Oscar Wilde: Auge y caída de un mártir homosexual (Primera parte) - Sebastián Fontana (Arden)

 


Oscar Wilde (16 de octubre de 1854, Dublín-Irlanda, Reino Unido entonces – París, Francia, 30 de noviembre de 1900) fue un genio aclamado y admirado, que consiguió la gloria y el reconocimiento de sus contemporáneos con sus ensayos, conferencias, cuentos y su novela El retrato de Dorian Gray y, sobre todo, con sus obras de teatro, las cuales criticaban con ingenio y de forma sutil la misma alta sociedad que le aplaudía. La aristocracia le abría la puerta de sus casas de par en par, el público le adoraba, hasta el punto de que se agolpaban multitudes para recibirlo en las estaciones de trenes allá donde iba, y los teatros se llenaban hasta colgar el cartel de "No hay entradas"; y, sin embargo, salvo honrosas excepciones, las mismas personas que se disputaban su compañía en fiestas y reuniones sociales para poder escuchar sus ingeniosas paradojas, serían las que hipócritamente aplaudirían su condena a prisión cuando quedó al descubierto su condición de homosexual y le convertirían en un paria social, rechazado, humillado y exiliado. Oscar Wilde hizo de su vida una obra de arte y, por eso, en él Vida y Obra son inseparables. Su vida al igual que su obra se rigió por la Estética y, por eso, aquella siempre fue una constante representación; esa fue la razón por la que Wilde le dijo a Gide en una visita a Argelia: “¿Quiere usted saber cuál es el gran drama de mi vida? Que he puesto mi genio en mi vida, y nada más que mi talento en mis obras”.


Para entender la vida y la obra de Oscar Wilde debemos primero adentrarnos en la consideración de la homosexualidad en la Inglaterra victoriana y, también, de cómo se llegó hasta esa concepción, cómo era la sociedad, las leyes, las costumbres y cómo vivían los homosexuales en ese momento.

Introducción: La homosexualidad en el siglo XIX.

En el mundo pagano pre-cristiano una clasificación de las personas por su orientación sexual sería absurda, de hecho no existe en las lenguas latina o griega una palabra que pudiera equivaler a nuestra "homosexualidad" porque en la Antigüedad las categorías sexuales eran diferentes a las actuales. Es decir, que la sociedad greco-romana no dividía a las personas según el sexo de las dos personas implicadas en una relación, y por lo tanto no existía la clasificación de las personas en heterosexuales, bisexuales y homosexuales, eran mucho más importantes otros factores como la edad, la clase social o las prácticas sexuales y, sobre todas ellas el concepto de sumisión-dominación, y así el hecho de que un hombre tuviera relaciones sexuales con otro hombre, en sí no era algo importante, sino qué tipo de relaciones (activo-pasivo), qué clase social (libre-esclavo, alta-baja), y qué edad (joven-mayor) tenían los integrantes de dicha relación. Muestra literaria de este último tipo de relación es la Antología Palatina que, alrededor del año 900, recopiló un profesor de escuela bizantino llamado Constantino Céfalas, ampliada por un erudito copista conocido como Constantino el Rodio, en el que se recogen unos 3.700 epigramas de la Antigüedad, divididos en 15 libros, de los cuales dos son eróticos, el libro 5 sobre amor heterosexual y el 12 sobre amor homosexual, del que seleccionamos como ejemplo el siguiente de Alfeo de Mitilene:

"Desdichados los que pasan la vida sin amor, pues nada es
fácil de hacer, ni de decir sin pasión. Incluso yo ahora
me siento en exceso indolente, pero si divisara a Jenófilo, 
volaría más rápido que los relámpagos. Es por eso 
que yo recomiendo a todo el mundo no huir del dulce Deseo, 
sino perseguirlo: Eros es la piedra en la que se afila el alma."

Oscar Wilde preconizaba una vuelta al paganismo y, de hecho, estos versos los podría haber firmado perfectamente y, algunas de sus cartas a su amante Lord Alfred Douglas (Bosie), en ocasiones no se alejan mucho de esta visión. De hecho, uno de los problemas que tuvo fue el chantaje que le hicieron por unas cartas que le robaron a Bosie y que fueron utilizadas en los procesos contra Wilde, el cual alegó que se trataban de poemas en prosa, es decir de literatura.

