Frank
Miller es uno de los autores más importantes del cómic
americano de los últimos años y también uno de los más controvertidos. Tras
producir algunas de las obras más relevantes del género superheroico a mediados
de los años 80 y emprender tras ello una exitosa carrera distanciado del mismo,
sus trabajos más recientes han dividido a crítica y público entre aquellos que
siguen situándolo en la vanguardia del medio y quienes consideran que su genio
se ha agotado. Las dos obras que analizaremos a continuación, Batman: El regreso del Señor de la Noche (1986) y su secuela
Batman: El Señor de la Noche
contraataca (2001) ilustran a la
perfección estos dos momentos de su carrera, así como la controversia que su
figura suscita.
El criminal
bajo la máscara
En el año 1986 vieron la luz dos títulos que
resultarían esenciales en la evolución del tebeo de superhéroes: Watchmen
de Alan Moore y Dave Gibbons y Batman: El regreso del Señor de la Noche de Frank Miller[1].
Aunque muy diferentes en forma y fondo, ambas obras compartían una visión del
género que superaba los límites a los que hasta entonces éste se había ajustado
y determinaron su evolución en los años siguientes. Sin embargo, estas dos
obras no surgen únicamente del genio creativo de sus autores, sino que en buena
medida vienen instigadas por la evolución del género en los años previos. Los
tebeos de superhéroes habían ido transformándose desde la simplicidad de sus
orígenes, en los años 40 del siglo XX, hacia relatos cada vez más complejos y
en los que cada vez tenían cabida elementos más realistas. El surgimiento con
fuerza de Marvel Comics en la década de los 60 había introducido una nueva
dimensión en la caracterización del estereotipo superheroico, creando
personajes más humanos, sensibles e inseguros, al tiempo que los argumentos se
involucraban en temas socialmente relevantes hasta ese momento inéditos en el
género, como la drogadicción o las tensiones raciales. A medida que el género
ganaba realismo se ponían de manifiesto las contradicciones que encerraba,
hasta que llegó el momento de formularlas de manera clara y explícita.
Consciente de que el universo ordinario de Batman no
le permitiría desarrollar la historia con todas sus consecuencias, Frank Miller se planteó El regreso
del Señor de la Noche
como una serie limitada situada fuera de la continuidad oficial del personaje.
Ambientada en un futuro próximo, el autor dota al entorno de una serie de
rasgos que nos permiten calificar a la obra como una distopía: Gotham se ha
convertido en una ciudad inhóspita, asediada por un grupo de delincuentes
comunes conocidos como “los mutantes”, ante la insuficiencia de la actividad
policial y la inoperancia de las autoridades locales. No hay ya superhéroes en
activo que puedan desequilibrar la balanza en favor del orden y la justicia.
Aunque no se explicita con claridad, se menciona un “Subcomité” y una
“comparecencia” ante la “Asociación de Padres Americanos”[2],
sugiriendo que ha tenido lugar una caza de brujas que ha obligado a los héroes
enmascarados a abandonar su actividad. En este contexto, un Bruce Wayne de 55
años que lleva una década retirado de su actividad justiciera se enfrentará a
una serie de signos que le llevarán a asumir de nuevo el manto del murciélago.
Así planteado, podría tratarse de una nueva versión
del tradicional ciclo de caída y redención, un tópico argumental al que Miller ha sabido sacar partido en
distintos momentos de su carrera[3]. Y
sin dejar de serlo, el autor fue capaz de ponerlo al servicio de una lúcida
reflexión sobre los estereotipos superheroicos, dotando a la obra de una nueva
dimensión y, como más adelante se demostraría, de una poderosa fuerza
transformadora.
