Realidad y ficción en la novela histórica - Olalla García






Me gustaría empezar definiendo unos conceptos que, como mínimo, pueden resultar algo ambiguos. Para clarificar, consideraremos real todo aquello que pueda contrastarse en, al menos, una fuente histórica (o, en su defecto, en un ensayo de investigación serio y bien razonado); en una novela, esto puede manifestarse en muchos aspectos: ambientación, desarrollo de la acción, carácter de los personajes, descripciones, líneas de diálogo, etc. Y llamaremos ficción a cualquier elemento que se deba íntegra y exclusivamente a la imaginación del autor.

Antes de abordar el tema, me gustaría comenzar con una cita. En cierto episodio de su novela “Yo, Claudio”, Robert Graves plantea el siguiente debate entre dos historiadores de la época: Tito Livio y Asinio Polión.

Polión recurrió a mí.
-Y bien, no sé quién eres, pero pareces un joven juicioso. ¿Has leído la obra de nuestro amigo Livio? Dime: ¿no es por lo menos un trabajo más malo que el mío?
Sonreí.
-Bueno, por lo menos es más fácil de leer.
-Más fácil, ¿eh? ¿Qué quiere decir eso?
-Hace que la gente de la antigua Roma hable y se comporte como si viviera ahora.
Polión se mostró encantado.
-Confiesa, Livio, que te ha encontrado el punto débil. Adjudicas a los romanos de hace siete siglos motivos, costumbres y lenguaje imposiblemente modernos. Sí, por cierto, que es legible, pero no es historia.”

Robert Graves: Yo, Claudio


Siempre cito este pasaje porque me parece muy revelador. Pues eso es lo que define a la novela histórica: su capacidad para acercarnos los hechos del pasado, para traérnoslos de forma que podamos comprenderlos; de forma que los vivamos y, además, encontremos placer al hacerlo.

El gran reto de esta literatura radica, por lo tanto, en hacer del pasado algo vivo y comprensible. Al fin y al cabo, un autor de novela histórica actúa como intermediario entre dos épocas que pueden tener costumbres, estructura social y sistemas de creencias muy diferentes: la de los personajes y la nuestra propia.

“¿Por qué te gustan las novelas históricas?” He aquí una pregunta que he planteado a mucha gente. Casi todos los autores lo hacemos porque, además de las satisfacciones que produce el proceso creador inherente a cualquier obra de ficción, estas en concreto nos obligan a estudiar y recrear la historia. La mayoría de los lectores lo hacemos porque, junto a las emociones y el placer estético que encontramos en cualquier otra obra literaria, estas nos permiten además conocer otras épocas, otras culturas, y también vivir en ellas, al menos durante el tiempo que pasemos entre las páginas del libro.

En resumen, leemos y escribimos este tipo de novelas porque nos gusta la Historia. Queremos acercarnos a ella, aprender más sobre ella. Pero aquí encontramos la primera gran paradoja: nunca debemos olvidar que lo que tenemos entre manos no es un manual de historia. Es, ante todo, una novela. Es decir, una obra de ficción.

Así que, como lectores, ¿cómo podemos diferenciar entre la realidad y la ficción que se entrecruzan en las páginas? Aquí nos encontramos con la segunda gran paradoja. Y es que cuanto más concienzudo haya sido el autor en su labor de documentación, cuanto más se esmere en la ambientación y en la apropiación de la forma de pensar de la época en la que nos sumerge, tanto mejor podrá entretejer los frutos de su imaginación con los datos extraídos de las fuentes históricas. Es decir, cuanto, tanto más difícil nos resultará, como lectores, diferenciar entre qué es realidad y qué es ficción.

Por eso considero muy importante que el autor adquiera un doble compromiso: con la Historia y con sus lectores. El primero se resume en un principio muy sencillo: los datos históricos comprobables y el espíritu de la época deben ser un andamio inamovible. Así pues, los elementos de ficción de la trama tendrán que amoldarse a la realidad histórica. En otras palabras, el escritor debe retratar con rigor el espíritu de la época y mostrarse fiel a los hechos históricos demostrables.

El segundo compromiso es tan importante como el primero. Por una parte, el autor tiene que esforzarse por lograr que el lector adquiera un mejor conocimiento del pasado. La mayoría de los lectores buscan en la literatura histórica detalles verdaderos, abundantes y rigurosos. Es responsabilidad del autor trabajar este aspecto y proporcionar dicha información con rigurosidad.

Eso sí, debemos esforzarnos por hacerlo de forma verosímil, coherente con lo que conocemos de la época y de las culturas del momento a través de las fuentes históricas. Pues es importante tener en cuenta que, si como lectores, descubrimos un solo detalle anacrónico en la trama, eso puede bastar para hacernos dudar por completo del rigor con que el autor ha desempeñado su proceso de documentación y, por tanto, de la credibilidad de este y de la propia novela.

