Diario del año de la peste de Daniel Defoe - Sebastián Fontana (Arden)

Retrato de Daniel Defoe (autor desconocido)


Daniel Foe (más conocido como Daniel Defoe) nació en Londres, probablemente el 10 de octubre de 1660 y murió en la misma ciudad entre el 24 de abril y el 5 de mayo de 1731. Le tocó vivir una época convulsa de grandes cambios políticos y religiosos en su país, los cuales le afectaron desde la primera línea al ser periodista. Vivió la cárcel por alguno de los panfletos políticos y sociales que escribió y también por deudas de su etapa de comerciante, y es considerado, además, el padre de la novela moderna inglesa, y conocido, sobre todo, por la creación del mito del Robinson, personaje de su novela Robinson Crusoe. No obstante, una de sus mejores novelas es precisamente de la que vamos a tratar en este artículo: Diario del año de la peste, donde narra la gran peste que sufrió Londres en los años 1665-66. Aunque no fue ni el primero ni el último en contar los estragos que las grandes epidemias han ocasionado a lo largo de la historia de la humanidad.


Las grandes epidemias en la literatura



                                            La peste de Atenas de Michiel Sweerts(1652-54)


Las grandes pandemias han existido desde que el mundo es mundo y se tienen noticias a lo largo y lo ancho de aquel durante toda la historia de la humanidad, por lo que es obvio que lo que estamos viviendo no es más que una reedición de algo que teníamos olvidado. Así, ya encontramos noticias sobre una gran epidemia en la referencia a la gran peste de Atenas contada por el historiador Tucídides en su obra Historia de la guerra del Peloponeso, libro segundo, en la cual el autor hace una descripción muy vívida de la epidemia que causó estragos en la ciudad en el año 430 a de C., aunque tuvo dos olas más en el 429 y en el 426-425 a de C., describiendo, además, de forma pormenorizada los síntomas de la enfermedad puesto que él mismo la padeció, con el fin de que en un futuro se pudieran reconocer los síntomas y no se confundieran con otras enfermedades:

“(...) no se recordaba que se hubieran producido en ningún sitio una peste tan terrible y una tal pérdida de vidas humanas. Nada podían hacer los médicos por su desconocimiento de la enfermedad que trataban por primera vez; al contrario, ellos mismos eran los principales afectados por cuanto que eran los que más se acercaban a los enfermos;

(…) Aquel año, como todo el mundo reconocía, se había visto particularmente libre de enfermedades en lo que a otras dolencias se refiere; pero si alguien había contraído ya alguna, en todos los casos fue a parar a esta.”

(…) cada caso presentaba alguna particularidad que lo diferenciaba de los otros. Y durante aquel tiempo ninguna de las enfermedades corrientes hacía sentir sus efectos, y si sobrevenía alguna, acababa en aquella.

(…) el hecho de que morían como ovejas al contagiarse debido a los cuidados de los unos hacia los otros: esto era sin duda lo que provocaba mayor mortandad”

(…) No obstante, eran los que ya habían salido de la enfermedad quienes más se compadecían de los moribundos y de lo que luchaban con el mal por conocerlo por propia experiencia y hallarse ya ellos en seguridad; la enfermedad, en efecto, no atacaba por segunda vez a la misma persona, al menos hasta el punto de resultar mortal.”

Como se puede deducir de estos extractos nada nuevo hay bajo el sol, simplemente en esta nueva pandemia del siglo XXI nos habíamos olvidado de lo que suponía una gran epidemia, dado el tiempo transcurrido desde la última que azotó Occidente, la gran gripe española de 1918-1921, que según algunos cálculos pudo matar a 50 millones de personas.