Uno de los ejes centrales de la obra es, como
señalábamos, la prohibición de la actividad superheroica, aspecto que, no por
casualidad, aparece también en Watchmen. Además de por su interés
argumental, dicha premisa deriva en ambos casos de un juicio realista de la
figura del superhéroe que hasta ese momento no se había formulado de forma
clara, pese a ser evidente: los superhéroes son delincuentes. Carecen de título
legitimador para ejercer la violencia y su actividad no se rige por normativa
alguna sino por un código ético individual que no tiene por qué coincidir con
lo que dispone el ordenamiento jurídico, ni siquiera con el sentir social
mayoritario[4]. Sus buenas intenciones o
su deseo de cooperar con las autoridades no impiden que sus actos sean
esencialmente ilegales[5].
Aunque Miller escatima los detalles,
deducimos que los superhéroes han sido forzados a cesar en su actividad por la
presión social y política. Sólo uno de ellos continúa en activo, Superman, que
trabaja bajo el paraguas legal que le proporciona el gobierno norteamericano
aunque no de manera pública, sino como agente encubierto. Su posición es fruto
de una transacción y, por tanto, de una renuncia al menos parcial a sus
convicciones: “Les di mi obediencia y mi invisibilidad. Me dieron una
licencia y nos dejaron vivir. No, no me gusta, pero puedo salvar vidas y los
medios guardan silencio”[6].
Es el Presidente de los Estados Unidos, de sospechoso parecido físico a Ronald
Reagan, quien, en un tono paternalista, le encomienda misiones secretas, por lo
general en el ámbito internacional, garantizando la hegemonía mundial de
Norteamérica.
La vuelta a la actividad del Hombre Murciélago
propiciará la confrontación entre dos arquetipos, uno representativo de la
legalidad (Superman) y otro de la justicia (Batman). Frente a un Superman
posibilista, que delega en las autoridades públicas la decisión acerca de sus
propias acciones a cambio de hacer el bien dentro de los márgenes legales,
Batman mantendría una postura idealista, que tan sólo se rige por sus propias
convicciones acerca de lo que es o no justo. La posición de Miller al respecto no es en absoluto
neutral, la construcción del relato acerca al lector al punto de vista del
Hombre Murciélago, haciéndolo partícipe de su resurgimiento y su cruzada por
traer de nuevo el orden a la ciudad de Gotham. No obstante, y probablemente ahí
reside buena parte de la grandeza de la obra, Miller no renuncia a exponer también los aspectos más oscuros de su
actividad justiciera.
Así, El regreso del Señor de la Noche nos muestra a un
Bruce Wayne/Batman perfectamente consciente de la ilegalidad de su conducta y
de la actividad superheroica en general. La comparecencia de Batman ante “el
Subcomité” para responder por sus acciones es relatada por Superman en los
siguientes términos: “tú fuiste el que
rió con risa que asusta. Claro que somos criminales, dijiste, tenemos que serlo”[7]. A
esta clara impugnación de la legalidad habría que unir un desprecio absoluto
por las garantías jurídicas. Persiguiendo a un delincuente, éste, al saberse
atrapado, dice: “¡No! ¡Atrás! Tengo
derechos…”, a lo que Batman responde: “Tienes
derechos, muchos derechos. A veces los cuento sólo para desesperarme un poco”[8].
En coherencia con su desprecio hacia el ordenamiento jurídico, Batman se rige
únicamente por su personal código ético y no reconoce otro título de
legitimidad que el ejercicio de la violencia. Como si de una horda de alimañas
se tratase, Batman desactiva la amenaza de “los mutantes” derrotando a su líder
en combate directo y sustituyéndolo como jefe de la manada. En el tramo final
del relato, Gotham sufre el asedio de un Joker también retornado, que sume a la
ciudad en el caos privándola de acceso a cualquier fuente de energía. El
retroceso de la urbe a un estado de naturaleza es aprovechado por Batman quien,
en una expresiva proclamación de su talante antidemocrático, se dirige a sus
acólitos mutantes, ahora reconvertidos en “los hijos de Batman”, proclamando: “Esta noche somos la ley, esta noche yo soy
la ley”[9]. Por si no fuera
suficiente, Miller representa el
asalto del Hombre Murciélago a la ciudad montado a caballo, en una imagen que
lo asemeja a las figuras ecuestres de caudillos pre (o anti) democráticos.
