Los gozos, las sombras y el sexo - Montse Gallardo





La obra de Gonzalo Torrente Ballester (1910 – 1999) gira en torno a tres temas recurrentes: el poder político, la identidad personal y el sexo, si bien tratados en ocasiones de manera tangencial o indirecta, siempre están presentes en sus obras. Con matices y enfoques diferentes desarrolla historias en las que sus personajes están en permanente búsqueda de sí mismos, y se plantean el sentido de sus vidas, que encuentran gracias a o a pesar de sus experiencias sexuales. En este artículo se va a analizar cómo es tratado el tema del sexo en la obra más conocida del autor, Los gozos y las sombras.

Los Gozos y las Sombrasi, trilogía publicada entre 1957 y 1962 relata la vida de una pequeña aldea gallega –Pueblanueva del Conde- en el tránsito del siglo XIX al XX, hasta la Segunda República, periodo en el que el capitalismo y la industrialización –representados por Cayetano Salgado- intentan imponerse a la economía tradicional –representada por doña Mariana-. Las relaciones de poder entre el dinero nuevo y el dinero viejo, entre la modernidad y la tradición, la industria y la artesanía se ven rotas con la llegada al pueblo de Carlos Deza, sobrino de Doña Mariana y compañero de juegos en la infancia de Cayetano.
Una novela aparentemente asentada en las relaciones personales y en una lucha de poder –todos en el pueblo esperan con ansia a Carlos Deza para que desbanque a Cayetano, pues aunque todos le odian, le temen tanto que ninguno se ve capaz de enfrentarse a él-, pero que va mucho más allá del domino del pueblo, pues la rivalidad entre Carlos y Cayetano no se centra en el control de los pescadores y los barcos –como antes de la llegada de Carlos- sino en el control de las mujeres, por las que –por razones obvias- jamás compitieron Cayetano y Doña Mariana, lo que daba cierta tranquilidad al pueblo, ya que “Cayetano se portó siempre bien con las mujeres, y el astillero está lleno de padres, hermanos y maridos de sus queridas” (El señor llega, p. 17)

Así, dos mujeres son las que centran la lucha de poder entre Carlos y Cayetano: Rosario, aldeana que busca mejorar su vida, ahogada por la pobreza y por unos padres crueles y aprovechados; y Clara Aldán, hermana del mejor amigo de Carlos, que sólo busca liberarse del abuso de sus hermanos y de una madre alcohólica. Ambas mujeres representan dos vivencias del sexo bien diferentes: el sexo pragmático, que permite lograr beneficios materiales y el sexo culpable, que se vive con vergüenza y rencor. Pero no son los únicos personajes femeninos que aparecen en la novela, y –mucho menos- las únicas que tienen protagonismo sexual.
Se presentan en las tres novelas distintas formas de entender el sexo, más ricas en los personajes femeninos, con más matices, que en los masculinos, lo cual es un hallazgo en una obra de esta época en la que la mujer -en palabras de Pilar Primo de Rivera, fundadora de la Sección Femenina de la Falange- debía ser “justa, disciplinada y abnegada; la falangista debe caracterizarse además por una alegre austeridad que la distinga de la finalidad atribuida a la mujer burguesa de los años anteriores a la guerra. Respetuosa de la prerrogativa masculina” ii rasgos que aparecen en algunos de los personajes femeninos de la trilogía, aunque imaginamos que los escritos y la filosofía de la Sección Femenina no se referían a una vida sexual activa y voluntaria en la mujer, sino más bien a que “…la mujer se encuentra totalmente condicionada por su duro e insoslayable yugo sexual, sufriendo a lo largo de su vida los continuos accidentes de su desgarradora vida sexual (menstruación, embarazo, parto, lactancia, menopausia) que determinan su cuerpo y su mente”iii
Este desgarro aparece en la novela, asociado a una vivencia del sexo como algo culposo, pecaminoso, trágico y doliente. Las mujeres de Los gozos y las sombras no disfrutan del sexo –ni dentro ni fuera del matrimonio- y, cuando lo hacen, viven su placer con vergüenza, asco o arrepentimiento.

