Durante siglos Marruecos ha producido fascinación en Occidente ya que representaba un mundo diferente y exótico que de repente comenzó a
abrirse al mundo, lo que llevó a despertar la curiosidad de grandes
hombres y mujeres de las letras y las artes. Sobre todo desde que en
1832 el pintor francés romántico por excelencia, Eugene Delacroix, que integraba la
embajada de Charles de Mornay
ante el sultán de Marruecos, nos diera una visión del exotismo del
Magreb que se dio en llamar “orientalismo”. Este consistía no
tanto en mostrar la realidad del país sino en dar una imagen de este
tamizada e influida por el romanticismo exótico orientalizante. A
partir de ese momento en Francia y en Europa se despierta un interés
y una pasión por Marruecos que llevará aún en el siglo XIX a
escritores de la talla de Alexandre Dumas,
que visitó Tánger en 1874, o de Pierre Loti
a explorar el país y escribir sobre él. Pero es a partir del
establecimiento en 1912 del protectorado francés en la mayor parte
del país y del español al norte del país, cuando Marruecos, y en
especial las ciudades de Tánger, Protectorado internacional a partir
de 1923, y Marrakech se ven inundadas por escritores occidentales,
en busca cada uno de diferentes objetivos. Unos se ven atraídos por
el Islam, otros por la diferencia, el desierto, el espacio, la
libertad, incluída la sexual. Van para descubrir, olvidar, ser
olvidados, vivir..., a veces para visitar en peregrinación a los que
llegaron antes que ellos, como Paul
y Jane Bowles en
Tánger o Juan Goytisolo
en Marrakech.
La medersa de Ben Youssef en el corazón de la medina |
Marrakech
Marrakech
es una ciudad fascinante en la que conviven varias ciudades en una.
Por un lado tenemos la medina, el barrio antiguo intramuros, formada
por un dédalo de callejuelas dentro de las antiguas murallas que la
rodean y en las que uno se pierde fácilmente entre vendedores, trabajadores artesanales, niños que van a la escuela, burros que llevan cargas imposibles, motocicletas que de forma incomprensible pueden pasar entre la marea humana. En esta parte de la
ciudad las casas suelen ser riads normalmente, edificios que se componen de una pequeña entrada oscura y tortuosa que suele
llevar a un luminoso patio cuadrado que distribuye las habitaciones y
sube hasta los dos pisos superiores donde están las habitaciones, y por
último una terraza donde disfrutar del fresco de las noches en verano.
Gruesas paredes con ventanas minúsculas ocultan a las miradas ajenas
la vida privada de los moradores, esto es importante puesto que por
un lado la vida marroquí es muy comunal, los vecinos se conocen
todos, pero por otro se está expuesto al qué dirán continuamente, a la crítica
de la gente, y el honor de la familia, o el buen nombre es
fundamental en la sociedad marroquí, un poco lo que ocurría en
España hace no tantos años, aunque esto se haya diluido en las
grandes ciudades actualmente. Este tipo de edificación antes de la
aparición del aire acondicionado era fundamental en una ciudad donde
el calor es extremo durante varios meses al año necesitando un
ambiente fresco. Por otro lado, en el islam las mujeres siempre
debían estar protegidas de las miradas de otros hombres que no
fueran los de la casa por lo que la privacidad era considerada muy
importante.
Marrakech puerta del Atlas |
Así pues, Marrakech se transformó en esa ciudad diferente del Sur de
Marruecos que tenía el suficiente exotismo para atraer y el
suficiente ambiente internacional para tranquilizar. Una ciudad
marroquí, francesa y cosmopolita que se convirtió en la última
parada antes de adentrarse en las montañas nevadas del Atlas y ser,
además, la puerta del gran desierto del Sáhara.
Entre
los grandes visitantes de Marrakech se encuentran nombres como
Winston Churchill,
improbable Premio Nobel de Literatura y exPrimer ministro británico,
que pasó largas temporadas a partir de los años 30 en Marrakech,
sobre todo en el Hotel la Mamounia, uno de los grandes hoteles
míticos del mundo, que incluso después de su reciente millonaria
remodelación conserva una suite con su nombre. El hotel abrió en
1923 y ha recibido a los grandes del mundo del arte, del cine y de la
música, estrellas de cine, directores como Alfred
Hitchcock
que rodó en Marrakech El
hombre que sabía demasiado
(1956), Charles
Chaplin
o los Rolling
Stones,
entre muchos otros.