Como no podría ser de otra forma, la contraposición
entre el héroe fascistoide e indómito (Batman) y su versión pacata y adocenada
(Superman) se salda con un enfrentamiento directo cuya resolución, de tono
épico, encaja con el enfoque del relato y también con los gustos de Miller, si bien el inciso final se
podría considerar incluso ingenuo, al sugerir una reconciliación tácita entre
ambos. Miller invita al lector a
identificarse con un personaje de conducta y valores poco aseados desde una
óptica democrática, cultivando una ambigüedad y ambivalencia moral a la que
sacaría mucho partido en su obra posterior y que conduciría a juicios enfrentados
acerca de la ideología que sostiene su obra.
La recepción de El regreso del Señor de la Noche en su día no fue
tan unánime como puede parecernos en la actualidad. Frente a un consenso
prácticamente general entre la crítica respecto a su calidad hubo también voces
disonantes entre los aficionados, poco dispuestos a dejarse llevar por la
versión extrema de Miller de unos
personajes que nunca hasta ese momento habían sido contemplados con tan poca
complacencia. Aunque parezca una paradoja, la interacción de esta obra con su
contemporánea Watchmen desorientó a
la industria norteamericana que, incapaz de asimilar la carga transformadora de
dichos trabajos, inundó los cómics de superhéroes descreídos y ultraviolentos,
dando lugar a una de las peores etapas del género en su larga existencia.
Apenas un par de años más tarde, Miller dejaría de trabajar
con Marvel y DC para publicar con editoriales menores sus propias creaciones,
obras sobre las cuales tendría un control creativo y legal absoluto. La
trilogía de Martha Washington, Sin City o 300 obtendrían juicios
críticos dispares, pero mantendrían al autor como uno de las referencias
ineludibles del panorama norteamericano durante la década de los 90, lo cual
contribuyó a que el anuncio de una secuela de El regreso del Señor de la Noche fuese recibido con
las más altas expectativas.
Si no puedo
llevar mallas tu revolución no me interesa
Entre 2001 y 2002 se
editaría Batman: El Señor de la Noche contraataca[10], miniserie en
tres partes que vería la luz cuando se cumplían quince años desde la
publicación de su predecesora, cuyo prestigio e influencia no había dejado de
crecer desde entonces. De igual modo que aquella se centraba en la
confrontación entre legalidad y justicia e indagaba en la legitimidad de los
héroes enmascarados, su secuela gira en torno a otro de los aspectos
tradicionalmente controvertidos del género: la falta de conciencia política del
superhéroe.
La acción se sitúa tres
años más tarde de lo acontecido en El regreso del Señor de la Noche. Los rasgos distópicos del
entorno se acentúan, hasta el punto de convertir a los Estados Unidos en un
estado totalitario cuyo presidente, Rick Rickard, no existe realmente, sino que
es una imagen generada por ordenador tras la que se esconde Lex Luthor, archienemigo
de Superman. Tras un trienio operando en la sombra, Batman vuelve a exponerse
al público, perpetrando una serie acciones cuyo fin último es subvertir el
régimen establecido y sustituirlo por un orden nuevo, yendo mucho más allá de
lo que un superhéroe tradicional se atrevería. Efectivamente, pese a contar con
superpoderes que les permitirían transformar el mundo, los superhéroes se han
limitado tradicionalmente a reaccionar frente a agresiones externas de
delincuentes o supervillanos, renunciando a modificar activamente el orden
social. Dicha actitud encierra una cierta contradicción, puesto que la
diferencia entre hacer justicia a pequeña escala (deteniendo a malvados) y
pretender imponer un orden social nuevo es sólo de grado o, dicho de otro modo,
si alguien se considera legitimado para imponer su personal concepto de
justicia en lo concreto, es cuestión de tiempo que intente hacerlo globalmente.
Pese a ello, el superhéroe canónico se caracteriza por separar radicalmente
ambos tipos de intervención, limitando su acción exclusivamente a la primera y
considerando ilegítima la segunda.