Toda esta concepción de la sexualidad cambió con el triunfo del cristianismo en el Imperio Romano. La ley canónica pasó a ser ley civil y las prohibiciones sexuales de la moral judeo-cristiana pasaron a ser herejías que los tribunales eclesiásticos condenaban y, en la mayoría del mundo cristiano, también se convirtieron en delitos que los tribunales penales ejecutaban, inventándose una nueva palabra para este delito, “sodomía”, proveniente del pasaje bíblico sobre Sodoma y Gomorra, para describir las relaciones sexuales prohibidas, que incluían no solo las relaciones entre hombres o entre mujeres sino también las de hombres y mujeres que no fueran dirigidas a la procreación. Así, cualquier actividad sexual cuya finalidad no fuera la procreación era considerada ilegítima y antinatural y, por lo tanto, pecaminosa. Incluso en la Edad Media fue ampliándose hasta considerar sodomía las relaciones entre personas y animale o entre personas de diferente religión, por considerar que los musulmanes o los judíos eran como animales. Pero no se clasificaba a los actores sexuales sino los actos que se realizan. Y estos podían ser severamente castigados: la muerte, la castración, la hoguera por herejía, etc...


En Inglaterra, la sodomía, entendida ampliamente, se volvió un crimen civil en 1533 y se aplicó la pena de muerte a los culpables de sodomía en Inglaterra y Gales hasta 1835, cuando se ajustició a la última persona por actos de sodomía, aunque la pena de muerte no se abolió formalmente hasta 1861 (en Escocia hasta 1889), cuando se aprobó una ley que condenaba a una pena de 10 años a cadena perpetua, la cual fue reformada a su vez por la Enmienda Labouchere, bajo la cual se condenó a Oscar Wilde (Sección XI de la Criminal Law Amendent Act, 1885) que entró en vigor en 1866 y que declaraba ilegales, aunque ya lo eran, todos los actos homosexuales entre hombres en público o en privado. Sin embargo, en lugares como Francia el Código Penal revolucionario de 1791 había despenalizado las relaciones sexuales entre varones al omitirlas deliberadamente, aunque después las condenas a los homosexuales se producían encubiertas bajo otros delitos como indecencia pública, corrupción de menores, vagancia, etc...


El siglo XIX en el Reino Unido es fundamentalmente conocido como época victoriana, en honor a la reina Victoria I, la cual reinó entre 1837 y 1901. Es una época caracterizada por una fuerte represión sexual, baja tolerancia al delito y un estricto código de conducta social, donde reinaba la hipocresía más absoluta en los temas de moral sexual, por lo que independientemente de la posibilidad de una condena penal, lo cual no era frecuente en personas de posición social acomodada, dado que era un tema muy incómodo para la sociedad y para el propio Estado, tanto que no se podía ni nombrar con palabras de forma directa, quedaba la vergüenza y el temor a perder a los amigos, la familia, la reputación, el aislamiento social y mental y, de hecho, se podía producir una muerte social en vida, existiendo una especie de hipocresía legal y social al respecto, ya que, en numerosas ocasiones, se permitía que las personas de alto nivel social que podían ser acusadas de sodomitas dejaran el país y así se evitara un juicio vergonzoso para la propia sociedad. De hecho fue una salida posible que Oscar Wilde, al contrario que otras personas reputadas en sus mismas circunstancias, pudo tomar pero que acabó rechazando.