Cartel de la versión cinematográfica de 
La máscara de la muerte roja de Vincent Price


También el escritor romano Lucrecio en su De rerum natura (De la naturaleza) hizo una vívida descripción de la gran peste de Atenas. De otras grandes epidemias tenemos menos noticias, como la peste antonina, en realidad probablemente una gran epidemia de viruela que asoló el Imperio Romano entre los años 165 y 180, y de las que nos han quedado poco más que las descripciones del gran médico Galeno; o de la plaga de Justiniano, de peste bubónica, que asoló el Imperio Bizantino en sucesivas olas entre los años 541-549, en los cuales se calcula que murió hasta el 26 % de la población, descrita por el historiador Procopio de Cesárea, y con origen, probablemente, en un cambio climático que sucedió en los años 536-550; Otras muestras notables de descripción de epidemias en la literatura que se me ocurren, así a vuela pluma, son el inicio de El Decamerón de Giovanni Boccaccio, en el que cuenta los estragos de la epidemia de peste bubónica de Florencia en 1348, la cual acabó con un tercio de la población europea, lo que da lugar a que unos jóvenes se refugien en el campo y se dediquen a contar historias para distraerse de la muerte; otros ejemplos serían el cuento La máscara de la muerte roja de Edgar Allan Poe, las novelas Muerte en Venecia de Thomas MannLa peste de Albert Camus o la novela biográfica Peste & cólera de Patrick Deville, que narra la vida del científico suizo Alexandre Yersin, el descubridor del bacilo de la peste, rebautizado por ello en 1970 como Yersinia pestis, y de su vacuna


Muerte de Violeta en La traviata
Muerte de Violeta en La Traviata de G. Verdi
(Teatro Real de Madrid)


Mención aparte requiere una de las grandes enfermedades de los siglos XIX y XX: la tuberculosis, también conocida como tisis o plaga blanca, que afectaría durante ese período a una parte muy importante de la población, y de hecho aún sigue provocando en el mundo en pleno siglo XXI unos dos millones de muertes al año a pesar de las diversas vacunas y tratamientos. Esta enfermedad sería recurrente en la literatura romántica, ¿quién no recuerda La dama de las camelias de Alexandre Dumas (hijo) y su adaptación operística La traviata de Giuseppe Verdi?, aunque quizás sea la novela La Montaña mágica, obra cumbre del Premio Nobel alemán Thomas Mann, la obra literaria más importante en la que aparece la tuberculosisEsta, al ser una enfermedad que afectó a numerosos escritores, aparece frecuentemente tanto en sus novelas como en sus diarios y cartas. Un libro muy recomendable sobre algunos escritores afectados por la tuberculosis es La plaga blanca de la escritora catalana Ada Klein Fortuny, quien rastrea en sus escritos personales cómo afectó la enfermedad a la vida y obra de escritores como Katherine Mansfield, Antón Chéjov, George Orwell o Franz Kafka, por nombrar los más importantes. 




Más recientemente han aparecido muchísimas novelas sobre epidemias de muy distinto tipo con un enfoque de ciencia ficción, o de terror dando lugar al subgénero de la novela de zombis, pero eso ya se escapa de la intención de este artículo. Pero la obra clásica sobre una epidemia más importante sigue siendo El diario del año de la peste de Daniel Defoe, dado que está basado estrictamente en la realidad de la epidemia de peste que sufrió Londres en 1655-56, recopilando los datos que se tenían en aquel momento, y por el verismo que transmitía.


Daniel Defoe 


Daniel Defoe había sido, sobre todo, un escritor político satírico y un periodista, recorrió el país y estuvo en la cárcel por deudas, todo ello y su educación alejada de lo que era usual en la época, el estudio de los clásicos griegos y latinos, hizo que sus escritos tuvieran un estilo mucho más popular y apegado a la realidad, lo cual le llevó a escribir en su madurez sus 6 novelas, al final prácticamente de su vida, entre 1719 y 1724. No obstante esto, si alguien le hubiera tachado de novelista en su época se habría sentido gravemente ofendido, puesto que en ese momento la palabra romance novel se reservaba para un tipo de ficciones de muy baja calidad, populares, con temas folletinescos, amorosos y que tenían que ver con el mundo de los crímenes y la delincuencia. Y lo que había empezado a escribir era nuevo, al menos en lengua inglesa, no era nada que se hubiera escrito hasta el momento, en inglés, al contrario de lo que ocurrió con el español, donde la novela moderna empezó con el Quijote y el Lazarillo, y en francés, copiado del modelo español. Así que ese nuevo género, que por no tener no tenía ni nombre, acabó adaptando el que ya existía: novel. 




