Del Navío Negro al Perdición - Eduardo M.

Del Navío Negro al Perdición
Historias de piratas en un mar de tebeos

Eduardo M.




Las historias de piratas han gozado de indiscutible popularidad en la literatura y el cine, pero ¿cuál ha sido su suerte en lo que al cómic se refiere? El presente artículo alude a algunas de las obras que han alcanzado la condición de clásicos del género, al tiempo que se mencionan otras de producción más reciente.

A pesar de la popularidad del género en otros medios, como la literatura o el cine, los tebeos de piratas nunca han sido muy exitosos en Estados Unidos, al menos en lo que a nuestra realidad se refiere. Si nos trasladamos a la ucronía que plantearon Alan Moore y Dave Gibbons en Watchmen nos encontraremos un panorama bien distinto. Moore y Gibbons imaginaron un mundo trastocado por la presencia real de justicieros enmascarados; un mundo en el que los superhéroes han sido socialmente cuestionados y legalmente prohibidos; un mundo en el que el garante de la paz entre las dos superpotencias es un ser próximo a la divinidad. Los autores concluyeron que en una realidad así concebida, los cómics juveniles y de evasión no se nutrirían de una materia tan áspera y controvertida como la figura del superhéroe y, a sugerencia de Gibbons, decidieron que su lugar privilegiado en las preferencias del público lo ocuparían los tebeos de piratas.

De este modo, Moore y Gibbons incorporan a su relato un tebeo de piratas que está siendo leído por uno de sus personajes, en un complejo juego metaliterario que abarca distintos elementos del mismo. El tebeo, Los relatos del navío negro1, relata la desesperación de un joven marino que ha sobrevivido al ataque de los piratas del Navío Negro e intenta regresar a casa para proteger a su familia de la inminente llegada del barco. La sucesión de penurias por las que ha de pasar el náufrago terminan por distorsionar su percepción de la realidad, hasta el punto de convertirse él mismo en la mayor amenaza para aquello que pretende proteger. La inserción de este cómic-dentro-del-cómic fue objeto de una cierta incomprensión por parte de algunos lectores, al entender que entorpecía la narración principal sin aportarle ningún elemento sustancial. Si bien la combinación de dos líneas narrativas aparentemente inconexas obliga al lector a realizar un doble esfuerzo, no es menos cierto que el relato de piratas sí cumple varias funciones en el conjunto de la narración.

Por una parte, el cómic se presenta como una muestra de la macabra capacidad inventiva de Max Shea, su supuesto guionista y personaje secundario de cuya imaginación dependerá en gran medida el desenlace de la trama principal. Por otra parte, la historia narrada se ajusta a los patrones de los cómics de terror de la compañía EC cómics, que fueron objeto de una auténtica persecución a finales de los años 502. En el apéndice del capítulo 5 se hace referencia a esta particular “caza de brujas”, si bien, en un ejercicio de justicia poética, Moore y Gibbons invierten sarcásticamente la posición de vencedores y vencidos: en la realidad de Watchmen la compañía EC salió fortalecida de las acusaciones y pasó a ocupar una posición de liderazgo en el mercado gracias a los cómics de piratas. Con ello, los autores corrigen, en su universo de ficción, una injusticia histórica y rinden un doble tributo a una generación de autores y editores que fueron víctimas de una persecución absurda y paranoica3. Por último, en el apéndice mencionado se alude, como uno de los dibujantes que trabajó en la cabecera Los relatos del Navío Negro, a Joe Orlando, un artista real que trabajó para EC cómics e ilustró tebeos de piratas de una factura semejante al que ahora se nos presenta. Orlando era además editor de DC cómics en el momento en que Moore y Gibbons publicaron su obra, en lo que supone un nuevo guiño referencial y un homenaje al artista4.

Pero eso no es todo. Moore y Gibbons han reconocido en varias ocasiones que Watchmen es el resultado de un cúmulo de felices coincidencias, un relato que fue creciendo a medida que se escribía y en el que las piezas terminaron encajando por sí solas más allá de los planes iniciales de sus autores. En lo que se refiere al tebeo de piratas, Moore y Gibbons confiesan que lo que empezó siendo un experimento metaliterario y referencial, así como una exploración de las posibilidades narrativas del cómic como medio, terminó convirtiéndose, de una manera natural, en una sutil metáfora de los acontecimientos de la narración principal. El análisis de los paralelismos entre ambas tramas excede con mucho el objetivo de este texto; basta con apuntar que las acciones éticamente discutibles (cuando no abiertamente reprobables) de varios de los personajes de Watchmen se justifican, como en el caso del náufrago de Los relatos del Navío Negro, en fines altruistas5. La obra lleva décadas siendo un long-seller, reeditándose periódicamente y sosteniendo un flujo de ventas constante, lo cual nos conduce a una peculiar paradoja: el cómic de piratas más popular en Estados Unidos nunca existió como tal; es un tebeo ficticio que representa un auge del género de piratas que la realidad ha desmentido continuadamente.

