En nuestra infancia y
adolescencia el mundo es mucho más reducido de lo que es cuando
crecemos y nos convertimos en adultos. En aquel momento normalmente
se reduce, sobre todo en los primeros años, a la familia y la
escuela, y eso incluye a los amigos, que suelen circunscribirse al ámbito escolar o a la cercanía del barrio o club deportivo que
es donde empezamos a socializar y a formar parte de una comunidad.
Sentirse querido y seguro es una de las premisas fundamentales para
crecer fuerte desde un punto de vista personal y emocional. Ese crecimiento personal se puede ver entorpecido por muchos factores, tanto familiares como personales, siendo uno de los más importantes el acoso escolar, conocido también como “bullying”, el cual afecta a muchos de los niños y adolescentes por diferentes motivos: raciales, religiosos, por orientación sexual o identidad de género, por sexo, etc... En este artículo me voy a centrar en estos dos últimos a través de dos novelas muy diferentes: Un beso de Ivan Cotroneo y Por trece razones de Jay Asher.
LGTBfobia en las aulas
El ser humano por
naturaleza es una animal social, nos sentimos más seguros y
protegidos dentro de una comunidad que nos acepta en su seno. Si
somos aceptados y respetados por la misma tal y como somos es obvio
que el camino a la felicidad es más sencillo, y más cuando somos
niños o adolescentes. Como hemos dicho, esto se produce en torno a
lugares donde se desarrolla la mayor parte de nuestra vida en esa
época, como la escuela o un club social o deportivo. Hay niños y
niñas que tienen características físicas diferentes que les hacen
destacar de la media (altos o bajos, gordos o delgados, tener pecas,
llevar gafas, ser pelirrojos...), y también pueden hacerlo por sus
características sociales o religiosas diferentes, expresadas en
elementos como el velo en las chicas musulmanas, el turbante en los
niños sijs, o diferencias de costumbres a la hora de comer, o una
raza diferente a la mayoritaria en un lugar determinado.
Casi todos los niños o
adolescentes pueden ser objeto de burlas o agresiones debido a alguna
de las características referidas respecto a las de la mayoría, pero
normalmente tienen en común que su diferencia no lo es más que en
relación a un grupo concreto, pero no respecto del resto de
comunidades en las que se mueven. Así, por poner un ejemplo, si un
niño es objeto de burla en el colegio por su religión o por su
raza, puede haber más niños con esa característica concreta dentro
del mismo colegio con lo que pueden obtener cierto apoyo de ellos.
También cuando llegan a casa puesto que allí sí forman parte de la
mayoría, por lo que aquellos obtienen un respiro al estar integrados
en un grupo aunque sea en otro ámbito que no es el escolar. Sin
embargo, hay niños y niñas que no responden a los estereotipos de
género, es decir que su comportamiento, vestimenta o gustos no
responden a los de la mayoría o que sean los comúnmente aceptados
en ese aspecto; otros que tienen una orientación sexual diferente,
sean gais, lesbianas o bisexuales, o una identidad de género
diferente, como los niños y niñas transexuales; y otros que,
independientemente de su orientación sexual, tengan “pluma”
(chicas que se consideran excesivamente masculinas o chicos que son
considerados excesivamente femeninos para lo que una sociedad en un
momento determinado entiende por masculino o femenino). En este caso
el problema, con frecuencia, es mayor para ellos porque el desprecio
o la condena puede trasladarse, además, a otros ámbitos que no son
solo el escolar sino que también sufren el desprecio en el ámbito
familiar, o en el de la comunidad religiosa o social, por lo que, en
ocasiones, no existe un refugio seguro para ellos, ya que la vuelta a
casa significa más agresiones físicas o verbales.