Para plantear este dilema, Miller recurre a un personaje de nueva
creación, Lara, hija del kryptoniano Superman y la amazona Wonder Woman,
superpoderosa como ambos, que no ha sido criada en sociedad y por tanto no está
contaminada por la moral social dominante. Lara se pregunta: “Los humanos lo
destrozan todo (…), se matan entre ellos. Por su propio bien,
¿por qué no tomamos el control de las cosas?”, a lo que Superman, henchido
de pensamiento superheroico tradicional, responde: “¿Para qué? ¿Para
hacerlos esclavos? Eso es lo que hacen los malos (…). No dirigimos el
mundo. Lo compartimos. Con suerte lo servimos”. Esa posición merece el
escarnio de Batman: “Usas una lógica circular, como siempre, Clark. Caminas
hacia atrás a partir de una conclusión estúpida. Repites lo que mamá y papá
Kent te enseñaron, sin reflexionar”[11].
Su posición al respecto la encontramos unas páginas antes: “Nos pasamos toda
la vida mirando hacia el lado equivocado. Yo cazaba atracadores y ladrones
mientras los auténticos malvados se hacían con el poder sin oposición alguna (…).
No se puede liberar al planeta y tener a todo el mundo contento”[12].
Así pues, Batman se propone dejar de poner remedio a los síntomas y atacar la
enfermedad en su origen, es decir, tomar la iniciativa, arrebatar el poder a
quien lo usurpa e imponer un orden social nuevo. El tradicional defensor del statu
quo se ha transformado en revolucionario, pero ¿qué tipo de revolución es
la suya?
Como buen caudillo
revolucionario, Batman cuenta con su propia guerrilla: los Batboys, los “mutantes” de El regreso del Señor de la Noche, dirigidos con
firmeza marcial por Catgirl, que en aquella historia asumiera el papel de
Robin. Con su ayuda y empapado en una verborrea explícitamente bélica[13],
ganará para su causa a una serie de superhéroes que hasta ese momento estaban
retirados o se hallaban prisioneros (el Átomo, Flash o el Hombre Elástico entre
los más significativos). El regreso a la esfera pública de los héroes
enmascarados y la incapacidad del régimen de Luthor para ocultar sus acciones
hacen que resurja el debate social acerca de su legitimidad que centró la
primera entrega de la saga, lo que es aprovechado por Batman para atraer al
gran público hacia su cruzada. Sin embargo, el Hombre Murciélago no pretende
convencer los ciudadanos sino buscar una
adhesión intuitiva y superficial a sus posiciones, “aprovechar un capricho,
una moda pasajera… y convertirlo en una revolución”[14].
Prueba de ello es la importancia que tienen en la renovada popularidad de los
héroes enmascarados las supertías, tres superheroínas que aparecen
repetidamente en televisión explotando con descaro su encanto sexual. Como buen
populista, Batman explota la erótica del superhéroe (sexo y poder) para mover a
las masas, hasta el punto de comparecer ante ellas y gritar: “¡Niños, poneos
vuestras mallas y machacadles!”[15].
Probablemente lo más
significativo del desenlace de la obra sea que Superman toma conciencia de su
condición extraterrestre y abandona sus tesis, las del superhéroe tradicional,
para sumarse a las de Batman. “Papá, mamá, os equivocasteis (…). Yo
no soy uno de ellos. Yo no soy humano (…). No soy el criado de
nadie. No soy el esclavo de nadie. No seré gobernado por las leyes de los
hombres. No soy un hombre. Soy Superman”[16].
Liberándose de su humanidad, el Hombre de Acero deja atrás los límites que le
imponía su educación judeo-cristiana y se convierte en un superhombre nietzscheano,
que se sitúa más allá del bien y del mal e impone su voluntad porque puede
hacerlo. Dueño absoluto de sus deseos y convencido de su derecho a hacerlos
realidad, Superman contempla el mundo en compañía de su hija y se pregunta: “¿Qué
hacemos exactamente con nuestro planeta, Lara?”[17].
De nuevo, Miller invita al lector a
preguntarse si los héroes con los que simpatiza son de fiar.