Los tebeos de piratas tampoco han sido especialmente exitosos en España, pero sí puede hablarse de un título muy popular en su tiempo y que ha alcanzado hoy la condición de clásico. El Corsario de Hierro, obra del guionista Víctor Mora y del dibujante Miguel Ambrosio “Ambrós”, comenzó a publicarse de forma serial en la revista Mortadelo a partir de 1970 y su presencia en la misma se prolongó durante más de 500 ejemplares. Dirigida a un público juvenil, la cabecera ofrecía tramas perfectamente accesibles, en las que el sentido de la aventura, el humor y la exaltación de los más altos ideales prevalecían sobre el rigor histórico o cualquier pretensión de veracidad. Mora y Ambrós renovaron la fórmula que tan buen resultado les había dado con personajes como El Capitán Trueno o El Jabato, presentando a un héroe de moral intachable, acompañado de unos secundarios (el fortachón Mac Meck y el calamitoso mago Merlini) que aportaban el contrapunto humorístico6 y de hermosas mujeres invariablemente enamoradas del protagonista. Las aventuras del personaje han venido reeditándose periódicamente por Ediciones B, primero en pequeños volúmenes recopilatorios y más recientemente en una edición a tamaño gigante, en un favorecedor blanco y negro y con una nueva rotulación que mejora notablemente la original, ofreciendo la mejor versión del excelente trabajo gráfico de Ambrós que hayamos podido contemplar hasta el momento.

Sin abandonar nuestro país, la editorial Dib·buks publicó en 2005 El Perdición: Los cañones de oro, una interesante incursión del veterano guionista Lorenzo Díaz y el ilustrador Carlos Puerta en el género de piratas. Concebido como el capítulo inicial de una serie de cuatro álbumes, este primer volumen ofrece una historia que se ajusta a los cánones más clásicos del género: tesoros ocultos, mapas enigmáticos, duelos a espada, rivalidad entre piratas… Díaz mantiene un magnífico pulso narrativo y construye una trama intachable dentro de sus modestas pretensiones; Puerta también rinde a buen nivel, si bien cabe preguntarse si no hubiera sido más adecuado para un cómic de estas características contar con un dibujante más convencional.

Más allá de nuestras fronteras, no podemos dejar de mencionar a un autor como Christophe Blain, que ha adquirido la condición de valor en alza de la BD europea gracias a cabeceras como Isaac el pirata, una interesantísima serie que va ya por su quinto álbum y que, presumiblemente, su autor retomará en breve. El protagonista de la historia, Isaac, es un pintor que abandona su París natal para enrolarse en un barco pirata que se propone explorar los hielos próximos al Polo Norte. Si algo caracteriza esta obra de Blain son los continuos cambios de rumbo que experimenta la narración. Frente a un primer tomo, Las Américas, que plantea una trama aventurera con toques de humor, el segundo, Los hielos, en el que se narra la llegada de la expedición al Ártico, adopta un tono sombrío que recuerda a la Narración de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe. A partir del tercer tomo y en los sucesivos, los escenarios de la piratería desaparecen y la narración comienza a combinar otros géneros como el picaresco, el folletín o la novela colonial. Da la sensación de que la improvisación ha tenido más peso que la planificación en el trabajo de Blain. No obstante y aunque la obra se aleja, a partir de este punto, de los parámetros que aquí nos interesan, resulta una serie altamente recomendable, narrada con agilidad y en la que destaca siempre el soberbio dibujo de Blain.

Más difícil de clasificar es Kaarib de David Calvo y Jean-Paul Krassinky. Desarrollada en tres álbumes, la obra parte de la leyenda de Barbanegra, a la que añade un enfoque fantástico y elementos de folclore caribeño, con un resultado que es cualquier cosa menos convencional. El dibujo de Krassinsky, con su acabado ágil y dinámico, parece apuntar hacia un público juvenil, lo que en ocasiones colisiona con la historia tejida por Calvo, compleja, exigente y con un componente sombrío que no siempre encuentra su correspondencia en el apartado gráfico. El resultado es cuando menos original y bien merece una oportunidad.

