En muchas de las distopías se presenta un panorama terrorífico lejano, se describe una situación que, a pesar de ser posible, es poco probable, ya que se retuerce en exceso la realidad. Sin embargo, lo sorprendente de esta obra de London radica en lo inquietantemente real que parece hoy en día.
¿Por qué hay bastantes más libros dedicados a las distopías que a las utopías? Esta fue la primera pregunta que me planteé nada más conocer la temática del número de otoño de la revista. Reflexionando sobre el universo utopías y distopías, llegaba una y otra vez a la misma conclusión en cuanto a la proliferación de las segundas con respecto a las primeras: las distopías son más abundantes porque es mucho más atractivo imaginar un futuro imperfecto, donde normalmente algún tipo de estado tiene acogotada a la humanidad, que malvive y que ha dejado de disfrutar de todas las bondades que la sociedad en la que vive el escritor le ofrece. Sería algo así como que el escritor crea una distopía para cargarse de razón al pensar que el porvenir será peor que el presente. Por este procedimiento, se convertirían las distopías en libros de autoayuda que nos levantan el ánimo para poder enfrentarnos a los desastres que vivimos día a día.
Sin embargo, mi postura cambió o se amplió tras leer la novela utópica La inocencia perdida de Arthur C. Clarke donde me encontré con una idea que me abrió los ojos: las utopías acaban llevando el aburrimiento a la humanidad. Inmediatamente pensé que este es el motivo principal por el que el número de obras distópicas es superior al de obras utópicas, el motivo que hace que los escritores se alejen de las aburridas utopías y caigan en los apocalípticos brazos de las distopías.
Si pensamos en distopías siempre le vienen a uno a las mientes los clásicos, y entre ellos hay algunos archiconocidos que seguramente ya habréis empezado a enumerar mentalmente. Entre estos clásicos, uno de los más conocidos y nombrados es 1984 de George Orwell, donde el Gran Hermano omnipresente lo vigila todo dentro de un estado totalitario del mismo corte comunista que aquel en el que se basó su autor. Ha sido tanta la fuerza de esta obra y ha causado una huella tan honda en el subconsciente colectivo que siempre que pensamos en un tipo de sociedad controlada por el estado nos vamos involuntariamente a esta imagen orwelliana.
Con 1984 nos embarcamos en una lucha para escapar de una situación ya establecida desde el inicio de la obra: el dominio absoluto del estado pero sin conocer cómo se ha llegado hasta esa situación. Por el contrario, a lo largo de la lectura de El talón de hierro (The Iron Heel - 1908), de Jack London, vamos descubriendo la evolución de los acontecimientos y el proceso por el cual el estado llega al dominio absoluto. El talón de hierro tiene un planteamiento completamente diferente al clásico de Orwell: nos lleva de la mano a través del proceso que desencadena un estado totalitario, vamos descubriendo las razones y los porqués del nefasto final para la sociedad que el autor plantea.
¿Cómo es posible que ambos escritores, de ideologías semejantes, acaban describiendo dos estados totalitarios diametralmente opuestos: una dictadura de derechas frente a una dictadura de izquierdas? Pienso que la razón es exclusivamente el tiempo que les tocó vivir: London no llegó a conocer los terribles desmanes que Stalin, en nombre del comunismo, provocó, mientras que Orwell los vivió en carne propia.
Con 1984 nos embarcamos en una lucha para escapar de una situación ya establecida desde el inicio de la obra: el dominio absoluto del estado pero sin conocer cómo se ha llegado hasta esa situación. Por el contrario, a lo largo de la lectura de El talón de hierro (The Iron Heel - 1908), de Jack London, vamos descubriendo la evolución de los acontecimientos y el proceso por el cual el estado llega al dominio absoluto. El talón de hierro tiene un planteamiento completamente diferente al clásico de Orwell: nos lleva de la mano a través del proceso que desencadena un estado totalitario, vamos descubriendo las razones y los porqués del nefasto final para la sociedad que el autor plantea.
¿Cómo es posible que ambos escritores, de ideologías semejantes, acaban describiendo dos estados totalitarios diametralmente opuestos: una dictadura de derechas frente a una dictadura de izquierdas? Pienso que la razón es exclusivamente el tiempo que les tocó vivir: London no llegó a conocer los terribles desmanes que Stalin, en nombre del comunismo, provocó, mientras que Orwell los vivió en carne propia.
John Stuart Mill escribió en su Ensayo sobre la libertad:
“Allí donde existe una clase dominante, son sus intereses de clase y sus sentimientos de superioridad de clase los que moldean una parte considerable de la moral pública.”