Si
El regreso del Señor de la
Noche fue recibido con cierta controversia, El Señor
de la Noche
contraataca se topó desde el primer momento con una crítica tibia, cuando
no abiertamente negativa, y un fuerte rechazo entre el público. Sólo
recientemente, cuando ya han pasado más de diez años desde su publicación
original, comienza a consolidarse una corriente crítica que defiende el valor
de la obra. Entre los factores que explican este rechazo mayoritario y, en
ocasiones, visceral, debemos referirnos al planteamiento excesivo y
grandilocuente a que responde toda la obra. Si su antecesora destacaba por su
la sólida estructura y un equilibrado desarrollo argumental, El Señor de la Noche contraataca es una obra extrema, frenética y repleta de excesos
hiperrealistas. Miller abandona
cualquier contención y suma a un relato descabellado un registro gráfico de trazo duro y
caricaturesco, en el que los colores estridentes y unos ostentosos efectos
digitales sustituyen al tono sombrío de la primera entrega de la saga. Los
parámetros gráficos del género se deforman en la misma medida en que se
retuercen sus premisas argumentales. Entre esta obra y su predecesora
han transcurrido quince largos años en los que Miller ha experimentado una honda evolución como autor y el propio
género superheroico se ha transformado notablemente, en buena medida por la
propia influencia de El regreso del Señor
de la Noche. Aunque parezca una paradoja, para mantenerse fiel a los
principios que inspiraron aquella obra, el autor debe cambiar radicalmente su
discurso.
Se diría que buena parte de
la incomprensión que provoca la obra deriva de la resistencia de ciertos
lectores a contemplarla como una degeneración del tebeo superheroico
tradicional, degeneración que no duda en presentarse como parodia en momentos
determinados. ¿Con qué actitud debe abordarse un cómic en el que la Tierra se estremece
literalmente mientras Superman y Wonder Woman mantienen sexo aéreo? Si El regreso del Señor de la Noche conseguía
trascender los parámetros del género desde dentro, El Señor de la Noche contraataca
es una obra concebida ya desde fuera de las convenciones superheroicas que,
como un espejo deformante, pretende mostrar como extraño, feo o ridículo
aquello que con una óptica tradicional se presentaba como armonioso. Aunque en
ocasiones resulte difícil atravesar el grueso caparazón de la obra, tomarla por
un puro disparate es un error. Bajo la capa de confusión y ruido, la obra
reflexiona sobre el arquetipo superheroico como lo hacía su precedente, con la
que mantiene una continuidad y coherencia indiscutibles.
Conclusión
A pesar de la distancia
temporal que separa a las dos obras, de sus diferencias formales y de
contenido, de la disparidad de juicios críticos suscitados y de su desigual
repercusión, son también muchos los rasgos que El regreso del Señor de la Noche y El Señor de la Noche contraataca
comparten y que aconsejan una lectura conjunta. Ambas le han valido a Frank Miller para exponer su personal
visión de la figura del superhéroe, desafiando al lector habitual del género
tanto por la contundencia de los argumentos como por su arriesgado acabado
gráfico. La riqueza de los contenidos, la ambigüedad de algunas de sus posiciones
y su capacidad para generar controversia, en el mejor sentido de la palabra, son
otros aspectos que ambas obras tienen en común. Sigue habiendo motivos, por
tanto, para volver a leer ambas obras con
actitud abierta y desprejuiciada, pudiendo constatar además la evolución
artística de uno de los autores más influyentes y carismáticos del panorama
norteamericano actual.
BIBLIOGRAFÍA
MILLER, FRANK (2001): Batman, el regreso del Señor de la Noche, Norma, Barcelona.
MILLER, FRANK (2002): Batman,
el Señor de la Noche
contraataca 1, Norma, Barcelona.
MILLER, FRANK (2002): Batman,
el Señor de la Noche
contraataca 2, Norma, Barcelona.
MILLER, FRANK (2003): Batman,
el Señor de la Noche
contraataca 3, Norma, Barcelona.