Ejemplos de acoso por
tratarse de un niño o niña LGTB los hay incontables en la
literatura, de hecho es uno de los temas más recurrentes en la
literatura de tema LGTB junto con el descubrimiento y aceptación de
la propia homosexualidad o el del primer amor. En este ámbito
destacaríamos la novela Para acabar con Eddy Begueule de
Edouard Louis, y las dos novelas juveniles de Mike
Lightwood, El fuego
en el que ardo y El
hielo en mis venas. En
estas últimas vemos adolescentes acosados y humillados por su
orientación sexual, homofobia en las aulas, e incluso homofobia
internalizada (autoodio) por parte de algunos de los personajes, los
cuales muestran el rechazo a su propia homosexualidad atacando al
protagonista por ser homosexual o para encubrir la sospecha de su
homoseualidad por parte de sus compañeros. No abunda en la
literatura juvenil el tema de la transexualidad en las aulas, aunque
sí existen algunos ejemplos como la novela juvenil El arte de ser
normal de Lisa Williamson.
La tiranía de la
mayoría, de lo “normal”, hace que la persona “diferente”
pueda tener problemas y no ser aceptada. Cada día niñas y niños
son perseguidos y acosados volviendo a su casa no solo con su mochila
cargada de libros sino con otra mochila, invisible pero mucho más
pesada, que no descargan al entrar a su casa sino que continúan
llevándola en la soledad de su habitación, y que resulta cada vez
más pesada porque el acoso puede ser no solo físico sino también
psicológico y continuar a través de las redes sociales, a golpe de
whatsapp, fotos de instagram o videos que se suben a youtube, etc....
Mientras los agresores actúan, el resto se ríe o da la espalda a
las víctimas.
Basándome en mi
experiencia, después de centenares de charlas en institutos a
alumnos de 4º de la ESO y 1º de Bachillerato, entiendo que la
solución no es tanto poner el foco en el agresor o en la víctima
sino en el resto de alumnos. El castigo al agresor es importante,
pero una expulsión de un alumno a veces no significa nada para él,
puede ser incluso un premio, y la venganza contra la víctima vendrá
posteriormente fuera del ámbito escolar. Es el comportamiento del
resto de alumnos el determinante, puesto que si al que se aisla es,
precisamente, al agresor por parte de los demás compañeros, aquel
acabará comprendiendo que su actitud no solo no le hace liderar el
grupo sino que lo separa del mismo, no consiguiendo el objetivo de
liderazgo que normalmente se persigue detrás de estas agresiones.
También las políticas educativas y el ambiente familiar ayudan en
la solución del problema, ya que cuando se educa en el respeto a la
diversidad y existe, además, una respuesta más rápida por parte de
los adultos y responsables ante los casos de acoso, menos dificultoso
será solucionarlo sin que aquellos lleguen a un desenlace que puede
ser fatal en muchos casos, y en los que, por desgracia, no hay vuelta
atrás, como es el caso de la novela que vamos a comentar.
Un beso
de Ivan Cotroneo
Según
nos cuenta el autor en una nota al final del libro, esta pequeña
gran novela está inspirada muy libremente en el homicidio de Larry
King, un estudiante de instituto californiano de quince años que fue
asesinado en la mañana del 12 de febrero de 2008 por un compañero
de clase, Brandon McInerney, de catorce años, de un tiro de pistola
en la nuca. Los días anteriores al crimen, Larry había cortejado a
su compañero Brandon.
El
autor traslada la novela a un pequeño pueblo rural de Italia, un
lugar, como se observa a lo largo de la novela, donde el
convencionalismo y la aceptación de los roles de género
tradicionales son la norma. Se retrata una sociedad conservadora,
machista y homófoba que manifiesta sus valores en todos y cada uno
de sus pequeños gestos y comportamientos diarios, por lo que un
elemento de rebelión o disensión como el que supone un adolescente
gay
y queer
es
más de lo que se puede tolerar.
La
novela se divide en tres partes en las que el autor nos cuenta los
hechos desde el punto de vista de Lorenzo, la víctima asesinada, de
Elena Valente, la profesora de lengua, y de Antonio, el asesino, en
realidad una víctima más de esa sociedad intolerante y de sus
valores, así como de su propia familia.
