Bartolomé de las Casas. El Pepito grillo de la conquista - Cuscurro



Casi todos tenemos en nuestras mentes, forjado a base de escucharlo una y otra vez, que un puñado de aguerridos aventureros se hicieron a la mar para descubrir primeramente y conquistar después un nuevo mundo. Sin embargo, es poco conocido lo que hubo detrás de esa conquista, pero gracias a Bartolomé de las Casas conocemos parte del horror que el Imperio llevó al Nuevo Mundo.


Aún recuerdo cuando estudié en primaria, con aquel plan de estudios llamado EGB, cómo mis diferentes profesores me hablaban del Imperio español, aquel donde nunca se ponía el Sol, y de la epopeya de la conquista de América. De nuestros aguerridos y valientes antepasados los conquistadores. De cómo Hernán Cortés con apenas 420 hombres conquistó México y de cómo Francisco Pizarro con 170 el Perú. Recuerdo cómo me explicaban que los españoles fuimos allí a llevar nuestra cultura, nuestra lengua y nuestra religión. Lo más importante era catequizar y propagar la palabra del Señor para que aquellos pobres inocentes tuvieran la oportunidad de salvarse y entrar en el Paraíso. ¡Cómo si ellos no viviesen ya en el paraíso!

Pues parece ser que llegar los españoles y trocar ese paraíso indiano por el infierno en la tierra fue todo uno. Pero claro, esas cosas no se pueden enseñar ni a un niño de diez o doce años ni menos a un español que tenía que sentirse orgulloso del descubrimiento, conquista y colonización del continente americano.

Con esta idílica versión de la historia de nuestros antepasados en América creo que hemos crecido todos. Yo al menos así lo hice, hasta que por casualidad cayó en mis manos una pequeña obra de Bartolomé de las Casas, “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” y tras su lectura el mito de la conquista cambió para siempre.

Bartolomé de las Casas, llamado el Apóstol de las Indias, estudió latín y humanidades en Sevilla, ciudad donde nació en 1474. En 1502 partió para las Indias Occidentales, primero para La Española y posteriormente para Cuba. En aquellas tierras fue ordenado sacerdote, el primero en ordenarse allí, compatibilizando las labores sacerdotales y la “encomienda” que recibió. El nombre “encomienda” deriva de la institución por la cual se encomendaba a un español un grupo de indios para que fueran adoctrinados y civilizados tanto laboral como culturalmente y a cambio de esta labor el español podría beneficiarse de algunos de los trabajos realizados por estos indios. En 1511 escuchó a los dominicos predicando en contra de la encomienda por los abusos que muchos cometían sobre los indios y parece ser que esta chispa prendió un fuego interior que culminó el 1514 fecha en la que comenzó él también a predicar en contra de esta práctica.

Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) recoge una relación de sucesos de los que el autor fue testigo y que reflejan el comportamiento de los españoles en relación con los nativos. Muy hábilmente, en el prólogo, el autor se dirige al rey del Impero Español, Carlos I de España y V de Alemania, el más rotundo título de un monarca español, recordándole que el poder emana directamente de Dios que es quien designa linajes para que cuiden bien de sus siervos. No solo tiene esta osadía, si no que muy hábilmente se permite indicarle que si hay males en sus dominios es por culpa de no tener conocimiento de estas noticias y no por ser mal gobernante. Tras este sutil recordatorio de sus deberes reales indica que pasará a detallar las muchas injusticias y tiranías que ha visto en las tierras conquistadas para que, de este modo y una vez que su Señor tenga constancia de ellas, obre como el buen gobernante que es. Ya demuestra ser un poco atrevido conociendo como se las gastaban los reyes todopoderosos del siglo XVI.

Entrando en materia, aquí dejo unos cuantos párrafos de la obra que me han parecido bastante significativos.

Lo primero que nos encontramos es una descripción sobre cómo ve a los indios:

“Todas esas universas e infinitas gentes a toto género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas no bollicios, no rijosos, no querulosos, sin rancores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. […] Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no cubdiciosas.”


Más adelante nos cuenta como son tratados:

“En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde liego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta añosa esta parte, has hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligulas, atormentallas u destruillas por las estrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad …”

“Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado que se llaman cristianos en estirpar y raer de la faz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sosporar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones […] oprimiéndolos con la más dura horrible y áspera servidumbre en que jamas hombres ni bestias pudieron ser puestas.”

“La causa por la que han muerto y destruido tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas ….”


Y algunas de las brutalidades que con ellos hacían (Atención, estos dos párrafos pueden herir algunas sensibilidades):

“Entraban e los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran con unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchullada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.”

“Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.”

“... enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco.”


