El hombre que amaba a los perros. Leonardo Padura - Cuscurro



La Historia se ve salpicada, en ciertas ocasiones, por personajes que derrochan una luz especial. Tal es así que son capaces de deslumbrar a millones de personas. ¡Pero cuidado con estos destellos! ¡No os dejéis confundir! Si habéis conducido en la noche por carreteras secundarias seguro que habréis sido testigos directos de cómo los faros de vuestros vehículos, al iluminar sobre los tranquilos e indefensos conejos, hacen que éstos queden deslumbrados, paralizados, causando que en muchas ocasiones sucumban bajo la goma y el acero de nuestras máquinas. Exactamente así ocurrió en el siglo XX con un personaje tan siniestro como Stalin, que deslumbró y paralizó a millones de personas, muchas de las cuales nunca recobraron la vista, bien por su fanatismo, bien por acabar del mismo modo que los conejos anteriormente mencionados: bajo las ruedas de la apisonadora stalinista.


Leonardo Padura (La Habana, 1955) construye su obra "El hombre que amaba a los perros" (Premio de la crítica 2011 en Cuba), un tríptico con los siguientes personajes: Trotsky, Ramón Mercader e Iván, el narrador de la historia de los anteriores y de la suya propia, alrededor de los cuales se van intercalando y acoplando otra serie de interesantes secundarios. Sin embargo, todo este andamiaje no es más que un simple recurso para reflexionar él y hacer reflexionar a los lectores acerca de cómo una utopía puede convertirse en una distopía, cómo el curso de la Historia está muchas veces en manos de mediocres, en mayúsculas, cómo grandes canallas pueden dirigir el destino de infinidad de personas. Hace incluso que nos planteemos que el Mal Absoluto existe esperando encontrar a la persona adecuada que le abra la puerta. A lo largo del siglo XX esta puerta fue abierta en dos ocasiones por Hitler y Stalin, y quizás el que esta apertura se realizara simultáneamente y de forma enfrentada sea la causa de que en ninguna de las dos ocasiones triunfara, si bien a costa de inmensos sacrificios. Daños colaterales, eufemismo tan en boga para ocultar lo que siempre se ha llamado víctimas inocentes. Es el gran avance en el lenguaje que nos ha traído lo políticamente correcto. Manda narices, por no utilizar otra palabra más esférica.

Todo esto lo recoge mucho mejor el autor en su nota al final del libro:
…ya en el siglo XXI, muerta y enterrada la URSS, quise utilizar la historia del asesinato de Trotsky para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida.

A lo largo de las páginas y alternativamente se van trazando de forma novelada las biografías de Trotsky desde que sale de la URSS al destierro, de Ramón Mercader y de Iván, periodista cubano que mientras nos cuenta su vida hace de narrador de las otras dos. Estas tres historias no son simultáneas. Las dos primeras siguen su propio curso hasta que, como no podría ser de otro modo, se van sincronizando y acaban uniéndose para siempre. La tercera sin embargo es la historia Iván y su encuentro con el personaje que amaba a los perros.

A pesar de ser estos los personajes principales, destacan otros secundarios muy interesantes: la familia de Trotsky, la madre de Ramón Mercader, su adiestrador soviético de mil caras, la Guerra Civil Española, y los perros, uno de los nexos de unión transversales de la narración. El amor de los personajes principales por los perros es algo presente en todo el libro.

Pero este no es el nexo de unión principal de los personajes. A mi modo de ver, los lazos de unión más importantes y fundamentales son, por una parte, el comunismo y la forma en que cada uno de los personajes se enfrenta a él y lo vive. Y digo bien: se enfrenta, ya que para todos y cada uno de ellos implica un conflicto entre su idea de comunismo y el comunismo que Stalin impone. Y por la otra, el mismo Stalin, que acecha como una sombra por toda la obra. Es el cuarto personaje principal que se mantiene en un segundo plano aunque realmente sea quien controla el destino.

Sin embargo, de lo que realmente creo que trata el libro, es de las visiones y desengaños que cada uno de los personajes tiene del comunismo stalinista: Trotsky lo ve como una traición a la revolución, su revolución, como una herramienta utilizada por Stalin para asentar su poder y fijar su régimen personalista. A través de Trotsky se nos muestra la visión contraria a la ortodoxia institucional, la perversión de la idea original que Trotsky defiende. Ramón Mercader es la vertiente fanática, que cree todo a pies juntillas, cegado por las consignas y mentiras, dispuesto a no dudar de nada. Es uno de esos tantos hombres-autómatas que parió el régimen. Iván es el desengañado, el que evoluciona desde fanatismo ideológico al mayor de los desengaños, el pueblo sufridor que en un día abre los ojos y descubre que toda su vida es un engaño.

Pero hay que tener presente que este no es un libro de buenos y malos, donde Ramón Mercader es el malo y Trotsky el bueno. Hay que tener muy presente como fue la Historia de la Revolución Rusa y del stalinismo. Yo diría que es un libro de malos y muy malos. No podemos dejarnos caer en la tentación de que un personaje como Trotsky nos caiga simpático ya que en su zurrón también lleva su ración criminal obtenida en los inicios de la Revolución y en la Guerra Civil Rusa.

Estamos ante un libro que saca a la luz las miserias que se forjaron bajo esos gigantescos proyectores que difundían la luz del comunismo soviético y deslumbraban al resto del mundo. Ante falsas vidas vividas como reales, ante terrores y mentiras, fanatismos y destrucción, oprimidos y opresores, víctimas y verdugos. Realmente este es un libro que trata sobre fanatismos, mentiras, desilusiones, miedos. Un libro de desengaños, de historias vividas por unos protagonistas que no manejan su propia vida, que están al servicio de un fanatismo que cada uno vive a su manera. Es una visión, a mi modo de ver, muy acertada de la tragedia que ha supuesto la Revolución Rusa y su filosofía de vida (si se puede llamar vida) exportada al mundo del siglo XX.

Trotsky y Mercader son ejemplos diferentes de esos conejos deslumbrados de los que hablaba al principio, ambos aplastados por la maquinaria soviética: uno literalmente, Trotsky, y otro intelectualmente, Mercader. Iván sería el ejemplo del eufemismo, el daño colateral.



Bibliografía:
  • El hombre que amaba a los perros. Leonardo Padura. Tusquets Editores.

4 comentarios:

  1. Que interesante la confrontación de los cuatro personajes.
    Un saludo

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  2. Qué interesante cuscurro!!! habrá que buscarlo... :-)

    Koba

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  3. Hola Cuscurro.

    En todas las utopías siempre existen los que las distorsionan y los que las corrompen definitivamente. De los desilusionados, que también han sido culpables pero que se horrorizan de la degeneración del régimen, tienen que salir testimonios interesantes de lo que fue una oscura época para la Unión Soviética y para el mundo.
    Enhorabuena por tu artículo:)

    Cape

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  4. Muchas gracias por pasar por aquí y leer el artículo.

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