La cultura del manga - Isma


La primera vez que viajé a Japón fue en septiembre de 2008. Viajaba solo y llevaba los ojos bien abiertos. Nada más salir del avión y aún aturdido por las muchas horas de vuelo me topé con una zona cerrada por obras. Dos hombres[1] vestidos con chalecos reflectantes indicaban al transeúnte el camino correcto. En el biombo que ocultaba los trabajos, una caricatura de animación señalaba las bondades de los trabajos de reparación. Más tarde, ya en el tren que unía la isla artificial[2] con la región de Chubu, otra simpática figura adherida a los cristales del vagón advertía contra el peligro del cierre de las puertas. Diversos personajes más publicitaban productos varios en las marquesinas del techo. Dos horas después, tras un trasbordo al shinkansen (tren de alta velocidad), llegué a la primera parada importante de mi viaje: la milenaria y antigua capital imperial de Kyoto, cuna de la ceremonia del té, monumento vivo al refinamiento y a la riqueza histórica de Japón. Lo primero que encontré al salir de la futurista estación fue una estatua dedicada a uno de los más famosos personajes de animación, AstroBoy.

Figura de Astroboy en la estación de Kyoto

Bienvenidos al país del manga.
Escenas de un baño de Hokusai, maestro de ukiyo-e
El manga (漫画se traduce, literalmente, por «dibujo informal», «dibujos caprichosos» o, incluso, «garabatos». Su origen se remota a los dibujos satíricos realizados en entornos aristocráticos y eclesiásticos a partir del siglo XI, no siendo popularizados hasta cinco siglos más tarde. Sus características principales son la estructura en viñetas, la presencia de personajes caricaturizados con un amplio abanico de expresiones faciales (siendo el rasgo más reconocible el desproporcionado tamaño de los ojos), un entorno realista y el dinamismo de la acción. Los mangas cubren un amplio espectro de temáticas, especializados para cada género demográfico.


Amor: unión de los símbolos
Persona, Corazón y Movimiento.

Para comprender la importancia de los mangas es preciso entender que Japón es un país simbólico. Desde su bandera -que evoca un sol naciente- hasta los kanji –sinogramas que representan conceptos–, los japoneses han convivido durante toda su historia con representaciones abstractas de conceptos complejos. Tomemos el caso del sintoísmo, la antigua religión nativa que ha sobrevivido hasta nuestros días[3], en la que se adora a los espíritus de la naturaleza (kami) que personifican arroyos, ríos, montañas, piedras, árboles, lagos o cualquier otro accidente o suceso que se pueda observar en el mundo natural. Los kamis no son abstracciones lejanas, sino entes muy concretos: representan cosas que ves desde tu misma ventana, al alcance de tus dedos.



Lobo solitario y su cachorro, ejemplo de
 manga histórico definido por el honor.
Esta necesidad de símbolos es cubierta en parte por el manga, que representa elementos que la antigua religión ya no alcanza. En el manga se ven reflejados tanto los arquetipos primordiales del ser humano –amor, aventura, terror, deseo, emoción– como otros conceptos más sofisticados propios de la sociedad moderna, que se exacerban en el contexto de un país con más de cien millones de habitantes –el acoso, la soledad, el honor, la evasión… Tanto es así que muchos jóvenes japoneses (y también los no tan jóvenes) se amparan en sus mangas favoritos como representación de su propia identidad. Así surge el fenómeno cosplay (del inglés costume play: juego de disfraces), que consiste en la caricaturización como un personaje de ficción de manga. Los cosplayers se toman el asunto muy en serio, gastando a veces fortunas en cuidar hasta el más mínimo detalle de su personaje. Para muchos adolescentes, el fenómeno cosplay representa una vía de escape con la que afirmar su individualidad en un entorno social muy exigente y a veces represivo.


Cosplayers en el puente de Harajuku, Tokyo.


Típica estampa durante la floración de los cerezos.
El manga, por su propia naturaleza como representación visual de una historia, se adapta maravillosamente a otro de los paradigmas de la cultura japonesa. Los japoneses aman lo efímero. Cada año, multitudes se reúnen durante la primavera para asistir al florecimiento de los cerezos, espectáculo en verdad impresionante si lo situamos en el marco de los abundantes jardines y parques que salpican su geografía urbana. La ventana de tiempo en que se produce es muy estrecha, apenas un par de semanas, y su duración igualmente breve.[4] El manga es una literatura de consumo rápido, que deja su impronta en el lector durante los breves momentos de soledad de que dispone –en el metro, en el tren o en el autobús– y se desvanece en su memoria como los pétalos de las flores.



Otra característica derivada de su formato visual y de fácil digestión es su adaptación al cambio. Los japoneses no son inmunes a la constante innovación tecnológica y a la artificialidad de la cultura urbana. Tal sobrecarga de información genera extraños productos y despierta necesidades que se digieren mejor a través del manga, con su formato limpio, cercano y dinámico adaptado a cada rango de edad.


Blame!, distopía tecnológica llevada al extremo.