London toma esta idea para la construcción de su obra, la cual tiene esta lucha de clases como argumento principal de la historia. Lo interesante, a mi modo de ver, es el planteamiento que hace el autor para explicar el porqué de esta lucha de clases clásica del capital contra el proletariado. Plantea que este enfrentamiento está causado por la imperfección de los hombres: si un hombre es bueno, no querrá más que lo que le corresponde, ya sea trabajador, empresario u oligarca. No deseará más que lo que es justo. Pero el hombre, al ser imperfecto, es egoísta. Desea más de lo que necesita. London no concibe que si una máquina puede realizar el trabajo de cien o de mil hombres sea necesario el trabajo infantil y que el número de pobres alcance cifras millonarias. No encuentra sentido a la explotación. Para ello no imagina otra explicación que la mala gestión de la clase poderosa, gestión basada en el egoísmo y la explotación. El medio que propone para salir de este círculo es la información: puesto que el hombre es intrínsecamente bueno, si los explotadores conocieran los sufrimientos de los pobres, los poderosos cambiarían su actitud.
Muy curioso este tema de la falta de información: el Gran Hermano en 1984 es muy cuidadoso con la información que el pueblo recibe, antes de hacerse pública cualquier información es cribada y manipulada al antojo del poderoso para que el pueblo permanezca en la ignorancia mientras que la oligarquía de El talón de hierro no tiene ningún problema en que la verdad sobre cómo viven los oprimidos se haga pública ya que está muy segura del poder económico que tiene sobre ellos.
La clase poderosa no sale muy bien parada cuando es descrita por el protagonista de London. Es descrita como amoral y sin religión, ya que aunque los poderosos se dicen religiosos, no practican esa fraternal filosofía a pesar de conocer el sufrimiento que generan. Les acusa de ser acomodados culturales que no se preocupan por el progreso intelectual mientras que ellos, los socialistas, son ávidos recolectores de cultura con ansias infinitas de ampliar conocimientos.
Este aspecto cultural es un punto común a muchas de las distopías clásicas en las que una parte de la humanidad se enfrenta al poder establecido y donde los oprimidos siempre están del lado del progreso cultural al contrario que el establishment, lo cual en cierto modo es lógico, cuanto más culto es un pueblo, más libre es.
No se puede pasar por alto el tema de la violencia que impregna El talón de hierro. En este caso, se perciben claramente las tendencias ideológicas del autor así como sus vivencias personales: se incide sobremanera en los desmanes que la oligarquía provoca y se pasa de puntillas sobre la violencia que los proletarios ejercen para alcanzar sus derechos. Se intuye una velada justificación de la violencia en la lucha de clases del proletariado contra los poderosos.
A pesar de que el libro está escrito en 1908, por momentos me recordaba la situación actual leyendo como las grandes compañías, con su política de precios, y la banca con su avaricia, acaban asfixiando a la clase media que no puede hacer frente a sus hipotecas perdiendo sus propiedades, consiguiendo que el consumo decaiga por falta de dinero y que los excedentes de producción queden sin vender. Todo demasiado actual.
En muchas de las distopías se presenta un panorama terrorífico lejano, se describe una situación que, a pesar de ser posible, es poco probable, ya que se retuerce en exceso la realidad. Sin embargo, lo sorprendente de esta obra de London radica en lo inquietantemente real que parece hoy en día: las grandes compañías tienen tal poder que influyen en decisiones gubernamentales, encauzan leyes, devastan países en desarrollo, explotan a los infantes en países asiáticos, financian políticos, marcan tendencias, adoctrinan masas.
Abraham Lincoln declaraba pocos días antes de su asesinato:
“Preveo en un porvenir próximo una crisis que me enerva y me hace temblar por la seguridad de mi patria... Se han entronizado las corporaciones; a ello seguirá una era de corrupción en alto grado, y el poder capitalista del país se esforzará por prolongar su reinado, apoyándose en los prejuicios del pueblo, hasta que la riqueza esté acumulada en algunas manos y la República será destruida”.
A uno le entra la inquietud de pensar dos cosas: o bien la situación en la que vivía Lincoln era tan oscura como la que vivimos ahora o bien era un visionario. Yo no me resisto a pensar que cualquier tiempo pasado fue peor y que nuestro futuro será más soleado, solo espero que este futuro esté próximo.
¿Y por qué ninguna es feliz o perfecta?.
ResponderEliminarGracias, Cuscurro, este libro lo vi y me lo apunte no sé donde y le había perdido la pista.
Muchas gracias por el comentario, no conocía este libro y parece muy interesante.
ResponderEliminarTengo pendientes de leer los relatos de boxeo de London en la edición de El Zorro Rojo, desde ahora también el talón de hierro, que promete. No sé por qué, lo asociaba a "Tallo de hierro", que no tiene nada que ver.
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