Jardines Majorelle |
Marrakech
también enamoró al diseñador de moda francés Yves
Saint Laurent,
el cual compró en 1980 el jardín Majorelle, creado por el pintor
francés Jacques
Majorelle
y que incluye su estudio de estilo moresco-art deco. Este jardín
extramuros a escasos metros de las murallas y la puerta de Bab
Doukkala que da paso a la medina y con vistas a las montañas del
Atlas es uno de los oasis que la ciudad posee, y la casa fue
residencia de Yves
Saint Laurent
y su pareja Pierre
Bergé,
el cual recuerda en su libro Cartas
a Yves
a ese gran hombre contradictorio y enamorado de Marrakech que era
Saint Laurent.
Ahora estos populares jardines son visitables y junto a ellos se ha
abierto el moderno museo dedicado al gran modisto francés.
Plaza DJemáa El Fnaa al atardecer |
El
gran escritor húngaro de origen judío Arthur
Koestler
visitó Marrakech en 1971. La ciudad roja, llamada así porque todos
los edificios en la ciudad tiene ese tono rojizo que impregna la
ciudad, lo deslumbró, y en su libro “In
Atlantic Monthly”
describe el ambiente de la plaza Djemáa El Fnaa, cuyo significado
original es más bien macabro, se podría traducir como la reunión o
asamblea de los muertos porque aquí se ajusticiaba a los rebeldes y
a los criminales y se ponían sus cabezas en picas alrededor de la
plaza por lo que podía parecer que estaban de reunión, también se
asoma a las ruinas del Palacio El Badi, “la maravilla”, que
rivalizaba con la Alhambra de Granada, construida cuando a Marrakech
se la conocía como “la Bagdad del Oeste”, el minarete de la
Koutobia, torre hermana gemela de la Giralda sevillana, construida
por los esclavos cristianos cautivos de los Almohades, y consigue
transmitirnos la sensación de perderse en el laberinto del zoco
donde los artesanos trabajan la madera, el cuero o los tejidos.
Uno de los mejores libros escritos sobre la ciudad es Marrakech. Fantasía en el palmeral de Mauricio Wiesenthal. Un libro que es un canto de amor a la ciudad, mostrándonos con un lenguaje poético y preciso, hermoso, su estancia en la ciudad durante un año sabático en su juventud, a través de una historia de amor con Zohra, una lazarillo del músico ciego y sordo, Messa'oud, y relatándonos cómo es verdaderamente la ciudad. El ambiente al amanecer, al atardecer, el trabajo en la medina, las azoteas, las fiestas, y los diferentes lugares más importantes de Marrakech, también sus alrededores, sus costumbres y sus leyendas. Si tuviera que elegir un libro para llevarme a Marrakech sería precisamente este.
Uno de los mejores libros escritos sobre la ciudad es Marrakech. Fantasía en el palmeral de Mauricio Wiesenthal. Un libro que es un canto de amor a la ciudad, mostrándonos con un lenguaje poético y preciso, hermoso, su estancia en la ciudad durante un año sabático en su juventud, a través de una historia de amor con Zohra, una lazarillo del músico ciego y sordo, Messa'oud, y relatándonos cómo es verdaderamente la ciudad. El ambiente al amanecer, al atardecer, el trabajo en la medina, las azoteas, las fiestas, y los diferentes lugares más importantes de Marrakech, también sus alrededores, sus costumbres y sus leyendas. Si tuviera que elegir un libro para llevarme a Marrakech sería precisamente este.
Uno
de estos escritores occidentales, Elias
Canetti,
viajó a Marrakech en 1954 y nos dejó una serie de estampas o notas
de la ciudad recopiladas en un curioso libro: Las
voces de Marrakech.
El título no está elegido al azar puesto que no se trata de un
recorrido típico turístico por la ciudad. En estas estampas no
vamos a encontrar visitas a los jardines de la Menara, el palacio El
Bahia, las ruinas del palacio El Badi o la magnífica Medersa de Ben
Youssef, pero sí encontraremos cuentacuentos en la Plaza Djmáa El
Fnaa, misteriosas mujeres en las estrechas callejuelas de la medina,
bares para extranjeros o adinerados, para los noctámbulos con
complicadas historias de amor y desamor, mercados de camellos, niños
mendigos, ciegos en los santuarios de los 7 santos de Marrakech, o la
visión de los judíos de la Mellah, el barrio judío de la ciudad.
Es decir una visión de una ciudad que apenas sí reconocería hoy el
escritor, donde ya no hay apenas burros y los camellos que quedan
existen solo para dar un paseo a los turistas, aunque por otro lado
podría seguir paseando por la medina, disfrutando del trabajo de los
artesanos o deambulando por la plaza Djmáa El Fnaa viendo
saltimbanquis o cuentacuentos y oyendo el canto del almuecín a la caída del sol, por lo que no es una mala idea leer este libro
antes de visitar la ciudad.
