Michael Ende, el oficio (y la cruz) de escribir libros infantiles. - Luis Ángel Oliva / Fley





El autor de "La historia interminable" fue un escritor constantemente cuestionado por el público al que iban dirigidas sus obras, que él defendió hasta la saciedad sin llegar a entender por qué debía de señalarse como escritor infantil, y a consecuencia de ello, escritor de literatura menor.



Carpeta de apuntes
de Michael Ende es un compendio de artículos, conferencias, reflexiones y aforismos del genial autor alemán. Editada hace demasiado tiempo (lo cual exige una reedición) en un solo volumen por Alfaguara, Carpeta de apuntes nos muestra a un autor reflexivo y agudo, con preocupaciones complejas y aparentemente alejadas del mundo fantástico con el que todos le relacionamos. Merece la pena echar un vistazo diferente a la obra de este imperecedero autor, inevitablemente relacionado con las historias que todos hemos disfrutado en nuestra infancia y sin embargo más alejado del prototipo de escritor de cuentos infantiles de lo que parece.


En el artículo Sobre el eterno infantil, Ende realiza una introspección sobre lo que, para él, significa escribir para niños, en una conferencia que formaba parte de un congreso llamado “¿Por qué se escribe para los niños?”, realizado en Tokio a finales de los años ochenta del pasado siglo. Intentando dar con una respuesta satisfactoria a la pregunta que planteaba el lema del congreso, Ende rescató una metáfora del gran autor checo Gustav Meyrink, en la que contaba que, en un bosque, todos estaban maravillados con la habilidad del ciempiés para bailar. Un día un rugoso y grueso sapo, sabedor de su propia torpeza, se atrevió a preguntar al ciempiés cómo hacía para bailar de una manera tal que dejaba embelesados a los demás animales del bosque. 


“¿Mueves primero el pie izquierdo y luego el número noventa y nueve de la derecha? ¿O comienzas por el número cien de la izquierda y echas después el número cincuenta y tres de la derecha, moviendo después el tercero de la izquierda y luego el número setenta y dos de la derecha? ¿O lo haces al revés?”. 

Incapaz de responder, el ciempiés se dio cuenta de que ni él mismo conocía la respuesta. Ende emparentó su propia experiencia a la del ciempiés, haciendo ver que no podía pensar por qué escribe para niños, y le dio la vuelta a la pregunta. 

Tengo que plantearme la pregunta de otra manera, pues en el fondo yo no escribo en absoluto para los niños. (...) En el mejor de los casos podría decir que escribo los libros que me habría gustado leer de niño. Esta fórmula suena bien, pero no corresponde del todo a la verdad, pues tampoco escribo recordando sobre mi propia adolescencia. (...) Bueno, qué se le va a hacer, lo admito, seguramente nunca he llegado a ser de verdad una persona adulta.”


Ende comienza a realizar entonces una introspectiva sobre su propia psicología como escritor de cuentos infantiles. “No son, por tanto, miras pedagógicas o didácticas las que impulsan mi labor. El haber elegido la forma que pueden ustedes ver en mis libros tiene exclusivamente razones artísticas y poéticas. (...) Esto, por su parte, es cuestión del tono de voz, del estilo continuando con el peso que supone tener colgada la etiqueta de escritor infantil (...) pero si un escritor o poeta se atreve a presentar en sus libros un mundo maravilloso infantil similar, entonces se le cuelga la etiqueta, todavía peyorativa, de autor de libros infantiles. Ello quiere decir que los libros infantiles son un género inferior de literatura –si es que se los incluye en la literatura-, que cultivan únicamente personas que carecen de suficiente talento para ser verdaderos escritores.” Y después, sin perder el hilo anterior, aborda directamente la necesidad de ficcionar mundos sin la obligación de explicar el mundo en sí. 

Una cosa es defender valores y otra crear o renovar valores. ¿De qué sirve toda la argumentación critico-social contra el envenenamiento y destrucción de la naturaleza si, en el fondo, el árbol como tal ya no nos dice nada? Pero un poeta que, con una poesía, me hace vivir la belleza de un árbol, la fraternidad de ese ser misterioso, pasa por ser anacrónico, una reliquia casi ridícula del pasado, mientras que el autor que escribe un furioso panfleto contra la destrucción del medio ambiente, aunque para él personalmente el monte no sea más que la base biológica de nuestra vida, este nido por una persona progresista y valiente”.

Ende entonces habla sobre el impulso que sigue para escribir como lo hace; el juego. 