Y, además de en su calidad literaria, ¿en qué se diferenciaban las novelas de Defoe de lo que se había hecho hasta entonces? En su verismo. Defoe huye de temas y lenguaje clásicos y cultos, tomaba sus personajes o los hechos básicos de la realidad, con lo que la gente podía reconocer los lugares, haber oído hablar de ellos por ser sus historias conocidas en cierta forma. Así el autor inventa pero no lo parece, ya que incluso aparecen lugares y personajes históricos que ellos mismos conocen o han oído hablar sobradamente, a lo que se suma que las narraciones son en primera persona y autobiográficas, y el escritor se ha limitado a ponerlas a disposición del público. Así ocurre en Robinson Crusoe, por poner el ejemplo más conocido, probablemente basada en la historia real del marinero escocés Alexander Selkirk, que fue rescatado en 1709 tras pasar más de cuatro años en una isla desierta del archipiélago de Juan Fernández, que ahora se llama precisamente isla Robinson Crusoe en honor a la fama mundial de esta novela. Esta historia fue ampliamente difundida en Inglaterra, por lo que el público estaba predispuesto a creerla real, siendo el mérito de Defoe pasar por real lo ficticio. El tema también lo escogía por su actualidad, hay que tener en cuenta que el oficio ya en ese momento del autor era el de ser solo escritor por lo que necesitaba ser popular y ganar dinero. Y así, aprovechando el brote de peste en Marsella de 1720, del que se tenía amplias noticias en Londres, con el consiguiente peligro de que pudiera llegar hasta allí, Defoe se puso manos a la obra consultando obras de su biblioteca que trataban sobre la gran plaga y del London's Dreadful Visitation sacó la gran cantidad de estadísticas, reales, que jalonan la obra, sobre el número de muertos y la causa de la muerte.



Esta forma de narrar, verista, y la forma de ser recibida por el público la novela como real, llega a su punto álgido con el Diario del año de la peste. De hecho, esta novela fue considerada durante mucho tiempo como un escrito autobiográfico, en el que Daniel Defoe se habría limitado a recoger lo que un pariente suyo, Henry Foe, había vivido de primera mano durante la epidemia de peste bubónica que asoló Londres entre 1665 y 1666, matando aproximadamente a unas 100.000 personas, es decir una cuarta parte de la población de Londres, limitándose Defoe a ser meramente “editor” del texto real, y por lo tanto lo que contaba se podía entender como real, apoyado por datos reales sobre la epidemia, decretos emitidos por las autoridades, medidas aprobadas, introduciendo personas reales que todo el mundo conocía, con una geografía conocida, Londres, y unos hechos conocidos, la gran peste, y siendo un relato en primera persona ¿Cómo iba a tratarse de una obra de ficción y no de algo real?.



El diario del año de la peste de Daniel Defoe


Edición de la editorial Alba que he tomado como referencia para las citas


Lo primero que llama la atención de este libro, El diario del año de la peste, es la coletilla que le acompaña: "Observaciones y recuerdos de los hechos más notables tanto públicos como particulares que ocurrieron en Londres durante la última gran epidemia de 1665, escrito por un ciudadano que durante todo este tiempo permaneció en Londres". Es decir que el libro está planteado como un libro de memorias, recuerdos de una persona que lo escribió durante el transcurso de la epidemia, y por lo tanto no una obra de ficción escrito por Daniel Defoe, el cual nació en 1660 por lo que no puede ser el protagonista de las memorias, limitándose a editar el libro. 


No obstante, a pesar de que se trata, supuestamente, de un escrito biográfico de una persona concreta que cuenta sus vivencias durante la peste de Londres de 1665, el verdadero protagonista es coral, son los londinenses y, en menor medida, a partir de mitad de la novela, un grupo concreto de personas que escapa de Londres huyendo de la peste y lo que les aconteció en su huida, lo cual es una novela dentro de la novela; y, sobre todo, también, la ciudad de Londres, la cual está perfectamente descrita y parcelada, nombrándose calles, establecimientos, las puertas de la ciudad, los caminos, cementerios, parroquias, todo absolutamente real, a la altura de un reportaje periodístico que se hiciera en la actualidad.


