Infierno. Patrícia Melo - G.A. Vázquez



Sol, piojos, chanchullos, buena gente, trapos, moscas, televisiones, usureros, sol, plástico, tormentas, toda clase de trastos, funk, sol, basura y estafadores infestan el lugar. El chico que sube al morro es José Luís Reis, alias Reizinho. Aparte de él, nadie allí se llama José, Luís, Pedro, Antônio, Joaquim, Maria, Sebastiana. Sólo hay Giseles, Alexis, Karinas, Washingtons, Christians, Vans, Daianas, Klebers y Eltons, nombres sacados de los culebrones, los programas de la tele, la jet set internacional, las revistas de las peluquerías y los productos importados que invaden la favela.


Así comienza la novela de Patrícia Melo Infierno. Como puede verse, ya desde los primeros párrafos, uno se da cuenta de que está ante una novela de calle, tanto por la ambientación de la favela en la que tiene lugar la acción, como por el lenguaje, claramente vinculado a la miseria, la marginalidad y la drogadicción. Percibiendo incluso a pesar de la traducción una musicalidad en la prosa de Patrícia Melo próxima a la del rap que constantemente suena a lo largo de las páginas de esta novela.

Infierno es básicamente la historia de José Luís Reis (Zê Reizinho), desde su más tierna infancia en las favelas, a su ascenso y posterior caída dentro del mundo del narcotráfico, sin salir nunca de morro do Berimbau, la favela de Rio de Janeiro en la que transcurre toda la historia y la vida de Reizinho.

El arranque de la novela marca ya el tono que ésta va a tener a lo largo de las cuatrocientas páginas de violencia, sexo, excesos, traiciones y marginalidad con que Patrícia Melo nos golpea línea tras línea, sin ningún tipo de concesiones. Ya la infancia de Reizinho se nos muestra como un auténtico infierno: abandonado por su padre vive con su hermana mayor adolescente y su madre con el escaso salario que ésta percibe por su trabajo como asistenta en casa de una familia adinerada de la clase alta de Río. Reizinho callejea, admira a Miltao, el joven traficante que gobierna la favela, por su poder, su violencia extrema, su chica, la hermosa Suzanna, siempre presente en la vida de Reizinho, mientras aspira a entrar en la banda de Miltao , lo máximo a lo que puede aspirar Reizinho. Desde el primer capítulo la violencia se hace patente: violencia policial dentro de la favela, violencia de Miltao hacia Reizinho, al que dispara un tiro en la mano por cometer un error al no avisar de la auténtica invasión policial que se esperaba como inminente en el morro do Berimbau, y violencia, también, de su propia madre, que lo golpea con saña por sistema, por más votos que hace por no volver a maltratarlo.

Reizinho rápidamente destaca por su carácter hermético, por su aguante, su adaptación a la violencia y por su capacidad de observación. En estos primeros capítulos, se nos habla también de los extraños códigos que a veces unen las vidas de los delincuentes y las de aquellos que tratan de mantenerse, en difícil equilibrio, dentro de la honestidad y la ley. Así, esgrimiendo la lealtad a la familia, la amistad ante la adversidad, consigue la madre del joven Reizinho que Miltao lo mantenga al margen del tráfico de drogas.

Pero esto no tiene el efecto deseado para Reizinho, que si bien queda al margen de los trapicheos y tejemanejes del traficante, comienza a consumir drogas como una forma de tapar la frustración que le produce quedarse lejos de los sueños dorados de poder, gloria y respeto a los que aspira desde sus estrechas miras.

Reizinho se engancha al crack, se convierte en uno de los niños de la droga que proliferan por las calles de los suburbios de Río. Se inicia en el robo y el asalto, en las artes del consumo y la supervivencia, para convertirse en un junkie colgado que pierde toda su dignidad y libertad antes siquiera de llegar a la juventud. Hasta que todo se hace evidente para su madre, negocia con él y con Miltao, y Reizinho alcanza su sueño de trabajar en el mundo del narcotráfico a pequeña escala. De nuevo se ponen de manifiesto los continuos pactos entre las personas decentes y los delincuentes en los barrios marginales. Y sus consecuencias.