Es en el siglo XIX cuando, además, la homosexualidad nace como concepto, la transexualidad o el travestismo era considerada una parte de la homosexualidad no una categoría separada. Por lo tanto, ya no estamos ante la consideración de la existencia de actos sodomitas considerados de forma individual sino ante la figura de “el homosexual”, tanto desde el punto de vista médico como social, comenzando una búsqueda científica del origen de lo que se consideró una enfermedad, una patología o “inversión sexual”, lo que llevaría, en consecuencia, a la búsqueda de un tratamiento para su curación. Así pues, ya no estamos ante la consideración de actos aislados e independientes, sino ante personas que se sienten atraídas sexualmente por personas de su mismo sexo, violando, según estas teorías, el orden sexual natural y fisiológico. Por ello, en primer lugar, se empieza por buscar una causa fisiológica, a veces con teorías tan absurdas que suenan increíbles a nuestros oídos. Por ejemplo, la incapacidad para orinar en línea recta se consideraba como signo de homosexualidad, o las mujeres que fumaban o que podían silbar, si eran puros se consideraba un caso extremo, o bien los hombres que no fumaban o eran incapaces de silbar o escupir, con lo que se daba la paradoja de que los homosexuales se convirtieron en fumadores empedernidos, como Oscar Wilde, para evitar suspicacias. Esta concepción fisiológica se ve reflejada en la novela Maurice de E. M. Forster, en la que Maurice, angustiado al sentir que le atraen los hombres, acude al Dr. Barry, un médico vecino, el cual piensa que Maurice le va a consultar porque ha contraído una enfermedad venérea o padece de impotencia, pero al examinarlo físicamente le dice que está perfectamente y le aconseja casarse, a lo que Maurice le dice que él es como Oscar Wilde, y el Dr. Barry le dice que son bobadas y se niega a escuchar una palabra más. Si fisiológicamente está bien lo demás son tonterías, porque, además, Maurice es una persona cabal y responsable por lo que no puede ser un pervertido o un enfermo mental.


En 1886, el neurólogo alemán Richard von Krafft-Ebing marcaría el paso de la causa de la homosexualidad de la fisiología a la mente, aunque aquella concepción nunca se abandonó, pasando a ser una mezcolanza de ambas. Krafft-Ebing en su libro Psycopathia sexualis, con doce ediciones entre 1886 y 1903 en las cuales progresivamente iba adicionando casos, realizó un compendio de más de 200 historiales de individuos con manifestaciones psicopatológicas de la vida sexual, dedicándole unas 100 páginas a los casos de homosexualidad que, entendía, provenían de un signo funcional de degeneración, de un sistema nervioso defectuoso o de una mente neurasténica. Estos historiales provenían de registros policiales y de manicomios, lo que respaldaba su tesis de la degeneración de las personas homosexuales, es decir, que tomó como objeto de estudio a asesinos, psicópatas, psicóticos, esquizófrenicos, etc..., que a su vez eran homosexuales o transexuales, con lo que difícimente podría obtener otro resultado que llegar a la conclusión de que los sujetos de estudios tenían una o varias patologías. Sus tesis fueron tremendamente populares, sobre todo a causa de sus morbosas historias, por lo que, en definitiva, la medicina se utilizó para justificar la moral y confirmar, además, las creencias religiosas de la época. Y este libro y autor, entre otros, fueron la base científica para considerar a la homosexualidad una enfermedad durante los siguientes casi cien años. De hecho, el propio Oscar Wilde, en fecha 2 de julio de 1896, estando en prisión, dirigió una angustiosa carta al Ministro del Interior en la que dice:

“La petición del sobrescrito prisionero muestra humildemente que no desea intentar paliar en ningún modo las terribles ofensas de las que fue rectamente considerado culpable, sino señalar que tales ofensas son modalidades de demencia sexual y son reconocidas como tales no solo por la ciencia patológica moderna sino también por la legislación moderna...”

Tan descabelladas como las teorías sobre el origen de la homosexualidad fueron las propuestas sobre los tratamientos a llevar a cabo para su curación. Millones de homosexuales han sufrido desde esa época tratamientos espantosos que los han destrozado física y psicológicamente, en aras de una cura de una enfermedad imaginaria, y se siguen practicando muchas de ellas en gran parte del mundo en la actualidad. Algunas realmente eran absurdas, por ejemplo el lavado de la vejiga y el masaje rectal con la idea de matar las células homosexuales de modo que las células normales pudieran reemplazarlas, otras provocaban la infelicidad perpetua a través de la prescripción de casarse, y no solo de la persona homosexual sino de quien sería su pareja, o la llamada terapia de burdel, que trataba de promover el arranque del instituto natural. La hipnosis también fue recurrente, de hecho, también Maurice, en la novela de Forster referida, lo intenta a través de este método. Poco a poco, al no dar con la solución, se intentaron terapias más drásticas convirtiendo al homosexual en un laboratorio ambulante, como con la brutal terapia de aversión, induciendo al vómito mientras se presentaban hombres desnudos, y después de una inyección de testosterona, los hombres desnudos eran reemplazados por mujeres desnudas, o las curas por cirugía, consistente en remover los ovarios o el clítoris de las lesbianas, cauterizar la nuca de los pacientes, la castración, la esterilización, la trepanación (desde finales del siglo XIX), la lobotomía, o la castración química con hormonas.