Pero si realmente algo me llamó la atención es la gran similitud, a pesar de la distancia temporal, espacial, de medios científicos, de la cultura, la educación, y del tipo de enfermedad, entre lo que narra el autor y lo vivido en el último año con la pandemia de coronavirus, con lo que si en la novela cambiamos “peste” por “coronavirus”, adaptando un poco la situación al siglo XXI, vemos que la diferencia no es tan significativa como cabría esperar entre dos situaciones tan alejadas temporalmente como son los siglos XVII y XXI.


Así, por ejemplo, existen en un primer momento discrepancias sobre el número de muertos atribuibles a la peste y la confusión con la atribución a otras enfermedades, acudiendo al final al exceso de número de muertes habitual para hacerse una idea de cómo afectaba realmente a la ciudad:

“La lista siguiente abarcaba del 23 al 30 de mayo, y las muertes de peste que declaraba eran diecisiete. Pero los entierros de St. Giles fueron cincuenta y tres – ¡una cifra aterradora!-, de los cuales solo nueve contaban como muertes debidas a la peste; pero después de una investigación más rigurosa que hicieron los jueces de paz a petición del lord alcalde, se descubrió que lo cierto era que en la parroquia habían muerto veinte personas más a causa del apeste, pero que su muerte se había atribuido al tabardillo pintado, o a toros males, sin contar otras defunciones que se habrían ocultado.

Pero todo esto no fue nada al lado de lo que ocurrió inmediatamente después; (…) en la segunda semana de junio, en la parroquia de St. Giles, que seguía siendo el foco de infección, se enterraron ciento veinte personas, de las cuales, aunque las listas dijeron que solo sesenta y ocho habían muerto de la peste, todo el mundo dijo que habían sido por lo menos cien, calculando por el número de defunciones que ordinariamente había en aquella parroquia. (...)”


También describe las calles desiertas debido al confinamiento o a la huida en masa mientras se pudo:

"(…) era la cosa más sorprendente del mundo ver aquellas calles de ordinario tan bulliciosas y ahora tan desiertas, y con tan pocos transeúntes que, si hubiera sido forastero y me hubiera extraviado, a veces habría podido recorrer toda una calle, me refiero a calles secundarias, sin encontrar a nadie que me orientase.”


Un hombre recluido en casa tomando antídotos contra la enfermedad



La aparición de teorías sobre el origen de la enfermedad que, además, aumentan los temores de la gente, un poco lo que sería en la actualidad la actitud de los negacionistas en el sentido de inventar justificaciones sin ninguna base científica:

“Por otra parte, los temores de la gente aumentaron también de un modo singular debido a la superstición de la época, en la que, no puedo saber por qué motivo, la gente era muy dada a profecías y a cálculos astrológicos, a sueños y a cuentos de vieja, más de lo que nunca lo había sido ni de lo que fue más adelante.”

“Un mal siempre atrae otro. Estos terrores y este pánico de la gente llevó a caer en innumerables necedades, locuras y maldades, y no faltaron consejeros realmente perniciosos para alentarla a seguir este camino(...),

No necesito decir el escandaloso fraude que era aquello, ni cuáles eran sus fines; pero no hubo medio de atajar aquello;(...)”


Charlatanes y visionarios durante la plaga

La situación de la cultura y el ocio, léase lo que en la actualidad serían cines, discotecas, bingos, salas de fiestas, pubs, etc..., también quedó muy tocado:

“Todas las obras de teatro y entremeses (...) quedaron prohibidos; las casas de juego y las salas públicas en donde había música y se bailaba(...), fueron cerradas y suprimidas.”


