"Mamá, a Julia y a mí nos hacía andar todas las mañanas diez minutos por el pasillo con un librote en la cabeza, y decía con mucha guasa: ¿veis cómo los libros también pueden servir para algo...?"
Comentarios así dejan claro que a Carmen Sotillo no la educaron para apreciar los libros. Y sin embargo, cuando su marido, Mario, muere inesperadamente de un ataque al corazón, ella recurrirá a un libro para intentar sentirse cerca de él por última vez. Hojeando la Biblia que el difunto Mario leía con frecuencia, deteniéndose en los pasajes que él había subrayado, Carmen vela durante toda la noche el cadáver de Mario, el marido al que no soportaba, al que nunca comprendió. Su mente, hiperexcitada por la dolorosa vigilia, emprende un monólogo interior lleno de saltos en el tiempo, quejumbroso, hipnótico, muchas veces irritante. Por ese camino, en un alarde de técnica narrativa, cuyo carácter innovador no perjudica en ningún momento la amenidad de la narración, discurre una novela que atrapa al lector y lo extravía en un laberinto de reproches y medias verdades, de tragedias ocultas y traiciones nunca confesadas. Es, sin duda, un retrato tragicómico de la sociedad de la época (la España provinciana de los primeros años 60), pero también es, por humana, universal.
El autor va administrando con mano maestra el casi insoportable discurrir de Carmen, para que poco a poco se desplieguen ante el lector todos los matices de la historia. Hay un primer nivel de percepción lectora, en el cual captamos todas las connotaciones negativas con que aparece la protagonista, y la juzgamos duramente: Carmen se muestra, en efecto, como una mujer de mentalidad estrecha, prisionera de sus prejuicios de clase y de su educación represora, muchas veces cursi, encarnación del quiero y no puedo, envidiosa, soberbia, y siempre hipócrita. Mario, en ese mismo nivel, aparece ante los ojos del lector como lo opuesto a ella: un hombre hecho a sí mismo desde una clase social inferior a la de su esposa, exigente consigo y con los demás, empeñado hasta la angustia en mejorar el mundo y en la búsqueda de la verdad, con inquietudes intelectuales y literarias, de profunda fe cristiana (frente al catolicismo vacío y formal de Carmen y sus amigas) y socialmente comprometido. Ambos son así, sin duda. Y, sin embargo... cuando el lector reflexiona sobre lo leído, le invaden las preguntas, y se abre para él un segundo nivel. ¿No es estremecedora la insatisfacción vital que destila el personaje de Carmen? ¿Acaso Mario el comprometido, el intelectual, el perfecto, ha intentado alguna vez acercarse a ella, darle lo que necesita? ¿No son la frialdad, el desapego y el autoritarismo del marido, los que han abocado a Carmen al lamentable episodio adúltero que tanto se reprocha? Miguel García-Posada, en su estudio "Cinco horas con Mario: Una revisión", destaca en Mario "su actitud arrogante para con su mujer, a quien trató siempre en términos de indiscutida superioridad. Él decidía cuándo debían tener relaciones; se comportaba con ella con frialdad; no se ocupaba de la educación de los hijos, que recayó sobre las espaldas de ella; se pasaba la vida en las tertulias de sus amigos progresistas. Lo quisiera o no, Mario, el demócrata, se comportaba de modo autoritario, y Menchu, a través de su lenguaje tópico, lo precisa de modo inequívoco: el día en que os casáis, (los hombres) compráis una esclava." Es pasmosa la habilidad de Delibes como narrador, cuando a través del filtro deformante de una única voz, la de Carmen, consigue que vayamos percibiendo más y más matices de los dos protagonistas. Y aunque la superioridad moral de Mario sobre la pequeñez de Carmen siga siendo indiscutible, terminamos dándonos cuenta de que ambos, no sólo ella, son dos personajes "mutilados", aunque por distintas causas, como observa García-Posada.
Desde este segundo nivel más profundo, no dejan de sucederse las preguntas en el ánimo del lector. La hermosa y elegantísima Valen, con sus visitas regulares a Madrid, ¿es de veras tan buena amiga y tan irreprochable como cree Carmen? ¿Cuál es la verdad del personaje de Encarna: son fundadas las sospechas de la protagonista, o se trata de una estrategia más de ésta para exculparse delante de Mario y de sí misma? A estas cuestiones habrá tantas respuestas como lectores; el gran mérito del texto estriba precisamente en suscitarlas, como también lo hace la intervención final del hijo mayor de la pareja, que con su diatriba contra "el feroz maniqueísmo" y otras lindezas, nos deja con la duda de si se limita a repetir como un lorito joven los clichés propios del ambiente universitario de su época, o si será capaz de luchar por "desterrar la hipocresía" sin caer en los errores de su padre.
BIBLIOGRAFÍA.-
García-Posada, Miguel: "Cinco horas con Mario: Una revisión". Incluido en el volumen "Miguel Delibes, el escritor, la obra y el lector", varios autores, Anthropos Editorial, 1992.
Sobejano, Gonzalo: "Los poderes de Antonia Quijana: Sobre Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes", Revista Hispánica Moderna, año 35, núm. 1-2 (1969, enero-abril) página 106.
Otro exquisito comentario de la storm que vuelve a hacer que te den ganas de salir corriendo a comprar el libro. Siempre por aquello de la amistad se puede decir. ¿Estará el libro a la altura de este comentario? (obviamente sí:-))
ResponderEliminarPara lo del hijo también hay tantas respuestas como lectores. Mi opinión es que es la semilla que ha dejado Mario en este mundo, pero puede ser cualquier cosa.
ResponderEliminarUno de mis libros favoritos y un artículo muy interesante, Sue :)
Gracias a los dos. Marta, este libro también está entre mis favoritos, ¡se presta a tantas interpretaciones distintas! Estoy encantada de haber podido participar en este homenaje.
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