El
Siglo de Oro español es un período de la cultura española que
abarca desde el Renacimiento, con la publicación de la “Gramática
castellana” de Nebrija en 1492, hasta la muerte de Calderón de la
Barca en 1681 en pleno apogeo del Barroco. En las letras españolas a
todos nos viene a la memoria cuando hablamos de este período los
grandes escritores y obras que dieron grandeza a las letras
españolas, Cervantes con el Quijote, la novela picaresca, la
Celestina, poetas como Quevedo y Góngora, Baltasar Gracián, Santa
Teresa de Jesús y San Juán de la Cruz, Fray Luis de León, y los
grandes dramaturgos Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la
Barca. Son tantos y tan variados, es tal el esplendor de la época,
que grandes autores que en cualquier otra lengua y cultura serían
apreciados, representados y estudiados en los institutos de enseñanza
media, en el ámbito de la lengua castellana quedan prácticamente en
el olvido o al alcance solamente de los especialistas, eruditos o
estudiantes universitarios.
¿Quién
ha leído fuera de los ámbitos universitarios a Luís Vélez de
Guevara o a Antonio Mira de Amescua o a Guillén de Castro o a
Agustín Moreto? Estos autores, eclipsados por los más conocidos,
fueron inspiración para obras y autores consagrados del teatro
europeo. No se entiende la obra “Le Cid” de Pierre Corneille sin
“Las mocedades del Cid” de Guillén de Castro, o la obras de
Molière sin “La verdad sospechosa” o “Las paredes oyen” de
Pedro Antonio de Alarcón, o el tema de Fausto sin “El esclavo del
demonio” de Mira de Amescua.
Y
entre estos autores menos conocidos por el gran público nos
encontramos a Agustín Moreto, al que se encuadra dentro de la
llamada “Escuela de Calderón”, que escribió solo o en
colaboración más de cincuenta obras teatrales de todo tipo, desde
grandes comedias, a dramas de honor, religiosos o históricos. Y al
que se le conoce sobre todo por dos grandes obras, su comedia
palatina “El desdén por el desdén” y, lo que se conoce como
comedia de capa y espada “de figurón”, “El lindo don Diego”,
afortunadamente recuperada para los escenarios recientemente por el
Centro Dramático Nacional con una versión espléndida que conseguía
conservar la frescura del verso original con una puesta en escena
atrevida y moderna, lo cual demuestra que las obras clásicas pueden
ser representadas y disfrutadas por el público actual de cualquier
edad y nivel cultural, sin que se queden encasilladas como reliquias
históricas irrepresentables y reducidas a la lectura de unos pocos
eruditos.
Agustín
Moreto (Madrid, 1618-Toledo, 1699), tuvo una vida tranquila si se la
compara con la agitada vida de otros escritores de la época como
Lope de Vega, fue Licenciado en Artes y siguió la carrera
eclesiástica. Esta vida tranquila, aparentemente, no casa con
algunas de sus obras, aunque sí se ve reflejada en su estilo,
versifica de forma natural y suelta, no tiene diálogos altisonantes,
y el lector, sobre todo el actual, disfruta de unos diálogos
chispeantes y unas tramas más simples y menos rebuscadas que otros
autores contemporáneos. A Moreto se le ha acusado en numerosas
ocasiones de poco original, lo cual es una forma diplomática de
decir que plagiaba tramas y personajes, y en gran parte es cierto,
pero debemos tener en cuenta que en la época la concepción de la
originalidad y la autoría eran completamente diferentes, el plagio
en este sentido era algo común a todos los autores de la época.
