De entre todas las dedicatorias que se han puesto en los libros, quizás pocas tan desgarradoras como la que abre La Dalia Negra:
Así parecía despedirse James Ellroy de la mujer que le dio la vida, cuya sombra flota sin embargo a lo largo de su obra. El origen de todo parece estar en el asesinato de la madre del autor, crimen que quedó sin resolver, cuando contaba diez años de edad, unido a un libro que le regaló su padre poco después, en el que se narraba el famoso asesinato, también sin resolver, de la Dalia Negra, quedando probablemente los dos asociados en su cabeza. Ambos acabarían convirtiéndose en su mayor obsesión y lo llevarían a un infierno de alcohol, drogas, delitos, cárcel, violencia e investigaciones oscuras que desembocarían en esta obra.
La Dalia Negra no es una novela fácil, a pesar de su estilo, de frases cortas y directas. No es fácil porque es un libro embrollado y duro, como corresponde al género, de un ritmo frenético de tramas relacionadas entre sí, múltiples clímax, diferentes ángulos desde el que se contempla una misma historia.
Dwight Bleichert es un policía de Los Ángeles que se ve empujado por la obsesión de un compañero a investigar el crimen de la Dalia Negra, la joven Elisabeth Short. Dwight pretende huir constantemente de ese caso, pero la obsesión del compañero lo empuja irremisiblemente al borde del abismo, hasta el punto de que no puede hacer sino mirar y dejarse caer por el borde con la esperanza de no hacerlo demasiado deprisa, de tener un asidero al que agarrarse en caso necesario. La obsesión de su amigo y compañero Lee Blanchard acaba siendo la suya propia y pronto se ve mezclado en un juego de poder que le desborda.
La primera parte de la trama nos muestra a Dwight Bleichert como un tipo duro, violento, aparentemente frío y con buen fondo, pero capaz de sacar a la luz, si ello lo requiere, rincones oscuros de su alma. Bleichert (apodado Hielo en vida en el ring) es un boxeador frío y analítico (resultan soberbias las escenas de combates) capaz calcular cada uno de sus movimientos, traicionar a quien haga falta para conseguir lo que necesita, golpear cruelemente a su mejor amigo para ganar un combate o apostar contra él mismo buscando un amaño que le permita colocar a su padre en un buen asilo. Bleichert es violento, es rudo, y las escenas en que diferentes policías torturan a sospechosos en busca de una confesión demuestran que no tiene problemas para usar la violencia... hasta cierto punto. Porque cuando las cosas traspasan determinado límite aceptable es capaz de tener una reacción insospechada que eche por tierra parte de su carrera. A veces uno no sabe a qué lado de la ley se encuentran los psicópatas y los asesinos, y Bleichert intenta poner orden en su mundo a su manera. Algo nada fácil.
Hasta ese punto, La Dalia Negra, el libro, no es más que una sórdida aproximación al mundo de la prostitución encubierta que rodea el mundo del cine y el espectáculo: chicas que buscando un sueño acaban revolcadas en "sofás de reparto" con productores de baja estofa incapaces de cumplir sus promesas, entrampadas para rodar películas pornográficas a cambio de ilusiones imposibles. Películas en las que a veces el juego va más allá. En las que la degradación no se queda en un mero juego de poder basado en una simple transacción sexual. A veces se cruzan límites en los que el dolor y la violencia se hacen presentes. La línea que separa ambas cosas nunca ha sido tan delgada. De paso, se describe el mundo de corrupción y violencia que se vive en las calles, el submundo que crece en los márgenes del paraíso. Pero a continuación comienza el horror: los bajos fondos en Tijuana, cruzada la frontera, locales llenos de perversiones escalofriantes, sucias, que nos conectan con lo más perverso y enfermizo del alma humana, violencia gratuita, tortura, muerte... Lugares en los que la vida y la dignidad no son más que mercancía. Cosas sin valor que cualquiera puede dejarse en el camino o que pueden sernos arrebatadas en cualquier momento. Y tras eso, la locura, a la que no es inmune el propio Dwight Bleichert, capaz de poner a prueba su cordura cruzando peligrosos límites; lo que da paso a la muerte sin sentido, la tortura por placer, como un sentimiento estético en el que el arte a veces se hace presente, como en un juego macabro. Así, Gwynplaine, el célebre y aterrador icono creado por Victor Hugo en El hombre que ríe, el personaje brutalmente desfigurado para lucir una perpetua sonrisa, es fruto de un macabro homenaje, producto de mentes enfermas.
