“El
premio Nobel de Literatura de 1951 se concede a Par Lagerkvist por el vigor artístico y la independencia de
pensamiento con los que se esfuerza en responder preguntas que son eternas para
el hombre.”
Barrabás es la obra más conocida
del sueco Par Fabien Lagerkvist (Växjo,
1891 - Estocolmo, 1974), y en parte se sigue recordando por la notable
adaptación al cine que rodó Richard Fleischer en 1962, interpretada por Anthony
Quinn. Algo similar ocurre con el Espartaco
de Howard Fast, publicado el mismo
año de 1950, y que sirvió como base para la película producida por Kirk Douglas
una década después.
Asimismo, ambas
novelas tienen unas ambientaciones mínimas para situar a sus personajes. A
través de ellos, Lagerkvist reflejará
su existencialismo, y Fast su
compromiso social. Acaso ese “despojamiento”
contribuye a que estas obras hayan envejecido mejor que la mayoría de
sus contemporáneas enmarcadas en la época romana.[1] Un
antecedente de esta sobriedad puede rastrearse en Hoy es viernes (1927) de Hemingway,
un relato brevísimo, casi un experimento, organizado como una escena teatral. En
una taberna, al anochecer, tres legionarios mantienen una conversación algo
anodina. Durante la misma, vamos descubriendo que ellos se habían encargado de
crucificar a Cristo.
Hijo de un jefe de estación ferroviaria, Lagerkvist estudió Arte y Literatura en
Upsala, y se estableció en 1913 en
París. Allí viviría la Gran Guerra, que inspiró sus libros de poesía Angustia (1916) y Caos (1919), y se interesó por la posterior evolución de las
vanguardias artísticas, en especial el cubismo y el expresionismo. Centradas en
el pesimismo ante la vida y en una mezcla de miedo y nostalgia ante un Dios
todopoderoso que condiciona al hombre, sus complejas novelas están sin embargo redactadas
con una prosa ágil y amena. Las más conocidas se sitúan en contextos
históricos. Así, El verdugo (1933) es
una metáfora del poder de las dictaduras trasladada a la Edad Media, en El enano (1944) se narran sus crueles
acontecimientos en una corte italiana del Renacimiento, y La sibila (1956) es un diálogo entre una pitonisa sin fe expulsada
del santuario de Delfos y un caminante que conversó con Cristo en sus últimos
momentos.
La admiración de Lagerkvist por el expresionismo se deja sentir en Barrabás, la obra que impulsaría a la
Academia sueca a concederle el Nobel al año siguiente de su publicación.
Barrabás –no sé si hay otro nombre más sonoro en castellano- surge de una celda
oscura y retornará a otra casi al final, en Roma. Deambula por lugares muy
duros apenas iluminados: sótanos, una mina, catacumbas, las tinieblas que
rodean al Calvario, o la noche en la que espía la muerte no menos terrible de
su amigo por ser fiel a sus creencias.
Un aire nórdico arrastra el complejo de culpa,
el problema de Dios. El texto recuerda en ocasiones algunas imágenes de Bergman,[2] o a
pasajes dramáticos del hoy olvidado Maxence Van der Meersch. Barrabás carece de
inquietud religiosa. Son otros quienes se la despiertan mediante testimonios
inventados o no, más o menos confusos. Él no los entiende, los reinterpreta
como puede, y tantea a ciegas su mundo interior. Una cuestión universal. A lo
largo de la novela el sentido de la vista es un símbolo importante: Sahak, el
compañero en la mina, busca a Cristo a través de los ojos de Barrabás, que lo
vieron, y los personajes más abiertamente negativos son el ciego que provoca
una lapidación, así como un tuerto que denuncia a los cristianos.
Barrabás es primario, hosco, e individualista.
Se mueve en tierra de nadie. Tras ser liberado, sospecha que algo puede cambiar
su vida e intenta ir contra corriente. Un sentimiento religioso podría mitigar
su aislamiento. Se interesa por la comunidad cristiana de Jerusalén, que le da
la espalda al saber de quién se trata. “Todas esas personas estaban
estrechamente ligadas entre sí por la fe común y se esmeraban en no dejar
penetrar en su grupo a quien no la compartía”. Posteriormente será rechazado en
un templo romano. Leemos también que el sanedrín empieza a considerar a los
cristianos como un problema, cuando prevé que los leprosos accederán al templo.