Una segunda responsabilidad del escritor sería ayudar a aquel lector que lo desee a diferenciar entre realidad y ficción. A fin de que este proceso no interfiera con la lectura ni interrumpa la suspensión de credibilidad, lo mejor es abordarlo añadiendo apéndices externos a la propia trama. Personalmente, aprecio mucho que los libros incluyan una introducción histórica, mapas, información sobre las fuentes en las que se basan y lo que aporta cada una de ellas a la trama, un glosario, un índice de personajes en el que se detalle cuáles son reales y cuáles ficticios…

En este aspecto, mi modelo siempre ha sido El muchacho persa, de Mary Renault. Recuerdo que fue la primera novela histórica en la que encontré unos apéndices bastante detallados en los que la propia escritora explicaba las fuentes antiguas que había utilizado. Incluso analizaba las discrepancias entre ellas en lo relativo a la personalidad de Alejandro Magno y justificaba su elección de unas sobre otras, cuando entre ellas existía contradicción. En mi opinión, es un ejemplo soberbio de cómo un autor puede ayudarnos a comprender mucho más sobre la época que lo que nos aporta la trama novelesca.

Por lo demás, nunca debemos perder de vista que en una novela histórica la balanza entre realidad y ficción siempre se desequilibra, y mucho, a favor de esta última. Pues las fuentes dejan enormes vacíos que la imaginación del escritor debe llenar si aspira a dar vida a toda la complejidad de una época y de los caracteres que la pueblan, para así llegar a crear un universo pleno; y todo ello a partir, normalmente, de unos pocos datos inconexos. A grandes rasgos, esto será tanto más cierto cuanto más antigua sea la época que deseamos recrear en la novela.

Con todo, lo anteriormente expuesto no impide que la novela histórica sea una puerta de entrada a una vía que nos permita aprender realmente sobre el pasado. Al fin y al cabo, el proceso de documentación al que el autor ha tenido que someterse acaba reflejado en las páginas de la obra. Como lectores, todos hemos experimentado la satisfacción, al terminar una novela, de sentir que no sólo hemos disfrutado de una buena obra literaria, sino que además hemos aprendido algo de historia, de forma fácil y amena.

Eso sí, debemos tener en cuenta que gran parte de lo leído pertenece al ámbito de la ficción, y que no podemos pretender entablar una discusión científica seria basándonos en datos novelescos. Para eso están los ensayos y manuales de Historia. Y tampoco hemos de perder de vista que el historiador y el novelista no compiten entre sí. Trabajan en esferas distintas, con distintas exigencias y reglas. El primero se ciñe al ámbito de lo demostrable; el segundo tiene mucho mayor espacio de maniobra, pues se mueve en el de lo plausible.

Por eso, como escritora, considero un gran halago que mis lectores me digan que han disfrutado mucho con una de mis obras; pero es un halago aún mayor que me digan que el libro ha conseguido espolear su curiosidad sobre la época, y que quieren seguir leyendo otras cosas para aprender más sobre ella.

Pues esa es la mayor aspiración de todo escritor de novela histórica: abrir a través de sus libros una puerta de entrada a los fascinantes campos del pasado.

5 comentarios:

  1. Siempre este género me ha parecido difícil para los escritores, encontrar el equilibrio entre ficción y rigor histórico, y conseguir un buen libro, ameno e interesante. Estoy de acuerdo en que, sin desvirtuar nada, debe ganar la ficción en una novela histórica, como una recreación. Interesantes reflexiones.

    un saludo

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  2. Olalla, si todos o la gran mayoría de los escritores de novela histórica, pensasen y razonasen como lo haces tú, en mi tendrían una seguidora más. Me gusta mucho la historia, es una de mis pasiones, pero la novela historica la tengo abandonada por las adulteraciones y la falta de rigor en hechos constatados, demostrados y comprobados que hacen que en vez de leer una novela histórica parece que es ci-fi.

    Me ha gustado mucho lo que dices y como lo dices, es un placer leer unos razonamientos tan sensatos.

    Gracias y suerte!

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  3. Bueno, dos cosas. Primero felicitar a Olalla por su artículo. Estoy de acuerdo al 100% con lo que dice. Es además encomiable que tenga la idea de que hacer que una novela suya despierte el interés por una época sea el mejor halago que pueda recibir. Yo valoro mucho las novelas históricas, por las veces que me han hecho comprobar en otros libros de ensayo, o en internet, ciertas cosas que han despertado mi interés: hechos históricos, arquitectura, otras obras de arte,...
    La segunda contestarle a Caroline que probablemente lo que ella ha leido como novela histórica no lo sea y de ahí su decepción. El principal problema es que se vende como autores de historica a multitud de escritores que se saltan a la torera las normas, digamos que "éticas", que en este artículo se marca Olalla. Todo autor que no coja como inamovible ese armazón histórico al que se refiere Olalla será escritor, pero no escritor de novela histórica.

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  4. Una gran entrevista, los que amamos la Historia anhelamos sumergirnos en el océano del pasado y llevar luz a hechos y héroes que vivieron, sufrieron, amaron como nosotros. Ésa es la magia de la literatura, permitir un viaje en el tiempo que nos desvela una verdad: las pasiones del hombre no cambiarán jamás.

    Defiendo al misma postura que dicen Ciro y Olalla: una buena novela histórica es aquella que incita al lector a conocer más sobre los hechos que cuenta.

    Un saludo

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  5. Blas no es ninguna entrevista, es una artículo, que generosamente Olalla ha escrito para nuestra revista.

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