Lorenzo
acaba de ser adoptado por Michele y María, una pareja sin hijos que
vive en un pequeño pueblo italiano, y que ya ha sido rechazado otras
veces anteriormente por otras parejas. Es un chico al que siempre le
ha faltado cariño y amor, pero que, paradójicamente, está lleno de
ambos y ansía darlos. En el instituto, como ocurre muchas veces en
la realidad, dado su amaneramiento, de quien se hace amigo es de las
chicas, que “eran las únicas que no se asustaban y no se burlaban
de mí”. Y ya empiezan las burlas:
“En
el colegio enseguida empezaron a llamarme Lorenza. Todos los chicos e
incluso alguna chica. Una vez que llevaba pantalones de chándal, una
chica me los bajó delante de toda la clase y luego se echó a reír,
diciendo que quería ver qué tenía debajo. El profesor de inglés,
por su parte, me mandó al despacho de la directora (…) provocaba
desorden”.
A
partir de ese momento Lorenzo solo tiene el apoyo de sus padres
adoptivos, en un ámbito muy limitado como es el espacio familiar, y
de su profesora de italiano, la Sra. Valente, aunque pronto se pasa
de las agresiones verbales a las físicas: “Me dio un empujón y no
me caí. Había aprendido a no caerme cuando me empujaban”. El
problema surge cuando se enamora de Antonio, un chico guapo y
típicamente “masculino”, y este enamoramiento acaba sabiéndose
en el instituto, lo que lleva a que los compañeros se empiecen a
burlar también de Antonio. La incomprensión es tal que el autor nos
hace ver cómo incluso las amigas de Lorenzo no entienden la
homosexualidad. Los episodios de acoso son cada vez más frecuentes y
más graves, pero Lorenzo solo tiene ojos para Antonio hasta el punto
de que públicamente le manifiesta su amor. Y algo tan sencillo y
bonito como una simple manifestación de amor, que en dos personas de
distinto sexo hubiera sido celebrado por el resto, se convierte en
una repulsa y una burla por parte de todos, no solo hacia Lorenzo
sino también hacia Antonio. La consecuencia es que Lorenzo es
asesinado por Antonio.
La
segunda parte refleja el punto de vista de la profesora Valente, es
interesante porque refleja muy bien la sociedad a la que pertenece:
clasista, racista, misógina, con unos valores machistas tremendos, a
los que ella se ha resistido al no casarse con un pretendiente que no
le gustaba. Se ha convertido en una “solterona” sin hijos, lo
cual es considerado una desgracia por todos en el pueblo, que la
compadecen abiertamente con insinuaciones y cotilleos. Elena intenta
luchar contra el orden establecido y eso incluye defender a Lorenzo
ante sus colegas y el director, pero todas sus acciones se reflejan
como inútiles dentro del orden establecido.
“Aquella
ciudad los estaba matando a todos. Elena no recordaba si alguna vez
se había escrito una novela, quizás de intriga, en la que se
buscara a un asesino y, al final, en lugar de ser una persona, fuera
una ciudad, con sus cuatro calles en forma de cruz y su horrible
iglesia. ¿Realmente era importane saber quién había escrito aquel
papelito pegado en la mochila de Lorenzo? (…) No, la verdad era que
el papel lo había escrito la ciudad entera.”
Lorenzo
muere delante de ella sin que pueda hacer nada para evitarlo. Estaba
condenado por todos.