Cuando los entrevistaban, los habitantes de ambas favelas apoyaban a sus líderes. Estamos con Zequinha, decían. Zequinha, para nosotros, es un gran hombre, había declarado una de las entrevistadas. Tiene un corazón de oro. Es él quien paga las medicinas que necesito para el riñón. Yo quiero mucho a Miltao, había afirmado otra, porque hace todo lo que debería hacer un alcalde. Las críticas, cuando surgían, no iban dirigidas a nadie en concreto. Estoy acostumbrada, comentó un ama de casa, siempre hay cadáveres tirados por ahí, sobre todo los fines de semana.

Éste es el punto de inflexión en la vida de Reizinho, quizás uno de los momentos más cogidos por los pelos de toda la novela, debido a la facilidad con que un niño de 12 años abandona su adicción al crack y a la cocaína a cambio de poder aspirar a ser algo más dentro de la favela. A partir de ese momento, la vida de Reizinho será una constante espiral de violencia y traiciones, un ascenso imparable hasta llegar a ser el pequeño rey (eso quiere decir Reizinho, de hecho) de la favela, el que maneja toda la droga en el lugar, la persona a la que acuden sus vecinos para solucionar hasta el más nimio de sus problema. Reizinho probará el sabor del poder a los 14 años: primero matando, convirtiéndose en soldado de Miltao, y preparándose a la vez para su futuro, posteriormente temido, luego con el sexo, descubriéndose admirado ante otras jóvenes del barrio por el mero hecho de manejar una ametralladora y su actitud desafiante, y finalmente respetado por su capacidad de gestión y estrategia en base a sus apoyos y alianzas.


Infierno, en este sentido, es la típica historia de ascenso y caída de un delincuente, que alcanza su cima y acaba corrompido por su propia ambición y sed de poder, paranoico, aguardando traiciones de cualquiera, y solitario, sin saber de quien puede o no fiarse, metiéndose en una espiral de odio, envidias y violencia que lo acabarán llevando a abandonarlo todo y emprender la huida.

Pero Infierno es algo más que una simple historia de un joven narcotraficante. Infierno es todo un análisis social de la favela, en la que aparecen todos los tópicos relativos a la misma: los niños sin techo, las chabolas, las telenovelas, los embarazos prematuros, el enorme contraste entre clases sociales, la prostitución, la emigración, los personajes populares como el carnicero o el dueño del bar, la música de la calle, la ropa como símbolo de estatus social entre delincuentes... Todo está ahí, como una postal más de ese turismo de favela tan frecuente en Río. Y esta es quizás la principal crítica que se ha hecho de la obra de Patrícia Melo, ese hablar de una realidad que desconocía a la hora de escribir su novela, esa distancia que voluntariamente marca con ese mundo que utiliza en su novela, como ella misma reconoce. En este sentido, Patrícia Melo sería una excepción dentro de la denominada literatura marginal brasileña porque a diferencia de otros autores del género procedentes de las favelas, como Ferréz o Paulo Lins (que revitalizaría el género gracias al éxito de la adaptación al cine de su novela Ciudad de Dios), ella es una intelectual, una autora de clase acomodada, que escribe, por tanto de algo que no conoce de primera mano. Por eso no resulta extraño que Ferréz, procedente de la favela, critique su obra asegurando que Melo se limita a reproducir estereotipos, tal y como asegura Claire Williams. Es quizás este factor el que acabe lastrando las partes más endebles de la novela, como la ya mencionada desintoxicación del joven Reizinho o las descripciones más gráficas de asesinatos, batallas o ejecuciones, que pueden sonar un tanto impostadas o estereotipadas, más deudoras del cine que de una realidad que nunca resulta tan estética.

Pero Patrícia Melo probablemente sí recurre al realismo al describir el encuentro entre Reizinho y un director publicitario estadounidense, que solicita permiso al narco para rodar allí un anuncio de una marca de refresco famosa. La decepción de Reizinho ante el aspecto y la charla anodina del realizador, su adicción a la cocaína, su fascinación ante lo postmoderno de la favela, sirven una vez más de contraste entre dos mundos diferentes. El del tráfico de drogas en la favela, que Melo desconoce, y el que conoce a la perfección por sus trabajos cinematográficos y televisivos: el del mundo audiovisual, con toda su capacidad de trivializar hasta el mayor de los problemas.