Nietzsche decía que en cada hombre hay escondido un niño que quiere jugar (...) Yo quisiera tomarme la libertad de enmendar un poco la frase (...) y decir; En cada persona hay escondido un niño que quiere jugar. Lo confieso, pues, sin avergonzarme: el impulso verdadero, real, que me mueve mientras escribo es el placer del juego, libre y espontáneo, de la imaginación. (...) El juego, si sigue siendo juego de verdad, no puede nunca moralizar. Es, en su esencia, amoral (...). "

En otro artículo de Carpeta de apuntes, Ende hace recorrido por lo que para él son las bases de la literatura infantil, de nuevo tratando de quitarse la etiqueta menospreciativa que para muchos tenía ser escritor infantil. Esta vez lo hace con deliciosa ironía de compararse con un indio, en cuanto a sus circunstancias como escritor. “Soy un ser primitivo originario de una reserva centroeuropea (...). La reserva de la que provengo se llama Literatura Infantil. Forma parte de las reservas toleradas con sonrisa de conmiseración por los habitantes del desierto de la civilización (...) pero en el fondo despreciadas por todos.”



Ende no se olvida de que, el resto del mundo literario a los que él llama “habitantes del desierto de la civilización”, en ocasiones se fijan en los escritores infantiles para dar con relaciones psicológicas que justifiquen sus propios escritos. “De vez en cuando, (...) entre los habitantes del desierto de la civilización se pone de moda el ocuparse de nosotros, y entonces masas de celosos misioneros recorren nuestros bosques y praderas, levantan planos de nuestras tierras y nos amonestan, bondadosa o enérgicamente, a someternos por fin a la Ilustración científica (...). Nosotros, claro, les prometemos todo lo que quieren, nos inclinamos también reverentemente, como ellos exigen, en dirección a los cuatro puntos cardinales que para ellos se llaman Marx, Freud, Einstein y Darwin. Entonces se marchan contentísimos. (...) Hay, sin embargo, en nuestra reserva un enclave especial odiado ferozmente por esos misioneros (...) se llama "El libro Infantil Fantástico". (...) Cuando el buen misionero ha dado su beneplácito al libro infantil realista, por ser instructivo o pedagógicamente valioso, ante el libro infantil fantástico, por lo general, se queda con la boca abierta. No encuentra normas, criterios que le puedan servir de punto de referencia para su mensaje salvador. El enclave de nuestra reserva es, pues, mi lugar de origen.”


Sin duda Ende se sintió vilipendiado en más de una ocasión, y en escritos como este surgen ciertas afirmaciones incendiarias contra quienes nunca le tomaron en serio; “No, yo no estoy orgulloso de ello. No estoy orgulloso por la sencilla razón de que todas esas clasificaciones en literatura infantil y literatura para adultos, literatura fantástica y literatura realista, literatura para amas de casa católicas y literatura para ciclistas zurdos, es una estupidez de tal calibre que los indígenas tenemos que beber mucho agua de fuego para poder creer que los habitantes del desierto de la civilización están realmente en sus cabales”.


Cuando el mundo literario se fija en él cuando comienza a ver la cantidad de libros vendidos, Ende se siente totalmente incomprendido. “Hace poco algunos de mi tribu y yo hemos conseguido abrir fronteras de nuestra reserva, llamar la atención del auténtico mundo literario, poner en un cierto desorden sus criterios e incluso situarnos en la lista de best-sellers. (...) ¿Cómo voy a estar orgulloso de que nos aplauda un mundo que es inhabitable para nosotros?”. Y como si de una partición total de la literatura se tratara, Ende intenta llegar al origen de ella. “¿Cuándo surgió la necesidad de crearles a los niños un mundo propio, y , por tanto, también una literatura propia? En otras civilizaciones (...), niños y adultos viven en un mundo común. En la Europa de antes era también así. ¿Cuándo y por qué se dividió ese mundo en dos partes? (...) Antes existían cuentos, pero éstos de ninguna manera eran “sólo para niños”. En el desierto de la civilización se supone que el pueblo se había inventado esas historias fabulosas porque era ignorante e ingenuo. (...) Todo cambió al comienzo de la modernidad (...) el moderno intelectualismo empezó a desbancar en todos los campos a la vieja espiritualidad de Europa. (...) En el siglo XIX su triunfo fue total: la imagen del mundo se había vuelto literalmente inhumana”. (...) A partir de entonces, el cosmos sólo se veía como una maquinaria, impasible y vacía, que funciona según un número limitado de leyes físicas. (...) Por eso se toleró que se creara nuestra reserva (...) en la que los pequeños salvajes se entregasen (...) hasta el momento en que se los considerase suficientemente maduros para hacerles conocer todas esas representaciones que hoy se llaman hechos objetivos”.