Doña Lucía, la esposa del boticario, es un personaje paradigmático en este sentido, pues fluctúa entre su abnegación pública a Dios y su lucha secreta con “un demonio lúbrico que tenía la cara, que tenía la voz, y las manos, y los ojos fríos, de Cayetano Salgado -aquellas luchas tremendas de las que despertaba agotada, jadeante-, aquellos riesgos de perdición que corría (en sueños) tantas noches, sin que su marido acudiese a socorrerla. ¡Cómo necesitaba de aquel socorro, cómo se perdería (¿sólo en sueños?) sin él!” (El señor llega, p. 114), imaginando triquiñuelas y engaños varios para poder estar con Cayetano, sin estar físicamente con él…

En sus desvaríos, Doña Lucía llega a pensar en ofrecer a alguna de sus corderitas (jóvenes bien del pueblo, que llevan una vida dedicada a la oración y a la caridad, bajo la protección de la mujer del boticario) a Cayetano, para que vivan ellas la tentación del demonio lúbrico y, al contárselo –arrepentidas, imaginamos- pueda Doña Lucía saber cómo será el contacto con Cayetano. Lo que nos da la auténtica dimensión del sexo de las mujeres en Los gozos y las sombras, quienes se ven reducidas a moneda de cambio para todos, para quienes buscan lograr sus fines a través del cuerpo de sus mujeres, ya sean esposas, hijas, hermanas o amigas.

Así, los padres de Rosario consienten en que esta sea amante de Cayetano, porque de esta forma pueden su padre y su hermano conseguir un buen trabajo en los astilleros. Al igual que muchas otras familias alientan de manera más o menos explícita a sus hijas para que se dejen querer por aquél, siguiendo unas reglas del juego que Carlos entiende enseguida y le muestra a Cayetano “Para mí, lo que llamas poder, tu poder, es un juego de ilusión y picardía entre el que manda y los que obedecen. Hay una especie de pacto tácito entre tus súbditos, en virtud del cual se dejan dominar para aprovecharse. No pongo en duda que te acuestes con la mujer que te dé la gana, pero tampoco creo que ella sea víctima de una seducción, sino, simplemente, una mujer que se entrega voluntariamente para sacarte algún beneficio. Todas ellas lo han sacado, y los hombres que te obedecen, lo mismo.” (El señor llega, p. 379)

Juego en el que también entra Carlos –aunque lo justifique de cientos de maneras, está estableciendo una transacción de intereses con una mujer- cuando toma a Rosario como amante, a la que compensa cuando se termina su relación, para tranquilidad de los padres y hermano de la joven.

Y los padres de Julita Mariño, quienes se la ponen en bandeja a Cayetano –por mediación de la madre de éste, Doña Angustias- buscando un matrimonio, pero dejando entrever que lo importante es mantener la posición del señor Mariño. Julita es prácticamente el único personaje que disfruta realmente y no se siente agobiada por sus deseos, que la guían de forma directa a su objetivo, el cual consigue en el baile de Carnaval.
Empujó la puerta y se oyó un gritito ahogado. Entró a tiempo de asir a Julia por la muñeca. La atrajo de un tirón.

-¡Mira! ¡O te vas a la cama o te hago un hijo aquí mismo! ¡Largo!
Julia Mariño no se movió. Dejó caer la capa y levantó el rostro. Sonreía.” (Donde da la vuelta el aire, pp. 95-96)

Como también juega Juan Aldán, quien sólo desea matar a Cayetano “para que deje de mandar” (El señor llega, p. 75) y no se le ocurre otra idea que esperar a que su hermana Clara sea seducida y, así, tener motivo para la venganza. Como todos los hombres, su acción no le parece inmoral ni mezquina hacia las mujeres; no, él justifica su acción –anarquista de boquilla- amparándose en la naturaleza de Clara, que no tendrá que ser obligada para “perderse”. Y ese es el empeño de Juan cuando le habla de su hermana a Carlos, “Necesitaba que Carlos, a su debido tiempo, comprendiese que si la liviandad de Clara la convertía en instrumento –Clara es liviana, Clara se vendrá cualquier día a Cayetano-, puesta en otra situación se vendería igualmente: de modo que él, Juan, no la empujaba, no la provocaba, sino que aprovechaba su libertad” (El señor llega, p. 80)

Pero ni Juan, ni Carlos, ni Cayetano llegan jamás a comprender a Clara, presentada como una joven descarada y que se va a comer el mundo, pero que es el personaje más puro e inocente de toda la novela, con más necesidad de amor y más desprendida de todos… y que también se equivoca en su juego, en su definición de quién es y en su búsqueda de un lugar en el mundo, enmarañando la búsqueda de identidad y poder con el sexo, asumiendo su destino -¿marcado por otros?- de ser amante de Cayetano o de Carlos si se tercia, el mejor postor. “Yo, por huir de mi casa, me casaría con el diablo, y si el diablo no me quiere para casarse, es igual: acabaré huyendo con él”. (El señor llega, p. 228)

Clara sabe que su cuerpo es su mejor arma en un mundo en el que para obtener algo, también hay que dar a cambio, pero no vive ese destino con la resignación y el pragmatismo de Rosario, sino con la rabia y el rencor de quien se sabe merecedora de algo mejor.

