Sir Arthur Conan Doyle
El subgénero se gesta en un viejo baúl en cuyo fondo duermen antiguas novelas policíacas catalogadas como literatura de kiosco. Como asunto central se ofrecen todas las claves para resolver un enigma, con lo que acertijos y crucigramas comparten estantería con una novela donde las reglas del juego son un fin. Desde que el ingenio de Edgar Allan Poe intentara descifrar el comportamiento perverso y corrupto del individuo, aún llevaría su tiempo clasificar fuera de entretenimiento este tipo de relatos. Sería el creador del afamado Detective Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle, quien afianzara la novela policíaca como forma narrativa específica y de calidad.
El subgénero se gesta en un viejo baúl en cuyo fondo duermen antiguas novelas policíacas catalogadas como literatura de kiosco. Como asunto central se ofrecen todas las claves para resolver un enigma, con lo que acertijos y crucigramas comparten estantería con una novela donde las reglas del juego son un fin. Desde que el ingenio de Edgar Allan Poe intentara descifrar el comportamiento perverso y corrupto del individuo, aún llevaría su tiempo clasificar fuera de entretenimiento este tipo de relatos. Sería el creador del afamado Detective Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle, quien afianzara la novela policíaca como forma narrativa específica y de calidad.
Heredero de la novela policial del siglo XIX, el denominado Género negro surge en Norte América en los años treinta y pronto simboliza la crítica a una acomodada sociedad que se mueve entre el bienestar social y la corrupción moral. Autores de la época como Hammett y Chandler, entre otros, transforman así esta novela de origen popular y sub-literario en un vehículo artístico de crítica social. El plano ético distancia este subgénero del modelo clásico, ya que la novela negra ofrece una visión pesimista y desesperanzadora de esa sociedad inmoral donde prevalece el dominio del poderoso sobre el débil.
Incontables citas con la pantalla hacen del género el más veterano en este tándem. Las coordenadas que lo caracterizan dejan estrecha ocasión al fracaso y a la indiferencia del espectador: trama criminal, delito, corrupción, un misterio que resolver y, cómo no, la figura estrella del relato, el detective.
Es objetivo de primer orden recrear esa turbia atmósfera social que viene a ser el rasgo más representativo del thriller, y resulta fácil apreciar en la pantalla los juegos con luces y planos, la ambientación musical... pero el gran reto del cine negro es adaptar el entramado al lenguaje de la pantalla salvando las complicadas características del relato: disgregación dramática, quiebra de la linealidad, fractura de las conexiones causales, fragmentación y superposición de los planos temporales... Procedimientos cinematográficos como voz en off o flash back tienen el desafío de una puesta en escena que será la definitiva conquista en la pantalla.
Dashiell Hammett (1894-1961) publica en la revista Black Mask desde los años veinte, cuando crea El agente de la continental (Cosecha roja) que aparecería en 28 relatos y dos novelas, pero es El halcón maltés, llevada a la pantalla en 1941 bajo la dirección de John Huston, la novela que coloca definitivamente al escritor de estilo impresionista como uno de los precursores del género. Su audaz detective Samuel Spade, un investigador que sabe lo que se hace, se maneja con resuelta y eficaz pericia para encontrar el paradero de una peculiar estatuilla que desaparece entre Malta y España en el siglo XVI. Un discreto pero convincente Humphrey Bogart ampara a una desconsolada señorita que requiere sus servicios. Seductor, rudo y tramposo, el detective más bien áspero que opera al margen de la ley, y que valiéndose de su hábil oratoria manipula los acontecimientos hacia su terreno, a fin de resolver el caso, es el rasgo que define el incipiente estilo hard-boiled.
Siguiendo la forma, Raymond Chandler (1888-1959) crea en 1939 al detective Philip Marlowe. Su novela El sueño eterno, llevada a la pantalla en 1946 por el prolífico director Howard Hawks, deja constancia de brillantes diálogos donde el insigne autor vierte con generosidad lo que sería su sello personal, ironía y acidez, especialmente en su singular detective, quien pronto se convertiría en el estereotipo del género. Es el gran Humphrey quien le da vida en la pantalla: un sabueso que busca la justicia por encima de la ley y que, encañonado por un revolver, ni se molesta en sacar las manos de los bolsillos. Su única debilidad es rascarse de forma recurrente una oreja para recuperar el control de la situación. Estrategias narrativas como encender un cigarrillo interrumpen el relato con intención dilatoria en el desenlace de los hechos. Esto concede tiempo de reflexión al espectador, además de suscitar intriga y suspense. En la trama, un anciano coronel requiere los servicios del detective Philip Marlowe para destapar el chantaje que enreda a la pequeña de sus dos hijas. Humphrey se encuentra con la horma de su zapato en una castigadora Lauren Bacall, hija mayor del millonario anciano, quien, también servida en líos, intenta sacar provecho de las pesquisas de Marlowe en un juego de intriga y seducción. La cinta atrapa a pesar de lo precario del medio en aquella década pero, quizá por pretender guardar fidelidad a la novela, se torna confusa ante una trama cada vez más complicada, entre abundantes personajes. Aún así, y a razón del cuarteto que la defiende, la proyección se convertiría en un clásico.