En otro artículo, este sobre la conciencia crítica, Ende reflexiona sobre la idea de inculcar valores a los niños y las circunstancias en las que hacerlo. “Al exigirle al niño una conciencia crítica, se le pide algo de lo que él, por su grado de desarrollo, no es todavía capaz ni tampoco debe serlo aún. Pero lo que es mucho peor: al exigirle eso se reducen o destruyen las posibilidades que hay en él de desarrollar más tarde de modo adecuado esa posibilidad. (...) Estoy convencido de que un libro infantil, debido justamente a la porquería, al desamor, a la fealdad que se vierte sobre los niños por dondequiera que se mire, ha de ofrecer a sus lectores algo que ellos consideren hermoso y que puedan amar. Ninguna otra cosa es importante, pues sólo de eso pueden alimentarse espiritualmente los niños. (...) Totalmente indiferente es, sin embargo, el que su contenido presente realidad en el sentido de esos apóstoles del realismo tan carentes de imaginación. (...) La muñeca y el osito en que los niños vuelvan toda su ternura tampoco son, ateniéndose al mezquino concepto de la realidad d esas gentes, si no unos cuantos puñados de serrín y un trocito de tela,y por tanto habría que quitárselos a los niños, o por lo menos desencantarlos, atravesándolos con un cuchillo y poniéndolos bajo las ruedas de un coche, con el fin de mostrar a sus propietarios cuál es su verdadera naturaleza y convertirlos así a ellos en personas realistas y sin ilusiones.”

Tal y como se constata en Carpeta de apuntes, Ende tuvo que lidiar en su vida con constantes etiquetajes. Pedagogos, lectores, padres y simplemente chiflados de todo el mundo, pusieron en jaque su paciencia preguntándole una y otra vez sobre su obra y el contenido que esta tenía con respecto a la educación de los niños. En una carta de un lector, le llegan incluso a preguntar hasta qué punto la Biblia satánica ha influido en sus escritos. Michael Ende vivió durante su vida adulta con la sensación de no ser tomado en serio, y aunque en este libro nos da a conocer sus berrinches y su indignación, en realidad lo que trasmite a través de este libro es, que en realidad, le resultaba indiferente. La insistencia con la que continuaba escribiendo las historias que deseaba escribir, independientemente de si en su principio pretendiese dirigirlas al público infantil o no, demuestra que en ningún momento se planteó escribir algo que se alejara de los patrones con los que otros le acusaban de infantilismo. A pesar de sus enfados, muchos de recibo, y las manías que nos muestra Carpeta de apuntes, Ende fue un escritor íntegro, genuino, liberado de prejuicios y amante de la literatura, de los clásicos y la poesía, a los que siempre acudió para defender la ficción frente a la realidad fría y desangelada; “Las buenas poesías no tienen que contener sabiduría: son el producto de ésta.”.


El escritor de La historia interminable, aboga por la sencillez, que no facilidad, y la huída del barroquismo que hace imposible un entendimiento tranquilo, y que siempre aleja al lector del sentimentalismo, algo que, por desgracia para él, siempre hizo que le etiquetaran como infantilista. No veo otra manera de finalizar este artículo más que con un extracto de Ende sobre este tema;
Muchas veces he oído decir que la verdad es sencilla. Eso es cierto, me temo únicamente que la gente lo interpreta mal. Ellos piensan que lo sencillo es sencillo de entender. Pero no hay nada más dificil”.

3 comentarios:

  1. Encantador artículo, Fley. Siempre es interesante conocer la visión que un autor tiene de sí mismo y de su obra; no tiene por qué coincidir con la de sus lectores, y el caso de Ende es buena prueba de ello. Tu enfoque es original y la información que aportas, muy valiosa. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  2. Saludos.

    Que tristeza he sentido al leer este artículo. Muy buen articulo Fley, me ha hecho reflexionar de muchas cosas y que inteligencia la de Ende como logra meternos en su problema en pocas palabras y sentir ese desprecio que no hubiera de haber sentido.

    ResponderEliminar
  3. Me alegro que os haya gustado, Sue, Shardin, efectivamente es algo triste pero también es ciertamente esperanzador que autores que tratan un género tan encantador como Ende tengan posturas protectoras y defiendan sus principios, que también son los de muchos de sus lectores.

    ResponderEliminar

No hay comentarios