La
última parte es más interesante, si cabe, porque el punto de vista
es el de Antonio, el chico guapo y deportista que en realidad es tan
carne de cañón como Lorenzo. Aquel esconde una personalidad
sensible y unos sentimientos en los que el primer desconcertado es
él. En su casa es despreciado por su padre porque no le parece lo
suficientemente hombre al no gustarle la caza, siempre comparado a su
hermano mayor fallecido, y con sus amigos siempre tiene que estar
fingiendo porque en realidad no es como ellos en muchos aspectos. En
realidad, Antonio vive totalmente desorientado porque se da cuenta de
que le gusta Lorenzo y no sabe cómo asimilarlo. El autor de forma
inteligente no nos plantea a un asesino homófobo sino a un pobre
chico perdido, que sufre una homofobia internalizada impuesta por la
sociedad, y que al vislumbrar algunas cosas siente pánico:
“Las
chicas me gustan, pero me dan un poco de miedo, y esto tampoco puedo
decirlo. Según parece solo me dan miedo a mí, a mis amigos no. (…)
Cuando los otros chicos hablan de ellas, siempre repito lo que dicen.
Si dicen que una es guapa, yo también. Si dicen que una es tonta, yo
también.”
Después
de la declaración de Lorenzo, Antonio está avergonzado, y entonces
ocurre un hecho clave, que no desvelo, que empeora la situación
psicológica de Antonio aún más. Esto hace que realmente se dé
cuenta de que sus sentimientos por Lorenzo empiezan a ser fuertes y
que siente algo que no debería sentir, por lo que queda aterrado por
la previsible reacción de sus amigos y de su pequeño mundo, el
pueblo y su familia, sobre todo su padre si su secreto se desvelara.
Y esa presión es la que Antonio no puede soportar, el verse a sí
mismo como un monstruo en ese entorno. Lo siguiente es el asesinato
de Lorenzo.
¿Qué
nos muestra el autor? Que es la homofobia de la sociedad la que
asesina a Lorenzo. Antonio es tan víctima como él. En unas
circunstancias de tolerancia y respeto, Lorenzo hubiera acabado
siendo pareja de Antonio y, como en los antiguos cuentos, hubieran
sido felices y comido perdices, o bien no hubiera sido todo tan de
color de rosa y hubieran tenido la misma vida de pareja, corta o
larga, feliz o desdichada, con ruptura o continuación, pero en las
mismas circunstancias que las demás parejas heterosexuales. Incluso
podría haber sido un amor no correspondido pero sin mayores
consecuencias. Sin embargo, nada de eso es posible en la sociedad en
que viven.
Es
la homofobia la que mata y la culpable es la sociedad que provoca
monstruos.
En
2016, solo en Madrid, se denunciaron 230 casos de acoso escolar, los
cuales son la punta del iceberg de los miles de casos que no se
denuncian. De vez en cuando en las noticias se cuentan casos de
suicidios de adolescentes que han sufrido acoso escolar, en muchos
casos por LGTBIfobia, y resultan increíbles las respuestas de los
acosadores. La justificación a sus actos suele ser que se trataba
de un juego o una broma, y que en realidad no pretendían hacer daño.
En muchos casos la respuesta oficial de los institutos o colegios es
que no se habían enterado de nada, o bien que las medidas que habían
tomado al enterarse eran correctas y suficientes. Por ello la propia
Comunidad de Madrid está planteando un borrador de Ley en la que se
sancione también al que no denuncie los episodios de acoso o que
puedan poner en riesgo la integridad física o moral de otros
miembros de la comunidad educativa cuando sea posible hacerlo “sin
riesgo propio ni de terceros”. Es decir, se penalizaría el “mirar
hacia otro lado”, aunque en mi opinión difícilmente se podrá
llevar a cabo con buenos resultados con cláusulas tan amplias como
la valoración de no existir riesgo propio o de terceros, o cómo
saber cuándo un alumno considera que es un episodio aislado, una
situación de acoso, o qué se puede entender exactamente por acoso.
Para ello se hace necesario más información, y más campañas
educativas, en definitiva más concienciación y más confianza para
fomentar la empatía con el resto de compañeros, y que una agresión
a un compañero sea considerada también una agresión a uno mismo.