En la literatura, Balzac fue un precursor de esta concepción del homosexual determinado por una mezcla de rasgos morales, mentales y físicos y así en la primera parte de Las ilusiones perdidas hace una descripción del joven poeta Lucien de Rubempré que así lo confirma:

“Su rostro tenía la distinción de líneas de la belleza clásica; eran una frente y una nariz griegas, la blancura aterciopelada de las mujeres(...)La sonrisa de los ángeles tristes erraba en sus labios de coral, realzados por bellos dientes. Tenía manos de hombres de encumbrado linaje, manos elegantes, a cuyo simple ademán los hombres deberían obedecer(...) Al ver sus pies, un hombre hubiese tenido la tentación de tomarle por una muchacha disfrada, ya que, a semejanza de los hombres agudos, por no decir asturots, sus caderas tenían la conformación de las de una mujer. Este indicio, que engaña raramente, era verdad en Lucien.”.

No obstante, mientras las conductas que podrían inducir a pensar que la persona era homosexual se disculparan bajo una capa artística, se consideraban una pose y, por lo tanto, no había peligro, no era una perversión era Arte, por lo que las reacciones ante los excesos floridos de los integrantes del Movimiento Estético de los setenta y ochenta del siglo XIX, entre los que se encontraba Wilde, eran más bien sarcásticas, pero no implicaban un peligro real, siendo los más vociferantes y oponentes de los sodomitas, hombres que en muchos casos eran homosexuales, como describió Proust en su novela Sodoma y Gomorra, cuarto volumen de su heptalogía A la busca del tiempo perdido. También es cierto que los signos de amistad tanto masculina como femenina a finales del siglo XIX eran mucho más amplios que en la actualidad, gestos como abrazos, besos, cogerse de la mano, vivir juntos, todo ello era posible entre caballeros o damas ingleses sin problema. De hecho, esto se puede observar en las novelas, películas y series de televisión que reflejan el mundo de lugares como Oxford, Cambridge o Eton entre finales del siglo XIX y los años 20, como Maurice de E.M. Forster o Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh.

También ayudaba a ese armario personal y literario el tener un código propio al escribir en novelas, poemas, obras de teatro, incluso en las cartas privadas, por precaución, ya que el peligro del chantaje o el descubrimiento por error o descuido siempre era posible, y de hecho en el juicio contra Oscar Wilde se esgrimieron cartas privadas del mismo e intentos de chantaje hacia él, que rechazó diciendo que las consideraba obras de arte. Anne Lister en sus diarios o Charlotte Brönte en sus cartas utilizaron muchos subterfugios para ocultar sus sentimientos y sus palabras a posibles lectores desconocidos, se utilizaban, además, alusiones literarias y palabras solo aptas para “entendidos”.

Estos códigos secretos se pueden ver en muchísimas obras literarias del siglo XIX, incluídas las de Oscar Wilde, el cual, por ejemplo, hace decir al personaje de Mabel Chiltern, en su obra teatral Un marido ideal, sobre la estatua de Aquiles en Hyde Park: “las cosas que suceden enfrente de esa obra de arte son pasmosas”, obviamente era algo que solo entendían los homosexuales que estaban al tanto de que ese era uno de los lugares de encuentro para homosexuales en el Londres de la época. Una de las obras más conocidas de Wilde es The Importance of Being Earnest, y de todos es conocido el juego de palabras con doble sentido por el que se podría entender este título como La importancia de llamarse Ernesto o también La importancia de ser formal (serio o como es debido), ya que “Ernest” y “Earnest” que significan “Ernesto” y “formal” respectivamente, son homófonos, es decir se pronuncian de la misma forma, jugando, además, con el sentido de la doble vida del protagonista y de uno de los pilares de la sociedad victoriana, el ser serio o formal. Hasta ahí la historia conocida. Pero lo que es más desconocido, según cuenta Luis Antonio de Villena en su Conocer a Oscar Wilde y su obra, es que por esa época el poeta John Gambril Nicholson había publicado de forma privada un libro homoerótico, de amplia difusión entre los grupos de homosexuales entre los que se movía Wilde, titulado Love in Earnest (El amor formal) que homófonamente también se podría entender como El amor por Ernesto, y que entre “entendidos” Earnest o Ernest había pasado a significar el amor homosexual, por lo que el título tenía un sentido extra solo asequible en su significado entre aquellos, el cual pasaba a ser La importancia de ser homosexual.


