Santo, bueno y mártir. Así quiere Unamuno
que juzguemos a Manuel, el párroco de un pequeño pueblo llamado Valverde de
Lucerna. Un hombre que ha perdido la fe, la fe en Dios, pero que sigue creyendo
en el ser humano y en su necesidad de inmortalidad. A este pueblo llegará
Lázaro cuya vida cambiará al conocer a Manuel y su “secreto”.
A “San Manuel Bueno, Mártir” podemos
acercarnos desde muchas perspectivas: filosófica, teológica, literaria… Sin
embargo nos aproximaremos como simples lectores que, al asomarse a este libro,
corren el riesgo de sufrir la misma
angustia del cura de Valverde, la angustia de vivir.
El buen párroco, ¿es santo o es mártir?
Tal vez todos los personajes estén de acuerdo en que, sin duda, Manuel es
bueno. Pero la narradora tiene una información que los demás no tienen. Esa
información –el “secreto” de Manuel- es la que marcará continuamente la
diferencia entre unos y otros, lo que hará que unos entiendan el grito que el
pastor emite cada Viernes Santo como algo que nace de la fe y otros –sólo dos-
como lo que es: un grito desgarrado que nace de la angustia del vacío, del
miedo a la nada. Esto hace que mientras que la mayoría de las personas que
entran en contacto con el sacerdote lo tienen por santo, la narradora y su
hermano comprendan (aunque es cierto que Ángela sólo mucho después) que Manuel
está más cerca de un determinado tipo de martirio.
No nos engañemos: Manuel quiere creer. No
es hombre que descarte la existencia de Dios como absurda o que se preocupe por
la lucha de clases y quiera destruir la religión desde dentro. No: Manuel
quiere creer, pero no puede. Ése es el drama de este sencillo cura de pueblo:
no puede creer. Sin embargo comprende el papel que juega la fe en la vida del hombre
y, lejos de desechar la devoción de las personas, tenerla por ridícula y
desenmascararla, apoya a sus feligreses en lo que sabe que da un sentido a sus
vidas. Ellos pueden creer en Dios, Manuel sabe que eso es un don, una gracia. Y
comprende que manifestar su increencia no le llevará a ningún sitio: sólo a
comunicar el vacío.
Lázaro es sin duda otro personaje clave.
Él llega al pueblo con sus ideas revolucionarias, con ganas de oponerse a ese cura
que tiene tanto renombre en Valverde de Lucerna. Pero las obras de este
sencillo sacerdote le impresionan. Y cambia de vida. Y es precisamente a él a
quien Manuel confiesa que su fe está vacía. Lázaro se queda a su lado y,
curiosamente, estos dos personajes son los que más hacen por el pueblo.
Impresiona que dan a las personas sencillas aquello que el comunismo tanto
odia: el opio, el opio del pueblo. Manuel dice aquello de: “démosle
opio, y que duerma y que sueñe”, pues, retomando de nuevo las palabras del
sacerdote, “con mi verdad no vivirán”.
Tal vez podamos preguntarnos por la actitud del sacerdote, ¿es justo
alimentar la fe del pueblo cuando para él detrás de la muerte está la nada? ¿Es
justo ocultarles “su verdad” para que sean felices? Preguntas difíciles de
responder. Manuel entiende que su fe está vacía, ¿debería estarla la de los
demás?. Casi al final de la obra, la narradora nos da una pista:
“Y ahora, al escribir esta memoria, esta confesión íntima de mi experiencia
de la santidad ajena, creo que Don Manuel Bueno, que mi san Manuel y que mi hermano
Lázaro se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, pero sin creer
creerlo, creyéndolo en una desolación activa y resignada”
Casi un trabalenguas que condensa muy bien el misterio de esta obra: ¿qué
es la fe? Gran parte de la obra de Unamuno gira precisamente en torno a sus
grandes obsesiones: la muerte, la inmortalidad y la fe. Hay casi un grito en
toda su obra: ¿de verdad dejaremos de ser?
Los nombres de los personajes también nos dan luz, pues dos Lázaros
aparecen en los Evangelios: El Lázaro amigo de Jesús, que es resucitado de los
muertos, rescatado de la muerte, y el Lázaro pobre que comía a los pies del
rico y que tras la muerte conoce la vida eterna. Ángela (que en español
entendemos como femenino del nombre “Ángel”), y, por supuesto, Manuel que
proviene de Emmanuel: Dios con nosotros (es el nombre que se da al niño que ha
de nacer en Isaías y que después el cristianismo identificará con Jesús). No, no son nombres cogidos al azar. ¿Su
sentido? Difícil captarlo, pero sin duda suenan trágicos cuando entendemos lo
que hay tras cada uno de estos personajes. Tal vez sea mejor simplemente
señalar su importancia pero no jugar a la interpretación.
Hay que leer “San Manuel Bueno, Mártir”. Es sin duda uno de esos libros de
los que escuchamos hablar desde niños y que aparecen normalmente en editoriales
que no son precisamente atrayentes. Pero es un libro que habla a la vida y que,
tal vez nos puede despertar cierta angustia existencial. Pero es una angustia
más necesaria hoy que nunca, pues vivimos en un mundo que quiere obligarnos a
no pensar, que trata de cubrir nuestros ojos, para que no nos asustemos como
las mulas. Pero vivir inconscientemente no es vivir. Hay que leer a Unamuno.
Excepcional artículo: el tratamiento de esta obra, de la cual hice en su día un trabajo en mi carrera de teología, es espléndido. Ahí están las intenciones de Miguel de Unamuno, el querer creer para salvarnos de la muerte.
ResponderEliminarEso nos puede angustiar, pero nos puede hacer felices para aquellas personas que viven con la fe del carbonero, pero siempre respetables. También, como Miguel de Unamuno, lo que no podemos hacer es dejar de pensar.
Abrazos,
Este libro me marcó y leer este excelente artículo me ha hecho volver a paladear la experiencia.
ResponderEliminarGracias Leonita y Aben... Es un libro que me marcó profundamente en un momento muy importante de mi vida. Me alegra saber que, al menos para vosotros, he sabido volcar un poco del cariño y respeto que siento por Don Miguel...
ResponderEliminarRecuerdo haberlo leído en el instituto, era obligatorio, y quizás en aquél momento no supe apreciarlo en lo que valía, gracias Tuto por el artículo.
ResponderEliminarLeí la obra en el instituto y la he vuelto ha leer varias veces. Me impresiona ese deseo de Unamuno de buscar la verdad y la última palabra sobre la existencia humana. Y descubro que siempre nos quedamos en la penúltima palabra y por ello podemos seguir lanzado nuestro ruego, que Miguel de Unamuno lanzaba en su oración del ateo, al Dios que no existe.
ResponderEliminarCreo que detrás de la duda, de la incertidumbre que plantea el autor, hay una certeza en su escrito, en sus escritos, aquella de tan bien define el libro sagrado: El amor es más fuerte que la muerte.