El aspecto del manga como parte de la cultura popular se evidencia en la presencia, para cada ciudad, de su propio héroe. Así, Kyoto es amparada por Astro Boy,
Gundam en Odaiba, Tokyo
el hijo del maestro mangaka Osamu Tezuka, considerado el padre del manga moderno. Osaka, ciudad que parece haberse quedado anclada en la explosión económica de los años setenta, tiene como protector al infame Kinnikuman (literalmente, hombre músculo), que tapiza el esqueleto de metal de su emblemática torre. Y Tokyo, la ciudad polifacética; Tokyo, la ciudad de las mil caras,  epicentro del cambio cultural y de los tiempos modernos, ve desfilar por sus calles las efigies de robots gigantes en representación de la tecnología (como Gundam en la isla artificial de Odaiba), monstruos que dan cuerpo al terror individual en una sociedad cada vez más urbanita (como Godzilla en el histórico barrio de Ginza) o héroes modernos que sobresalen de la uniformidad de la masa (como Oliver Atton en el barrio de Yotsugi).


El abanico de héroes y símbolos es inabarcable. Basten los anteriores como una pequeña muestra. Las características del manga, tales como su diversidad, su adaptabilidad, su formato dinámico y su energía simbólica han traspasado las fronteras del pequeño país nipón y se han extendido hoy en día a todo el mundo. Los mangas abarcan conceptos que en el fondo son comunes a todas las culturas, y lo hacen a través de la mirada cada vez más cosmopolita de un mundo globalizado.


Volví a Japón en 2012. Me encontré con que la vertiginosa sociedad nipona había vuelto a evolucionar. Los quioscos de las estaciones, atiborrados de mangas y revistas afines, habían desaparecido en los apenas cuatro años de mi ausencia. Los transeúntes de las abigarradas estaciones han olvidado el papel y sumergen sus caras en teléfonos móviles de toda forma y color. Pero tanto entonces como ahora el objeto de sus miradas es el mismo; el manga, que ha saltado de las páginas impresas al entorno digital, de nuevo espejo y reflejo de una sociedad siempre cambiante.




[1] Es asombroso el número de personas que pueden estar asignadas a la dirección del tráfico peatonal alrededor de una zona de obras. Generalmente son personas mayores que ejecutan su cometido con encomiable dedicación.
[2] Me encontraba en el aeropuerto de Nagoya, construido sobre una isla artificial en la bahía de Ise.
[3] El sintoísmo fue la religión principal de Japón hasta la llegada del budismo en el siglo VI procedente de la India. Sin embargo, la religión nativa no fue expulsada, coexistiendo ambas hasta nuestros días. No en vano son complementarias: el budismo reverencia la muerte y reencarnación, mientras que el sintoísmo gira alrededor del nacimiento.
[4] Durante la primavera, existen ediciones especiales del telediario que se dedican exclusivamente a la previsión del florecimiento del cerezo. Sobre un mapa de Japón se trazan de manera dinámica los frentes de ola de florecimiento. Algo similar ocurre durante el otoño con los arces japoneses.



7 comentarios:

  1. Estupendo, Isma. Aunque haya leído algo del género, reconozco que desconocía su origen y por qué es cómo es. Queda apuntado que le manga no es solo infantil juvenil.

    Camino

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  2. Gracias Camino! Qué ilusión, mi primer comentario! :)

    Exacto, esa es la idea. Hay tantas variedades de manga que a veces es difícil orientarse. Lo leen las personas mayores, las amas de casa, los ejecutivos...

    El artículo ha quedado con muchas imágenes, ahora que lo veo publicado me doy cuenta. Tendré que afinar para futuros artículos (si me dejan).

    Besos
    Ismael

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    1. Claro que tienes las puertas abiertas, Isma ;) Y muchas gracias por tu colaboración.

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  3. Te dejan, te dejan, jajaja. En este artículo las imágenes no sobran, vienen muy bien ;-)

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  4. No conozco absolutamente nada del manga, salvo la superficial definición que todo el mundo maneja: son los cómic japones, pero veo por tu artículo que el manga no es un mundo, sino realmente un universo. Muy interesante artículo.

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  5. Perdona Isma que lea tu magnífico artículo con tanto retraso. Voy pillado de tiempo por todos los lados y me gusta disfrutar de la vida (es una manía que tengo, que le vamos a hacer). Me parece muy interesante y a la vez curioso. Yo no leo manga, pero aún recuerdo un remedo en la serie Mazinger Z y en todas las series japonesas con personajes de ojos enormes que, o bien yo, o bien mis hijas han trasegado. Te ha quedado citar el manga erótico, que creo que tiene también sus grandes seguidores. Indefectiblemente Japón es distinto a Occidente. Si en mi pueblo (Gijón), y no te digo donde vivo (Albacete) se les ocurre poner un robotijo en la calle de el estilo manga lo "desmangan" de cuatro pedradas. Aunque, quien sabe si por nuestras calles acabarán circulando chiquillas closplayers o señores vestidos de robots justicieros.
    Por cierto, tengo que acercarme al manga histórico, que es una deficiencia que espero subsanar.

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