Médico durante la peste de Londres


El esfuerzo de los médicos y sanitarios también se hace constar:

“Sin duda los médicos, con su habilidad, sus conocimientos y su celo, ayudaron a muchos a salvar sus vidas y a que recuperaran la salud. Pero no es menguar en nada su reputación ni su habilidad decir que no pudieron curar a los que ya tenían las señales de la peste o a los que ya estaban mortalmente contaminados antes de que se les llamara, caso muy frecuente."

Las medidas públicas que se tomaron para atajar la epidemia:

“Quedan aún por mencionar las medidas públicas que tomaron los magistrados para asegurar la salud pública y evitar que el mal se extendiera, una vez declarado.”

Entre ellas lo que ahora llamaríamos confinamientos perimetrales por calles, casas clausuradas, confinamiento de los enfermos, limpieza de las calles, desinfección de objetos, y cierre de lo que ahora entendemos por hostelería. Las ordenanzas municipales, y esto es real, decían lo siguiente:

“Espectáculos

Que todo espectáculo, ya sea de representaciones teatrales, (…) u otros semejantes que den motivo a reuniones públicas, queden totalmente prohibidos, y los transgresores severamente castigados(...).

Prohibición de banquetes

Que todo banquete, y particularmente los de las corporaciones de esta ciudad, y comidas en tabernas, cervecerías y otros lugares públicos de reunión queden prohibidos hasta nueva orden;”

Despachos de bebidas

(…)Y que no se permita que ninguna persona, ni ningún grupo de personas, esté o entre en ninguna taberna, cervecería o café, para beber, pasadas las nueve de la noche(...)

“Decía que gracias a estas medidas, cuando en toda la ciudad morían cerca de mil personas cada semana, dentro del recinto de las murallas solo morían veintiocho, y este recinto, durante todo el tiempo de la epidemia, en proporción fue el lugar más seguro de la ciudad”.

Es decir que donde se habían aplicado las medidas restrictivas se producía lo que ahora llamaríamos un aplanamiento de la curva con el descenso de número de afectados. Pero claro, mucha gente estaba disconforme con estas normas:

"(…) debido a lo cual, al principio, la gente protestaba ruidosamente y era presa de una gran desazón, y no faltó quién atacó y causó heridas a los hombres (…) vigilantes (…) Pero se trataba del bien público que justificaba el perjuicio que se causaba a unos cuantos, y en estos tiempos, dirigiéndose a los magistrados o al Gobierno, no hubo medio de que estas medidas se mitigaran en lo más mínimo (…). Esto hizo que la gente se pusiera a idear toda suerte de estratagemas, para conseguir o intentar salir de las casas;”

También vemos el autoconfinamiento y el abastecimiento para aguantar durante el mismo y salir lo menos posible, aunque a diferencia de en este último año no consta que hubiera acopio de papel del WC...:

“Por otra parte, muchos de los que huían podían refugiarse en otras casas, en donde ellos mismos se refugiaban voluntariamente y allí se ocultaban hasta el fin de la peste; y muchas familias, previendo que se aproximaba aquel desastre, hicieron un acopio de provisiones suficientes para todos, y ellos mismos se encerraron, y de un modo tan efectivo que no volvió a vérseles ni a oírseles hasta que la epidemia hubo cesado por completo, y entonces volvieron a salir a la calle, sanos y salvos.”


Recogida de cadáveres en las calles de Londres


Problemas como la cantidad de cadáveres que no se daba abasto a enterrar o quemar, problemas con los asintomáticos, que extendían la enfermedad sin ellos saberlo, el caos en las salidas de Londres cuando se decreta el confinamiento porque todos desean huir de la ciudad antes de que ocurra e ir a las segundas residencias en el campo, las muestras de solidaridad, o también de egoísmo, mil y una anécdotas sobre cada aspecto de la epidemia, que al lector actual no le sonarán extrañas como hemos visto.


Otra cuestión fue la política y religiosa. Sobre todo al principio de la epidemia pero también en los peores momentos, se dejaron aparcadas las rencillas políticas y religiosas, en aquella época eran más o menos lo mismo, y el autor se lamenta de que todo el espíritu de concordia y buena voluntad de unión que se había dado desapareciera en cuanto la epidemia terminó.