Dashiell Hammett
Siguiendo la forma, Raymond Chandler (1888-1959) crea en 1939 al detective Philip Marlowe. Su novela El sueño eterno, llevada a la pantalla en 1946 por el prolífico director Howard Hawks, deja constancia de brillantes diálogos donde el insigne autor vierte con generosidad lo que sería su sello personal, ironía y acidez, especialmente en su singular detective, quien pronto se convertiría en el estereotipo del género. Es el gran Humphrey quien le da vida en la pantalla: un sabueso que busca la justicia por encima de la ley y que, encañonado por un revolver, ni se molesta en sacar las manos de los bolsillos. Su única debilidad es rascarse de forma recurrente una oreja para recuperar el control de la situación. Estrategias narrativas como encender un cigarrillo interrumpen el relato con intención dilatoria en el desenlace de los hechos. Esto concede tiempo de reflexión al espectador, además de suscitar intriga y suspense. En la trama, un anciano coronel requiere los servicios del detective Philip Marlowe para destapar el chantaje que enreda a la pequeña de sus dos hijas. Humphrey se encuentra con la horma de su zapato en una castigadora Lauren Bacall, hija mayor del millonario anciano, quien, también servida en líos, intenta sacar provecho de las pesquisas de Marlowe en un juego de intriga y seducción. La cinta atrapa a pesar de lo precario del medio en aquella década pero, quizá por pretender guardar fidelidad a la novela, se torna confusa ante una trama cada vez más complicada, entre abundantes personajes. Aún así, y a razón del cuarteto que la defiende, la proyección se convertiría en un clásico.
Las traducciones acercan el género negro a España en los años setenta. Sus pioneros se convertirían al tiempo en transgresores al incorporar en su obra elementos ajenos al modelo. Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), creador del Detective Carvalho en una serie de veintidós volúmenes, manifestaba no considerarse escritor de novela negra ya que lo policiaco no suponía una meta para el prolífico escritor, sino el punto de partida para contar las transformaciones sociales, dentro de un proyecto de novela posmodernista. Representando esta nueva narrativa, Eduardo Mendoza desarrolla en su primera novela una intrincada trama de temática histórica a través de mecanismos de intriga, acción y suspense. En una descripción realista y documental que superpone hechos ficticios, La verdad sobre el caso Savolta (1975) retrata una Barcelona en plena agitación social, entre los años 1917 y 1919. Revueltas anarquistas y represión en torno a un caso de corrupción del poder entre crimen y misterio. Premio de la Crítica 1976, la obra denuncia el poder político y económico sin abandonar el sello personal del autor: humor, ironía y parodia, que imprimiría asimismo en novelas posteriores. La novela se lleva al cine en 1978 bajo la dirección de Antonio Drove. Con la interpretación, como siempre impecable, de López Vázquez, la proyección puede ser un ejemplo de cuando el cine se sirve de una novela para contar una historia: la fidelidad a la obra queda relegada a un segundo plano aunque, eso sí, la historia queda contada.
Manuel Vazquez Montalban
A través de un género en auge, una nutrida lista de escritores escarba con sus obras en los aspectos más conflictivos y marginales de la sociedad. La resolución del misterio deja de ser el objetivo principal. Toma importancia la acción por encima del análisis del crimen, y los emblemáticos héroes se tornan personajes derrotados, en decadencia; seres inseguros y desvalidos en busca de su identidad. El prolífico escritor y guionista Andreu Martin, que define su novela “de terror urbano”, profundiza en el miedo que origina la maldad, como potencial amenaza a la racionalidad e integridad del sujeto. Sin descuidar el aspecto lúdico de la lectura, el premiado e internacional autor desarrolla sus historias en clave de agresión, incógnita y terror. Su novela Prótesis, Premio Círculo del Crimen 1980, relata una espiral de venganza. Llevada a la pantalla en 1984 con el título Fanny Pelopaja, y bajo la dirección de Vicente Aranda, la película aborda la relación policía-delincuente. Adaptando el argumento a un mejor resultado en la pantalla, una redimida ladrona busca la oportunidad de vengarse del policía que mató a su novio. Sin profundizar en los aspectos de la delincuencia, se destaca el despreciable papel de un policía corrupto. La novela ha sido reeditada al reunir en su fórmula unas claves vigentes dentro de este degradado ambiente social.
En tanto que el cine es medio de comunicación, es notoria la floreciente doble faceta de los autores-cineastas. Juan Madrid se propone, con un estilo sobrio y directo, dar voz a un sórdido ambiente urbano que considera aún escasamente reflejado en la literatura. Desde la novela negra, el autor plantea una crítica de los aspectos más desagradables de la vida urbana contemporánea, y encuentra en la figura del policía el vehículo ideal para recorrer este sucio entrono. Creador en los años ochenta de la saga Antonio Carpintero (el investigador Toni Romano), es guionista de la teleserie Brigada central, que diera vida en 1989 al Comisario Flores. Su reconocida obra comprende títulos de género negro dentro de un estilo purista, con ciertas dosis de ironía y humor amargo. Varias de sus obras se han adaptado a la gran pantalla. Entre otras, Días contados (1994), dirigida por Imanol Uribe, y Tánger (2003), donde, además de autor y guionista, debuta como director.
Actualmente, literatos, guionistas y cineastas trabajan simultáneamente para dar cuerpo y doble dimensión a una historia; se escribe la novela al tiempo que se codifica en clave de guión considerando la transposición a la gran pantalla. En plena era de la imagen afloran guionistas con una lírica que aspira a categoría literaria, y ciertas técnicas cinematográficas son ya inevitables para noveles autores de quienes se dice que escriben en imágenes. Cine y literatura, dos virtuosos lenguajes que se complementan y enriquecen.
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