Escritor universal,
Stevenson lo mismo nos incita a buscar tesoros, o a viajar por los mares del
sur, como nos aventura por la historia medieval, incluso nos aterroriza con el
lado oculto de la personalidad humana. Escribió a lo largo de su vida
narraciones de viajes, novelas de aventuras e históricas, y muchos relatos,
unos jocosos, como El club de los
suicidas (1882), y otros de misterio
y fantasía, mostrando la parte oscura de
la humanidad, como en El extraño caso de
D. Jekyll y Mr Hyde (1886). Es ese lado oculto y perturbador el que se
muestra en los dos relatos que reúne esta edición: Markheim (1884) y Olalla
(1885).
Markheim es un inquietante
relato breve, en el que tras un asesinato, en lucha consigo mismo, el asesino desdobla
su personalidad para analizar su acción, creando un alter ego demoníaco que, al
igual que en El alegre rincón, un
relato de Henry James, se hace visible a la mirada de un hombre que lucha con
su voluntad y su razón: «Quizás tenía un velo delante de los ojos, pero a él le
parecía que los contornos del recién llegado fluctuaban como ocurría con los
ídolos de la tienda de antigüedades a la luz de las velas. Por momentos tenía
la impresión de conocerlo. Y por momentos creía encontrar cierto parecido
consigo mismo. Y todo el tiempo, como un palpitante bulto de miedo, sentía
crecer en lo más profundo de su ser la convicción de que no se trataba ni de
algo de este mundo, ni de algo concebido por Dios. Pese a ello, la criatura
tenía un extraño aire familiar mientras miraba a Markheim con una sonrisa.» (pp.
36-39).
Escrito para una publicación navideña, resulta francamente perturbador, como un dickensiano Scrooge terrorífico, o como un británico Raskolnikov. Dostoievski en un marco de Dickens. Pero sobre todo, es una profunda inmersión reflexiva sobre el asesinato, las tendencias hacia el bien y el mal, alojadas dentro de la misma persona, lo que podría considerarse como un germen de su posterior Jekyll y Hyde.
Escrito para una publicación navideña, resulta francamente perturbador, como un dickensiano Scrooge terrorífico, o como un británico Raskolnikov. Dostoievski en un marco de Dickens. Pero sobre todo, es una profunda inmersión reflexiva sobre el asesinato, las tendencias hacia el bien y el mal, alojadas dentro de la misma persona, lo que podría considerarse como un germen de su posterior Jekyll y Hyde.
Olalla, sin embargo, es otro
tipo de narración, mucho más onírica, fantástica y misteriosa, aunque también
publicada por Navidad. En ella Stevenson apenas da detalles sobre el
protagonista, salvo que es un soldado herido/enfermo que necesita
recuperarse y le es sugerida una residencia en España, un caserón perdido en medio de la meseta, propiedad
de una familia de rancia tradición y abolengo, venidos a menos. Instalado en la
mansión, tiene el trato con el hijo, Felipe, un medio idiota que hace las veces
de criado, cochero y agricultor, transita por los aposentos vacíos y pasa mucho
tiempo antes de conocer a la madre, personaje esquivo y somnoliento, con
aspecto de demencia feliz, pero de reacciones sorprendentemente agresivas.
Finalmente consigue ver a la hija, la joya de la familia, Olalla, bellísima
joven de la que nuestro protagonista se enamora inmediatamente al percibir su
mirada.
Toda la narración
se mueve entre las brumas de la noche o las brumas de la imaginación, gritos
pavorosos desconocidos y miradas brillantes de la joven, el sueño y la vigilia.
Imágenes que nos evocan Cumbres borrascosas,
o El castillo de Dragonwitz, incluso Jane Eyre…. o la Casa Usher de Poe. Olalla,
que parece ser la única razonable de la familia, a pesar de la atracción
que siente por el visitante, y quizás por el amor que le profesa, le conmina a
huir de allí, alejarse, por su propia salvación. «De un salto, Olalla se aferró
a mí. Las montañas fluctuaron a mi alrededor, la tierra se estremeció; una
corriente de emoción atravesó todo mi cuerpo y me dejó ciego y aturdido» (pág.
117).
La constante tensión dramática entre lo imaginario y lo real, la atracción por lo misterioso y oscuro, es el leit motiv de la narración, enmarcados en una naturaleza ora tempestuosa y agresiva, ora luminosa y soleada, llena de bonanza.
La constante tensión dramática entre lo imaginario y lo real, la atracción por lo misterioso y oscuro, es el leit motiv de la narración, enmarcados en una naturaleza ora tempestuosa y agresiva, ora luminosa y soleada, llena de bonanza.
La edición, de
impecable traducción (Juan Sebastián Cárdenas), incluye una serie de ilustraciones, en aguada y tinta
negra, imágenes de marcada expresividad,
quizás demasiado esquemáticas, pero ciertamente estremecedoras; ahora
bien, el conjunto resulta un verdadero regalo de Navidad para los lectores.
Hijo de un
ingeniero, R.L.Stevenson (Edimburgo,
1850-Samoa, 1894) se licenció en Derecho en la Universidad de Edimburgo, aunque
nunca ejerció su profesión. Viajó continuamente, y sus primeros libros son
descripciones de algunos de estos viajes. En California conoció a Fanny Osbourne,
una dama estadounidense diez años mayor que él, divorciada, con quien contrajo
matrimonio en 1879. Publicó poco después La isla del tesoro (1883),
su primera novela. Tras un temporada en Suiza y en la Riviera francesa, regresaron
a Gran Bretaña en 1884, permaneciendo allí hasta 1887, y publicando dos de sus
novelas de aventuras más populares. En 1888 un crucero de placer por el sur del
Pacífico los condujo hasta las islas Samoa. Y en aquel paradisíaco lugar
decidió vivir con su esposa hasta su muerte, venerado por los nativos, que le
bautizaron como Tusitala: el contador de historias.
Ariodante
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