[1] Originalmente titulada Batman: The Dark Knight returns, la obra ha sido traducida al
castellano bajo títulos diversos. Aquí emplearemos el elegido en la edición que
manejamos a efectos de cita, MILLER,
FRANK (2001): Batman, el regreso del Señor de la Noche, Norma, Barcelona.
[3] Es el caso de otras obras del autor como Daredevil:
Born again, Ronin o el posterior Batman: Año Uno.
[4] A Miller le
basta una viñeta para exponer esta cuestión, cuando nos muestra a un encuestado
anónimo en la pantalla de un televisor proclamando: “¿Batman? Sí, me encanta. Está calentando traseros, eso es bueno… Es
algo que la poli no hace. Espero que ahora vaya a por los maricas”. MILLER, FRANK (2001), p. 45. ¿Y si este
hombre fuera Batman u otro superhéroe? ¿Por qué no habría de incluir en su
agenda justiciera la persecución de la homosexualidad?
[5] Pese a que existe una familia de figuras superheroicas
que dependen de las autoridades públicas (gobiernos o autoridades
internacionales) que quedarían fuera de esta afirmación, el contar con respaldo
legal o legitimidad democrática no es en ningún caso un elemento constitutivo
del arquetipo superheroico.
[9] MILLER,
FRANK (2001), p. La frase emparenta a
Batman con el Juez Dredd, justiciero fascista de cómic por excelencia, que
suele manifestarse en idénticos términos.
[10] Como en el caso de su predecesora, la obra ha sido
traducida al castellano bajo títulos diversos, siendo su denominación original Batman: The Dark Knight strikes again. De nuevo, emplearemos la
denominación de la edición que manejamos a efectos de cita.
[12] MILLER,
FRANK (2002): Batman, el Señor de la
Noche contraataca 2, Norma, Barcelona, p. 53. Pese a la
frescura del enfoque, no era la primera vez que se exponía un punto de vista
semejante dentro del ámbito superheroico. A modo de ejemplo, la cabecera The Authority,
creada en 1999 por el británico Warren
Ellis, respondía a un planteamiento muy semejante y su segunda etapa,
guionizada por Mark Millar y
estrenada en 2000, se abría con la expresiva frase: “¿Por qué los supertipos nunca van detrás de los auténticos hijos de
puta?”. Vid. ELLIS, WARREN
y HITCH, BRYAN (2006): The Authority Vol.1, Norma, Barcelona
y MILLAR, MARK y QUITELY, FRANK (2007): The Authority Vol.2. Norma, Barcelona.
[13] A modo de ejemplo, “empieza la guerra”, “esta
es mi guerra y seguimos mi estrategia”
o, dirigiéndose a Catgirl, “buena chica,
buen soldado”, en MILLER, FRANK
(2002): Batman, el Señor de la Noche contraataca 1,
Norma, Barcelona, pp.33, 52 y 57.
[15] Ídem.
[17] Ídem, p. 75.
Hace mucho que no releo esta historia. El caso es que he visto hace unos días la adaptación animada que se ha hecho de la primera parte y está bastante lograda.
ResponderEliminarHojeándola, sigue sin gustarme el colorido de Lynn Varley y me llaman la atención cada vez más los dibujos que abarcan toda una página. Sé que la imagen frontal de Batman a caballo es un homenaje a Gosek Kojima, y acabo de ver que una de Superman esá tomada de un relieve de Arno Breker. Esto último no sé si es ironía, homenaje o las dos cosas a la vez.
La obra es un poco batiburrillo, y para mí no está tan lograda con Watchmen. Pero lo cierto es que hay detalles formidables como el de la pobre mujer asaltada en el metro a la que roban la caja de lápices que iba a regalar a su hijo.
No creo que vaya a leer nunca la segunda parte. Parece que Miller últimamente se regodea con sus carencias como dibujante. Me pregunto siempre qúé tal envejecerá esta obra. Sigo prefiriendo a Neal Adams -en sus buenos tiempos-, qué le voy a hacer.