Me encantan las favelas cariocas, dijo a José Luís. Tenéis soluciones muy creativas. Utilizáis materiales fantásticos. Me han encantado las cortinas de plástico del bar de Onofre. Me encantan las antenas por todas partes. José Luís no entendía exactamente qué quería decir con aquello, mira que gustarle aquellas cosas tan banales, antenas, plásticos, ¿acaso no había antenas como aquellas en Estados Unidos? Traduce lo que ha dicho, Dunga, quiero enterarme. Sí, tenemos antenas, contestó Rick riendo, pero nada que se parezca a lo que tenéis aquí, esta explosión de colores, esta fiesta visual, esto es completamente posmoderno. Y por eso estoy aquí. Quiero algo nuevo para mis clientes. Eso de representar a la gente joven tomando un refresco en un concierto de rock está muy visto. Vamos a enseñar a una morena guapa, en un día de verano, en mitad de la favela, sudorosa, sensual, de repente se para, exhausta y, puf, como por arte de magia aparece en su mano una botella de refresco que bebe con placer. Después la morena mira a la cámara y dice: ¡esto es vida!, tradujo Dunga a toda prisa, para acompañar el inglés del americano.

No obstante, a pesar de esos lastres, Infierno es una novela interesante, no sólo por mostrarnos, aunque sea de segunda mano, una de esas realidades periféricas a la que los europeos no solemos tener fácil acceso, sino también por sus esfuerzos en lo formal, sin usar guiones en los diálogos, que aparecen insertados en las descripciones, a veces breves, rápidas, una simple enumeración que contribuyen a crear sensación de desorden, de emociones encontradas. Pero también por su reflexión sobre el poder y el mal, algo que en su obra parece innato al ser humano, por los sacrificios que implica el camino recto en un mundo donde la muerte no es más que una pequeña parte de la vida. Y no siempre la más importante.

A las once de la noche, cuando todos se habían marchado, Rosa Maria, sentada en el bar, descalza, frotándose los pies, seguía charlando con Onofre. Pensaba llevar a la hija de una amiga a vivir con ella a Alemania. ¿Te acuerdas de Dadá? Pues su hija. Me la voy a llevar. Ayer fui a verla. Si se queda aquí, esa niña acabará haciendo la calle, lo sé. No es que ella quiera. Pero Dadá cree que es mejor ser prostituta que asistenta. Y en el fondo es verdad. Fíjate en Alzira, toda la vida trabajando como una mula. Si fuera puta quizá sufriría menos. O no. Yo qué sé. Pero le tengo cariño a la chica. Es una mulatita guapa, resultona. Lista como el hambre. No quiero que sea puta. Y además, necesito a alguien que me ayude en casa. Ya sabes, una chica que friegue los platos, limpie el polvo, me pinte las uñas, ya me entiendes. Los alemanes, Onofre, no tienen señora de la limpieza.

2 comentarios:

  1. Excelente e interesante reseña, Gabo, me llamó mucho la atención todo lo que se dice acerca del desconocimiento real de la autora sobre ambiente que describe, por no proceder precisamente de una favela. De cualquier manera, me imagino que para el lector promedio esto sería muy difícil de precisar; me encantaría leerla. :)

    ResponderEliminar
  2. Yo también creo que sería muy difícil para un lector medio precisar la procedencia de la autora, sin embargo sí que motivó que investigara lo que para mí era el abuso de ciertos tópicos, de ahí que encontrara las referencias que cito en el artículo.

    En todo caso, creo que resulta una novela recomendable, ya no tanto por mostrar una realidad, que sin duda existe, al menos en parte, como por las reflexiones a las que mueve esta lectura. Además, resulta una novela bastante adictiva.

    Ya me contarás si la consigues :)

    ResponderEliminar

No hay comentarios