No podemos concluir sin mencionar una nueva cabecera que comienza a publicarse en nuestro país con una figura emblemática de la literatura de piratas como protagonista. Me refiero a Long John Silver, una serie en cuatro álbumes a cargo de Xavier Dorison y Mathieu Lauffray cuyo primer tomo, titulado Lady Vivian Hastings, acaba de ver la luz. La obra no es tanto una continuación de La isla del tesoro cuanto una menos ambiciosa fabulación acerca de la vida posterior de uno de sus protagonistas, el célebre pirata cojo Long John Silver. Esta primera entrega sirve a los autores para introducir a los personajes y establecer el planteamiento general de una trama que, de incidir en lo apuntado en estas primeras páginas, discurrirá por el cauce de las narraciones de intriga y aventura. El preciosismo de las planchas de Lauffray y su perfecta narrativa contribuyen a mejorar un relato escrito con mucho oficio por Dorison. Tratándose de un álbum capaz de sostenerse sobre sus propios valores y no habiendo más que unas contadas alusiones a la obra seminal de Robert L. Stevenson, cabe que nos preguntemos si era necesario recurrir a la figura de John Silver, con las implicaciones emocionales que ello conlleva para gran parte de los lectores de La isla del tesoro. No obstante, es de agradecer que se trate al menos de un producto perfectamente digno y no del resultado de una estrategia publicitaria.


Bibliografía mencionada:

Blain, Christophe: Isaac el Pirata: 1. Las Américas, Norma, Barcelona, 2003
Blain, Christophe: Isaac el Pirata: 2. Los hielos, Norma, Barcelona, 2004
Blain, Christophe: Isaac el Pirata: 3. Olga, Norma, Barcelona, 2005
Blain, Christophe: Isaac el Pirata: 4. La capital, Norma, Barcelona, 2006
Blain, Christophe: Isaac el Pirata: 5. Jacques, Norma, Barcelona, 2007
Calvo, David y Krassinsky, Jean-Paul: Kaarib: 1. La última ola, Norma, Barcelona, 2004
Calvo, David y Krassinsky, Jean-Paul: Kaarib: 2. Las palmeras negras, Norma, Barcelona, 2006
Calvo, David y Krassinsky, Jean-Paul: Kaarib: 3. Monedas de ocho, Norma, Barcelona, 2006
Díaz, Lorenzo y Puerta, Carlos: El Perdición: 1. Los cañones de oro, Dib·buks, Madrid, 2005.
Dorison, Xavier y Lauffray, Mathieu: Long John Silver: 1. Lady Vivian Hastings, Norma, Barcelona, 2009
Moore, Alan y Gibbons, Dave: Absolute Watchmen, Planeta DeAgostini, Barcelona, 2007.
Mora, Víctor y Ambrós: El Corsario de Hierro, Ediciones B, Barcelona, 2009.
1 Para ser exactos, Los relatos del Navío Negro es el nombre de una cabecera ficticia de temática pirata, mientras que la historia que se presenta al lector, supuestamente desarrollada en dos capítulos de dicha cabecera, se titularía Encallados. No obstante, lo más frecuente es aludir al relato por la denominación genérica de la serie.
2 El psiquiatra Fredric Wertham publicó en 1954 Seduction of the innocent, un estudio seudocientífico que vinculaba los cómics de terror y fantasía con la delincuencia juvenil y todo tipo de desórdenes morales. La paranoia colectiva que desató esta obra condujo a la cancelación de múltiples cabeceras, a la quiebra de compañías editoras y a la creación de un código de autocensura de la industria del cómic americano, el Comics Code, que aún hoy pervive, si bien con un peso escaso entre las grandes editoriales.
3 Si alguien siente curiosidad por estos cómics malditos, la editorial Planeta DeAgostini publicó íntegramente a partir de 2003 las series clásicas de EC dentro de su Biblioteca Grandes del Cómic, en formato de bolsillo, en blanco y negro y bajo denominaciones como “Clásicos del Terror”, “Clásicos de la Ciencia Ficción de EC” o “Clásicos del Suspense de EC”.
4 Como curiosidad, indicar que el mencionado apéndice del capítulo 5 contiene una ilustración del propio Orlando, la única de toda la obra que no es de Dave Gibbons, supuestamente perteneciente a su trabajo en la cabecera de Los relatos del Navío Negro.
5 Así, se suele señalar a Ozymandias, Rorschach y el Dr. Mahattan como los personajes metafóricamente aludidos, en distintos aspectos de su personalidad, en el tebeo de piratas.
6 Aunque los paralelismos no son perfectos, es fácil establecer correspondencias entre los tríos protagonistas de las tres cabeceras creadas por Mora y Ambrós: Trueno, El Jabato y El Corsario de Hierro; Goliath, Taurus y Mac Meck; Crispín, Fideo y Merlini.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por el artículo, Edu. La verdad es que no conocía los cómics que citas, salvo el de El Corsario de Hierro, que me envió de golpe treinta años para atrás en el tiempo. Seguiré esas pistas que das.

    Como siempre, un artículo excelente :)

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