Soy mala de corazón. Pensarás que podía, como Inés, enamorarme de un ser lejano, en vez de esperar a que alguien se acueste conmigo por dinero. Pero lo malo no me nació aquí dentro, sino que vino de fuera y se metió en mí. Lo malo estaba en la calle, cuando vivíamos en Madrid y yo tenía que ir a la tienda, a pedir fiado, porque ya no teníamos dinero. No se preocupaban de por qué me daban el kilo de patatas o el real de huesos para hacer un poco de caldo. ¡Como yo era simpática!... Sí. Yo era simpática, y a los catorce años tenía caderas de mujer. Me daban las patatas y los huesos y, de propina, un azote, o me achuchaban contra un montón de sacos. Como ahora. Si no llevo el pescado, no hay que comer; pero yo voy a la lonja porque soy deslenguada y sé pelear con las vendedoras, y sacarles unos jureles al fiado cuando no hay dinero. Y cuando hay traiña o xeito, voy a la playa y me dan el pescado más barato, porque mis caderas les gustan a los pescadores, y yo, como lo sé, las meneo. Ésos no me tocan, porque respetan a Juan; que es su dios, pero me desean. Yo me aprovecho. Pero cuando uno de los otros me espera en el camino, y tengo que defenderme sin que Inés ni Juan se preocupen de mí, al acostarme lo recuerdo y no puedo hacer otra cosa, porque contra el recuerdo y el deseo no valen patadas ni puñetazos(El señor llega, pp. 231-232)

Y cuando por fin Clara consigue ser ella misma, no depender ni de su hermano ni de su cuerpo, Cayetano deja de ser su destino y se siente libre por primera vez, lo que –en su caso- implica una renuncia a la compañía, a tener pareja, al sexo (pues ya tiene lo que deseaba, no necesita dar lo único que tiene para negociar). Y para dejarlo bien claro, le dice a Cayetano que “No soy una puta, y en este mostrador se vende otra clase de mercancía. Si la francesa te ha soliviantado, a otra puerta, que ésta se cierra a las ocho y no se abre de tapadillo” (La Pascua triste, p. 193)

Sorprende que una obra escrita en plena época franquista pudiese sortear la censura de tal manera, y que el sexo aparezca reflejado de forma tan evidente en la novela, afirmando, en la voz de Cayetano, “Soy un hombre moderno y reconozco a las mujeres el derecho a la vida y al amor. Aceptaría tranquilamente que hubierais sido amantes. ¿Qué más da? Dos que se quieren es una historia que empieza; se quieren por lo que son, y lo son por lo que han sido. El prejuicio de los españoles por la virginidad de las mujeres está anticuado y es inhumano” (La Pascua triste, p. 193)

En la trilogía, el sexo no es una referencia más o menos ocultada o sobrevolada, sino una parte integrante y fundamental de la historia, en la que los personajes –tanto masculinos, como femeninos, lo que quizá es más sorprendente- tienen deseos sexuales y los manifiestan, con pudor, con culpabilidad, con arrepentimiento o con rabia, pero son deseos expresados y vividos. Ciertamente, no por el sexo en sí, sino como un instrumento para lograr los propios fines. En definitiva, el sexo de Los gozos y las sombras es siempre una vivencia trágica y fatal, pues el destino de los personajes parece que les aboca a entregarse o ser tomados, bien para defender la propia posición, bien para afirmarse como personas, rara vez para disfrutar.


i Todas las citas de la trilogía son de la edición Biblioteca El Mundo. Las 100 mejores novelas en castellano del siglo XX. Barcelona, Bibliotex, 2001
ii Citado en Manrique Arribas, J.C. (2003). La Educación Física femenina y el ideal de mujer en la etapa franquista. Revista Internacional de Medicina y Ciencias de la Actividad Física y del Deporte vol. 3 (10) pp. 83-100
iii S.F. de FET y de las JONS: “Lecciones para los cursos de Formación e Instructora de Hogar”. Citado en Manrique Arribas, J.C. (2003). La Educación Física femenina y el ideal de mujer en la etapa franquista. Revista Internacional de Medicina y Ciencias de la Actividad Física y del Deporte Revista vol. 3 (10) pp. 83-100

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