Shakespeare utilizó el argumento de “Los menecmos” (Los gemelos)
de Plauto para “La comedia de los errores”, aunque una vez leídas
ambas mi conclusión es que esta supera a aquella mejorando la obra
original, y lo mismo ocurre con “La fierecilla domada”, también
conocida como “La doma de la bravía” cuyo esquema básico se
repite, con pequeñas variaciones, en multitud de textos de tradición
oral o escrita diseminados por toda Europa y Asia, siendo el más
conocido de estos textos el cuento “Lo que sucedió a un mancebo
que casó con una muchacha muy rebelde”, el número treinta y cinco
de entre los incluidos en “El Conde Lucanor” del Infante Don Juan
Manuel, y lo mismo podríamos decir de autores como Molière, que
fusiló descaradamente en “La Princesse d'Elide” la obra “El
desdén con el desdén” de Agustín Moreto, e incluso ocurre con
autores como Lope de Vega o Calderón de la Barca. En cualquier caso
son autores de tanto talento que mejoraban en numerosas ocasiones
holgadamente el original, viéndose obligados a este plagio por la
presión de tener que abastecer continuamente a los teatros de nuevas
obras.
De
hecho, “El lindo don Diego” no es por su asunto enteramente
original, se han detectado similitudes suficientes para entender que
el modelo de esta comedia fue la obra “El Narciso en su opinión”
de Guillén de Castro. No obstante, es opinión unánime de la
crítica que la obra de Moreto supera el original en frescura, en la
viverza de los personajes y sobre todo en la caricatura del personaje
del “lindo”, un tipo de caballero, ridículo y afeminado, que
proliferaba en la época, con atildamiento excesivo, que pierde el
tiempo acicalándose, esclavo de las modas y que en la obra recibe su
merecido al ser burlado y quedarse sin pareja.
El
gracioso de la comedia es Mosquito, un criado como es costumbre en
las obras de esta época, el cual se nos presenta cuando va a recibir
a don Diego y vuelve para describir a doña Inés cómo es su
prometido:
MOSQUITO.-
Ese es un cuento
sin
fin, pero con principio;
que
es lindo el don Diego, y tiene
más de Diego que de lindo.
Él
es tan rara persona,
que,
como se anda vestido,
puede
en una mojiganga
ser
figura de capricho,
Que
él es muy gran marinero
se
ve en su talle y su brío,
porque
el arte suyo es arte
de
marear los sentidos.
Tan
ajustado se viste,
que
al andar sale de quicio,
porque
anda descoyuntado
del
tormento del vestido.
De
curioso y aseado
tiene
bastantes indicios,
porque
aunque de traje no,
de
sangre y bolsa es muy limpio.
En
el discurso parece
ateísta,
y lo colijo
de
que, según él discurre,
no
espera el día del juicio.
A
dos palabras que hable
le
entenderás todo el hilo
del
talento, que él es necio,
pero
muy bien entendido.
Y
porque mejor te informes
de
quién y de su estilo,
te
pintaré la mañana
que
con él hoy he tenido.
Yo
entré allá y le vi en la cama,
de
la frente al colodrillo
ceñido
de un tocador,
que
pensé que era judío,
Era
el cabello, hecho trenzas,
clin
de caballo morcillo,
aunque
la comparación
de
rocín a ruin ha ido.
Con
su bigotera puesta
estaba
el mozo jarifo,
como
mulo de arriero
con
jáquima de camino;
las
manos en unos guantes
de
perro, que por aviso
del
uso de los que da,
las
aforra de su oficio.
Deste
modo, de la cama
salió
a vestirse a las cinco,
y en
ajustarse las ligas
llegó
a las ocho de un giro.
Tomó
el peine y el espejo,
y,
en memorias de Narciso,
le
dió las once en la luna;
y en
daga y espada y tiros,
capa,
vueltas y valona,
dio
las dos, y después dijo:
“Dios
me vuelva a Burgos, donde
sin
ir a visitas vivo,
que
para mí es una muerte
cuando
de priesa me visto.
Mozo,
¿dónde habrá ahora misa?
Y el
mozo, humilde, le dijo:
“A
las dos dadas, señor,
no
hay misa sino en el libro.”
