre sabemos que es Genji,
pero con otros puede darse mayor confusión, y para ello al inicio de
cada capítulo existe un glosario de los personajes que protagonizan
el capítulo, la explicación de en qué momento se sitúa la acción
respecto al capítulo anterior, qué edad tienen los personajes, y el
significado del título del propio capítulo, llevando además en la
última parte del segundo tomo un glosario para entender los cargos a
los que se alude en el libro, los ritos, las palabras más
complicadas, e incluso de las prendas que se utilizan, los tejidos y
hasta los colores de las mismas.
En
definitiva, una gran obra que más que la vida de Genji es la vida
misma, que pasa, que nos hace reir, llorar, enternecernos, estar
tristes, tener alegrías y penas, y de la desaparición de nuestros
seres queridos y del mundo al que pertenecimos, y darnos cuenta de lo
fugaz de la misma, y todo ello contado con una inmensa sensibilidad.
No se puede pedir más.
Lo efímero está muy unido al pensamiento japonés, y me gusta la reflexión final que haces; este texto tan antiguo no hace sino recalcar que la vida es fugaz.
ResponderEliminarUn libro imprescindible, como el Quijote para la lengua castellana.
Gracias por el comentario :) El tema de la fugacidad de la vida ronda constantemente el texto, de hecho varios de los personajes cuando ven que se acerca el final desean retirarse del mundanal ruido y tomar los hábitos para preparar mejor la vida futura. El budismo impregna también todo el texto junto con creencias taoístas y supersticiones varias, algunas curiosísimas como los tabús direccionales, cuestiones relacionados con los nombres, números,...
EliminarOh... qué respuesta más críptica e interesante. Así que también introduce el budismo, no? De alguna manera había pensado que el foco estaba más en las relaciones sociales. El alcance de esta novela no deja de sorprenderme.
Eliminar¿A qué te refieres con tabú direccional? ¿Puedes contar algo más?
Un tabú direccional es una prohibición en días determinados de viajar en una dirección determinada, lo que hace por ejemplo que Genji utilice ese tabú para no volver a casa y quedarse en una casa ajena para intentar tener una aventura amorosa con la dueña de la casa, porque su casa está al Oeste por ejemplo y en ese día concreto no puede viajar al Oeste.
EliminarArden y Sebastián somos la misma persona :)
ResponderEliminarFuentes?
ResponderEliminarQué artículo más interesante. Yo estoy leyendo otra edición y he decidido disfrutar de cada capítulo sin fijarme demasiado en "quién es quién" que, efectivamente, es lioso, aunque el libro contenga un glosario con todos los personajes.
ResponderEliminarEs muy curioso cómo el uso del idioma -chino o japonés- se convierte en un elemento más de separación de géneros y el que una mujer entienda o lea el japonés pueda ser visto como una rebeldía... o algo peor