Además de integrar, la religión puede excluir.
La novela es en sí un relato devastador sobre
la soledad del hombre:
“Al volver por la Vía Apia a la ciudad, en
plena noche, se sintió muy solo. No porque nadie caminara a su lado ni porque
nadie fuera a su encuentro, sino porque estaba solo en la noche infinita que
cubría la tierra, solo entre los vivos y entre los muertos”.
Los evangelios mencionan personajes de los que
se desea saber más ¿Qué fue de Lázaro, de Salomé, o de Poncio Pilato? Barrabás es una novela breve. En unas
cien páginas, sin capítulos, se aventura qué pudo ocurrir con el bandido, un
personaje que se coló en la Historia ajeno a su voluntad. Desconcertado tras
asistir al drama del Calvario, regresa a su entorno para descubrir que una
chica de la que abusó, marcada desde su nacimiento por un labio partido, es
seguidora del Nazareno. Ella ha cambiado su actitud ante la vida y será
lapidada. Nunca sabemos cómo se llamaba. En realidad, de muy pocos personajes
se da el nombre. Adivinamos que es Lázaro a quien visita para cerciorarse de
que un muerto pudo volver a la vida; es una buena escena, con un diálogo que permite
entrever la formación protestante de Lagerkvist.
La Virgen, descrita en el Calvario con un rostro “tosco y cetrino”, se menciona
por Lázaro de pasada: “Sí, hay otros que no creen. Su madre, que ayer vino a
verme, tampoco cree”.
La ejecución de la chica desencadena la huida
de Barrabás de Jerusalén. Su rudeza haciendo el amor es un modo de afirmar que
está vivo. Vuelve al pillaje y descubrimos que, sin saber quién era, asesinó a
su padre -otro rufián- y que su madre murió renegando al dar a luz en un
callejón.[3]
Maldecido nada más nacer, y con la carga amarga de haber salvado su vida a
costa de la de Cristo, se convierte en una especie de judío errante, un mito
que Lagerkvist retomará en La muerte de Ahasverus (1960).[4]
Con todo, la ternura asoma en el protagonista.
Al llevar a la chica en brazos para enterrarla en el desierto junto al hijo de
ambos, y mucho después en la mina, manteniéndose vigilante para que su
compañero pueda orar sin peligro y arañe el nombre de Cristo
detrás de su medallón de esclavo. Renegará de Él, ante la posibilidad de ser
ejecutado. Ya viejo, el tachón pendiendo sobre su pecho resume su dilema moral.
Soñará aterrado que su compañero desaparecido reza por él desde las sombras.
Como en Espartaco,
el final es demoledor. Cuando se
encadena a los condenados por parejas, al ser el grupo un número impar y quedar
el último, Barrabás caminará solo hasta su destino.
[1] Por ejemplo El gran pescador
(1949) y La túnica sagrada (1942), de
Lloyd C. Douglas. Este último libro fue en su día un éxito considerable, pero
los años han sido inclementes con él y con la película de 1953. Y eso que el
tema de fondo no carece de interés: reconocer un gran error, y dedicar el resto
de la propia vida a enmendarlo. Un argumento que el escritor ya había abordado
en Magnificent Obsession (1929).
[2] Existe una adaptación sueca de Barrabás,
dirigida por Alf Sjöberg a los dos años de la concesión del Nobel. Sjöberg
había dirigido Tortura (Hets) en
1944, con guión de Ingmar Bergman.
[3] La cruel historia de los padres aparece como un recurso extraño en la
novela. Es la única información que se da directamente al lector y desconoce
Barrabás.
[4] Es la primera novela de una trilogía que completan Peregrino en el mar (1962) y La tierra Santa (1964).
Barrabás es una novela magnifica que me descubrió a Lagerkvist
ResponderEliminarPues sí que lo es, Evelio. El problema es que tanta novela histórica actual puede hacer que se olvide "Barrabás". Que es otro tipo de relato. Hay al menos un "Barrabás" de Sean Young y un cuento de Uslar Pietri con el mismo título, para liar más la cosa.
ResponderEliminarHe buscado La Sibila durante años. Al menos ahora sé algo más
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