Elias
Canetti
Elias Canetti
(Ruse, Bulgaria; 25 de julio de 1905 – Zúrich, Suiza; 14 de agosto
de 1994) es un escritor atípico ya por su origen, si alguien intenta
averiguar por el nombre de qué nacionalidad es o en qué lengua
escribía va a tener un problema porque todo en él es atípico.
Nació en 1905 en Bulgaria en una familia de comerciantes de origen
sefardí que fue expulsada de España por los Reyes Católicos, el
apellido original de la familia era Cañete y se lo cambiaron
posteriormente. Perteneciente a una comunidad hebrea intacta en el
tiempo donde aún se hablaba ladino, la antigua lengua
judeo-española, con lo que su lengua civil era el búlgaro en
convivencia con ese castellano arcaico, legado familiar ancestral
transferido en calidad de lengua materna. Emigrado a Inglaterra en
1911 por el traslado de su padre a Gran Bretaña por cuestiones de
trabajo, lo que le hizo aprender inglés, la muerte de aquel un año
después supone un nuevo traslado, a Viena, lo que hizo que la Gran
Guerra le pillara allí y que en 1916 se trasladara a Zürich y,
posteriormente en 1921 a Frankfurt, y a Viena en 1924, donde se
integraría en la élite intelectual vienesa, convirtiendo por
elección el alemán en su lengua literaria. Allí estudió las obras
de Freud, Schnitzler y Kraus, entre otros. Posteriormente viviría en
Berlín hasta que tras la Kristallnacht
(la noche de los cristales rotos) en 1938 hizo que huyera a París y
de allí a Londres, obteniendo la nacionalidad británica en 1951,
trasladándose definitivamente a Zürich donde falleció en 1994.
Estos
constantes traslados de domicilios, el contacto con diferentes
lenguas y culturas, y el ver el ascenso y caída del nazismo, fueron
el origen de sus libros más importantes, como su obra maestra Masa
y poder, publicada en
1960 después de estar escribiéndola durante 25 años, y donde
analiza las estrategias de poder y control con la que los líderes
políticos pueden dirigir a las masas, y los diferentes tipos de
estas. Su única novela Auto
de fe data de 1935 y fue
prohibida por los nazis, editada nuevamente a partir del éxito de
Masa y poder,
es una parábola sobre el enfrentamiento del hombre con la sociedad
que lo rodea, y la lucha por la supervivencia, aunque la disfrace a
veces de farsa cómica esta difícil y extraña novela exhibe la
lucha del hombre del siglo XX frente a la masa, su gran enemigo. Y
muy interesante es la inmensa autobiografía en 4 libros: La
lengua absuelta, en el
que refleja sus anécdotas de infancia donde el ladino estaba muy
presente, su lengua nunca olvidada, y el búlgaro, que olvidó por
completo, La antorcha al
oído, El
juego de ojos, y el
último libro terminado por su hija con las notas que dejó, Fiesta
bajo las bombas,
publicado en 2003, completan esta imprescindible biografía.
Elias
Canetti obtuvo el Premio Nobel de literatura en 1981.
Las voces de
Marrakech
En
este libro Canetti es
un testigo de excepción que nos regala una serie de relatos e
historias, sus impresiones de un viaje que realizó a Marrakech en
1954. Estaríamos pues ante cuentos de viaje, en los que unos rápidos
apuntes o unas notas se convierten en un relato de la ciudad y sus
moradores, a través de historias particulares.
Camellos en la Palmerie de Marrakech |
El
viaje empieza en el relato Mis
encuentros con camellos,
ya que visita un mercado de camellos en Bab-el-Khemis (Bab significa
puerta), muy cerca de Bab Doukkala. En la actualidad hay un mercado
en el que se vende de todo, una especie de rastro y de mercado de
muebles, verdura, ropa, todo para marroquís, no es nada turístico
pero muy curioso de ver, y donde no hay ahora ni un solo camello. Sin embargo, Canetti nos relata un mercado muy diferente al actual en el que se lleva a los camellos al mercado para venderlos y después sacrificarlos para
el consumo:
“Nos
apeamos y nos mezclamos entre los animales. Cada docena cumplida de
ellos se arrodillaba en círculo alrededor de un montón de forraje
dejado caer por los camelleros. Estiraban el cuello, tomaban el
alimento con la boca, echaban la cabeza hacia atrá y rumiaban
plácidamente. Los observamos atentamente y vimos que tenían rostro.