En
países como los Estados Unidos los suicidios de adolescentes LGTB
son un problema de tal magnitud que se realizan programas como The
Trevor project,
nombre homenaje al cortometraje Trevor
(ganador
de un Oscar en 1994, en el que un chico intenta suicidarse al sentir
el desprecio de sus compañeros, que es realmente muy recomendable),
o como el proyecto It Gets Better
(en español Mejorará), en la que diferentes personas, desde caras
conocidas a personas de a pie que han pasado por lo mismo, realizan
videos en apoyo de los adolescentes que sufren acoso escolar por su
condición de personas LGTB. En España también existe esta campaña
que se puede ver en la web itgetsbetter.es
Por trece
razones de
Jay
Asher.
Esta
novela juvenil trata el tema del suicidio de una adolescente debido
al derrumbamiento personal, al ir quedándose aislada poco a poco del
resto de compañeros. El autor lo que muestra, a través de las 13
historias que cuenta en torno al suicidio de Hannah, es cómo la suma
de pequeños gestos, que de forma aislada podría no tener mayor
importancia, o sí, pero puede que no fueran lo suficiente, llevan a
Hannah a ese estado de aislamiento y desesperación que la llevan al
suicidio. Entiendo que lo que quiere el autor es hacernos ver que
todos nuestros actos tienen consecuencias por pequeños e
intrascendentes que puedan parecernos.
El
narrador es Clay Jensen, posiblemente el único totalmente inocente
en toda la trama, el cual recibe trece cintas de grabación por
correo después del suicidio de Hanna, y en las que ella, antes de
morir, cuenta trece historias en las que los protagonistas de cada
una de ellas podrán descubrir cuál fue su papel en su muerte. Todos
son culpables, aunque ellos no fueran consciente, con sus acciones.
Cada uno de ellos recibirá las cintas y las pasarán al siguiente en
la lista si no quieren que se sepa toda la historia.
Hanna
es una chica muy guapa, ensoñadora, recién llegada a una pequeña
ciudad norteamericana y a su nuevo instituto donde, desde el primer
momento, se gana la fama de “chica fácil” debido al fanfarroneo
de un chico con el que se da un beso porque le gustaba. Ese pequeño
gesto de amor adolescente es el punto de partida de esa pequeña bola
de nieve que al rodar cuesta abajo va formando una bola más y más
grande que condiciona las relaciones que ella va a tener con los
demás compañeros y compañeras del instituto, incluido un acosador
sexual voyeur, una examiga resentida y envidiosa, un abusador,
un violador y muchas otras historias que la llevarán a un
aislamiento cada vez mayor de los demás y, en definitiva,
a encontrarse absolutamente sola, lo que la lleva al suicidio.
En
los Estados Unidos ha sido una novela de gran éxito entre el público
juvenil, sobre todo después de su adaptación como serie de
televisión realizada por la cadena Netflix.
Es
la angustia y la soledad, el desprecio del grupo social lo que la
lleva al suicidio, en este caso se trata de un caso claro de
machismo. Hanna es despreciada, usada o atacada por los otros
personajes, tanto chicos como chicas, por la concepción machista
inculcada por la sociedad en sus conciencias, que la convierten bien
en un objeto sexual utilizable a su antojo, o bien en objeto de
envidia o resentimiento.
Estos
dos libros son una muestra, en definitiva, de que somos todos, como
sociedad, los responsables de que el problema del suicidio o el acoso
a niños y adolescentes continúe, sea por causa del machismo, la
homofobia, el racismo, la intolerancia, la xenofobia, o tantas causas
más. En la mano de todos está el poner nuestro grano de arena para
solucionarlo educando en la diversidad, el respeto y la tolerancia
hacia el “diferente” (el que sale de las normas tradicionales), y
sobre todo en la empatía. Ello nos hará mejores como personas y
como sociedad.
Excelente e ilustrativo artículo. Me apunto los dos libros reseñado que leeré en breve. Un saludo
ResponderEliminarGracias por tu interés.
ResponderEliminarTu artículo es muy bueno, Sebastián. Se nota que estás muy concienciado con estos temas, ya que lo tratas de una manera interesante.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!