Y él
respondió muy contento:
“No
importa, que yo he cumplido
con
hacer la diligencia.
Vamos
a ver a mi tío.”
Hay
que visualizar a don Diego en la cama con gorro de dormir, el pelo
con tenacillas y cintas para que le queden los rizos, guantes de piel
de perro para que no se le estropeen las manos, y durmiendo boca
arriba, y varias horas para vestirse, empolvarse y acicalarse.
En
cada intervención de don Diego la ridiculez de su aspecto y sus
respuestas, que siempre giran en torno a su aspecto, su irrestible
encanto ante el que todas las mujeres sin excepción,
independientemente de su edad y condición, caen rendidas a sus pies,
a todas enamora con solo que le miren, todo lo cual va a dar lugar a
situaciones graciosísimas en la obra, porque es incapaz de pensar
que una mujer no se enamore de él en cuanto lo ve, así que atribuye
desplantes y negativas como forma de darle celos.
Una
de las escenas más divertidas es la presentación de don Diego en la
escena VIII del primer acto, donde don Diego está acicalándose con
dos criados moviendo dos espejos contínuamente para que se pueda
ver desde todos los ángulos, y su primo don Mendo le está esperando
desesperado por la tardanza en salir.
D.
DIEGO.- Poneos los dos enfrente,
porque
me mire mejor.
D.
MENDO.- Don Diego, tanto primor
es
ya estilo impertinente.
Si
todo el día se asea
vuestra
prolija porfía,
¿cómo
os puede quedar día
para
que la gente os vea?
D.
DIEGO.- Don Mendo, vos sois extraño;
yo
rindo, con salir bien,
en
una hora que me ven,
más
que vos en todo el año.
Vos,
que no tan bien formado
os
veis como yo me veo,
no
os tardéis en vuestro aseo,
porque
es tiempo mal gastado.
Mas
si veis la perfección
que
Dios me dio sin tramoya,
¿queréis
que trate esta joya
con
menos estimación?
¿Veis
este cuidado vos?
Pues
es virtud más que aseo,
porque
siempre que me veo
me
admiro y alabo a Dios.
Al
mirarme todo entero,
tan
bien labrado y pulido,
mil
veces he presumido
que
era mi padre tornero.
La
dama bizarra y bella
que
rinde el que más regala,
la
arrastro yo con mi gala;
pues
dejadme cuidar della.
Y
vos, que vais a otros fines,
vestíos
de priesa, yo no,
que
no me he de vestir yo
como
frailes a maitines.
El
argumento es el típico de una comedia de Enredo. Don Tello es un
caballero con dos hijas, doña Leonor y doña Inés, y ha hecho venir
de Burgos a dos sobrinos suyos, don Mendo y don Diego, para casarlos
con sus hijas. La complicación viene porque en realidad doña Inés
está enamorada de un joven amigo de su padre, don Juan, el cual le
corresponde, pero su padre no sabe nada de este amor, y ambos
intentarán por todos los medios evitar la boda de Inés con Don
Diego, con la ayuda del criado Mosquito que trama con otra criada
Beatriz, el que esta se haga pasar por una Condesa, prima de don
Juan, que le haga creer a don Diego que está enamorada de él solo
de verlo y que se quiere casar con él, para así que don Diego
renuncie a su matrimonio con Inés, todo lo cual se lleva a cabo con
situaciones hilarantes, provocadas en muchas ocasiones por la
cháchara absurda de don Diego y su vanidad, que es incapaz de
entender aunque se lo digan directamente y sin miramientos que Inés
no quiere casarse con él y que además lo ve ridículo y afectado.
El
final, como buena comedia del Siglo de Oro, termina con las bodas de
todos los personajes, don Mendo con Leonor, don Juan con Inés, y los
dos criados Mosquito y Beatriz, y el que se queda compuesto y sin
novia es el lindo don Diego, burlado por todos en el enredo,
provocado por su narcisismo.
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