Un ejemplo de código privado fue el famoso clavel verde inventado por Oscar Wilde. El 20 de febrero de 1892, en el Teatro Sain-James se estrenaba El abanico de lady Windermere, la primera de sus cuatro grandes comedias. El éxito fue apoteósico y Wilde fue llamado al escenario, apareció con un clavel verde en la solapa, auténtico símbolo de la supremacía del Arte sobre la Naturaleza, y con un cigarrillo humeando en la mano se inclinó ligeramente ante los espectadores diciendo "Señoras y señores: Celebro mucho que les haya gustado mi obra y los felicito por ese buen gusto. Estoy seguro de que aprecian ustedes sus méritos casi tanto como yo mismo. Realmente me he divertido esta noche una enormidad." Este clavel verde fue utilizado como santo y seña por determinados círculos homosexuales en la sociedad londinense. 

De hecho, Robert Hichens publicó el 15 de septiembre de 1894, de forma anónima, El clavel verde, una roman à clef (novela en clave) paródica sobre Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas, su relación, su arte, y sus ideas. Una novela muy divertida y que contenía mucha de la esencia de sus epigramas, hasta el punto de que se acusó al propio Oscar Wilde de haberla escrito él mismo, lo cual este negó en una carta dirigida al editor de la Pall Mall Gazette el 1 de octubre de 1894. No obstante, Wilde y Douglas supieron enseguida quién era el autor y no le dieron mayor importancia, Douglas se sintió halagado y Wilde era de los que pensaba que ser el centro de atención y que hablaran de uno aunque fuera para criticarlo estaba bien. No obstante, este libro fue el principio del fin, mostraba a la sociedad inglesa el pensamiento antisocial (contra los parámetros morales y sociales de la época) de Wilde, además de su homosexualidad, y enfadó al padre de Douglas hasta el punto de maquinar contra Wilde para provocar su caída.

Obviamente, con el paso del tiempo muchas de estas referencias para "entendidos" pasan desapercibidas por haber perdido los códigos para descifrarlos. Nadie recuerda que el color que se asimilaba con la homosexualidad en el siglo XIX era el verde y no el lila o el rosa, por poner un ejemplo.

La hipocresía de la sociedad europea de finales del siglo XIX era patente, había una subcultura homosexual y los homosexuales tenían fiestas, bailes semiprivados, bailes de máscaras, sobre todo durante el carnaval donde la prohibición del travestismo desaparecía, de hecho August Strindberg describe uno de esos bailes en su obra El claustro (1891), pero en la literatura todo debía quedar de una forma bastante sutil e imperceptible, como demuestran varias novelas de Balzac, donde hay personajes homosexuales, tanto hombres como mujeres, pero que no cualquier lector puede detectar, o bien si se trataban más abiertamente se hacía de una forma hostil, como el personaje de Maxime en La curée (1871) o el de Hyacinthe en París (1898), ambos de Zola, todo intentos de aplacar al censor o el escándalo. Otra posibilidad era utilizar el cambio de sexo del personaje, lo que posteriormente se llamaría la “estragegia Albertine” por el personaje de Albertine, en realidad Albert, en A la busca del tiempo perdido de Proust, utilizado ampliamente en el siglo XIX. También la alegoría era muy utilizada, como en los cuentos del notoriamente homosexual Hans Christian Andersen, en los cuales el deseo anormal lleva a la muerte (el hombre de nieve que se derrite, la mariposa solterona, la sirenita, o la desgracia, hasta el patito feo tiene problemas por la confusión sobre su género, aunque su diferencia acaba siendo su marca de superioridad). Ambiguos, dadas las referencias para entendidos que existen en sus textos, también son algunos de los detectives de la literatura de la época, desde el detective de Los crímenes de la Rue Morgue de Poe hasta el Sherlock Holmes de Conan Doyle o el Vautrin de Balzac.