“No fue el menor de nuestros infortunios que, una vez hubo terminado la epidemia, no terminara el espíritu de rencillas y discordias, de difamación y de reproches, que la verdad es que antes había sido el gran perturbador de la paz de la nación. (…)

Pero esto no se consiguió, y sobre todo después de que terminó la peste en Londres, cuando cualquiera que hubiera visto la situación en que se había encontrado la gente, y la afabilidad con la que todo el mundo se trataba en aquella época, prometiendo tener más caridad para el futuro y no promover más rencillas; decía que cualquiera que les hubiese visto entonces, habría creído que por fin la gente iba a vivir unida con un espíritu nuevo,. Pero, como decía, esto no se consiguió."

¿Les suena? Pues eso. La naturaleza humana parece que no cambia, y ¿qué son unos siglos de diferencia? Poco o nada. Disfruten de una gran novela como esta y comprueben cómo el mundo no ha cambiado tanto, ni las personas tampoco.

9 comentarios:

  1. Sirva este magnífico artículo de Arden para alimentar el pesimismo congénito que arrastro cada vez que oigo que: de esta vamos a salir mejores. Ni mejores ni peores, que el ser humano está condenado a repetir sus errores una y otra vez.

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  2. Aunque el artículo tiene dos partes muy diferencias donde Arden se mete en vericuetos muy concurridos, los paralelismos que ofrece esta novela con la situación actual tienen su punto de reflexión. Como siempre, la lectura es interesante, porque añade datos que nos pueden sorprender, pero que reconocemos fácilmente.

    En cuanto a la salida de esta pandemia, que no epidemia, ya se verá, porque el ser humano le cuesta aprender. Nada que ver con mi perro que es un sabio.

    De nuevo, gracias por tu artículo, Arden.

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    1. En nuestro caso tenemos la ventaja del avance científico con las vacunas, de ahí que el final no venga de forma natural, por ejemplo por un cambio en el clima o por inmunidad de rebaño, sino que vendrá por los avances científicos.

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  3. Qué interesante artículo, Sebastián. Me apetece leer este libro ahora, que nunca leí por miedo a que fuera un tratado denso y carente de interés, pero claro, las circunstancias de la vida cambian y ahora en plena pandemia todo se vuelve diferente, y necesito echarle un ojo. ¿Qué tal la parte de los altercados por descontento de la gente? Esto me da miedo porque, como dice Sabino, los humanos vamos comentiendo los mismos erroes generación tras generación....
    Muy documentado y muy completo. Muchas gracias.

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    1. Pues los hay de todo tipo. Se vigilaba a los confinados, obviamente mucha gente quería salir con lo que hubo enfrentamientos con los encargados de hacer cumplir las normas, pero no hubo tumultos ni rebeliones. Hay una parte que es como una pequeña novela dentro de la novela que cuenta como se formó un grupo que había huído de Londres y se tenía que enfrentar a los vecinos de allí por donde pasaban, pero la cosa acaba bastante bien.

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  5. Muy buen artículo Arden.
    Después de algunos meses de sequia lectora me has dado el impulso que necesitaba para volver a sumergirme en historias de antaño, no menos caóticas que la realidad que vivimos estos días.
    Gracias por hacer del análisis de este libro algo sencillo, ameno y sobretodo cercano. Estas pandemias que azotan a la humanidad cada tanto no hacen más que mostrarnos que solo cambian los protagonistas en sus distintos roles.
    Saludos

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  6. Sebastián, me ha fascinado tu artículo.
    La primera parte está tan bien documentada que voy a empezar a leer alguna de las obras que has citado.
    Hace años leí "Diario del año de la peste" y comparto contigo las similitudes con la situación actual. Realmente una gran novela para recomendar en tiempos de pandemia.
    Muchas gracias por el artículo, he disfrutado de su lectura.

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    1. Muchas gracias por el comentario. Me alegro de que te haya gustado. Seguro que alguna de las obras que cito también te gustarán.

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