Cunqueiro mitológico - Ariodante



LA POÉTICA DE ÁLVARO CUNQUEIRO EN SUS NOVELAS

A raíz de la lectura de Un hombre que se parecía a Orestes, se me ocurren unas ideas que podrían aglutinar la obra novelística del autor de Mondoñedo. Cunqueiro no solo escribió novela, sino que cultivaba muchas otras facetas: el periodismo, la poesía, el ensayo, el drama, alternando el gallego con el castellano, con excelentes resultados en ambas lenguas.       Tras leer, además de la ya citada de Orestes, Las mocedades de Ulises, Cuando el viejo Simbad vuelva a las islas, Merlín y familia, y Vida y fugas de Fanto Fantini, podría citar algunas características que tienen estas novelas en común.Lo primero que me viene a la mente: BorgesLa imaginación desbordante de Cunqueiro podría asimilarse al torrente literario borgiano, a esa capacidad para conjuntar ficción y realidad, mito y razón.           Digamos que un Borges a la gallega o a la española, sí, pero el espíritu de Borges planea sobre toda la obra de este autor. En realidad, más que a la española yo diría que «a la mediterránea».       Porque si bien la  «galleguidad»  impregna la obra poética o la obra periodística, e incluso algunas de  sus otras novelas, en éstas  prima más el espíritu mediterráneo,  grecolatino, diría yo.


La fantasía con que invade al lector cuando se sumerge en una novela de Cunqueiro es, por otra parte, muy peculiar. El discurso imaginario arrambla no solo con lo mitológico, mezclado con lo real, sino también con lo literario. Mezcla ficción con ficción. Mitos con ficciones literarias. Fantasía con más fantasía. Pero trufándola de una serie de detalles reales, que hacen que el lector deba abandonarse por completo a la lectura sin intentar buscar marco alguno de referencia. Hay que dejarse llevar, no tratar de racionalizar demasiado, sino disfrutar del lenguaje, gozar de las múltiples narraciones contenidas en fragmentos, reír con las situaciones y descripciones hilarantes, y no buscar ni profundidad psicológica de los personajes ni tramas cerradas coherentes, ni conflictos morales, que no los hay. Es más, en Un hombre que se parecía a Orestes describe o insinúa toda una serie de situaciones que parece impensable que las plantee con la naturalidad que lo hace. Es chocante como soslaya la moralidad en estas historias, en una época y desde un ángulo político que podríamos esperar lo contrario.  Es ficción de ficciones encadenadas. Retablo de las maravillas. Poética pura. Homérico.

Es decir, que si toma como base un mito griego, como en este de Orestes, mezcla personajes medievales, caballerescos, con referencias a la modernidad e incluso a elementos contemporáneos, referencias geográficas o culinarias impensables en Grecia, y sin embargo, el tono general es el de un relato mitológico griego, del que va derivando incontables digresiones, hasta el punto que la historia (y el lector) se pierde en un maremágnum de narraciones, personajes variopintos, historias ¿colaterales? y todo tipo de textos, incluido una pieza teatral que aparentemente nada tiene que ver con el conjunto. Centauros, hombres con orejas de animal, un rey con una pierna que crece y decrece según la época del año y que viaja con un fardo de piernas de repuesto, una infanta recluida en una torre, una mujer que se hace pasar por hombre para ocupar un cargo público…y que se enamora de un criado del viejo rey que tiene una taberna…Y Orestes. Humor cargado se silencios y de alusiones: feliz ironía.


Sin embargo, el lector lo lee con la sonrisa en los labios por el humor ―ironía, a veces demoledora, otras, hilarante― contenido, desbordante, arrollador. Pero también la lectura produce una sensación nostálgica, en ocasiones onírica, irreal…sin abandonar nunca el universo mítico elegido, como en este caso, el mito de Orestes. Mito que transforma, retoca, vuelve del revés, y llegado un punto no sabes si realmente está hablando de Orestes o ha tomado el nombre como punto de referencia para iniciar una larga digresión. Hay que leerle para entenderlo.  
La novela  se divide en cuatro partes, con dos apéndices finales: seis retratos y el índice onomástico. En la primera y segunda parte trata de Egisto y su interminable espera de la llegada del vengador Orestes, llegada vaticinada y anunciada. Egisto siempre alerta, siempre preparado para el ataque,… pero Orestes nunca llega. Ifigenia mantiene una eterna juventud encerrada en una torre; Clitemnestra, como Egisto, envejece lentamente, cuidando sus flores y recordando la barba rubia de Agamenón.  Siempre preguntando por los forasteros, siempre a la espera.  La tercera parte es la dedicada a Orestes, un Orestes muy peculiar, perseguido por la imagen de Electra, perdida entre los sueños. Un Orestes nostálgico y lleno de dudas, envejecido y agotado por su interminable deambular viajero. La cuarta parte incluye, sorprendentemente, una pieza teatral sobre Doña Inés, soberana de Vado de la Torre, contada a Eumón, el rey de Tracia. En el apartado Seis Personajes, narra el final de Orestes, así como el final de Agamenón.

En realidad, no importa tanto la historia como las historias, los cientos de relatos y curiosísimos personajes a cual más complicado y sin embargo ¡tan humanos! Oníricos, prodigiosos, pero reales como la vida misma, aunque las circunstancias, las épocas, la geografía, estén todos mezclados hasta el punto de que, con elementos de distintas procedencias el autor ha construido un edificio imaginario, lleno de múltiples habitaciones y ventanas cada una con una orientación….pero verosímil y creíble, porque el lector ya ha entrado en un mundo fantástico en el que puede esperarlo todo.

Álvaro Cunqueiro Mora (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981). Escritor y cronista, gran conocedor de la gastronomía española. Estudia Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago de Compostela entre 1927 y 1934. En 1929 colabora en varias revistas, como Vallibria y Galiza, publicando su primer libro de poemas, Mar ao Norde, (1932), seguido por Poemas do sí e non (1933). Durante la Guerra Civil se refugia en Ortigueira, donde trabaja como profesor en el colegio Santa Marta. En 1938 comienza a publicar en castellano en Pueblo gallego de Vigo, La voz de España de San Sebastián, y el ABC de Madrid. Publica después Elegías y canciones (1940) y también obras de teatro: Rogelia en Finisterre (1941), El caballero, la muerte y el diablo y otras dos o tres historias (1945), La balada de las damas del tiempo pasado (1945), y San Gonzalo (1945).  Desde Madrid colabora en revistas hasta que decide volver en 1946 a Galicia, donde continúa su labor intelectual y su colaboración con los principales periódicos gallegos. En 1964 ingresa en la Real Academia Gallega con su discurso Tesouros novos e vellos, una pieza clásica de la literatura gallega contemporánea. Gana numerosos premios como escritor, (Premio Nacional de la Crítica y el Premio Nadal) y como periodista, el premio Conde de Godó.



1 comentario:

  1. No he leído nada del autor y este artículo me ha abierto los ojos, tengo que leerlo, Borges es mi autor favorito así que este "Borges gallego" no puede faltar en mi biblioteca.

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