Una de las novelitas erótico-pornográficas que circulaban clandestinamente por la sociedad victoriana finisecular fue Teleny (1891), en esta se muestra la pasión entre Camille Des Grieux, un caballero joven inglés, y el joven pianista de origen húngaro Teleny. Esta obra se ha atribuido a Oscar Wilde, aunque lo más probable es que fuera un juego entre este y algunos discípulos, los cuales iban pasándose la obra y añadiendo y corrigiendo capítulos. En esta obra se contienen algunas de las ideas de la sociedad del momento respecto de la homosexualidad y también las objeciones que los homosexuales podían realizar:

"Lo que me divierte es comprobar que todos los escritores acusan a las naciones vecinas de esta abominación; solo la suya se ve libre de ella.
Los judíos reprochaban este vicio a los gentiles, y los gentiles a los judíos. Lo mismo pasó con la sífilis. Según los relatos de la época, todas las ovejas sarnosas contaminadas traían del extranjero esa perversión del gusto. ¿Y no leí en un libro médico moderno, que el pene de un sodomita se adelgazaba y afilaba como el de un perro, que la boca habituada a prácticas viles se deformaba?(...)
Debo confesar que, luego, la experiencia me demostró la falsedad de tales desatinos;"

"Aunque, según los fisiólogos, el cuerpo de un hombre cambia cada siete años, sus pasiones siguen siendo las mismas, y, aunque en estado latente, permanecen siempre en él. El hecho de no haber dejado libres sus riendas, no ha vuelto mejor su naturaleza. Se engaña a sí mismo y engaña a los demás mostrándose a una luz que no es la verdadera. Sé que nací sodomita; la falta está en mi constitución no en mí"

"(...)estaba predispuesto a amar a los hombres y no a las mujeres, y, sin darme cuenta, siempre había luchado contra las indicaciones de mi naturaleza."

"¿Había cometido acaso un crimen contra natura cuando mi propia naturaleza encontraba en él paz y felicidad? De ser así, sería culpa de mi sangre, de mi temperamento, y no mía."

Como se puede observar Wilde y sus discípulos refutaban la idea de que se estaba ante un comportamiento contra natura, pensaban pues que la sodomía en su caso era perfectamente natural y lo antinatural era seguir un comportamiento contrario a su naturaleza.

Hay, además, una amenaza de chantaje, reflexiones sobre el posible escándalo, e incluso una fiesta de amigos "alegres", es decir gays.

El libro termina denunciando la hipocresía de la sociedad:

"Porque si la sociedad no nos pide ser intrínsecamente virtuosos, sí nos exige que mantengamos las apariencias de la moralidad, y por encimca de todo que evitemos el ESCÁNDALO."

 Y siendo premonitorio respecto al destino del propio Wilde al introducir en el último párrafo de la novela una cita del libro de Job:

"Mis parientes han huido de mí y mis amigos me han abandonado; quienes habitan bajo mi techo, mis servidores mismos, me miran como a un extranjero. Todos abominan de mí y aquellos a quienes yo amaba se vuelven contra mí; hasta los niños me desprecian."

Y este mundo hipócrita, reprimido y mojigato era del que se burló primero en sus obras y al que se tuvo que enfrentar posteriormente Wilde, como veremos a continuación.





7 comentarios:

  1. ¿Qué puedo decirte Sebastian?, cuando un artículo, abre tantas perspectivas nuevas y te das cuenta que al disfrute como un simple lector puedes añadirle tantos matices, te sientes mucho más comprometida con la admiración que ya sientes por un autor como Wilde. Muchas gracias por este trabajo tan serio.

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  2. Me alegro de que te haya gustado. En realidad, este artículo es tan solo una introducción para poder entender la vida y obra de Wilde, y que comentaré más extensamente en la segunda parte de este artículo, que ya tratará sobre Wilde de forma extensa y directa.

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  3. Mucha gracias por este artículo tan completo. Como dice Julia, abre muchas perspectivas. En el foro, hemos coincido en la importancia de interpretar y leer un autor y su obra desde su época, y no sólo desde el presente. Creo que sólo así se puede apreciar lo que significan. En el artículo nos das muchas claves para apreciar el mundo en el que se movía Wilde: su (pequeño) espacio de libertad, sus límites y las consecuencias de transgredirlos.

    Esperamos impacientes la segunda parte.

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    1. Muy instructivo me ha gustado mucho

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    2. Muy instructivo me ha gustado mucho

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    3. Muchas gracias por el comentario, espero que la segunda parte, ya plenamente wildeana, te guste de igual modo.

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  4. En realidad leí la segunda parte primero, me encanto de ahí que buscará la primera parte para leerla.

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