En esta última parte de la novela, todo sucede de forma atropellada, en una sucesión de acontecimientos en la que no tenemos tiempo para recuperarnos de un golpe para recibir otro más violento, apenas incapaces de procesar el horror de las imágenes que se nos muestran. Y sin embargo, hacia el final, parece que queda un soplo de esperanza. Que puede existir un lugar en el que refugiarnos de nuestros fantasmas.
James Ellroy nos muestra la suciedad que puede ocultarse bajo una apariencia pulcra, de un dorado digno del Olimpo (quizás los antiguos griegos supieran más de las miserias de los dioses que nosotros mismos), la forma en que el abuso y la explotación, a veces pueden ser parte de los sueños que alegremente consumimos, en una transacción en la que nadie es inocente, en la que la pureza es una quimera. Y es que hasta el sueño más hermoso puede ocultar las peores pesadillas. Nunca resulta gratuito asomarse al abismo.
"Madre, treinta años después, esta despedida de sangre."
Así parecía despedirse James Ellroy de la mujer que le dio la vida, cuya sombra flota sin embargo a lo largo de su obra. El origen de todo parece estar en el asesinato de la madre del autor, crimen que quedó sin resolver, cuando contaba diez años de edad, unido a un libro que le regaló su padre poco después, en el que se narraba el famoso asesinato, también sin resolver, de la Dalia Negra, quedando probablemente los dos asociados en su cabeza. Ambos acabarían convirtiéndose en su mayor obsesión y lo llevarían a un infierno de alcohol, drogas, delitos, cárcel, violencia e investigaciones oscuras que desembocarían en esta obra.
La Dalia Negra no es una novela fácil, a pesar de su estilo, de frases cortas y directas. No es fácil porque es un libro embrollado y duro, como corresponde al género, de un ritmo frenético de tramas relacionadas entre sí, múltiples clímax, diferentes ángulos desde el que se contempla una misma historia.
Dwight Bleichert es un policía de Los Ángeles que se ve empujado por la obsesión de un compañero a investigar el crimen de la Dalia Negra, la joven Elisabeth Short. Dwight pretende huir constantemente de ese caso, pero la obsesión del compañero lo empuja irremisiblemente al borde del abismo, hasta el punto de que no puede hacer sino mirar y dejarse caer por el borde con la esperanza de no hacerlo demasiado deprisa, de tener un asidero al que agarrarse en caso necesario. La obsesión de su amigo y compañero Lee Blanchard acaba siendo la suya propia y pronto se ve mezclado en un juego de poder que le desborda.
La primera parte de la trama nos muestra a Dwight Bleichert como un tipo duro, violento, aparentemente frío y con buen fondo, pero capaz de sacar a la luz, si ello lo requiere, rincones oscuros de su alma. Bleichert (apodado Hielo en vida en el ring) es un boxeador frío y analítico (resultan soberbias las escenas de combates) capaz calcular cada uno de sus movimientos, traicionar a quien haga falta para conseguir lo que necesita, golpear cruelemente a su mejor amigo para ganar un combate o apostar contra él mismo buscando un amaño que le permita colocar a su padre en un buen asilo. Bleichert es violento, es rudo, y las escenas en que diferentes policías torturan a sospechosos en busca de una confesión demuestran que no tiene problemas para usar la violencia... hasta cierto punto. Porque cuando las cosas traspasan determinado límite aceptable es capaz de tener una reacción insospechada que eche por tierra parte de su carrera. A veces uno no sabe a qué lado de la ley se encuentran los psicópatas y los asesinos, y Bleichert intenta poner orden en su mundo a su manera. Algo nada fácil.