La justicia del conquistador y su particular ley del ojo por ojo:

“Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matases, habían los cristianos de matar cien indios.”


Era tanta la crueldad hacia los indios, que en cierta ocasión andaba un franciscano catequizando a uno de los caciques. Le indicaba que si seguía la fe cristiana alcanzaría la gloria y a la muerte iría al cielo con los cristianos y de lo contrario al infierno. A la pregunta de si quería ir al cielo, el cacique respondió “...no quería ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuvieran (los cristianos) y por no ver tan cruel gente.”


La historia es cabezota y golpea una y otra vez en los mismos desafortunados ya que esta explotación del ser humano por los conquistadores no ha cesado de repetirse. Un par de ejemplo literarios podrían ser “El sueño del celta” de Mario Vargas Llosa que describe el sufrimiento de los nativos en el Congo Belga y también de los indios brasileños obligados a recolectar caucho. Este segundo ejemplo también se encuentra recogido en “El príncipe de los caimanes” de Santiago Roncagliolo. El primer ejemplo también puede verse como el horror de fondo que se respira en la novela de Joseph ConradEl corazón de las tinieblas”.

La explotación del ser humano no conoce fin, hasta la fecha. Creo que todos hemos leído o visto noticias sobre tribus brasileñas exterminadas para extraer los recurso madereros y mineros, el fomento de guerras en África por los diamantes, los famosos diamantes de sangre, o las nuevas luchas por controlar el coltán.

Bartolomé de las Casas es muy probable que sea un tremendista en sus relatos, que sus cifras sean extremadamente exageradas, que su prosa sea monótona y repetitiva, pero lo que no podemos negarle es el valor que tuvo al embarcarse en esta lucha, adoptando la condición de Pepito grillo de todos los que hemos tenido la fortuna de leerle y comprobar que no siempre la Historia la escriben los vencedores.

4 comentarios:

  1. ¡Me encantó el artículo, Cuscurro!! He leído varios fragmentos de esta obra, esos primeros misioneros que llegaron a la Nueva España fueron los más comprometidos con la causa indígena.
    Te recomiendo "La visión de los vencidos", de Miguel León-Portilla, obra en la que se recopilan muchas de estas crónicas en forma breve y amena.
    ¡Un saludo!!

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  2. Gracias Andromeda. Tomo nota de tu recomendación.

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  3. Hola Cuscurro, no sé si conoces el ensayo sobre Las Casas y Francisco de Vitoria que escribió Menéndez Pidal. Reconozco que tengo manía persecutoria con él desde que lo leí, me dejó estupefacto lo displicente que llega a ser Menéndez con el Padre Las Casas; puedo comprender que lo critique por haber alentado la "leyenda negra" sobre España, pero sus afirmaciones en este ensayo son indefendibles. Cito:

    "Las Casas, sin esta función de su libro, verdadero despertador e incitador de odios antihispanos, no hubiera sido más que uno de tantos historiadores de Indias. Nació a la luz de la fama matando la fama de su patria, como el viborezno que al nacer desgarra las entrañas de la madre. El mayor enemigo de España no podía haber soñado un libro más a su propio gusto".

    Desde una perspectiva actual, la postura de Las Casas se contempla como adelantada a su tiempo, en contra de la de Francisco de Vitoria, que justificaba la guerra con los indios por motivos comerciales, para favorecer la predicación o por considerar tiránica su propia forma de gobierno. Pues bien, en pleno siglo XX Menéndez Pidal juzga estas diferentes sensibilidades así:

    "las ideas jurídicas de Las Casas, en buena parte medievales, fueron sustituidas por ideas [las de Vitoria] totalmente modernas, perdurables".

    De despedida y cierre, una última perla:

    "Si los caciques, los Motezumas, los Atahualpas hubiesen sido conservados inconmovibles a perpetuidad en sus descendientes, según quería Las Casas, y si los ingleses hubiesen seguido las mismas normas jurídicas, América sería hoy un continente de pueblos con numerosas lenguas y religiones paganas, como lo es Asia".

    No puedo con MP, no puedo...

    Por si te interesa, el ensayo se titula "El Padre Las Casas y Vitoria", está en Austral y es del año 58, no creo que sea fácil de encontrar.

    Un abrazo y enhorabuena por tu texto.

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  4. Hola peoplespoet.
    Si que he leído algo sobre este ensayo, a recomendación tuya, si no recuerdas.
    Yo soy un poco más benévolo con Menéndez Pidal y estoy con él en que de las Casas es un poco tremendista con sus cifras. Ojo, pero no con el fondo del asunto.
    Desde luego no estoy de acuerdo con MP en el último párrafo que citas.

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