Se parecían entre sí y al mismo tiempo eran muy diferentes.
Recordaban a viejas damas inglesas que, dignas y visiblemente
aburridas, compartían el té, incapaces de ocultar la malicia con
que escrutaban cuanto les rodeaba.”
Resulta
curioso que se haga alusión a que la carne de camello era lo que se
comía habitualmente cuando a día de hoy en Marrakech no se venden
camellos ni se ve carne de camello, sí los he visto en en
carnicerías de Meknés, pero se ha convertido en una rareza, y sin
embargo en el libro es algo absolutamente cotidiano.
Zoco de Marrakech |
Canetti pasa
en el segundo relato, Los
suks, a contar su
experiencia en los zocos, el ambiente del regateo, las estrechas
tiendas, la artesanía y también las falsificaciones ¡ya en aquel
momento!, y reflexiona sobre el contraste entre la visibilidad del
trabajo y lo oculto de la vida privada:
“Es
una actividad abierta, y cuando ocurre se presenta como el producto
acabado. En una sociedad, que tanto oculta, que esconde celosamente a
los extraños el interior de sus casas, la figura y el rostro de sus
mujeres e incluso sus lugares santos, esa progresiva apertura de
cuanto se elabora y vende, resulta atrayente en doble medida.”
A
la ciudad de Marrakech se la conoce también por ser la ciudad de los
ciegos. Esto no es de extrañar porque antes de los avances de la
medicina se producían muchos casos de ceguera por los efectos del
sol en estas latitudes, y al tratarse de una ciudad santa en la que
se encuentran las tumbas de siete santos y por lo tanto lugar de
peregrinación religiosa, y siendo una de las obligaciones de todo
buen creyente el ejercer la caridad, estos lugares se veían atraídos
por ciegos que piden limosna. Esto lo refleja Canetti
en sus relatos El clamor
de los ciegos y
en La letanía del
marabú:
“Ese
año cuando llegué a Marrakech, me encontré repentinamente entre
los ciegos. Eran cientos, incontables, la mayoría mendigos, un
grupo de ellos, unas veces ocho, otras diez, podía verse en el
mercado formando una apretada fila, y cuya ronca y eternamente
reiterada letanía era audible a lo lejos.(...)
Todos
los ciegos pedían en nombre de Dios, y mediante la limosna podía
obtenerse de Él algún favor. Empezaban con Dios, terminaban con
Dios y repetían su nombre diez mil veces al día. Toda sus letanías
contenían su nombre de varias formas, pero la etanía a la que se
aferraban desde un principio permanecía inalterable. Son arabescos
acústicos en torno a Dios(...).
En
los relatos Silencio en
la casa y la azotea vacía
y La mujer de la reja
Canetti se adentra en
la medina describiendo las callejuelas, los riads y la vida de las
mujeres en ellas. Afortunadamente esto ha cambiado por completo y en
la actualidad se puede ver a las mujeres con atuendos de todo tipo:
“Pocas
ventanas se abren sobre los callejones y no se ve a nadie asomado a
ellas. Las casas son como muralla; con frecuencia se tiene la
sensación durante largo tiempo de andar entre muros, cuando, sin
embargo, se sabe a ciencia cierta que son viviendas. Vemos las
puesrtas y escasas e inservibles ventanas. Con las mujeres sucede
algo similar; se mueven como bultos informes a lo largo de las
callejas, apenas se las reconoce, tampoco se les intuye, y pronto
está uno harto de esforzarse y tratar de retener una imagen precisa
de ellas.”
la Mellah con sus característicos balcones |
La eleeción del pan |
Los
siguientes cuentos Cuenteros y escribanos
y La elección del pan
son plenamente costumbristas, el primero habla de oficios ya
arcaicos, los cuenteros y escribanos, cuando la mayoría de la
población era analfabeta y necesitaban que alguien escribiera sus
cartas y peticiones a la administración, y además no existían
muchos medios de entretenimiento, eran imprescindibles, y de hecho le
sirven al autor para reflexionar entre la diferencia de él como
escritor en papel y los cuenteros, “poetas que podía mirar a la
cara porque no había una sola palabra suya que leer”. En La
elección del pan cuenta una costumbre que aún está en vigor en los
mercados en los que los vendedores de pan lo tienen en un mostrador en la calle,
improvisado la mayor parte de las veces, con los típicos
panes redondos marroquíes, nada que ver en cuanto a sabor a los
absurdos y artificiales panes de origen industrial que solemos comer
en España, y por los que pasan los compradores sopesando el pan con la mano para
llevarse el que consideran mejor, una ceremonia que aquí sería
imposible por la normativa referente a la higiene en los alimentos.