Hasta ese punto, La Dalia Negra, el libro, no es más que una sórdida aproximación al mundo de la prostitución encubierta que rodea el mundo del cine y el espectáculo: chicas que buscando un sueño acaban revolcadas en "sofás de reparto" con productores de baja estofa incapaces de cumplir sus promesas, entrampadas para rodar películas pornográficas a cambio de ilusiones imposibles. Películas en las que a veces el juego va más allá. En las que la degradación no se queda en un mero juego de poder basado en una simple transacción sexual. A veces se cruzan límites en los que el dolor y la violencia se hacen presentes. La línea que separa ambas cosas nunca ha sido tan delgada. De paso, se describe el mundo de corrupción y violencia que se vive en las calles, el submundo que crece en los márgenes del paraíso. Pero a continuación comienza el horror: los bajos fondos en Tijuana, cruzada la frontera, locales llenos de perversiones escalofriantes, sucias, que nos conectan con lo más perverso y enfermizo del alma humana, violencia gratuita, tortura, muerte... Lugares en los que la vida y la dignidad no son más que mercancía. Cosas sin valor que cualquiera puede dejarse en el camino o que pueden sernos arrebatadas en cualquier momento. Y tras eso, la locura, a la que no es inmune el propio Dwight Bleichert, capaz de poner a prueba su cordura cruzando peligrosos límites; lo que da paso a la muerte sin sentido, la tortura por placer, como un sentimiento estético en el que el arte a veces se hace presente, como en un juego macabro. Así, Gwynplaine, el célebre y aterrador icono creado por Victor Hugo en El hombre que ríe, el personaje brutalmente desfigurado para lucir una perpetua sonrisa, es fruto de un macabro homenaje, producto de mentes enfermas.
En esta última parte de la novela, todo sucede de forma atropellada, en una sucesión de acontecimientos en la que no tenemos tiempo para recuperarnos de un golpe para recibir otro más violento, apenas incapaces de procesar el horror de las imágenes que se nos muestran. Y sin embargo, hacia el final, parece que queda un soplo de esperanza. Que puede existir un lugar en el que refugiarnos de nuestros fantasmas.
James Ellroy nos muestra la suciedad que puede ocultarse bajo una apariencia pulcra, de un dorado digno del Olimpo (quizás los antiguos griegos supieran más de las miserias de los dioses que nosotros mismos), la forma en que el abuso y la explotación, a veces pueden ser parte de los sueños que alegremente consumimos, en una transacción en la que nadie es inocente, en la que la pureza es una quimera. Y es que hasta el sueño más hermoso puede ocultar las peores pesadillas. Nunca resulta gratuito asomarse al abismo.
Buff, impresionante reseña. Ya tengo ganas de leer el libro que espero me guste tanto como este artículo.
ResponderEliminarMil gracias, cuscurro. Creo que vale la pena leer este libro, pero eso sí, vete preparado para una historia nada complaciente.
ResponderEliminarYa contarás si te animas. Saludos ;)
Aunque ya te lo dije en privado, Gabo, lo reitero aquí: magnífica reseña, rotunda como sin duda lo es también el libro. No sé si alguna vez lo leeré, pero con este artículo he disfrutado. Gracias :)
ResponderEliminarMil gracias, Sue. Hay lecturas con las que uno puede enfrentarse al lado más oscuro de la vida. Quizás este sea uno de ellos.
ResponderEliminarUn beso ;)
Me ha gustado mucho tu reseña, Gabo.
ResponderEliminarEste libro lo descarte hace tiempo de mi lista de lecturas, pero gracias a la reseña tan impactante que has escrito, ha hecho que lo vuelva a tener en cuenta y que en un futuro, seguramete, lo lea. A pesar de no ser mi género favorito como muchas veces he comentado.
Pues eso, que te has marcado una reseña estupenda, Gabo.
Muchas gracias, Maider. Si te animas espero que el libro sea de tu agrado.
ResponderEliminarBesos ;)
Wowwwwwwwww, Gabo, esta reseña es magnífica, apuesto que hasta mejor que el propio libro. Leyéndote me han dado muchas ganas de conseguirlo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Andromeda, aunque creo que es un poco excesivo XD
ResponderEliminarUn beso ;)
Casualmente empecé ayer a ver la película que se ha hecho sobre el libro. Había llegado hasta el descubrimiento de la chica descuarizada, pero fíjate que no lo había relacionado con "El hombre que ríe". Y eso que hay una escena en la que van a ver la película. Me llamó la atención ya que es muda y creo que bastante anterior a los años en que transcurren los hechos.
ResponderEliminar(Un inciso. Siempre me he preguntado cómo hicieron el maquillaje para la boca de Conrad Veidt)
Terminaré de ver la película, ya que promete. Es interesante el aspecto tan desangelado de Los Ángeles, valga la redundancia. Este aire marca un cierto contraste con las ambientaciones en Nueva York o Chicago.
Y después, a por la novela.
Jumareva, según tengo entendido, la película desmerece bastante de la novela, aunque no puedo asegurártelo porque no la he visto. Lo que sí te aseguro es que el libro no da tregua al lector. En momentos la trama resulta un tanto confusa o atropellada, por la cantidad de subtramas que lleva enlazadas, pero creo que puede ser una novela muy satisfactoria para los amantes del género.
ResponderEliminarSaludos.