El verdadero final de la Bella Durmiente. Ana María Matute: Un matrimonio de cuento de hadas - Conchi Sarmiento



Las niñas siempre sueñan con ser la princesa del cuento de hadas y tienden a idealizar a su propio Príncipe Azul, que apenas pasa de ser, a tan tempranas edades, un ente indefinido de Belleza y Protección. Sin embargo, una vez superada la niñez y la adolescencia, ¿le sigue interesando a la mujer adulta ser la princesa del cuento?, ¿continúa soñando con un Príncipe Azul?, ¿le complacería llevar esa vida de sumisión y acato de cualquier norma o capricho por parte de quien se halla sometida? No es del todo aplicable a las costumbres sociales que imperan en la actualidad, pero psicológicamente, algo subyace. Todas las princesas de los cuentos viven sometidas a los dictados de quien las cuida y las protege: para algo son y han sido criadas como princesas. Pero, ¿qué sucede con el precio que hay que pagar?



El verdadero final de la Bella Durmiente, Ana Mª Matute. Editorial Lumen, 1995.

En esta obra breve, publicada en 1995, la escritora Ana María Matute (1926), ofrece al lector un posible final del personaje infantil de la Bella Durmiente, retomando las versiones de Charles Perrault (Belle au bois dormant, 1697) y de los hermanos Grimm (Dornröschen). La acción del relato de Ana Mª Matute se desarrolla desde que la Bella Durmiente y el Príncipe Azul, convertidos ya en marido y mujer y tras la ingesta de perdices, inician el viaje hacia el reino del Príncipe, donde el Príncipe tendrá que ganarse su reino.

Es un relato cargado de la simbología propia de los cuentos de hadas, y para dar una idea global del sentido de la obra es interesante citar la última frase de la misma:


"La Princesa nunca más sería tan cándida, ni el Príncipe tan Azul, ni los niños tan ignorantes e indefensos".

Si una de las finalidades de los cuentos infantiles, aparte del entretenimiento, es la del aprendizaje, Matute parece indicar que una educación incompleta en la mujer acabará derivando -si la suerte de un buen marido no acompaña- en un matrimonio desastroso, basado en la sumisión de la mujer con respecto al esposo o a la familia de éste. En la historia que nos narra la escritora catalana, el Príncipe cumple con el ideal principesco de la Bella Durmiente: es la Belleza personificada y, tras su particular prueba de madurez, la Protección.

El Príncipe Azul es un personaje cuya evolución es muy enriquecedora, pues siempre alcanza sus objetivos. No parece estar dotado ni tan siquiera para enfrentarlos y, sin embargo, los consigue. El lector se dejará llevar, erróneamente, por las apariencias: el Príncipe no ve la tristeza y desolación del reino al que pertenece, ni descubre la verdadera naturaleza de su madre, Selva -también llamada Reina Madre-. Pese a ello, sale de su reino en un primer viaje iniciático en busca de la mujer ideal (la Bella Durmiente) y, tras conquistarla, la trae a su territorio, a su reino. El Príncipe ama y es amado, tiene descendencia -un niño y una niña, sanos y bellísimos-, se dedica a la caza y a la vida contemplativa. Si bien podríamos considerar que el logro de sus objetivos se debe a su buena suerte, otro hecho nos revoca tal idea: la petición, bajo amenaza generacional, de su padre el Rey en el lecho de muerte. El Príncipe tiene que guerrear, sustituir a su padre y continuar con la costumbre atávica, ser tradicionalista y conservador. Su encomienda es matar a un enemigo heredado, un tal Zozogrino, a quien ni siquiera conoce. Acude a cumplir con su deber y nada se sabe de él hasta que regresa victorioso y, en el último instante, salva a la Bella Durmiente, a sus hijos y a sus subditos de ser cocidos vivos en un caldero gigante.