En
el relato La difamación se cuenta un desagradable incidente a cuenta de
los niños mendigos, cuando un francés propietario de un restaurante relata como anécdota picante un episodio de turismo sexual infantil, que el autor reprueba
rotundamente, por desgracia algo bastante común el los países más pobres. Y para contrastar tan triste relato pasamos a la sonrisa
con El asno lúbrico y a una historia de amor fou en Sherezade.
En este, además, se cuenta un episodio de homosexualidad de un hombre
importante, curiosamente de una forma absolutamente normal dentro de
los cotilleos de un bar de noctámbulos. Termina con un relato un
tanto enigmático, El
invisible, en el que un
mendigo que repite constantemente la letra “a” en una letanía
inacabable por no tener fuerzas ni para repetir el nombre de Dios.
En fin, estamos ante un libro que muestra la visión que del Marrakech de los años 50 del siglo XX tuvo el autor, una visión única e intransferible. Cada viajero tiene su visión de Marrakech solo hay que ir y encontrar la suya propia, dejándose fascinar por ese mundo diferente, exótico y al mismo tiempo cercano que es Marrakech.
En fin, estamos ante un libro que muestra la visión que del Marrakech de los años 50 del siglo XX tuvo el autor, una visión única e intransferible. Cada viajero tiene su visión de Marrakech solo hay que ir y encontrar la suya propia, dejándose fascinar por ese mundo diferente, exótico y al mismo tiempo cercano que es Marrakech.
Simplemente, es un artículo prodigioso y de una hondura extraordinaria con profusión de datos y elementos que ayudan al lector a conocer esta ciudad.
ResponderEliminarPor otra parte, creo que no puedo demorar la lectura de este autor.
Muchas gracias por tu trabajo.
Muchas gracias Aben por tu elogio, pero he de reconocer que en esta ocasión lo tenía muy fácil ya que conozco la ciudad desde hace muchos años y me he sentido como pez en el agua al tener que escribir sobre ella y la especial relación que ha tenido con algunos escritores. Nunca lamentaré lo suficiente el no haberme atrevido a hablar nunca con Goytisolo habiendo estado tomando el té tantas veces en la mesa contigua.
EliminarSebastián,
ResponderEliminarTe entiendo perfectamente. A mí, me ha ocurrido lo mismo con el poeta Caballero Bonald, aunque aún está vivo.
Un abrazo,
Buen trabajo. Me gusta mucho la definición de Juan Goytisolo sobre la Plaza Jemaa el Fna " Hay que pasear lentamente sin la esclavitud del horario siguiendo la mudable inspiración del gentío: perdido en un maremagnum de olores, sensaciones, imágenes,múltiples vibraciones acústicas... colectividad fraterna que ignora el asilo, el gueto, la marginación"
ResponderEliminar¡Qué maravillosa y poética definición de Juan Goytisolo sobre esta plaza!
ResponderEliminarEnhorabuena, Sebastián! Se nota que conoces en profundidad Marrakech, que has paseado paseado mil veces por sus calles y has indagado su historia. Hace tiempo que no visito yo la ciudad. Demasiado, después de leer tu artículo, porque ya estoy echando de menos la locura de la medina y la plaza Jemaa El Fna. Me ha gustado mucho. Un abrazo
ResponderEliminarYo he visitado en dos ocasiones Marrakech y la segunda vez me gustó más que la primera. Es, sin duda, una ciudad que cuanto más la visitas más te gusta. Arden seguro que lo corrobora, pues nos hace una descripción perfecta de la esencia y el adorno de la ciudad. Es una lástima que solo podamos ver "el oro" de las viviendas a través de algunos riads, ya se sabe el dicho: "La casa del moro por fuera barro y por dentro oro", pero aún así la ciudad es entrañable y singular. No me extraña que los viajeros que la conocieron con sus mercados de camellos y una pureza más natural quedaran enamorados de ella, como nosotros de este magnífico artículo de Arden. Por cierto: Canetti, apuntado y subrayado.
ResponderEliminarAmigo Sebastián, excelente artículo sobre Marrakech. Con tinte casi proustiano, has sabido rescatar muy bien el hechizo de la ciudad. Entre líneas, una descubre el mítico sabor de sus tradiciones, el espíritu de sus gentes y el aroma seductor que esconde cada uno de sus rincones. Te agradezco ese título del gran Wiesenthal ("Fantasía en el palmeral") que desconocía. Un saludo! Carlota Gastaldi.
ResponderEliminar