Zonas Húmedas de Charlotte Roche, publicada en Anagrama, se destapa como una novela de corte novedosamente rompedora, alzándose como una nueva experiencia para todos los sentidos. El erotismo llevado al límite del buen gusto.
Un millón y medio de libros vendidos en Alemania es una buena frase de presentación para los lectores de todo el mundo. Hay dos lecturas distintas detrás de esta mareante cifra. Una de ellas es hasta qué punto puede resultar “vendible” una novela erótica con una visión tan particular sobre la sexualidad. La siguiente lectura es la de esperanza, pues el que la gente siga interesándose por el sexo tanto como para elevar a estas cuotas un libro semejante, es algo que celebrar.
Pero ambas lecturas tienen como vínculo común una impresión con la que se resumiría la primera sensación que deja la lectura de “Zonas húmedas”. Sorpresa. Y es que su autora, Charlotte Roche, se atreve a dar una vuelta de tuerca a la temática y aleja su texto del estereotipo delicado y elegante, sacudiéndose los calificativos más trillados.
Es explícita sin llegar a la sordidez de la pornografía y original sin salirse de los cánones ya establecidos. ¿Cuál es el término intermedio que Roche utiliza para dar con la fórmula adecuada? La palabra que lo definiría, escapándose del concepto peyorativo de la misma, sería esta; soez.
Y es que Roche no se niega la parte sucia del sexo y la adhiere a la propia condición de mujer de su protagonista, Helen. Una joven rebelde de apenas veinte años con una vida sexual activa que vive tan rápido como se lee la novela. Todo comienza cuando la protagonista, en la que puede verse el alter ego de la autora, se descuida durante una depilación anal y se hace un corte en la susodicha parte. Tiene que ir al hospital para ser operada y una vez allí comienza a rememorar una serie de recuerdos que aunque para cualquier jovencita podrían suponer potenciales traumas, para ella son una amalgama de experiencias destinadas a satisfacer sus fantasías sexuales. Desde dejarse depilar el cuerpo por un desconocido hasta utilizar las drogas como vínculo afectivo entre ella y otra compañera, jugos gástricos mediante. Y es que la palabra que antes utilizaba, escatología, no puede más que servir como distintivo en cada una de las experiencias que nos narra la protagonista. Con ello nos lleva a un lugar del cual las novelas eróticas al uso nos han querido alejar dejándonos en un limbo Noir y aséptico con el que las fantasías sexuales no dejaban de ser nunca fantasías. Y es que las experiencias de Helen nos muestran lo que los hombres somos: animales que expulsan líquidos por todos los orificios de sus cuerpos y que buscan placer en cualquier encuentro, sea éste de la índole que sea. Somos agujeros por donde salen y entran cosas, carne que supura, suda y huele, Somos seres con una piel sensible en los pies, las manos, la cara y hasta en la nuca, tobillos y codos. Roche olvida el beneplácito que ofrece al escritor el huir del camino desconocido y se aventura en otros no explorados cuyas constantes se basan en componentes que, por norma general, causan desagrado en cualquiera que se encuentre con ellos.
Y es que el lector comprenderá con tan sólo aventurarse en las diez primeras páginas el tono con el que Roche ha querido narrar esta historia. Si se es capaz de superar esta criba en la que Helen nos cuenta cómo acabó en la clínica donde la operarán el ano, haciéndonos partícipes de sus problemas de almorranas y bultos, y su gusto por ofrecérselos a sus amantes como prueba de hasta dónde están estos dispuestos a llegar, se puede pensar que el lector acabará por disfrutar el libro y sacar de él lo que Roche está dispuesta a ofrecer. Y es que además de todo este compendio de humedades y cuerpos, así como descripciones detallistas de todo tipo de enfermedades cutáneas y vaginales, Roche ofrece frescura, intención, e irreverencia, algo que se suele echar en falta en autores noveles actuales. Helen es una voz única, maravillosamente ubicada en un mundo corporal que compartimos pero que nos negamos a reconocer que existe, mientras ella alardea de él sin cortarse ni huir ni un momento. Y es que con ello Roche consigue que los sentidos del lector estén a flor de piel de la primera a la última página. A veces rozando el desagrado, algo a lo que lleva el ser explícito hasta niveles demasiado altos, y otras veces acercándose a un sentimentalismo cálido a través de hilos nada convencionales. Esta capacidad para tocar todos los sentidos del lector es algo de lo que se alejan por incapacidad las novelas tradicionales, y resulta un componente fabuloso por el que excusarse para leer Zonas Húmedas. Sí, puede revolver estómagos sensibles, pero Roche aboga por no considerar este hecho como negativo, pues la novela convive con constantes referencias a placeres tan cercanos al sentimiento de desagrado que hace de ellos una virtud imposible de ignorar. Helen, la protagonista, no duda de ello, y nos hace partícipes de todo lo que podamos suponer que seríamos incapaces de describir ya fuera por vergüenza o por suponer que quien nos escuchara recelaría de nuestro buen gusto. Y es que Roche pone patas arriba todo lo establecido como “buen gusto”. No quiere crear un decálogo de lo que es o no es agradable, sino que se reafirma en la verdad de que la búsqueda más animal del placer es un componente inherentes al ser humano, como lo son todas las humedades que de esa búsqueda surgen, por mucho que nos disguste verbalizarlo.
Roche consigue, con todo esto, introducirse en un campo al que muy pocos autores son capaces de llegar; la libertad total. Podría abrirse un debate en este punto sobre lo que consideraríamos como libertad a la hora de escribir, y si esa libertad puede basarse en los parámetros sexuales de los que hemos hablado hasta este punto. Pero lo que es innegable a pesar de todo es que la libertad con la que Roche escribe es sólo suya, sin que parezca en ningún momento que le esclaviza para poner la voz de Helen en todos los extremos. Un lugar como en el que la autora llega a posicionarse sólo puede servirle de altar con el que moverse como una diosa caprichosa. Y esta capacidad de movilidad es la que todo escritor anhela, se mueva en el campo en el que se mueva.
Por todo ello Roche, una joven treintañera que deja a sus espaldas una amplia carrera televisiva relacionada con la música y el entretenimiento, casada y con una hija, se convierte en el paradigma de la autora libertaria, que no libertina, componentes políticos aparte, de la primera década de este siglo. Y lo hace con una obra cuya repercusión en Europa, por sus condiciones de novedad, ventas y las cuotas de idolatría que alcanza, sólo es comparable con Salinger, dicho esto en voz baja para que no se ofendan ortodoxos.
Es inevitable, llegado a este punto, ignorar ciertas comparaciones en cuanto a contenido y en cierto modo el continente, por su tono y posibilidades, con el sempiterno Marqués de Sade, con Foster Wallace, Irvine Welsh, Houellebecq e incluso con el alejado pero sórdidamente cercano Bukowski.
Leer Zonas húmedas se convierte pues en un ejercicio de limpieza natural, a pesar del oxímoron que pueda suponérsele que sea una novela sobre el placer que conlleva acercarse a la suciedad oculta del cuerpo del ser humano. Roche ha conseguido ofrecer una experiencia corporal más allá de que sea papel el medio que utilice, que a la postre, se convierte en el único medio posible para satisfacer un placer como este sin utilizar nuestro cuerpo más que para coger la novela y leerla.
¡Que bien escribes Luis y que bien lo has contado todo todito... y , a pesar de eso que pocas ganas me han entrado de leer esa novela! ¡Arghhhh! Paso de ella por mucha libertad que exprese
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