Y, sorprendentemente, el Príncipe ha regresado de su segundo viaje iniciático con sus objetivos cumplidos: no quiso guerrear y no guerreó. Es más: venció. Venció porque solucionó un problema que su padre no fue capaz de vencer en años. Y es que en lugar de continuar una lucha sin objeto y sin conocimiento, el Príncipe negoció con el enemigo y ambos llegaron a un acuerdo, pues Zozogrino tampoco quería la guerra. Es decir, mediante la comunicación el Príncipe solucionó un conflicto y, así, alzanza la evolución de su raza, pues el hombre no es una bestia irracional que se deja llevar por sus impulsos inmediatos, sino que debe emplear sus recursos para obtener una mayor calidad de vida.

La evolución de la Princesa, en cambio, es más pasiva. La bella ex durmiente no lucha, no ofrece resistencia ante los avatares de la vida, sino que se amolda a las circunstancias que la rodean. Madura a fuerza de inseguridades y miedos, y de ellos aprende a ser precavida.

Tras el viaje de novios, simbólico e iniciático, ambos jóvenes se encuentran ante "una larga escalinata de invierno y viento" que les conduce al castillo, (hogar del Príncipe), a lo Desconocido para Bella, al futuro incierto, como matrimonio, que les aguarda. Son recibidos por la Reina Madre, una majestuosa mujer, altísima, hermosísima..., pero de colmillos vampíricos, ojos amarillentos como el azufre y que, para más señas, es fitófaga de cara a la galería y devoradora de carne humana en su intimidad y ausencia de su hijo, el Príncipe.

Con esa suegra ha de convivir la Princesa, junto con sus hijos, cuando el Príncipe se va a la guerra para ganarse el reino de su padre fallecido. La Reina Madre o Selva, favorece la sumisión de la Princesa mediante atenciones de orden material, comodidades de la vida cotidiana que conllevan a un sentimiento de gratitud en Bella. Aunque bien es cierto que ésta no puede evitar que su suegra le provoque una oscura sensación de profundo desagrado. La muchacha vive entre el bienestar, la curiosidad reprimida y el desasosiego, pero no se atreve a hablar. Está fuera de su tierra, de sus padres, de sus gentes. No tiene medios propios de subsistencia. Para ella el Príncipe ausente es el alfa y omega, el único hombre al que se entregó a ciegas porque fue el único que se atrevió a despertarla de su sueño de 100 años. Ella jamás comparó, ni sopesó nada: aceptó sin más el Destino que le imponían. Así que se aferra a la creencia de que las apariencias engañan y a su subyaciente complejo de inferioridad debido a su ignorancia, fruto de un siglo de inactividad y no conocimiento del mundo:


"Como desconocía tantas cosas, y era consciente de su ignorancia de 100 años, no dijo nada"


"Después de mi sueño de 100 años, cuántas cosas han cambiado en el mundo -pensó-. Calla y no reveles tu ignorancia"

La Naturaleza -el inconsciente, el instinto- le advierte en numerosas ocasiones del peligro que corre junto a la Reina Madre, pues ésta pretende devorarles, a ella y a sus hijos, Aurora y Día. Bella puede comprender el lenguaje de los pájaros y de las plantas, pero a medida que pierde la inocencia y se hace adulta, esa facultad desaparece. Cuando ya no cuenta con la ayuda de la Madre Naturaleza es el factor social el que le ofrece ayuda. Son los asalariados, los pobre subditos de la Reina que, por dinero, han de obedecer sus órdenes, y para sobrevivir han de actuar como marionetas del poderoso. Esta sociedad la encabezan Rago, el cocinero, Erina, su mujer, y el tenebroso Silo, montero mayor de la Reina Madre.

Pero solamente el poder social no podrá vencer a la Reina, y salvar a la Princesa, la ex Bella Durmiente, sino que será la unión final de todas las fuerzas de el Príncipe y de los trabajadores fieles quienes, trabajando en equipo, vencerán al Mal que representa Selva, la Reina Madre, la barbarie que devora al hombre.

1 comentario:

  1. Es muy elevado el precio que hay que pagar aunque corresponda a cien años -o muchos más- de ignorancia y sometimiento de la mujer, Conchi.
    ¡Felicidades por esta reseña!

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